LA CULTURA Y LA PRENSA MADRILEÑAS DURANTE LA GUERRA CIVIL
La guerra civil no fue sólo un conflicto bélico, sino que también fue un enfrentamiento ideológico. Esta lucha ideológica se reflejó en la cultura y en la obra cultural de cada zona. En España había dos poderes, apoyados en dos sociedades, cada una con un modelos cultural opuesto al otro. Como Madrid estuvo en manos de los republicanos hasta el fin de la guerra, vamos a hablar del modelo republicano, aunque dentro del modelo republicano cabían una pluralidad de modelos. El modelo republicano hundía sus raíces más profundas en los principios de Rousseau, la Ilustración y la Revolución Francesa. La legitimación del poder se basaba en la voluntad general que encarna la soberanía popular. Según este modelo el hombre se salvaba por sí solo, por el saber y la razón. Es un modelo culturalista que tenía como valor supremo y como clave para cambiar la sociedad la educación y la cultura de los hombres.
La guerra civil supuso el final, la quiebra de la Edad de Plata de la cultura española, que fue uno de los momentos de mayor esplendor de la historia intelectual y artística de España.
La guerra y el asedio de Madrid provocaron el debilitamiento de Madrid como foco irradiador de la cultura republicana, y provocaron la marcha de la flor y la nata de los intelectuales republicanos a Valencia, nueva capital republicana, en noviembre de 1936. Como símbolo de la destrucción de la cultura madrileña hay que destacar la destrucción de la ciudad universitaria, uno de los principales frentes de la guerra en noviembre de 1936. Con el comienzo de la guerra, Madrid se convierte en el símbolo internacional de la lucha antifascista. El régimen republicano fue visto como una esperanza democrática frente a los gobiernos totalitarios y fascistas.
Así, al iniciarse la guerra civil, sintieron que comenzaba en España una hora decisiva para el mundo. Quien quizás expresó mejor este sentimiento colectivo fue el poeta inglés W. H. Auden al escribir: "En esa árida tierra, / en esa meseta perforada por ríos, / nuestros pensamientos se encarna en cuerpos...". Y repetía a modo de estribillo: "Y Madrid es el corazón". Este sentimiento también fue muy bien expresado por Manuel Altolaguirre cuando escribió en un romance: "Madrid, capital de Europa, / eje de la lucha obrera, / tantos ojos hoy te miran, / que debes estar de fiesta". Con las brigadas internacionales llegaron a Madrid escritores, reporteros y periodistas de todo el mundo. Así, destacaron las imágenes del fotógrafo Robert Cappa o del cineasta Karmen, y las crónicas periodísticas de Hemingway. La guerra supuso en Madrid la sustitución de los republicanos por las organizaciones obreras, que dominaron la vida madrileña hasta finales de 1937, y adquirieron importancia las "casas del pueblo" y los "ateneos libertarios" como centros de difusión de la cultura obrera. Los intelectuales republicanos en el contexto de la guerra civil insistieron en su compromiso político, mediante la pluma o la acción directa. Entre los escritores y poetas republicanos comprometidos en el campo republicano destacaron nombres como Antonio Machado, José Bergamín, León Felipe, Miguel Hernández, María Zambrano, Rosa Chacel o Rafael Alberti. Gran parte de este compromiso se expresó a través de la prensa. Los intelectuales republicanos pensaban que después de ganar la guerra nada volvería a ser como antes y que comenzaba una nueva era, caracterizada por el protagonismo del pueblo. Dentro del compromiso mediante la acción directa merecen ser destacados Rafael Alberti y su mujer María Teresa León, que ayudaron a salvar los cuadros del Museo del Prado y a evacuar a los intelectuales de Madrid, trasladándolos a Valencia.
En 1935 se había celebrado en París el I Congreso de Escritores y en sus sesiones se constituyó la Asociación Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, como máximo organismo de la literatura progresista y revolucionaria europea. A finales de julio de 1936 se formalizó la Alianza de Intelectuales Antifascistas, como sección española de la Asociación. Las actividades de la Alianza fueron bastante intensas, y su publicación más importante fue "El Mono Azul". Sin embargo, la aportación más importante de la Alianza fue la convocatoria y desarrollo del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se celebró en Valencia, Madrid y Barcelona del 4 al 11 de julio de 1937. El Congreso puso de relieve el impacto de la guerra sobre los intelectuales del mundo entero.
En la zona republicana el Sindicato de Espectáculos de la C.N.T. se incautó desde agosto de 1936 de todas las salas de teatro y cine, creando el Sindicato de la Industria del Espectáculo. Cuando comienza el año 1937 están abiertos en el Madrid asediado 17 teatros y 41 salas de cine. Todas están controladas por la C.N.T. o la U.G.T. y, en ocasiones, por otras entidades.
En cuanto al teatro, en el Teatro Español, la compañía teatral Nueva Escena de la Alianza de Intelectuales representó Bodas de Sangre, de Lorca; Electra, de Galdós; Juan José, de Dicenta; La malquerida, de Benavente, entre otras. También hay que destacar la adaptación que hizo Alberti de la Numancia de Cervantes, que fue estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en diciembre de 1937, y la representación de Fuenteovejuna en el Teatro Calderón en 1938.
El teatro ambulante tuvo gran importancia con las muchas compañías de teatro que recorrieron pueblos, frentes, cuarteles y hospitales, representando obras de propaganda, pero también entremeses y clásicos. Aquí destacan las Guerrillas del Teatro, dirigidas por María Teresa León, que empezaron su actividad en los frentes del Centro.
El cine como espectáculo estuvo sometido al cuasi monopolio norteamericano, destacando a actores como Gary Cooper, Clark Gable, Joan Crawford o Ginger Rogers y películas como La isla del Tesoro. El filme Morena Clara, que se había estrenado en 1936 en el Rialto de Madrid, siguió proyectándose en ambas zonas, hasta ser prohibida en la republicana en marzo de 1937, por la manifiesta adhesión a Franco de su director, Florián Rey, y de la empresa Cifesa.
Dentro del cine hubo un período de gran protagonismo del cine soviético, entre octubre de 1936 y la primavera de 1937. Esta etapa comienza con el estreno en el Capitol de Madrid de Los marinos de Cronstadt, el 18 de octubre de 1936. Es un filme de exaltación de valores bélicos y revolucionarios, que cuadraba perfectamente con el estado de ánimo de Madrid y sus defensores, que pasa de la depresión a la exaltación entre la última semana de octubre y la primera de noviembre de 1936.
En cuanto a la producción propia, en la España republicana se realizan dos películas de importancia. Una, estrictamente documental, es Tierra de España, del holandés Joris Ivens, terminada en 1937; y el otro es Sierra de Teruel, dirigida por André Malraux con quien trabajó un equipo español en el que estaba Max Aub, quién escribió el guión.
El esfuerzo gubernamental por salvaguardar la cultura fue muy importante, y así, se produjo el traslado a Valencia de los cuadros del Museo del Prado, y se llevó a cabo la protección de obras artísticas madrileñas ante la posibilidad del pillaje o el vandalismo. Además, coincidiendo con los peores días del asedio de Madrid, el Quinto Regimiento logró la evacuación a Valencia de un selecto grupo de intelectuales.
La preocupación por la educación había sido un rasgo destacado de la II República, y durante la guerra se continuó la labor comenzada en 1931. El Estado consideró la educación como un servicio público al que debía tener acceso toda la población, tanto niños como adultos. En enero de 1937 se crearon la Milicias de la Cultura, que tenían una triple función: erradicación del analfabetismo, la ampliación cultural y la educación social y política. En noviembre de 1936 se crearon los Institutos obreros, para formar a los jóvenes no movilizados que debían ocupar los puestos de trabajo de los que iban a luchar. También tuvieron importancia las Escuelas de adultos.
Si la guerra civil supuso una evidente ruptura en la Historia de España, también significó una ruptura en la prensa madrileña. Tras el 18 de julio de 1936 la prensa madrileña inició una nueva etapa, en la que la censura se convirtió en algo normal en una guerra que exigía la militancia de la prensa.
Durante la guerra se publicaron en Madrid varios tipos de periódicos: los grandes diarios vinculados a la empresa privada, periódicos y revistas de los partidos republicanos de izquierda y la nueva prensa surgida con la guerra.
Las publicaciones periódicas en la España republicana se caracterizaron por su gran diversidad. Diversidad que respondía a la heterogeneidad del mismo Gobierno, y de los partidos y organizaciones que respaldaban al Gobierno de la República.
Con el estallido de la guerra se produjo la incautación de periódicos de derechas, conservadores y monárquicos. Y otros pasaron a organizaciones sindicales y partidos de izquierda como "ABC", "El Siglo Futuro", "La Epoca", "Ya", "El Debate", "Ahora", etcétera.
Junto a éstos seguían publicándose los diarios republicanos de izquierda vinculados a grupos empresariales, como "Heraldo de Madrid", "Diario de la Noche", "El Sol", "Diario de la Mañana del Partido Comunista", "La Voz", "El Liberal", "La Libertad", y otros muchos.
Había otras publicaciones que eran los portavoces de sindicatos y partidos de izquierda: "Política", "Semanario Republicano de Izquierdas", órgano del partido de Izquierda Republicana liderado por Manuel Azaña; "Mundo Obrero", órgano del Partido Comunista; "El Socialista", del PSOE; "CNT", entre otros.
LA GUERRA CIVIL EN MADRID
En la noche del 17 de julio llegaron a la capital las primeras noticias sobre la sublevación militar iniciada en el protectorado español de Marruecos. Siguiendo unos patrones de actuación muy similares a los de los pronunciamientos decimonónicos, los sublevados pretendieron la pronta conquista de la capital, previendo tomar en los primeros instantes los principales puntos y nudos de comunicación que posibilitasen enviar columnas armadas a Madrid para unirse a las tropas rebeldes de la capital y terminar así con el gobierno del Frente Popular.
Sin embargo, desde el primer momento, y pese a la gran confusión reinante, se puso de manifiesto la resistencia del pueblo madrileño ante los insurgentes. Así, el cuartel de la Montaña, sublevado al mando del general Fanjul, cayó ante el asalto de guardias, militares y civiles armados. A este cuartel le siguieron otros focos menores de sublevación, que, o fueron reducidos o se rindieron. Mientras, en la sierra de Madrid, la lucha se centró en zonas como Guadarrama, Navacerrada o Somosierra, produciéndose finalmente una estabilización del frente que duró ya toda la guerra. Madrid se convirtió en este aspecto en el escenario que transformó un pronunciamiento en guerra civil, dado que los intentos sublevados por tomar la capital fracasaron una y otra vez, siendo el máximo exponente de esto la larga batalla de Madrid, entre noviembre de 1936 y la primavera de 1937, en varios escenarios: el Manzanares (6-23 de noviembre), la carretera de La Coruña (29 de noviembre-16 de enero), el Jarama (5-23 de febrero) y Guadalajara (8-22 de marzo).
Desde octubre de 1936 Madrid empieza a entrar de lleno en el conflicto bélico. La desorganización militar y política de la España republicana hizo imparable el avance de las tropas legionarias y de los regulares desde Cádiz, pasando por Extremadura y Toledo, hasta las mismas puertas de Madrid. A pesar de los intentos de contraofensiva y de la formación del Quinto Regimiento de Milicias Populares, como primer embrión de un ejército popular organizado, las tropas del general Varela fueron conquistando los pueblos lindantes con la capital hasta su llegada a las riberas del Manzanares y a la Casa de Campo el 5 de noviembre de 1936. El general Asensio Torrado había fracasado en su intento de detener a las tropas rebeldes que se dirigían a Madrid, empleando una táctica consistente en atacar los flancos de las mismas y resistir en puntos clave.
Se puso de manifiesto que, aunque la planificación militar era adecuada, la ejecución era mala, debido a la incapacidad de los milicianos de maniobrar en campo abierto, con una defensa improvisada y carente de empuje. Frente a ellos, se encontraba un ejército disciplinado, organizado, feroz y resistente, que cumplía las órdenes con una coherencia que les hacía muy superiores a la improvisación de sus oponentes. Los nacionales tuvieron que luchar contra un enemigo desorganizado y carente siempre de recursos, pero en Madrid, a diferencia de las ofensivas anteriores, encontraron una resistencia tenaz de un pueblo motivado bajo el lema ¡No pasarán!, motivación que se irá difuminando en los sucesivos años.
El traslado de los ministerios republicanos a Valencia tuvo su contrapartida en Madrid con la creación de un organismo político de nuevo cuño, la Junta de Defensa, presidida por el general Miaja y formada por representantes de todas las organizaciones políticas y sindicales del arco republicano. Sustituyendo la labor del gobierno y del Ayuntamiento, la Junta quedó encargada de los aspectos básicos de la defensa de la ciudad y de la reorganización de la vida ciudadana en todos sus órdenes, desde el abastecimiento al control de la represión de los elementos "quintacolumnistas" y afines a los sublevados, hasta aquel momento incontrolada en el entramado de las "checas", represión que había dado episodios de especial virulencia.
La batalla de Madrid fue, entre otras cosas, escenario de la lucha entre el fascismo y la libertad, o por lo menos así se concibió internacionalmente. En uno y otro bando se sumaron efectivos materiales y humanos procedentes de otros países. En lo técnico, el bando nacional vio aparecer los carros italianos Fiat L-3/35, así como los alemanes "Krupp Panzerkamfwagen", modelos todos de entre 1933 y 1935; por su parte, en el bando republicano aparecieron los T-26 soviéticos. Sin embargo, el empleo que se dio a estas máquinas fue deficiente, y no resultaron a la postre decisivas en los combates. En el aire el bando nacional se hizo el dueño absoluto a finales de octubre, destacando en esta faceta los cazas italianos Fiat CR 32 y los alemanes Heinkel 46, Heinkel 51 y Junker 52 (adaptados como bombarderos), ante los cuales los anticuados Nieuport 52, o los escasos Dewoitine 501 y Fury republicanos no tenían nada que hacer. Con todo, la balanza se equilibró a principios de noviembre con la aparición en el bando republicano de los primeros Polikarpov I-15, y los Polikarpov I-16, que aprovecharon sus mejores condiciones de vuelo alto para atacar a sus oponentes en picado.
En lo referente a efectivos humanos, el bando nacionalista recibió el apoyo de la "Legión Cóndor" alemana y la CTV italiana, poco importantes en cuanto a efectivos, no así en cuanto a su capacidad técnica, aplicable a la guerra moderna, en un conflicto, nuestra guerra civil, que se caracterizó por sus primitivos planteamientos en lo militar. Por su parte, el bando republicano sí recibió importantes dotaciones de hombres de todas partes del mundo encuadrados en las "Brigadas Internacionales", las cuales pasarían un previo periodo de instrucción en tierras de Albacete. Estas vinieron a suplir grandes deficiencias operativas dentro del bando republicano, pero tuvieron también grandes problemas logísticos. En la batalla de Madrid participaron varias de estas unidades, aunque destacó con brillo propio la 12 Brigada Internacional.
A principios de noviembre de 1936 las tropas de Varela lucharon en los Carabancheles y ocuparon el Cerro de los Ángeles, penetrando posteriormente en la Casa de Campo, donde fueron detenidos, centrándose las operaciones en el eje Casa de Campo-Ciudad Universitaria-Moncloa. Mientras, Miaja fue nombrado jefe de la Junta de Defensa de Madrid, Vicente Rojo jefe de Estado Mayor y Pozas jefe del ejército del Centro.
El día 9 de noviembre llegó a Madrid la 11 Brigada Internacional, y posteriormente también llegó una columna de anarquistas mandada por Durruti. La lucha se intensificó. Tras una fallida contraofensiva republicana, las fuerzas de Varela cruzaron el Manzanares el día 15 y entraron en la Ciudad universitaria, ocupando en lo sucesivo la Casa de Velázquez, el Hospital Clínico y la Residencia de Estudiantes, así como el palacete de la Moncloa. Se luchó por cada palmo de terreno, llegando a la situación de que en algunos edificios se encontraban luchando fuerzas de ambos bandos. El frente se paralizó y Franco renunció a tomar directamente Madrid el 23 de noviembre.
Los mandos rebeldes decidieron, tras el fracaso del ataque frontal sobre la capital, asfixiar a Madrid mediante ataques por los flancos, tomando los principales nudos de comunicación y posibilitando así su aislamiento y posterior ataque decisivo. La primera de estas ofensivas se realizó al noroeste de la capital, siendo el epicentro de la operación la carretera de La Coruña y los nudos adyacentes, con lo cual se pretendía aislar la capital de las fuerzas gubernamentales que resistían en la sierra madrileña. El primero de estos ataques se realizó sobre los puntos de Boadilla-Húmera-Aravaca, paralizándose la ofensiva a lo largo de diciembre y reiniciándose en enero de 1937. El 4 de enero Asensio ocupó Majadahonda y alcanzó la carretera de La Coruña. Posteriormente cayeron El Plantío y las Rozas, mientras los republicanos retomaron Aravaca y Villanueva del Pardillo, con lo cual evitaron que los rebeldes pudieran cortar las comunicaciones con la sierra.
En febrero de 1937 las tropas nacionales iniciaron una tercera tentativa de ataque sobre Madrid sobre su eje sur, esta vez la zona elegida fue el Jarama y el objetivo a conseguir la toma de la carretera e Valencia. Los nacionales ocuparon Vaciamadrid y bombardearon la carretera de Valencia y también, esta vez por el aire, Alcalá de Henares. El ataque fue, otra vez, un fracaso, y el 23 de febrero terminó esta batalla.
La última tentativa rebelde de envolver Madrid se realizó en Guadalajara. El 8 de marzo fuerzas italo-españolas iniciaron una ofensiva que se caracterizó por el papel destacado del CTV italiano, la resistencia encarnizada y los factores climatológicos adversos, que dificultaron la marcha de las tropas rebeldes. El día 10 las tropas de Rotta ocuparon Brihuega, obligando a una dificultosa retirada republicana de la zona. Sin embargo, las tropas republicanas se recuperaron y el día 19 avanzaron hasta el kilómetro 95 de la carretera de Aragón, derrotando a los rebeldes y estableciéndo el frente ante Hontanares y Cogollor. A partir de este momento Franco renunció definitivamente a tomar Madrid directamente.
En abril de 1937 la Junta de Defensa fue disuelta, hecho favorecido por el alejamiento de Madrid como el escenario principal de la guerra y con la estabilización del frente en el centro del país. El Ayuntamiento volvió a tomar las funciones básicas de la vida ciudadana, al mismo tiempo que el gobierno volvía a tomar el papel que le correspondía en la defensa militar.
Paulatinamente, según transcurrió el conflicto, el espíritu ciudadano de la época de la batalla de Madrid dio paso a una desmoralización progresiva conforme las noticias de otros frentes anunciaban las sucesivas derrotas del ejército republicano. A ello ayudó, sin duda, el continuo desabastecimiento de la ciudad y a la ineficacia de las instituciones, que fracasaron en los diversos frentes de la política municipal.
Madrid también fue el escenario final de la guerra. Se produjo lo que se ha denominado "la guerra civil dentro de la guerra civil", iniciada el 5 de marzo de 1939 con la definitiva fractura del bloque republicano. El enfrentamiento armado entre casadistas, es decir, republicanos, cenetistas y la fracción mayoritaria del Partido Socialista contra los comunistas aceleró la terminación de la guerra civil.
A partir de ahí todo se precipitó. La hipótesis, muy improbable a esas alturas, de una paz negociada se hizo imposible. También lo fue la posibilidad de una rendición por etapas que asegurase la salida del país a los militantes más comprometidos políticamente. La pasividad de la población, creciente en esos momentos, es lo más llamativo de la fase última del conflicto en la ciudad, que contempló con perplejidad y desgana este último enfrentamiento. El 28 de marzo de 1939 las tropas de Franco entraban en la ciudad, mientras que miles de madrileños huían hacia los puertos de Levante para buscar afanosamente la salida del país.
LA CULTURA Y LA PRENSA MADRILEÑAS DURANTE LA GUERRA CIVIL
La guerra civil no fue sólo un conflicto bélico, sino que también fue un enfrentamiento ideológico. Esta lucha ideológica se reflejó en la cultura y en la obra cultural de cada zona. En España había dos poderes, apoyados en dos sociedades, cada una con un modelos cultural opuesto al otro. Como Madrid estuvo en manos de los republicanos hasta el fin de la guerra, vamos a hablar del modelo republicano, aunque dentro del modelo republicano cabían una pluralidad de modelos. El modelo republicano hundía sus raíces más profundas en los principios de Rousseau, la Ilustración y la Revolución Francesa. La legitimación del poder se basaba en la voluntad general que encarna la soberanía popular. Según este modelo el hombre se salvaba por sí solo, por el saber y la razón. Es un modelo culturalista que tenía como valor supremo y como clave para cambiar la sociedad la educación y la cultura de los hombres.
La guerra civil supuso el final, la quiebra de la Edad de Plata de la cultura española, que fue uno de los momentos de mayor esplendor de la historia intelectual y artística de España.
La guerra y el asedio de Madrid provocaron el debilitamiento de Madrid como foco irradiador de la cultura republicana, y provocaron la marcha de la flor y la nata de los intelectuales republicanos a Valencia, nueva capital republicana, en noviembre de 1936. Como símbolo de la destrucción de la cultura madrileña hay que destacar la destrucción de la ciudad universitaria, uno de los principales frentes de la guerra en noviembre de 1936. Con el comienzo de la guerra, Madrid se convierte en el símbolo internacional de la lucha antifascista. El régimen republicano fue visto como una esperanza democrática frente a los gobiernos totalitarios y fascistas.
Así, al iniciarse la guerra civil, sintieron que comenzaba en España una hora decisiva para el mundo. Quien quizás expresó mejor este sentimiento colectivo fue el poeta inglés W. H. Auden al escribir: "En esa árida tierra, / en esa meseta perforada por ríos, / nuestros pensamientos se encarna en cuerpos...". Y repetía a modo de estribillo: "Y Madrid es el corazón". Este sentimiento también fue muy bien expresado por Manuel Altolaguirre cuando escribió en un romance: "Madrid, capital de Europa, / eje de la lucha obrera, / tantos ojos hoy te miran, / que debes estar de fiesta". Con las brigadas internacionales llegaron a Madrid escritores, reporteros y periodistas de todo el mundo. Así, destacaron las imágenes del fotógrafo Robert Cappa o del cineasta Karmen, y las crónicas periodísticas de Hemingway. La guerra supuso en Madrid la sustitución de los republicanos por las organizaciones obreras, que dominaron la vida madrileña hasta finales de 1937, y adquirieron importancia las "casas del pueblo" y los "ateneos libertarios" como centros de difusión de la cultura obrera. Los intelectuales republicanos en el contexto de la guerra civil insistieron en su compromiso político, mediante la pluma o la acción directa. Entre los escritores y poetas republicanos comprometidos en el campo republicano destacaron nombres como Antonio Machado, José Bergamín, León Felipe, Miguel Hernández, María Zambrano, Rosa Chacel o Rafael Alberti. Gran parte de este compromiso se expresó a través de la prensa. Los intelectuales republicanos pensaban que después de ganar la guerra nada volvería a ser como antes y que comenzaba una nueva era, caracterizada por el protagonismo del pueblo. Dentro del compromiso mediante la acción directa merecen ser destacados Rafael Alberti y su mujer María Teresa León, que ayudaron a salvar los cuadros del Museo del Prado y a evacuar a los intelectuales de Madrid, trasladándolos a Valencia.
En 1935 se había celebrado en París el I Congreso de Escritores y en sus sesiones se constituyó la Asociación Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, como máximo organismo de la literatura progresista y revolucionaria europea. A finales de julio de 1936 se formalizó la Alianza de Intelectuales Antifascistas, como sección española de la Asociación. Las actividades de la Alianza fueron bastante intensas, y su publicación más importante fue "El Mono Azul". Sin embargo, la aportación más importante de la Alianza fue la convocatoria y desarrollo del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se celebró en Valencia, Madrid y Barcelona del 4 al 11 de julio de 1937. El Congreso puso de relieve el impacto de la guerra sobre los intelectuales del mundo entero.
En la zona republicana el Sindicato de Espectáculos de la C.N.T. se incautó desde agosto de 1936 de todas las salas de teatro y cine, creando el Sindicato de la Industria del Espectáculo. Cuando comienza el año 1937 están abiertos en el Madrid asediado 17 teatros y 41 salas de cine. Todas están controladas por la C.N.T. o la U.G.T. y, en ocasiones, por otras entidades.
En cuanto al teatro, en el Teatro Español, la compañía teatral Nueva Escena de la Alianza de Intelectuales representó Bodas de Sangre, de Lorca; Electra, de Galdós; Juan José, de Dicenta; La malquerida, de Benavente, entre otras. También hay que destacar la adaptación que hizo Alberti de la Numancia de Cervantes, que fue estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en diciembre de 1937, y la representación de Fuenteovejuna en el Teatro Calderón en 1938.
El teatro ambulante tuvo gran importancia con las muchas compañías de teatro que recorrieron pueblos, frentes, cuarteles y hospitales, representando obras de propaganda, pero también entremeses y clásicos. Aquí destacan las Guerrillas del Teatro, dirigidas por María Teresa León, que empezaron su actividad en los frentes del Centro.
El cine como espectáculo estuvo sometido al cuasi monopolio norteamericano, destacando a actores como Gary Cooper, Clark Gable, Joan Crawford o Ginger Rogers y películas como La isla del Tesoro. El filme Morena Clara, que se había estrenado en 1936 en el Rialto de Madrid, siguió proyectándose en ambas zonas, hasta ser prohibida en la republicana en marzo de 1937, por la manifiesta adhesión a Franco de su director, Florián Rey, y de la empresa Cifesa.
Dentro del cine hubo un período de gran protagonismo del cine soviético, entre octubre de 1936 y la primavera de 1937. Esta etapa comienza con el estreno en el Capitol de Madrid de Los marinos de Cronstadt, el 18 de octubre de 1936. Es un filme de exaltación de valores bélicos y revolucionarios, que cuadraba perfectamente con el estado de ánimo de Madrid y sus defensores, que pasa de la depresión a la exaltación entre la última semana de octubre y la primera de noviembre de 1936.
En cuanto a la producción propia, en la España republicana se realizan dos películas de importancia. Una, estrictamente documental, es Tierra de España, del holandés Joris Ivens, terminada en 1937; y el otro es Sierra de Teruel, dirigida por André Malraux con quien trabajó un equipo español en el que estaba Max Aub, quién escribió el guión.
El esfuerzo gubernamental por salvaguardar la cultura fue muy importante, y así, se produjo el traslado a Valencia de los cuadros del Museo del Prado, y se llevó a cabo la protección de obras artísticas madrileñas ante la posibilidad del pillaje o el vandalismo. Además, coincidiendo con los peores días del asedio de Madrid, el Quinto Regimiento logró la evacuación a Valencia de un selecto grupo de intelectuales.
La preocupación por la educación había sido un rasgo destacado de la II República, y durante la guerra se continuó la labor comenzada en 1931. El Estado consideró la educación como un servicio público al que debía tener acceso toda la población, tanto niños como adultos. En enero de 1937 se crearon la Milicias de la Cultura, que tenían una triple función: erradicación del analfabetismo, la ampliación cultural y la educación social y política. En noviembre de 1936 se crearon los Institutos obreros, para formar a los jóvenes no movilizados que debían ocupar los puestos de trabajo de los que iban a luchar. También tuvieron importancia las Escuelas de adultos.
Si la guerra civil supuso una evidente ruptura en la Historia de España, también significó una ruptura en la prensa madrileña. Tras el 18 de julio de 1936 la prensa madrileña inició una nueva etapa, en la que la censura se convirtió en algo normal en una guerra que exigía la militancia de la prensa.
Durante la guerra se publicaron en Madrid varios tipos de periódicos: los grandes diarios vinculados a la empresa privada, periódicos y revistas de los partidos republicanos de izquierda y la nueva prensa surgida con la guerra.
Las publicaciones periódicas en la España republicana se caracterizaron por su gran diversidad. Diversidad que respondía a la heterogeneidad del mismo Gobierno, y de los partidos y organizaciones que respaldaban al Gobierno de la República.
Con el estallido de la guerra se produjo la incautación de periódicos de derechas, conservadores y monárquicos. Y otros pasaron a organizaciones sindicales y partidos de izquierda como "ABC", "El Siglo Futuro", "La Epoca", "Ya", "El Debate", "Ahora", etcétera.
Junto a éstos seguían publicándose los diarios republicanos de izquierda vinculados a grupos empresariales, como "Heraldo de Madrid", "Diario de la Noche", "El Sol", "Diario de la Mañana del Partido Comunista", "La Voz", "El Liberal", "La Libertad", y otros muchos.
Había otras publicaciones que eran los portavoces de sindicatos y partidos de izquierda: "Política", "Semanario Republicano de Izquierdas", órgano del partido de Izquierda Republicana liderado por Manuel Azaña; "Mundo Obrero", órgano del Partido Comunista; "El Socialista", del PSOE; "CNT", entre otros.
Entre las publicaciones de la nueva prensa de guerra (que se encargó de la información sobre los frentes y de la formación política de los soldados y civiles, y al tiempo estimuló la moral y la conciencia de victoria) destacaron: "Milicia Popular", diario del Quinto Regimiento de Milicias Populares, en el que escribieron entre otros Luis de Tapia, Ramón J. Sénder, José Bergamín, Rafael Alberti, José Herrera Peteré, Miguel Hernández y Antonio Machado; "Octubre", Boletín de los batallones Octubre y Largo Caballero; "Joven Guardia", Boletín del Regimiento Pasionaria de Madrid, etc.
Otras publicaciones eran de las Brigadas Internacionales: "A l'Assuat", "Noi Passaremo!", etc.
Entre las revistas culturales hay que mencionar dos: "El Mono Azul" y "Hora de España". La primera nació en agosto de 1936. Era la Hoja Semanal de la "Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de Cultura". La formaban Rafael Alberti, José Bergamín, Rafael Dieste, Ramón J. Sénder, Ramón Gaya, Mª Teresa Zambrano y muchos más de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. A través de ella los escritores y artistas se identificaban con la causa del pueblo. La segunda revista, "Hora de España", fue publicada en Valencia por los intelectuales que abandonaron Madrid en noviembre de 1936, para huir a Valencia, la nueva capital republicana. Apareció en enero de 1937 y se publicó hasta noviembre de 1938. Sus ensayos fueron escritos por Antonio Machado, León Felipe, Dámaso Alonso, María Zambrano, José Bergamín, Díez-Canedo, J. Xirau y otros. Los poemas fueron realizados por Miguel Hernández, Luis Cernuda, Emilio Prados, Serrano Plaja, Gil-Albert, Manuel Altolaguirre, Rafael Alberti, etc.
Durante la guerra la prensa fue, junto a la radio, un importante instrumento de propaganda. La prensa madrileña durante la guerra fue una prensa solidaria. Los periódicos comparten, en el momento de la sublevación, un mismo lenguaje improvisado y urgente, que va de la incredulidad y la sorpresa a la rabia. La sublevación contra la legitimidad republicana fue condenada con dureza en los diarios madrileños. El número de Claridad del 18 de julio titulaba un movimiento insensato y vergonzoso. Los periódicos de partidos y sindicatos, la prensa republicana de izquierdas y la vinculada a grupos empresariales utilizaban las mismas palabras: solidaridad, lealtad, disciplina frente a la reacción y al fascismo. La prensa llamaba a la normalización de la vida ciudadana y a la responsabilidad. En ocasiones la pretensión de normalidad aparecía forzada en la prensa, como ABC, que a finales de julio hablaba de un Madrid que había recobrado su aspecto: Tranvías y bares atestados, y las terrazas de los cafés céntricos sin una mesa desocupada. Los periódicos recuerdan las grandes epopeyas del pasado. Para ellos la guerra que vive España es más triste, más amarga que la de 1808, y hablan de España como de un escenario de un duelo trágico entre la reacción mundial y el sentimiento de libertad que alienta todos los avances progresivos del pueblo.
La censura se convierte durante la guerra en un grave problema para la prensa, provocando enfrentamientos entre los periódicos y el Gobierno. A esto se le sumaba la escasez de mano de obra y de materias primas. Así, a la altura de 1938, muchos periódicos habían dejado de publicar de forma temporal o definitiva.
Entre los corresponsales extranjeros, favorables a la causa republicana estaban Ilya Ehrenburg, M. Kolostov, H. L. Mattews, A. Koestler, E. Hemingway, J. Whittaker, L. de la Pree, Orwell…
En la guerra civil tuvo, como ya mencionamos antes, gran importancia la radio como medio de propaganda. En Madrid partidos y sindicatos crearon gran número de emisoras. Así, en febrero de 1937 la Junta de Defensa de Madrid sólo controlaba Unión Radio, Radio España, Radio Telégrafos y la Transradio, a pesar de que había una docena de emisoras de partidos y organizaciones.
En la España republicana tuvieron gran importancia los romances, y hay que destacar el romancero de guerra que fue apareciendo en El Mono Azul. Poco a poco se publicaron colecciones como el Romancero de la guerra civil (1936) y el Romancero general de la guerra de España (1936). Entre sus autores figuran poetas de renombre: Alberti, Altolaguirre, Aleixandre, Bergamín, Dieste, Gaya, Miguel Hernández, Moreno Villa, Pla y Beltrán, etc. El romancero de mayor importancia fue el militar. Entre estos últimos hay algunos importantes relacionados con la defensa de Madrid: Defensa de Madrid, Defensa de Cataluña, de Rafael Alberti; ¡Alerta los madrileños!, de Manuel Altolaguirre; y Lidia de Mola en Madrid, de Antonio Aparicio. Aquí reproducimos dos de ellos:
DEFENSA DE MADRID,
DEFENSA DE CATALUÑA
Madrid, corazón de España,
late con pulsos de fiebre.
Si ayer la sangre le hervía,
hoy con más calor le hierve.
Ya nunca podrá dormirse,
porque si Madrid se duerme,
querrá despertarse un día
y el alba no vendrá a verle.
No olvides, Madrid, la guerra;
jamás olvides que enfrente
los ojos del enemigo
te echan miradas de muerte.
Rondan por tu cielo halcones
que precipitarse quieren
sobre tus rojos tejados,
tus calles, tu brava gente.
Madrid: que nunca se diga,
nunca se publique o piense
que en el corazón de España
la sangre se volvió nieve.
Fuentes de valor y hombría
las guardas tú donde siempre.
Atroces ríos de asombro
han de correr de esas fuentes.
Que cada barrio, a su hora,
si esa mal hora viniere
-hora que no vendrá- sea
más que la plaza más fuerte.
Los hombres, como castillos;
igual que almenas, sus frentes,
grandes murallas sus brazos,
puertas que nadie penetre.
Quien al corazón de España
quiera asomarse, que llegue,
¡Pronto! Madrid está lejos.
Madrid sabe defenderse
con uñas, con pies, con codos,
con empujones, con dientes,
panza arriba, arisco, recto,
duro, al pie del agua verde
del Tajo, en Navalperal,
en Sigüenza, en donde suenen
balas y balas que busquen
helar su sangre caliente.
Madrid, corazón de España,
que es de tierra, dentro tiene,
si se le escarbara, un gran hoyo,
profundo, grande, imponente,
como un barranco que aguarda...
Sólo en él cabe la muerte.
RAFAEL ALBERTI
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¡ALERTA LOS MADRILEÑOS!
Pueblo de Madrid valiente,
pueblo de paz y trabajo,
defiéndete contra aquellas
fieras que te están cercando;
ellas tienen por oficio
la destrucción y el estrago,
ellos hacen de la guerra
un arte para tu daño.
Si por amor a la paz
estuvimos desarmados,
por amor a la justicia
ahora el fusil empuñamos.
Demuéstrale al enemigo
que no quieres ser esclavo;
más vale morir de pie
que vivir arrodillados;
cadenas, las que formemos
unidos por nuestros brazos,
unión que nunca se rompa,
vínculo firme de hermanos.
Muros de sacos terreros,
surcos hondos, no de arados,
sí con picos y con palas,
con corazones sembrados,
semilla roja seremos
en las trincheras del campo.
Cuando brote la victoria,
con sus palmas y sus ramos,
el mundo verá en nosotros
su más brillante pasado;
seamos la aurora, la fuente,
demos los primeros pasos
del porvenir que en Europa
merece el proletariado.
II
Madrid, capital de Europa,
eje de la lucha obrera,
tantos ojos hoy te miran,
que debes estar de fiesta;
vístete con tus hazañas,
adórnate con proezas,
sea tu canto el más valiente,
sean tus luces las más bellas;
cuando una ciudad gloriosa
ante el mundo así se eleva,
debe cuidar su atavío,
debe mostrar que en sus venas
tiene sangre que hasta el rostro
no subirá con vergüenza,
sí con la fiebre que da
el vigor en la contienda.
Madrid, te muerden las faldas
canes de mala ralea,
vuelan cuervos que vomitan
sucia metralla extranjera.
Lucha alegre, lucha, vence,
envuélvete en tu bandera;
te están mirando, te miran;
que no te olviden con pena.
MANUEL ALTOLAGUIRRE
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SOBREVIVIR EN MADRID.
Muchos tipos de males acarreó la Guerra civil y todos ellos son, naturalmente males sociales. Hoy se impone la idea de que los costos de la guerra no estriban sólo en las pérdidas reales, sino en las ganancias que, por culpa de ella, dejaron de producirse. Por costos sociales hemos de entender, pues, las perturbaciones en la estructura, en el tejido social, los bloqueos de ciertos desarrollos, los recursos desviados de sus fines convencionalmente naturales, incluso la destrucción de bienes de consumo inmediato que trae consigo una guerra. Unos costos son cargados sobre la posibilidad misma de la vida de los individuos, otros sobre las condiciones de ella en el plano individual, otros afectan a los servicios, a los organismos sociales a los recursos colectivos.
Uno de los problemas, si no el principal, entre los graves que asolaron Madrid en guerra, fue sin duda el abastecimiento de la población, de cuya solución dependió en muchos momentos y de forma crítica el éxito de la defensa. Fue por tanto uno de los grandes asuntos que tuvieron que afrontar los gobernantes, y mucho más grave en el caso republicano. La suerte inmediata del levantamiento militar y la geografía inicial del enfrentamiento que de ello resultó, condicionaron las pautas por las que discurrió el abastecimiento de alimentos. En este sentido, la zona republicana, se colocó rápidamente en desventaja, siendo deficitario de productos básicos, y esto se dejó sentir.
En el caso del Madrid republicano, resultará perceptible desde mediados de 1937, en sintonía con los reveses militares, unos síntomas de descomposición que se hacen cada vez más visibles en meses posteriores, una de las razones serán debidas al deterioro de las condiciones materiales de vida, en la cual influyen un cúmulo de variables que van diseñando este contexto de decaimiento. Será lógico ver como esta preocupación ocupará un lugar común en la prensa de la época, acumulando una información que siempre insiste en el binomio formado por las carencias y la desorganización, configurándose un sinfín de desaciertos que acabó por zarpar la moral de la retaguardia. En noviembre de 1937 el presidente Negrín reconocía la gravedad de la situación, aludiendo a la falta de previsión que se había tenido en este problema. Hasta final de la guerra la prensa y las autoridades municipales continuaron expresándose en la misma longitud de onda, claro exponente del fracaso de la política de abastecimiento. En realidad se mezclaba por un lado la insuficiencia de la oferta y por otro el desbarajuste administrativo no resuelto en los sucesivos marcos legales establecidos por el Ayuntamiento y el Gobierno.
En torno a estos años de enfrentamiento, la ciudad de Madrid era un inmenso estómago próximo al millón de habitantes, incapaz de abastecerse de su hinterland más o menos próximo. La sublevación militar desarticuló el mercado nacional, rompiendo la estructura geográfica del abastecimiento madrileño, viéndose privado del trigo de Castilla la Vieja, del pescado del Atlántico, del carbón asturiano y de los productos cárnicos castellanos y de Extremadura. Ante tal panorama se hizo necesario abrir nuevas vías de abastecimiento en condiciones técnicas, políticas y financieras demasiado complicadas, además, la población de la capital se incrementó en unos cien mil habitantes, en parte compensada por las evacuaciones de la población civil hacia las regiones mediterráneas. A esta modificación en el sistema productivo, se unía la alteración del sistema de transportes, ahora subordinado a la lógica de la guerra, y las transformaciones revolucionarias en la estructura de la propiedad y en la gestión empresarial que dificultan la búsqueda de alternativas de aprovisionamiento en la España gubernamental.
Hasta el mes de septiembre de 1936 la ciudad no tomó conciencia de su delicada situación, momento en el que las reservas de víveres de anteguerra empezaron a escasear. La propia fragmentación de los poderes de la república y la desorganización de las instituciones influyeron negativamente en el tema de los abastos. El sistema generalizado de suministro en los momentos iniciales fue la utilización de vales, repartidos por partidos y sindicatos, y canjeados en tiendas y comercios por artículos de primera necesidad. Ante la evidente escasez, las críticas se centrarán en el tremendo despilfarro inicial, el caos organizativo y el acaparamiento.
Las tensiones entre las organizaciones de abastecimiento de diferente signo político reflejaron la confrontación a nivel político entre los diversos integrantes del bando republicano. Así, su funcionamiento excluyente desembocó en una tendencia generalizada al acaparamiento, añadiendo nuevas dosis de desequilibrios al mercado. Pero por encima del conglomerado político-privado aparecen las organizaciones estatales provinciales y municipales. En Madrid, el Ayuntamiento no llegó a abordar seriamente, hasta que no se llevó a cabo la fundación de la Comisión Provincial de Abastecimientos para Madrid y su Provincia, por iniciativa del estado y dependiente de la Comisión Nacional de Abastos, cuya misión fue la de ordenar el disperso entramado abastecedor, estableciendo una política unitaria, sin embargo, estos proyectos no se pudieron llevar a cabo, teniendo que asumir esta responsabilidad la Junta de Defensa, abordando una mayor preocupación por el tema. Pero ni la Junta, ni tampoco organismos posteriores como La Comisión de Abastos, centralizada por el Consejo Municipal, van a abordar el problema eficazmente. Por fin, a la altura de 1938, cuando el problema ya era irreversible, el gobierno republicano estableció un plan global de intervención y regulación del mercado que unificara la política de abastos. Por medio de la Junta Reguladora de Abastecimientos y a través de la Intendencia General de abastecimientos, la cual, siguiendo la lógica de las cartillas de racionamiento obligatorias desde marzo de 1937, distribuiría las subsistencias. Pero la teoría no llegó a cuajar en la práctica. En torno a estos años, la desesperación era latente, para solucionar el tema de abastos, las autoridades republicanas intentaron la evacuación de la población madrileña no necesaria para fines militares y políticos, sin embargo, la proximidad del frente de batalla en torno a levante, invirtió la corriente durante el segundo semestre de 1938, agravando aún mas la penuria alimenticia.
La villa de Madrid también contó con el apoyo de las entidades de beneficencia, sin embargo, las campañas de ayuda no parece que tuvieran el eco deseado y muchas críticas coetáneas se enfocaron en esta dirección.
En relación directa con la escasez, la elevación de salarios y la baja productividad, propició que se desencadenara en Madrid, como en el resto de la España republicana una subida general del nivel de precios iniciada por los productos alimenticios. El control de los precios y la represión del fraude se convirtió en otra de las grandes preocupaciones de los gobernantes republicanos, fijándose unas tasas oficiales de los precios. Sin embargo, el almacenamiento y ocultamiento de víveres con fines especulativos y el consiguiente fraude de precios desembocaron en el contexto de la extremada escasez en un abusivo mercado negro donde los precios de artículos de consumo adquirieron cifras desorbitadas. Mucha culpa de esto la tuvieron las mismas fuentes de abastecimiento y su distribución, donde se producían fugas de artículos y una amplia gama de fraudes. Las autoridades fueron incapaces de frenar la situación.
Por otra parte, la distribución oficial de alimentos, provocó la existencia de otros canales de aprovisionamiento, como cooperativas y economatos, comedores populares promovidos por sindicatos, o el recurso al inevitable mercado negro; pero a nivel individual, se despertó ante situaciones tan críticas la agudeza de ingenio y la picaresca incluyendo el falseamiento de cartillas de abastecimiento, la duplicidad de las misas o la utilización de correspondientes a fallecidos y evacuados. Las largas y casi permanentes colas a la puerta de los establecimientos de las grandes ciudades fueron una imagen cotidiana y un recuerdo imborrable para los protagonistas de la época.
Hemos visto el bando Republicano, sin embargo, el abastecimiento constituyó un problema serio para los dos bandos, de su éxito dependía el sometimiento de la retaguardia. Esto será básico para entender todas las medidas, disposiciones y mecanismos nacidos en la zona nacional. Destacaron las Juntas de abastos y posteriormente las Juntas provinciales de precios encargadas de vigilar, y de asegurar el cumplimiento de las disposiciones tendentes a evitar la subida de precios entre otras cuestiones. Sin embargo la aparición de estas juntas no estuvieron exentas de problemas, destacando por un lado la aparente confusión en las competencias de ambas juntas, y por otro, la necesidad de establecer la normalidad en la venta y exportación de alimentos a la Intendencia militar y civil.
En 1938 estas juntas fueron absorbidas por el Servicio Nacional de Abastecimiento y Transporte para intentar suministrar los alimentos ante tal situación de miseria.
Bibliografía
punto05.JPG (3724 bytes) ABELLA, Rafael: La vida cotidiana durante la guerra civil,1º vol. (España Nacional), 2 vol. (España Republicana), Barcelona, Editorial Planeta, 1973.
punto05.JPG (3724 bytes) ALCALDE, Carmen: La mujer en la guerra civil española, Madrid, 1976.
punto05.JPG (3724 bytes) CARR, Raymond: Imágenes de la guerra civil española, Barcelona, Editorial Edhasa, 1986.
punto05.JPG (3724 bytes) COLODNY, Robert, G.: El asedio de Madrid, Madrid, Editorial Ruedo Ibérico, 1970.
punto05.JPG (3724 bytes) DIAZ PLAJA, Fernando: La vida cotidiana en la España de la guerra civil, Madrid, 1994.
punto05.JPG (3724 bytes) ESCOLAR SOBRINO, Hipólito: La cultura durante la guerra civil, Editorial Alhambra, Madrid, 1987.
punto05.JPG (3724 bytes) GOMEZ DIAZ, Luis Miguel: El teatro de vanguardia y de agitación popular en Madrid durante la guerra civil, 2 vols. Tesis de la Universidad Complutense de Madrid, 1982.
punto05.JPG (3724 bytes) THOMAS, Hugh (ed): La guerra civil española, 5, 6 y 7 vols. Madrid, Ediciones Urbión, 1979.
punto05.JPG (3724 bytes) TUSELL, Javier: Vivir en guerra, Madrid, Editorial Sílex, 1996.
punto05.JPG (3724 bytes) VV.AA.: La guerra civil 2 vols. Madrid, Editorial Historia 16, 1986.
Bibliografía recomendada
punto05.JPG (3724 bytes) ALBALA, Alfonso: Los días del odio: novela, Madrid, Editorial Guadarrama, 1969.
punto05.JPG (3724 bytes) AROSTEGUI, Julio (ed): Historia y memoria de la guerra civil, Junta de Castilla y León, 1988.
punto05.JPG (3724 bytes) BAREA, Arturo: La forja de un rebelde, Madrid, 1984.
punto05.JPG (3724 bytes) BIBLIOTECA NACIONAL Catálogo de carteles de la República y la Guerra Civil española en la Biblioteca Nacional, Madrid, 1990
punto05.JPG (3724 bytes) BORRÁS, Tomás: Madrid teñido de rojo, Madrid, Ediciones Sección de Cultura, 1962.
punto05.JPG (3724 bytes) CARDONA, Gabriel: La batalla de Madrid: noviembre 1936-julio 1937, Madrid, 1938.
punto05.JPG (3724 bytes) DELANO, L.Enrique: 4 meses de guerra civil en Madrid, Madrid, Editorial Panorama, 1937.
punto05.JPG (3724 bytes) DIAZ PLAJA, Fernando: La España política del s.XX en fotografías y documentos, Madrid, 1972.
punto05.JPG (3724 bytes) FOLGUERA, Pilar: Vida cotidiana en Madrid. El primer tercio de siglo a través de las fuentes orales, 1987.
punto05.JPG (3724 bytes) VAZQUEZ, Matilde: La guerra civil en Madrid, Madrid, Ediciones Giner, 1978.
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Durante la guerra la prensa fue, junto a la radio, un importante instrumento de propaganda. La prensa madrileña durante la guerra fue una prensa solidaria. Los periódicos comparten, en el momento de la sublevación, un mismo lenguaje improvisado y urgente, que va de la incredulidad y la sorpresa a la rabia. La sublevación contra la legitimidad republicana fue condenada con dureza en los diarios madrileños. El número de Claridad del 18 de julio titulaba un movimiento insensato y vergonzoso. Los periódicos de partidos y sindicatos, la prensa republicana de izquierdas y la vinculada a grupos empresariales utilizaban las mismas palabras: solidaridad, lealtad, disciplina frente a la reacción y al fascismo. La prensa llamaba a la normalización de la vida ciudadana y a la responsabilidad. En ocasiones la pretensión de normalidad aparecía forzada en la prensa, como ABC, que a finales de julio hablaba de un Madrid que había recobrado su aspecto: Tranvías y bares atestados, y las terrazas de los cafés céntricos sin una mesa desocupada. Los periódicos recuerdan las grandes epopeyas del pasado. Para ellos la guerra que vive España es más triste, más amarga que la de 1808, y hablan de España como de un escenario de un duelo trágico entre la reacción mundial y el sentimiento de libertad que alienta todos los avances progresivos del pueblo.
La censura se convierte durante la guerra en un grave problema para la prensa, provocando enfrentamientos entre los periódicos y el Gobierno. A esto se le sumaba la escasez de mano de obra y de materias primas. Así, a la altura de 1938, muchos periódicos habían dejado de publicar de forma temporal o definitiva.
Entre los corresponsales extranjeros, favorables a la causa republicana estaban Ilya Ehrenburg, M. Kolostov, H. L. Mattews, A. Koestler, E. Hemingway, J. Whittaker, L. de la Pree, Orwell…
En la guerra civil tuvo, como ya mencionamos antes, gran importancia la radio como medio de propaganda. En Madrid partidos y sindicatos crearon gran número de emisoras. Así, en febrero de 1937 la Junta de Defensa de Madrid sólo controlaba Unión Radio, Radio España, Radio Telégrafos y la Transradio, a pesar de que había una docena de emisoras de partidos y organizaciones.
En la España republicana tuvieron gran importancia los romances, y hay que destacar el romancero de guerra que fue apareciendo en El Mono Azul. Poco a poco se publicaron colecciones como el Romancero de la guerra civil (1936) y el Romancero general de la guerra de España (1936). Entre sus autores figuran poetas de renombre: Alberti, Altolaguirre, Aleixandre, Bergamín, Dieste, Gaya, Miguel Hernández, Moreno Villa, Pla y Beltrán, etc. El romancero de mayor importancia fue el militar. Entre estos últimos hay algunos importantes relacionados con la defensa de Madrid: Defensa de Madrid, Defensa de Cataluña, de Rafael Alberti; ¡Alerta los madrileños!, de Manuel Altolaguirre; y Lidia de Mola en Madrid, de Antonio Aparicio. Aquí reproducimos dos de ellos:
DEFENSA DE MADRID,
DEFENSA DE CATALUÑA
Madrid, corazón de España,
late con pulsos de fiebre.
Si ayer la sangre le hervía,
hoy con más calor le hierve.
Ya nunca podrá dormirse,
porque si Madrid se duerme,
querrá despertarse un día
y el alba no vendrá a verle.
No olvides, Madrid, la guerra;
jamás olvides que enfrente
los ojos del enemigo
te echan miradas de muerte.
Rondan por tu cielo halcones
que precipitarse quieren
sobre tus rojos tejados,
tus calles, tu brava gente.
Madrid: que nunca se diga,
nunca se publique o piense
que en el corazón de España
la sangre se volvió nieve.
Fuentes de valor y hombría
las guardas tú donde siempre.
Atroces ríos de asombro
han de correr de esas fuentes.
Que cada barrio, a su hora,
si esa mal hora viniere
-hora que no vendrá- sea
más que la plaza más fuerte.
Los hombres, como castillos;
igual que almenas, sus frentes,
grandes murallas sus brazos,
puertas que nadie penetre.
Quien al corazón de España
quiera asomarse, que llegue,
¡Pronto! Madrid está lejos.
Madrid sabe defenderse
con uñas, con pies, con codos,
con empujones, con dientes,
panza arriba, arisco, recto,
duro, al pie del agua verde
del Tajo, en Navalperal,
en Sigüenza, en donde suenen
balas y balas que busquen
helar su sangre caliente.
Madrid, corazón de España,
que es de tierra, dentro tiene,
si se le escarbara, un gran hoyo,
profundo, grande, imponente,
como un barranco que aguarda...
Sólo en él cabe la muerte.
RAFAEL ALBERTI
¡ALERTA LOS MADRILEÑOS!
Pueblo de Madrid valiente,
pueblo de paz y trabajo,
defiéndete contra aquellas
fieras que te están cercando;
ellas tienen por oficio
la destrucción y el estrago,
ellos hacen de la guerra
un arte para tu daño.
Si por amor a la paz
estuvimos desarmados,
por amor a la justicia
ahora el fusil empuñamos.
Demuéstrale al enemigo
que no quieres ser esclavo;
más vale morir de pie
que vivir arrodillados;
cadenas, las que formemos
unidos por nuestros brazos,
unión que nunca se rompa,
vínculo firme de hermanos.
Muros de sacos terreros,
surcos hondos, no de arados,
sí con picos y con palas,
con corazones sembrados,
semilla roja seremos
en las trincheras del campo.
Cuando brote la victoria,
con sus palmas y sus ramos,
el mundo verá en nosotros
su más brillante pasado;
seamos la aurora, la fuente,
demos los primeros pasos
del porvenir que en Europa
merece el proletariado.
II
Madrid, capital de Europa,
eje de la lucha obrera,
tantos ojos hoy te miran,
que debes estar de fiesta;
vístete con tus hazañas,
adórnate con proezas,
sea tu canto el más valiente,
sean tus luces las más bellas;
cuando una ciudad gloriosa
ante el mundo así se eleva,
debe cuidar su atavío,
debe mostrar que en sus venas
tiene sangre que hasta el rostro
no subirá con vergüenza,
sí con la fiebre que da
el vigor en la contienda.
Madrid, te muerden las faldas
canes de mala ralea,
vuelan cuervos que vomitan
sucia metralla extranjera.
Lucha alegre, lucha, vence,
envuélvete en tu bandera;
te están mirando, te miran;
que no te olviden con pena.
MANUEL ALTOLAGUIRRE
SOBREVIVIR EN MADRID.
Muchos tipos de males acarreó la Guerra civil y todos ellos son, naturalmente males sociales. Hoy se impone la idea de que los costos de la guerra no estriban sólo en las pérdidas reales, sino en las ganancias que, por culpa de ella, dejaron de producirse. Por costos sociales hemos de entender, pues, las perturbaciones en la estructura, en el tejido social, los bloqueos de ciertos desarrollos, los recursos desviados de sus fines convencionalmente naturales, incluso la destrucción de bienes de consumo inmediato que trae consigo una guerra. Unos costos son cargados sobre la posibilidad misma de la vida de los individuos, otros sobre las condiciones de ella en el plano individual, otros afectan a los servicios, a los organismos sociales a los recursos colectivos.
Uno de los problemas, si no el principal, entre los graves que asolaron Madrid en guerra, fue sin duda el abastecimiento de la población, de cuya solución dependió en muchos momentos y de forma crítica el éxito de la defensa. Fue por tanto uno de los grandes asuntos que tuvieron que afrontar los gobernantes, y mucho más grave en el caso republicano. La suerte inmediata del levantamiento militar y la geografía inicial del enfrentamiento que de ello resultó, condicionaron las pautas por las que discurrió el abastecimiento de alimentos. En este sentido, la zona republicana, se colocó rápidamente en desventaja, siendo deficitario de productos básicos, y esto se dejó sentir.
En el caso del Madrid republicano, resultará perceptible desde mediados de 1937, en sintonía con los reveses militares, unos síntomas de descomposición que se hacen cada vez más visibles en meses posteriores, una de las razones serán debidas al deterioro de las condiciones materiales de vida, en la cual influyen un cúmulo de variables que van diseñando este contexto de decaimiento. Será lógico ver como esta preocupación ocupará un lugar común en la prensa de la época, acumulando una información que siempre insiste en el binomio formado por las carencias y la desorganización, configurándose un sinfín de desaciertos que acabó por zarpar la moral de la retaguardia. En noviembre de 1937 el presidente Negrín reconocía la gravedad de la situación, aludiendo a la falta de previsión que se había tenido en este problema. Hasta final de la guerra la prensa y las autoridades municipales continuaron expresándose en la misma longitud de onda, claro exponente del fracaso de la política de abastecimiento. En realidad se mezclaba por un lado la insuficiencia de la oferta y por otro el desbarajuste administrativo no resuelto en los sucesivos marcos legales establecidos por el Ayuntamiento y el Gobierno.
En torno a estos años de enfrentamiento, la ciudad de Madrid era un inmenso estómago próximo al millón de habitantes, incapaz de abastecerse de su hinterland más o menos próximo. La sublevación militar desarticuló el mercado nacional, rompiendo la estructura geográfica del abastecimiento madrileño, viéndose privado del trigo de Castilla la Vieja, del pescado del Atlántico, del carbón asturiano y de los productos cárnicos castellanos y de Extremadura. Ante tal panorama se hizo necesario abrir nuevas vías de abastecimiento en condiciones técnicas, políticas y financieras demasiado complicadas, además, la población de la capital se incrementó en unos cien mil habitantes, en parte compensada por las evacuaciones de la población civil hacia las regiones mediterráneas. A esta modificación en el sistema productivo, se unía la alteración del sistema de transportes, ahora subordinado a la lógica de la guerra, y las transformaciones revolucionarias en la estructura de la propiedad y en la gestión empresarial que dificultan la búsqueda de alternativas de aprovisionamiento en la España gubernamental.
Hasta el mes de septiembre de 1936 la ciudad no tomó conciencia de su delicada situación, momento en el que las reservas de víveres de anteguerra empezaron a escasear. La propia fragmentación de los poderes de la república y la desorganización de las instituciones influyeron negativamente en el tema de los abastos. El sistema generalizado de suministro en los momentos iniciales fue la utilización de vales, repartidos por partidos y sindicatos, y canjeados en tiendas y comercios por artículos de primera necesidad. Ante la evidente escasez, las críticas se centrarán en el tremendo despilfarro inicial, el caos organizativo y el acaparamiento.
Las tensiones entre las organizaciones de abastecimiento de diferente signo político reflejaron la confrontación a nivel político entre los diversos integrantes del bando republicano. Así, su funcionamiento excluyente desembocó en una tendencia generalizada al acaparamiento, añadiendo nuevas dosis de desequilibrios al mercado. Pero por encima del conglomerado político-privado aparecen las organizaciones estatales provinciales y municipales. En Madrid, el Ayuntamiento no llegó a abordar seriamente, hasta que no se llevó a cabo la fundación de la Comisión Provincial de Abastecimientos para Madrid y su Provincia, por iniciativa del estado y dependiente de la Comisión Nacional de Abastos, cuya misión fue la de ordenar el disperso entramado abastecedor, estableciendo una política unitaria, sin embargo, estos proyectos no se pudieron llevar a cabo, teniendo que asumir esta responsabilidad la Junta de Defensa, abordando una mayor preocupación por el tema. Pero ni la Junta, ni tampoco organismos posteriores como La Comisión de Abastos, centralizada por el Consejo Municipal, van a abordar el problema eficazmente. Por fin, a la altura de 1938, cuando el problema ya era irreversible, el gobierno republicano estableció un plan global de intervención y regulación del mercado que unificara la política de abastos. Por medio de la Junta Reguladora de Abastecimientos y a través de la Intendencia General de abastecimientos, la cual, siguiendo la lógica de las cartillas de racionamiento obligatorias desde marzo de 1937, distribuiría las subsistencias. Pero la teoría no llegó a cuajar en la práctica. En torno a estos años, la desesperación era latente, para solucionar el tema de abastos, las autoridades republicanas intentaron la evacuación de la población madrileña no necesaria para fines militares y políticos, sin embargo, la proximidad del frente de batalla en torno a levante, invirtió la corriente durante el segundo semestre de 1938, agravando aún mas la penuria alimenticia.
La villa de Madrid también contó con el apoyo de las entidades de beneficencia, sin embargo, las campañas de ayuda no parece que tuvieran el eco deseado y muchas críticas coetáneas se enfocaron en esta dirección.
En relación directa con la escasez, la elevación de salarios y la baja productividad, propició que se desencadenara en Madrid, como en el resto de la España republicana una subida general del nivel de precios iniciada por los productos alimenticios. El control de los precios y la represió