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Las legionarias, así las describe un legionario en la Legión que vive, vivían en los campamentos de la Legión, en pequeñas tiendas de sacos o lonas de deshecho, denominadas chavolas. Unas lavaban ropas por módico estipendio. Otras cosían y arreglaban los trajes de almacén, dejándolos casi a la medida de sus propietarios. Otras montaban pequeños establecimientos de bebidas, muy concurridos siempre, porque los legionarios gustaban de ser servidos por manos femeninas, y otras dejaban florecer en el dintel de sus chavolas el semi-marchito crisantemo del amor mercenario. Algunas vinieron siguiendo a sus maridos, quien sabe a través de qué odisea dolorosa y trágica, las demás se unieron a sus hombres, si no canónicamente, por lo menos sacrificadas por una religión de sufrimiento y de heroísmo. Comían el pan de la Legión y bebían su vino. Seguían sus vicisitudes, alegrándose con sus glorias y sufriendo con sus dolores. Ellas conocían a los Jefes, a todos los héroes, a todos los mártires, y hablando de ellos sus ojos se iluminaban y sus labios temblaban de emoción y respeto.
Comentaban los grandes combates, las ingentes hazañas, los hechos gloriosos con singular delectación, agrandándolos con su voladora fantasía. Ellas eran las que visitaban a los enfermos y los heridos llevándoles con el consuelo de unas palabras cariñosas, la caricia que en el infierno de la fiebre era como claro arroyuelo murmurador. Y ellas, en fin, eran las que en los días malos, en los días que el enemigo fue más certero y cayeron muchos legionarios, les acompañaban, les lavaban y vestían, rezaban por ellos y encontraban siempre unas flores silvestres con que hacer una alfombra perfumada sobre la tierra que cubría a los caídos...
Vedlas en las marchas, unas a pie, otras encaramadas en los borricos portadores de su humilde ajuar, siguiendo a la Bandera. Vedlas en los días de combate subir a las alturas del campamento-base, donde se divisa el campo de acción. Vedlas, más tarde, esperar los convoyes de bajas, charlar con los heridos agobiándoles a preguntas, levantar temerosas y vacilantes la tela que cubre los rostros de los muertos, en una duda de tremenda emotividad. Y vedlas también, en los días de fiesta legionaria, con los ojos brillantes de esa alegría ficticia que dan unas porciones de alcohol, como se reúnen en abigarrado conjunto, del que brota, como una flecha que fuera a clavarse en el cielo, el gemido de una copla andaluza.
Estáis redimidas y nadie ha de pagaros lo mucho que hacéis llevando hasta los corazones legionarios algo de la suave emoción del cariño de la hermana, de la esposa, de la madre. Las legionarias, si no llegaron a obtener el título de beneméritas de la Patria, alcanzaron la consideración oficial figurando en las nóminas de los Tercios. Cuando fui al campamento del Zoco El Arbáa ¡parece que fue ayer! me vi enormemente sorprendido al hallar unas alegres y comedidas muchachas, a las cuales, más que por otra cosa, se las tomaría por obreritas en menesteres de enfermeras o de costura. Tal es la vida que hacen en el campamento, vida que se desliza tranquila y aplicable en el pleno y absoluto y sedante contacto con la naturaleza, que no inspira otros deseos que los deseos puros e infinitos de felicidad, de ternuras honestas.
Así estas mujeres, que entre los legionarios son cada una de ellas como una rosa clavada en las arenas de una playa, hacen en nuestros campamentos, más que otro oficio, el de costurera, el de enfermería; son nuestras confidentes; sus pechos rebosan de ternura o de pena; nos prestan dinerito, que pagamos siempre religiosamente; nos aconsejan mientras nos cosen un botón, y les consuelan cuando alguno tiene tristeza. Únicamente durante los primeros días, que suceden al de la llegada de una nueva, tienen lugar los regocijantes récords de fabulosas cantidades ganadas en pocas horas. Entonces es cuando en las inmediaciones de la tienda de campaña que ellas ocupan se ve, a través de las discretas y misteriosas sombras de la noche, el largo desfile de hombres que aguardan su turno para prosternarse ante el altar de la diosa hija de Júpiter".
Legionarias famosas de los primeros años de la Legión lo fueron Rosario, Juana la cuerpo bueno, Rita la dama Juana, Lola la chata, Huelvana, Remedios, Rubia, Artillera, Vicenta, Mercedes, Gitanilla, Roselta... Entre los primeros alistados se presentó un aspirante acompañado de su mujer y de seis hijos. El Teniente Coronel Millán Astray, enterado de ello y en la situación que quedarían estos, pidió a la esposa que disuadiera a su marido en sus deseos de alistarse en el Tercio de Extranjeros. Y ella respondió: "no diré yo a mi marido se quede o se marche, a él corresponde decirlo. Hasta donde pueda y me deje, le acompañaré. A donde no pueda ir lo seguiré con la vista, y después con el pensamiento".
Iban a las marchas tocadas con el chambergo, siguiendo a las Banderas. Subían al campo de la acción..., llegando y estando entre sus legionarios dedicadas por entero a su misión, con heroica abnegación y con riesgo de su propia existencia. Conseguían el alivio y consuelo de los heridos, disputando a la muerte algunas vidas. Querían de veras al Tercio de Extranjeros, y se desvivían por atender a los legionarios lo mismo en el campamento que en el combate, enardeciéndoles con su sereno ejemplo de valor y virtudes.
Otra cosa distinta fueron las barraganas. Llegaron a ser cosa tan necesarias en los antiguos Ejércitos, que más de una vez se pensó en incluirlas en la plantilla de aquellos Tercios españoles de Flandes que no querían prescindir del amor en la guerra, para evitar otros males mayores. Pero la barragana en el Tercio de Extranjeros fue simplemente la mujer pública que servía a uno o varios legionarios sus raciones de amor, y que dejaba su choza del campamento para seguir a las tropas en todos los trances de la guerra. Existían claro está, diversas clases y jerarquías. Las había que tenían choza propia, con una tiendecita, y vendían al mismo tiempo amor y tabaco.
Sus amigos legionarios por la cuenta que les traía les levantaban sus refugios. Pero el tipo más generalizado era la clásica pupila de la mal llamada cantina, que venía a ser, con más o menos motivo, una casa de lenocinio. Algunas, habían nacido al oficio al mismo tiempo que la Legión. De lo único que presumían era de lo que no habían tenido nunca, de marido, o de hallarse casadas por detrás de la Iglesia.
Pero lo más admirable de toda esta fauna amorosa era su noble y generoso desprendimiento y su conducta abnegada en la guerra, al igual que las cantineras del vino peleón, o las legionarias adjuntas a su hombre. Era digno el verlas seguir el paso azaroso y violento de las columnas en los cambios definitivos de campamento, con el pintoresco ajuar sobre sus espaldas, o tiradas en los carros de la impedimenta, entre bártulos y equipajes de las Banderas. Ellas practicaban la caridad a su modo, pues en cada hombre que caía en sus brazos iban dejando algo de su corazón¨.
Y nuestra queridísima la ¨Peque¨ (que en paz descanse), del 2º Tercio.
http://amigosdeltercertercio.com/texto_ ... uardia.htm
Señor predusco la historia habla por si sola y ahora se llaman ¨
Damas Legionarias¨