Centuriones: el arma secreta que cohesionaba y hacía letales a las legiones romanas
Según el historiador Yeyo Balbás, este cuerpo mantenía vivas las tradiciones militares de la Ciudad Eterna
Polibio dejó por escrito el carácter que debían mostrar los soldados más determinantes de las legiones romanas; esos que Julio César definía como la columna vertebral de sus ejércitos. «Es deseable que, más que osados y temerarios, los centuriones sean buenos conocedores del arte de mandar y que tengan presencia de ánimo». El cronista del siglo II a.C. especificó también que debían «ser firmes no solo para atacar con sus tropas aún intactas, o bien al principio del combate, sino también para resistir» cuando se vieran superados por el enemigo y cuando estuvieran «en inferioridad de condiciones o en un aprieto». Su máxima última, según el autor, era dejarse la vida en el campo de batalla… Si llegaba el momento, vaya.
Decenas fueron las historias de centuriones valerosos narradas por los autores de la época. En sus crónicas sobre las guerras judías, Flavio Josefo recordó que dos de estos oficiales, «Furio y Fabio», ascendieron decididos por las murallas de Jerusalén «con sus escuadras» a costa de correr un peligro soberbio. «Habiendo rodeado por todas partes el templo, mataron a cuántos se retiraban a otra parte, y a los que en algo se resistían», escribió. Por su parte, Julio César sentía tanto respeto hacia ellos que, durante una batalla contra los nervios recogida en 'De bello Gallico', se dirigió a todos los centuriones de la X Legión por su nombre; algo inaudito. Eran el vértice sobre el que se apoyaban las legiones; la representación del mando y del orden; los sargentos carismáticos de su era.
En el siglo I d. C. la XIV Gemina, al frente de este curtido general, acabó con una tribu celta afincada en la isla de Anglesey
Los centuriones eran, en definitiva, el pegamento que mantenía unidas a las legiones romanas, como bien explica a ABC el historiador e investigador Yeyo Balbás. «Los centuriones eran cuidadosamente escogidos para liderar y entrenar a cada centuria de unos 80 hombres y, en batalla, combatían en primera línea. Al contrario que tribunos y legados, cuyo cargo podía ser un paso más dentro de la carrera política de un miembro de la clase ecuestre o senatorial, la mayoría de centuriones ascendía por méritos en combate y, al estar a cargo de la instrucción, mantenían viva la tradición militar romana. Este cuerpo de suboficiales contaba con un escalafón interno ('pilus prior', 'pilus posterior', 'princeps prior'…) y a sus integrantes se les exigía un cierto nivel de alfabetización, pues desempeñaban, al nivel más básico, las labores administrativas, logísticas y de transmisión de órdenes del ejército romano».
Centurias y privilegios
La figura del centurión siempre ha ejercido un magnetismo especial; basta decir que es uno de los dos cargos del ejército romano que aparece citado en la Biblia. El divulgador Stephen Dando-Collins lo define como un «mando intermedio clave» que, durante el Alto Imperio, la época de mayor expansión de Roma, «pertenecía a la tropa, como el legionario, y había ascendido desde el puesto de soldado raso». El historiador Adrian Goldsworthy añade en su ensayo 'El ejército romano' que se hallaban «un rango por debajo de los niveles que disfrutaban los senadores y los ecuestres» ya desde la República. Era un oficial, desde luego, pero no tenía nada de político; lo suyo era dirigir y responsabilizarse del mando de sus hombres desde el punto de vista táctico y administrativo e imponer, además, la disciplina.
Según desvela Begoña Rojo –historiadora y máster en arqueología– en 'Breve historia de los ejércitos: la legión romana', el rango de centurión era el máximo que podía obtener un soldado recién llegado a golpe de ascenso. Casi nada. «Además de funciones militares, también desempeñaban ciertas labores administrativas y valoraban la correcta realización de los deberes diarios por parte de la milicia», sentencia. En un principio, este oficial comandaba una centuria del ejército: un centenar de hombres. Sin embargo, la cifra fue variando a lo largo de los siglos. En la época del Alto Imperio, la legión estaba formada por unos 4.800 hombres divididos en 10 cohortes, la primera, con el doble de envergadura que el resto. Estas, a su vez, estaban seccionadas en 6 centurias de unos 80 combatientes en total.
Apenas había unos 59 centuriones por legión; 1.800 en total durante el Alto Imperio si contamos con aquellos que servían en las tropas auxiliares, las formadas por los extranjeros al servicio del Imperio romano. Dice el historiador Roberto López Casado en 'Los centuriones en la epigrafía romana de Hispania' que el cargo era «ciertamente prestigioso y por ello muy ambicionado». Y va un ejemplo: el futuro emperador Pertinax, durante su etapa como militar, lo solicitó en muchas ocasiones sin éxito. Qué menos para un tipo que, en palabras de este experto, «era el nexo entre los oficiales y la tropa» y «debía aunar no solo cualidades puramente militares, sino también administrativas».
Tanta importancia tenían, que el poder les otorgó todo tipo de privilegios para convertirles en hombres fieles al régimen. Para empezar, recibían un salario mayor que el de los legionarios. A su vez, estaban exentos de manera extraoficial de la prohibición de contraer matrimonio que se imponía a los soldados rasos. No es que se les permitiera de forma oficial, pero sí se hacía la vista gorda. «En los monumentos epigráficos queda constancia de que eran unos privilegiados. A pesar de no ser documentos de carácter jurídico, las inscripciones recogen una nutrida información acerca de la interacción de los centuriones con el mundo civil, su posible procedencia geográfica, su promoción en la sociedad romana, su carrera militar, etc.», completa el experto español.
En el campo de batalla era fácil diferenciar a un centurión. Para empezar, contaban con un sarmiento de vid –'vitis'– de un metro de largo con la que infligían castigos a los soldados díscolos. A su vez, no solían llevar escudo; por ello, portaban el 'gladius' a la izquierda, como el resto de oficiales de las legiones romanas. «El centurión podía ser identificado —por los amigos o los enemigos indistintamente— gracias al penacho transversal de su casco y las grebas metálicas que llevaba en las espinillas», explica, en este caso, Dando-Collins. Las primeras eran básicas para que el resto de hombres supieran su lugar exacto en mitad de la batalla. Por último, solían lucir una suerte de arnés de cuero sobre la coraza en la que colgaban todas sus condecoraciones.
Carrera hacia la cima
La llegada al 'centurionado', como se denominaba en la época, se sucedía a través de diferentes vías. López Casado mantiene que, por una parte, los 'milites' (soldados) podían ascender en la jerarquía militar desde los escalones más bajos de la legión. De llegar a convertirse en centuriones, lo hacían tras servir entre 13 y 20 años. Con todo, también era factible conseguirlo «a través de las unidades acuarteladas en Roma»: las cohortes urbanas y los pretorianos». La última posibilidad era con una selección directa. «Los miembros de las oligarquías urbanas y del 'ordo equester' [una clase social situada bajo la de los senadores] podían ser comisionados directamente al centurionado», añade el experto.
No era sencillo el camino del legionario hasta convertirse en centurión, y la tarea continuaba una vez que lo lograban, pues había hasta seis rangos diferentes dentro de la cohorte. Los de mayor grado eran los 'primi ordines' (primera clase), y pertenecían a la primera cohorte, la más destacada. De entre ellos se escogía a un 'primas pilas' (primera lanza), el centurión jefe de la legión. Su posición era de las más prestigiosas y estaba muy bien pagada. Como resultado, existía una gran competencia entre los oficiales para conseguirla. «Los experimentados 'primi pili' infundían un enorme respeto y tenían una gran responsabilidad, y no era infrecuente que lideraran importantes destacamentos del ejército», añade, en este caso, Dando-Collins. La realidad era cruda: la mayoría no llegaban hasta estos puestos a lo largo de su carrera, que solía durar 46 años.
Existen una infinidad de ejemplos de centuriones que combatieron más de cuatro décadas en el ejército romano. Una de ellos, Tito Flavio Virilis, de la legión IX Hispana, sirvió cuatro décadas y media antes de morir en África. «Tenía 70 años de edad», sostiene el divulgador británico. Tampoco era raro que los centuriones más experimentados fueran enviados como oficiales de adiestramiento a legiones recién reclutadas o poco bregadas en combate. En el 83 d. C., por ejemplo, uno de ellos recibió órdenes de entrenar a una nueva cohorte de auxiliares de la tribu germánica de los usípetes en Britania. «Los aprendices se rebelaron, mataron a sus adiestradores, robaron los barcos y zarparon hacia Europa. Posteriormente, los amotinados fueron capturados», añade Dando-Collins.
La vida del centurión fuera de las legiones romanas era plácida. Muchos eran candidatos a ser nombrados 'lictores' o escoltas de magistrados; un trabajo bien remunerado que se renovaba de forma anual y que implicaba abrir camino a los altos funcionarios. Todo valía para seguir ganando dinero, vaya.
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