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Los tercios españoles
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Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 20:56 ]
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zaragoza escribió:
Tema muy interesante sobre la discipila en los Tercios españoles, espero que os resulte interesante. SALUDOS



La disciplina o la indisciplina son los resultados normal o desviado, respectivamente, en relación con la moral del servicio.

En su descripción del saqueo de Amberes, el inglés Georges Gescoigne dice: «Los valones y los alemanes eran tan indiscipli­nados como admirables eran por su disciplina los españoles».

Tal apreciación halagadora para los Tercios puede hallarse al menos una vez en los escritos de cada uno de los contemporáneos que trataron sobre el tema. Y es justicia que así sea.

Sin embargo, la disciplina era cualidad muy poco natural en aquellos soldados meridionales. Había que implantársela y remacharla bien, creándoles unas reacciones automáticas mediante una dura instrucción. Al menos en lo referente al servicio. Antici­pándose a Montesquieu en la teoría sobre la influencia de los cli­mas, el íntegro Valdez señalaba con sutileza que «fabeis todos quafi generalmente aborrecén el yr ligados a la orden, mayormen­te infanteria Efpañola, que como por caufa del clima participa de complexion mas colerica que otra tiene poca pacientia para yr en orden». Como Valdez había sido Capitán, Sargento Mayor y Maestre de Campo durante muchos años, tenía suficiente compe­tencia para juzgar en esto.

No faltaban los casos de indisciplina. La frecuencia y la importancia de tales casos eran, como es lógico, inversamente pro­porcionales a la firmeza con que los mandos ejercieran su autori­dad.

Era el Duque de Alba quien mandaba los Tercios cuando lle­garan a Flandes. Se le conocía como hombre de rigurosa conduc­ta, y también la exigía de sus soldados. Eran escasos bajo su man­do los actos de indisciplina, pero si se producían los castigaba siempre severamente, tal como lo exigían las leyes militares, in­cluso cuando la falta fuera colectiva.

En efecto, la indisciplina colectiva era peligrosa, y frecuente­mente se pagaba en vidas humanas. Especialmente durante los combates. El primer asalto a la ciudad de Harlem fue uno de los casos más fatales: 200 muertos. Una catástrofe para la «Nación». Y sucedió porque no cumplieron la orden de retirada, más arras­trados por la pasión que atentos a la disciplina. Fue necesario que interviniera el prestigioso Romero, para que los soldados entraran en razón. Dijo:

«¿Que temeridad os lleva? ó por mejor decir, ¿que frenesi? ¿Estos de­sordenes se aprenden en la escuela militar del Duque de Alva? ¿Assi se vá al assalto por el aire? ¿Assi quereis dexaros matar, sin que podais pelear? Hechos blancos, y burla juntamente destos rebeldes, que es­condidos entre sus reparos os befan mientras os hierren. ¿Faltaraos ocasion por ventura de castigar su perfidia? Dexad pues aora el impe­tu que os ciega. Yo que tantas veces me he hallado con vosotros a vencer, me hallare esta con mucho gusto a perder».



Sin embargo, estos mismos hechos se reproducen en el sitio de Zierickzee y en el de Bommel. Con las mismas consecuencias:

«hubo deshorden y no le ganaron —el lugar— y perdimos gente y muchos heridos», escribió un comerciante español.

Pero resultaba muy dificil castigar tales hechos, aun siendo tan grandemente perjudiciales para el buen servicio, porque se reali­zaban con la motivación de la generosidad emocional.

Se producían abundantes infracciones respecto a los bandos generales e incluso —como en el caso de Harlem— insubordinaciones, que por lo menos deberían haber sido causa de reprensio­nes. Así lo hizo el Duque de Alba después de la desordenada alar­ma en Rolde. Pues, «por caftigar jufiamente no viene el Superior afer aborrefcido, y por premiar con razon yema afer amado»

El Duque de Alba llegó a ser amado como un padre. «Tenía la confianza de las tropas, a pesar de obligarlas a una severa discipli­na». Pero, desde que concluyeron las campañas de 1568, ya no era él quien mandaba directamente su infantería, sino su hijo don Fadrique. Este mando indirecto del Duque y luego su ausencia, a finales de 1573, debilitaron considerablemente la autoridad y el crédito de los jefes. A pesar de sus cualidades, el Comendador de Castilla, puesto a la cabeza de las tropas, no consiguió tanto ascendiente.

Pronto se llegó a la comisión de excepcionalmente graves actos de indisciplina, tales como el arresto y el encarcelamiento del Maestre de Campo Francisco de Valdez, efectuados por sus hom­bres en noviembre de 1574 Valdez, fiel al servicio del Rey, les había prohibido robar en país amigo —es decir, partidario de los españoles—, por el cuidado de no apartar de la subordinación al Rey a quienes todavía le eran fieles «en este lado de acá». Pero la carencia de todo engendraba una tremenda exasperación que hacía saltar sobre las normas del servicio.

A partir del momento en que la falta de medios, de pagas y de socorros planteaba una situación económica insoportable, resultaba imposible que no se produjeran los motines. Todos los que padeció el ejército del Rey, desde 1567 a 1578, tuvieron como causa los problemas económicos.

Anotemos que el primer motín de soldados españoles tuvo lugar el 14 de julio de 1573, después de la caída de Harlem. La infantería española no había recibido sus pagas desde marzo de 1571. El sitio de Harlem había durado siete meses, y todo el invierno de 1572-73 fue terrible, tanto por los combates como por el hambre, el frío y las enfermedades. Y, después de todo esto, la ciudad compró su conservación mediante el pago de 240.000 florines. Se comprende la frustración de las tropas al verse privadas de lo que pudo haber sido un fructífero saqueo. Hubo disturbios durante dos meses, pero la ciudad no fue saqueada, lo cual demuestra que los bandos, cuando se publicaban con la firme intención de hacerlos cumplir, se respetaban. En aquel hecho, la moral de servicio alcanzaba el nivel de abnegación. ¡Ocupar una ciudad tan rica, conquistada por tan dura lucha, con los mayores sufrimientos, carecer de todo, y no poder gustar del saqueo y del botín...!

Los amotinados no desobedecían todas las reglas. Incluso podemos decir que sustituían la normal disciplina del servicio, por otra disciplina que los propios amotinados creaban.

Siempre fue igual el proceso de los motines en la infantería es­pañola. Todos los autores lo describen de idéntico modo, y por sus escritos hemos podido comprobarlo en motines que se produjeron durante el reinado de Carlos I, tanto en Flandes como en el Mediterraneo. Los hechos comenzaban con rumores o carteles, al final de un período muy duro. Frecuentemente actuaba como detonador algún hecho de armas nuevo, que acentuaba en los soldados la consciencia de su valor y de su indispensable papel en la consecución de la política del Rey. Así fue después de la toma de Harlem, después de la victoria de Mock, después de la conquista de Zierickzee... Ellos advertían además que no se producía la explotación de las ventajas adquiridas tan duramente sobre el campo de batallas. Las murmuraciones preliminares iban siempre dirigidas a establecer la comparación entre los sacrificios padecidos y la «miserable paga».

En cuanto se producía la fermentación suficiente, brotaba el estallido a los gritos de «¡motín!, ¡motín!».

Los soldados rechazaban a sus mandos y se ponían «fuera de las banderas», gritando «¡fuera los guzmanes!». Podríamos pensar que la expresión «guzmanes», referíase entonces a todos aquéllos a quienes los amotinados no querían tener consigo, pero, en realidad, parece que más bien se trataba de soldados cuya calidad suponía una fidelidad indefectible al servicio del Rey, aunque con frecuencia no por eso estuvieran en mejores condiciones eco­nómicas que los amotinados. Estos, por un resto de deferencia, los reconocian como «buenos soldados»

Tanto por atender a su propia seguridad como para salvaguardar su honor, algunos soldados particulares y (o) soldados rasos no querían desobedecer, y se retiraban con la enseña y con los oficiales. A veces, entre los mandos rechazados no estaban los cabos, sino que estos, muy poco distintos de la tropa, quedaban con los amotinados. Así sucedió en 1574, motín en el que solamente los capitanes, los alféreces y los sargentos se retiraron a Lierre, cerca de Amberes. Precaución justificada, puesto que siempre reci­bían muy malos tratos los no adheridos a la sedición, cualquiera que fuese su calidad. En 1538, un «guzman» —que además era mensajero—, fue pasado por las picas y, una vez muerto, le ahorcaron. En 1574, en Amberes, la puerta del alojamiento del Maestre de Campo Julián Romero, conocido por su severidad, quedó acribillada a balazos de mosquete, mientras los amotinados publicaban un bando en el que instaban a todos los oficiales para que se alejaran en el plazo de una hora.

Luego los amotinados formaban el escuadrón bajo una nueva enseña, y éste se convertía en organismo deliberante para elegir un jefe: El «electo». Después, tal «electo» quedaría secundado —y vigilado— por los subalternos consejeros que la seguridad de las decisiones hiciera necesarios.

A partir de tal momento, las disposiciones de mando prove­nían de la base, con la más extremada democracia. Tanto para facilitarse la existencia, como para conseguir subsistencias y dinero, los amotinados se establecían en una ciudad, haciéndose cargo, por sustitución, de todas las funciones que normalmente correspondieran a las autoridades.

El electo era el primer jefe, pero en realidad sólo tenía la mi­sión de portavoz, en el sentido más estricto, de cuanto los otros decidieran. No disponía de otro poder que el de hacer propuestas ante la asamblea de los amotinados. Estaba constantemente vigi­lado, no podía escribir ni recibir cartas ni hablar libremente con otra persona, cualquiera que fuera ésta, sin recurrir previamente al escuadrón de los amotinados para recabar autorización. Los consejeros, también vigilados por la base, tenían a su vez que mantener estrechamente controlado al electo. Hubo motines en que tan estricta se hizo esta vigilancia, que diariamente se cambiaba el electo. Los recelos eran extensivos a todos. No resultaba tan fácil abandonar la bandera del Rey. Los amotinados, aún exasperados por muchas razones, eran conscientes de la gravedad que su indisciplina suponía y desconfiaban unos de otros. No olvidemos el temor que a las sanciones en ellos persistía.

Todo esto daba lugar a una disciplina mucho más agobiante que la del servicio normal. No es una paradoja el que la insubordinación engendrara una obediencia tan estricta. Entendámoslo bien. La asamblea de amotinados detentaba el poder, pero cuan­do había elegido nuevos jefes y decidido cómo actuar, a éstos se sometían los sediciosos, con más acatamiento que a los legales. Si los nuevos mandos no resultaban satisfactorios, quedaban pronto destituidos y reemplazados. Y eran frecuentemente maltratados e incluso ejecutados. Algunos electos se consideraron dichosos huyendo para poderse librar de su repentina «promoción».

Los bandos que publicaban los amotinados eran severos. De su aplicación se derivaba una existencia más dura que la normal. Nada de juego ni blasfemias ni violaciones ni prostitución ni borracheras ni orgías. Sin embargo, sacaban cuanto podían de la ciudad que ocupaban.

Para dominar los motines se aplicaban todos los medios posibles: Arengas, cartas, intimidaciones. El más eficaz era siem­pre aceptar las condiciones de los amotinados, al menos en un mínimo que pudieran exigir.

El castigo para una insubordinación tan grave hubiera debido ser el que se ejerció en otros tiempos: el destierro del Tercio. Pero se vivía en un periodo difícil en el que la infantería española se inclinaba irremediablemente hacia el lado peor.

No era con castigos precipitados, casi clandestinos, aunque fuesen duros, con los que se podían evitar los gérmenes de lo que pronto llamaría muy acertadamente Marcos de Isaba «el cuerpo enfermo de la milicia española».

Como atenuante para los que se amotinaban, debemos alegar los ejemplos de mal comportamiento que recibían de algunos oficiales que comenzaban a dar muestras de actuaciones contrarias al servicio del Rey. Sobre todo por parte de capitanes, puesto que deberían ser éstos los primeros en demostrar al máximo las virtudes del buen soldado. Y aquí aparece una de las máculas comunes a todos los ejércitos del siglo XVI: el tráfico de sueldos.

Un daño permanente. El volumen de este fraude llegó a ser considerable. Hasta el 30 por 100 de las nóminas. Eso sí, todo el importe no era objeto de lucro personal. Muchos capitanes lo hacían para cumplir con el deber y la conciencia de socorrer a sus hombres arruinados por excesivas cargas, por su prodigalidad o por la mala suerte.

No por eso es menos cierto que las virulentas denuncias de Isaba no estaban dictadas por la parcialidad. El abuso se hizo tan notorio que se convirtió en tema literario el del oficial enriquecido por el falseamiento de los efectivos a su mando. Este es el caso de Jorge de Mallorca, en el «Coloquio del Cartujo y el soldado», de Erasmo. Es el caso de los oficiales rapaces descritos por el doctor Laguna IV en su «Viaje a Turquía».

Hechos que dan mayor claridad al inquieto disgusto de los capitanes de las compañías amotinadas en Amberes, en 1574, ante el control de sus listas por los representantes de los sublevados. Por ello, en aquellas circunstancias y también de cuando en cuando, para evitar los fraudes, la paga se abonaba «de contado, en tabla y mano propia», con el fin de que quienes recibieran las pagas fuesen realmente soldados.

Pero tales faltas contra la disciplina, por parte de unos y de otros, contaminaban al conjunto. La solidaridad de los soldados hacía dificil, incluso delicado, el castigo. Se comprobó cuando el Capitán General de la infantería española ordenó a don Lope de Acuña —jefe respetado por los soldados— que disparase contra los amotinados. El General pensaba que las tropas españolas al man­do de Acuña, recién llegadas de Italia, no habrían tenido tiempo de relacionarse con las de los viejos Tercios lo suficiente como para desobedecer la orden. Estaba equivocado. Llegados los de Acuña a tiro de arcabuz contra los sublevados, se sentaron en el suelo como señal de negativa.

Orden igual recibió Gaspar de Robles, coronel de un regimiento de valones, pero sus hombres cargaron los arcabuces con arena y apagaron las mechas, para expresar su oposición a obedecer. Ni siquiera produjo efecto el antagonismo nacional. No podía ser de otro modo, puesto que quienes recibían aquella orden estaban también «rotos, desnudos y quebrantados y muchos sus cuerpos de cicatricez de las heridas aborecidos de si mismos no pudiendo mas sufrir que los llevasen sin ser pagados de su sudor a padecer nuevos travajos»

Así pues, si era posible transgredir la moral del servicio en impunidad, más fácil resultaba desobedecer los bandos generales, barreras para la vida cotidiana del soldado.

Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 20:57 ]
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zaragoza escribió:
Trato aqui diferentes batallas de los Tercios españoles, voy a poner 3, varias que a mi más me llamen la atención. SALUDOS


Batalla de Garellano



Después de la batalla de Ceriñola, en abril de 1.503, el Papa Alejandro VI, viendo que los franceses se hallaban en mala situación, inició negociaciones con los españoles, dispuesto a preparar una expedición hispano-pontificia que recorriera la Italia del norte y del centro. Aunque las negociaciones llegaron a buen término, no ocurrió lo mismo con la expedición, que hubo de suspenderse ante la repentina muer­te del Papa, en agosto de 1.503.

El rey de Francia disgustado con esta situación mandó al general La Tremuille con un ejército de 10 mil hombres a caballo, un numeroso cuerpo de infantería y 36 piezas de artillería que totalizaban 30 mil hombres, dispuestos a vencer a Gonzalo Fernández de Córdoba. Informado éste, recurrió, como era su método, a una defensa activa, para irlos batiendo por partidas y así igualarse a su adversario, al menos en fuerza numérica, ya que en fuerza moral se sabía superior.

Conseguida la colaboración de los capitanes Andrade y Pedro Navarro con sus gentes, logró entretener el avance francés, apoyándose en el río Garellano, que des­embocaba en el mar entre Gaeta y Volturno. Para ello una vez que trasladó su ejército a la orilla izquierda del río, se situó en San Germán, tras apoderarse de las fortalezas de Rocaseca y Montecasino.

El río tenía un puente que conducía a Nápoles, cuya defensa encomendó al capitán Pedro de Paz, para impedir lo pasasen los franceses que estaban en Gaeta y les permitiera atacar de flanco a los españoles.

El general francés La Tremouille dejó el mando al marqués de Mantua, el cual atravesó con el ejército el río Garellano por un vado existente en Ceprano. El primer obstáculo que encontró el ejército francés fue Rocaseca, que aunque intentaron tomarla en tres ocasiones fracasaron dada la resistencia opuesta por García de Paredes. Desanimado el marqués de Mantua y comprendiendo que mayores dificultades en­contraría en Montecasino, optó volver a pasar el Garellano por el vado de Coprano y regresar a la orilla derecha. Pero al observar que el Gran Capitán intenta cortarles la retirada, los franceses, al objeto de evitarlo, se lanzan con furia sobre el puente de Sessa. Para evitarlo le prende fuego el capitán Pedro de Paz. A la vista de este nuevo inconveniente los franceses deciden marchar a toda velocidad sobre el puente de Pontecorvo, antes de que los españoles pudieran evitarlo.

Los dos ejércitos se encuentran en orillas diferentes. Los españoles siguen en la izquierda y los franceses en la derecha.

El marqués de Mantua disponiendo de más recursos que el Gran Capitán y aprovechando que su orilla estaba más elevada que la de los españoles, construye un puente de barcas sobre el Garellano, intentando atravesarlo, a lo que se opone García de Paredes. En una segunda intentona apoyado por su numerosa artillería lo logra, apoderándose de uno de los reductos construidos por los españoles.

Al Gran Capitán no se le oculta la importancia de la nueva posición de los franceses, entablándose un encarnizado combate, logrando expulsar a los franceses del reducto y del puente. El marqués de Mantua, perdida para sus tropas la fuerza moral, resignó el mando en el marqués de Saluces.

En estos combates ocurrió la hazaña protagonizada por el alférez Hernando de Illescas, que al perder en la lucha el brazo derecho, siguió combatiendo llevando la bandera de España con el izquierdo; pero seccionado éste por una bala de cañón, tomé la bandera con ambos muñones y marchó adelante gritando: ¡España!

No era Gonzalo Fernández de Córdoba hombre que permaneciese inactivo, asi es que, al recibir los refuerzos de 3 mil hombres mandados por Alviano decidió atacar nuevamente a los franceses. Para ello mandó construir un puente seis millas más arriba del que tenían los contrarios.

Para no alarmarlos con su marcha dejó allí parte de sus tropas y con el resto del ejército, en la noche del 27 de diciembre de 1.503, se trasladó a la orilla derecha del río Garellano por el puente recién construido.

En vanguardia iban las fuerzas mandadas por los capitanes Alviano, Pedro Navarro, Villalba y Zamudio, a los que les seguía el Gran Capitán con el resto del ejército. El terreno con el que se iban a encontrar era llano con ligeras ondulaciones. Algo separadas del río se encontraban las ciudades de Pantecorvo, Suyo y Trajeto, seguidamente, casi paralelo al Garellano, existía otro río que iba a desembocar en el mar entre la desembocadura del Garellano y la ciudad de Gaeta. Pasado dicho río se encontraba la ciudad de Mola que tenía un puente sobre dicho río, y era ciudad de cierta importancia estratégica.

Los capitanes Alviano y Zamudio se apoderan de los pueblos de Pantecorvo, Suyo y Trajeto, sorprendiendo a los franceses, que al huir alarmaron al resto del ejército. Gonzalo le ordena a Próspero Colona, que con la caballería les corte la reti­rada, lo que permitió al Gran Capitán alcanzar la retaguardia francesa cerca de Mola.

Aunque los franceses habían obstruido el puente con numerosos carros y cureñas, los españoles lograron tomar la ciudad.

El ataque que realiza la vanguardia española es rechazado en primera instan­cia. Con la llegada del Gran Capitán se reorganiza las unidades y recobra la superio­ridad. Pronto le llegan los refuerzos del capitán Andrade, que venía de intervenir en el paso del Garellano y de Próspero Colona. Los franceses, al verse cercados, se retira­ron hacia Gaeta, a donde llegaron muy diezmados.

Los españoles detuvieron el avance para descansar aquella noche en Castellone y llegar al día siguiente a Gaeta.

El 4 de enero dc 1.505 los españoles eran dueños de todo el reino de Nápoles. Francia, imposibilitada de actuar, tuvo que aceptar el Tratado de paz que le propuso España.

Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 20:57 ]
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zaragoza escribió:
Batalla de San Quintín, 1557



El primer problema con el que se encontró Felipe II fue con la ambición cons­tante de los reyes de Francia de apoderarse de Nápoles y la Lombardía, como quedó patente en 1.556, cuando se coaligaron contra el monarca español el rey francés En­rique II y el Papa Paulo IV.

El duque de Alba recibe la orden de su soberano de marchar con sus tropas a terreno pontificio. Así lo hace, llegando a las puertas de Roma. Temeroso el Papa de que se repitiera lo sucedido cuando el saqueo por las tropas del duque de Borbón, solicitó un armisticio que le fue rápidamente concedido. Tanto el de Alba como su rey no querían provocar un enfrentamiento con el Papa, al estar considerada España a la cabeza de las naciones cristianas.

Mientras se cumplía el armisticio, el francés duque de Guisa, invadió Nápoles, aunque no adelantó gran cosa en la conquista de este reino. En vista de ello, don Felipe ordena al general Manuel Filiberto de Saboya que invada Francia. Para llevar a cabo tal cometido, comenzó por introducir su ejército por la Picardía, marchando sobre San Quintín, que era la llave militar de aquella provincia, que estaba situada en la margen derecha del Somma y perfectamente fortificada.

Apenas en Francia se supo del sitio de San Quintín se aprestó un ejército de 20 mil infantes y 6 mil caballos a las ordenes del condestable Montmorency, que situado sobre Pierre-Pont, era punto estratégico desde donde se podían mandar refuerzos a San Quintín.

Los franceses siempre apoyándose en la orilla del Somma, quisieron vadearlo para llevar refuerzos a la plaza. Informado de ello, el general español aumentó en 500 arcabuceros las defensas del vado, evitando que el enemigo pudiera penetrarlo.

El ejército francés trató de retirarse, pero el general Filiberto de Saboya, cru­zando el Somma con la caballería, contuvo a los franceses obligándoles a volver grupas y aceptar batalla. Fue el conde Egmont quien con la artillería contribuyó mu­cho a la victoria.

Esta batalla, que tuvo lugar el 11 de agosto de 1.557, dejó tan desconcertado a los franceses, que los propios generales españoles opinaron que, dadas las circuns­tancias, lo mejor era abandonar San Quintín y marchar sobre París. No satisfecho Felipe II con esta noticia, se trasladó al campamento español y ordenó que lo primero era finalizar aquella batalla con la toma de San Quintín, como así sucedió. La demora que ocasionó la toma de San Quintín le sirvió al ejército francés a rehacerse y llegar a París con tiempo para defenderla.

Después de esta célebre batalla, el Papa Paulo IV, temeroso de perder sus Estados, aceptó la paz, separándose del rey de Francia.

Para conmemorar la toma de San Quintín se construyó el monasterio del Escorial, dedicando el templo a San Lorenzo, en cuyo día se dio la batalla.

Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 21:01 ]
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zaragoza escribió:
Batalla de Lepanto, 1571


Lepanto: el dia en que al turco le dieron por donde amargan los pepinos

El titulo salió de una charla con un amigo. Pido perdón por la broma y que nadie se ofenda (si es turco me trae sin cuidado, cuando pidan perdón por el genocidio armenio, ya veremos). Pues bien, rebuscando en mis archivos encontré un artículo, imposible de reproducir aquí porque se trata de 22 páginas de texto, con fotos y planos, pero del que intentaré extraer un resumen

La referencia bibliográfica donde está, hoy día seguramente inencontrable, es la siguiente: Revista "Historia y Vida", extra número 15: "Hechos de armas de la marina española". Editada en Barcelona en 1978. El artículo al que nos referiremos se titula "Lepanto, la gran victoria sobre los turcos", páginas 18 a 41, del historiador José Maria Martínez Hidalgo, experto en historia naval. Los datos entre corchetes los he puesto para aclarar. Resumo:

Preliminares de la batalla

"El 8 de septiembre [1571] don Juan [de Austria] pasó revista a la flota fondeada en la rada de Mesina, (....). Aparecían allí, en primer lugar, 90 galeras, 24 naos y 50 fragatas y bergantines enviados por Felipe II, destacando por el buen aparejo, pertrechos y armamento. También se veían en muy buen orden las 12 galeras y 6 fragatas del Papa, siguiéndole luego 106 galeras, 6 galeazas, 2 naos de nueve mil salmas de porte y 20 fragatas, todas venecianas. en la revista don Juan advirtió, además de algunas deficiencias en el material, escasez de gente y por ello convenció a Veniero para que admitiera en sus naves [las venecianas] 4 mil soldados de las tropas al servicio del rey de España.

En la galera Real iba una guardia de cien soldados alemanes y españoles, y en la comitiva del generalísimo figuraban gentilhombres de cámara: el comendador mayor de Castilla, don Luis de Requesens, su lugarteniente general; don Fernando Carrillo, conde de Priego; don Luis de Córdoba, comendador de Santiago; don Bernardino de Cárdenas, marqués de Betela; don Luis Carrillo; Juan Vázquez Coronado, capitán de la Real; Pedro Francisco Dona; don Lope de Figueroa; don Miguel de Moncada; el castellano de Palermo, Salazar; don Pedro Zapata; don Rodrigo de Benavides, del hábito de Santiago, hermano del conde de san Esteban; y el secretario Juan de Soto.(...)

Por fin el día 16 de septiembre pudo hacerse a la mar la flota cristiana (...) La Armada comprendía un total de 207 galeras, 6 galeazas y un centenar más de unidades auxiliares del género de las naos de transportes, y de las galeotas, bergantines o fragatas, tipos estos de galeras menores destinados a exploración y enlace. El conjunto sumaba 1815 cañones y 84420 hombres, repartidos en 28 mil soldados, 19920 marineros, 43500 remeros. De los soldados, unos 20 mil eran españoles o estaban al servicio de España; los naturales de la península eran 8160, pertenecientes a cuatro tercios mandados por Lope de Figueroa, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel de Moncada.

Al marchar en línea de fila la Armada se extendía unas diez millas [Nota: algo más de 16 Km.] y de acuerdo con la táctica de la época estaba organizada en una agrupación de vanguardia y cuatro escuadras, la última de reserva o socorro:

Vanguardia o Descubierta a las órdenes de Juan de Cardona con 7 galeras, 3 de España (Sicilia) y 4 de Venecia, que debían adelantarse para explorar y reconocer los bajeles avistados, dando información al grueso de la flota; su distintivo era una flámula con las armas del rey.

Primera Escuadra o Ala Derecha, al mando de Juan Andrea Doria, con 53 galeras, 26 de España (España, Nápoles, Génova, Malta y Saboya), 25 de Venecia y 2 del Papa, que izaban la capitana flámula verde en la pena, y gallardetes triangulares los demás; esta escuadra formaría el cuerno derecho del combate.

Segunda Escuadra o Cuerpo de Batalla, a las órdenes directas de don Juan de Austria, con 64 galeras, 30 de España, 27 de Venecia y 7 del papa, con distintivo de una flámula azul en el calcés de la galera Real y gallardete del mismo color las demás galeras, entre las cuales figuraban la capitana del comendador mayor, la capitana del Papa a la diestra y la de Venecia a la siniestra del generalísimo.

Tercera Escuadra o Ala Izquierda, al mando de Agostino Barbarigo, segundo de Veniero, con 53 galeras, 41 de Venecia, 11 de España y 1 del Papa, llevando por distintivo flámula amarilla en la pena la capitana y gallardetes en las ostas las demás; esta escuadra formaría el cuerno izquierdo de combate.


Agostino Barbarigo, segundo del almirante Veniero murió en combate por un flechazo en la cabeza despues de ser herido por una flecha en el ojo (no cayó hasta pasadas pocas horas de ser herido, seguro ya de la victoria de la flota).

Retaguardia o Socorro, a las órdenes de Álvaro de Bazán, con 30 galeras, 15 de España, 12 de Venecia y 3 del papa, llevando por distintivo flámula blanca en la pena la capitana y gallardetes de igual color para el resto de galeras, pero estos gallardetes en una pica sobre el fanal; en navegación iría una milla por detrás para recoger a las galeras rezagadas y evitar sorpresas de ataques por retaguardia.

La flota de combate, propiamente dicha, iba acompañada por una escuadra de naos, 24 de España y 2 de Venecia a las órdenes de Carlos de Ávalos. Estas naos de propulsión a vela exclusivamente, desempeñaban el cometido de transporte de víveres, municiones y pertrechos, marchando con independencia de las escuadras.

Las seis galeras [sic, por galeazas] venecianas al mando de Francesco Duodo estaban repartidas de dos en dos en las tres escuadras de combate, y las galeras debían alternarse en el trabajo de remolcarlas.

Las galeras de Génova eran de propiedad particular y alquiladas por España. Algunos opinaban que sus propietarios no se arriesgaban demasiado, reproche que también se hizo a Juan Andrea Doria el año anterior y volvió a repetirse después de Lepanto.

Las galeras pontificias iban al mando de Marcantonio Colonna, vasallo de Felipe II. Debe tenerse en cuenta que algunos historiadores italianos ocultan el carácter de galeras españolas de varias agrupaciones que confusamente pudieran parecer italianas, cuando combatieron bajo la bandera de Felipe II, que las sostenía. De las galeras venecianas era excelente la artillería, pero padecían la tradicional escasez de dotaciones, y así, como se ha dicho ya, don Juan las reforzó con 4 mil soldados de las fuerzas españolas. (...)

La marcha de tan inmensa flota era muy lenta. Muchas galeras venecianas acusaban su mal estado, con las maderas, en bastantes casos, podridas por largas estancias en seco. Hasta las nuevas eran inferiores a las españolas y pontificias, ya que se habían construido precipitadamente cuando se comprendió que no había otra alternativa que la guerra con el turco. Por tanto, la armada iba a la velocidad de los buques más lentos -las galeazas, a remolque, también iban despacio- y fondeaba cuando el mal tiempo ponía en peligro a las naves menos marineras. Por otra parte tampoco se quería cansar a los remeros para que estuvieran en plenitud de facultades al tiempo de combatir. (...)

La flota otomana comprendía un total de 208 galeras, 66 galeotas o fustas y 25 mil soldados; de éstos, 2500 jenízaros, únicos armados de arcabuces, pues los otros todavía usaban arco y flechas. El dispositivo era similar al cristiano, tres escuadras o alas y una reserva:

El ala derecha, de 55 galeras... a las órdenes de Mehmet Siroco, hasta entonces rey de Negroponto y a la sazón virrey de Alejandría. El cuerpo de batalla, compuesto por 95 unidades... al mando directo de Alí Pachá. El ala izquierda, con 93 galeras y galeotas....a las órdenes de Uluch Alí, natural de Castella (Calabria), cuyo verdadero nombre era Giovanni Dionigio Galeni, a la sazón virrey de Argelia. La reserva con 29 unidades... bajo el mando de Murat Dragut.

Las condiciones meteorológicas [al clarear el 7 de octubre] en principio eran favorables a los turcos por la circunstancia de soplar viento del este, y el almirante otomano decidió aprovecharlo marchando a toda vela con idea de establecer contacto antes de que el enemigo pudiera terminar el despliegue.

La armada cristiana se aproximaba con las mayores precauciones (...) Fue una suerte para ella el haberse puesto en movimiento tan temprano, porque esto le permitió descubrir al enemigo cuando todavía estaba a 15 millas. La marcha era silenciosa, tanto que fue circulada una orden por la que se castigaría con pena de muerte a quien disparara un arma, tocara un instrumento musical o hiciera ruidos que pudieran denunciar la presencia al enemigo.

De acuerdo con el plan de combate adoptado en Mesina, la Real disparó un cañonazo al tiempo que izaba la bandera blanca, señal ejecutiva de iniciar el despliegue a la formación de combate y de aprestarse a la lucha. (...) Al tocarse alarma y hacer rápidamente la pavesada (las galeras turcas carecían de pavesada y por tanto soldados y remeros estaban menos defendidos), se aceleran los preparativos para la lucha, hasta alcanzar un ritmo febril. Por orden de don Juan se cortan los espolones y despejan los tamboretes para que la artillería pueda disparar sin obstáculos, especialmente el cañón de crujía, el de superior calibre (36 libras).

La tropa se parapeta detrás de las empavesadas y en la arrumbada. Se cargan las piezas, rocían de arena las cubiertas y sitúan en lugares estratégicos barriles de agua para apagar los posibles fuegos. Todos los esclavos que no eran musulmanes fueron desencadenados, armando a muchos y prometiendo a todos la libertad si se alcanzaba la victoria. (...)


Don Juan de Austria superó todas las expectativas. Tras la Rebelión de los Moriscos dió cumplida fe de todo lo que venía comentándose sobre su persona. Su papel fue decisivo en la jornada de Lepanto, y años más tarde asestaría un tremendo golpe a los protestantes holandeses en Gembloux.

A las once de la mañana y con viento flojito del este, el ala izquierda cristiana, mandada por Barbarigo, concluía el despliegue en línea de frente rumbo al este, con la capitana muy cerca de tierra para impedir que Mehmet Siroco pudiera envolverla. El cuerpo de batalla se encontraba entonces en pleno despliegue y Cardona acelera la boga para situarse al costado de la capitana de Malta mandada por Giustiniani, en tanto que Doria iba hacia el sur, separándose del cuerpo de batalla, para quedar paralelo a Uluch Alí que, frente a él, también se había separado de Alí Pachá con el propósito de envolver a Oxia, algo rezagado por haber ido a reconocer un bajel y a recoger a varias galeras que habían quedado atrás. Las naos se mantuvieron a gran distancia sin tomar parte en el combate. Cuatro galeazas ocuparon sus puestos en vanguardia, pero no así las dos de Cesaro y Pisani, que quedaron a retaguardia a causa de la maniobra de Andrea Doria.
II parte: La batalla de Lepanto

Al tiempo de irse completando el despliegue don Juan transbordó a una fragata acompañado de don Luis de Córdoba, su caballerizo mayor, y el secretario general Juan de Soto. Al jefe del ala derecha le ordenó aproximarse más al centro para cerrar el espacio por el que podía introducirse el enemigo. También dispuso que se alejaran las naos y previno a la tropa acerca de los gritos e imprecaciones que con ánimo de impresionar solían proferir los turcos al entrar en combate. (…) A los españoles les decía: “Hijos, a morir hemos venido. A vencer si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte el enemigo: ¿dónde está Dios? Pelead en su santo nombre, que muertos o victoriosos gozareis de la inmortalidad”. Y a los venecianos les incitó a desquitarse de las atrocidades de Chipre: “Hoy es día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio de vuestros males; menead con brío y cólera las espadas”. La bizarra estampa del joven generalísimo de ojos azules y 24 años -se decía de él que podía nadar con la armadura puesta- despertó el mayor ardor en todos y su paso fue saludado por un enorme clamor, olvidándose rencores, pasadas disidencias y abrazándose a unos y otros, hombres de distintos países, al tiempo que prometían luchar unidos hasta la muerte. Cuando la fragata de don Juan estuvo cerca de la popa de la galera de Veniero, éste, con lágrimas en los ojos, le pidió que olvidara acciones anteriores, asegurándole que hundiría tantas galeras enemigas como pudiera alcanzar… (…)

Habían transcurrido tres horas desde el mutuo avistamiento, cuando don Juan, terminada la revista, volvía a la Real (…) el viento seguía soplando de Levante y permitía a los turcos aproximarse a vela, ahorrando el esfuerzo de sus remeros para la hora del combate y obligando, en cambio, a los cristianos, a un desgaste para forzar las líneas. Ese viento de Levante, repetimos, calmó de repente y en brusco contraste comenzó a soplar de Poniente, a favor de los cristianos, que así pudieron llevar cuatro galeazas a los puestos avanzados, unos tres cuartos de milla por delante de la línea.

En la formación cristiana, en línea de frente, el centro lo ocupaba la Real de don Juan de Austria, con las galeras de Colonna y Veniero a diestra y siniestra respectivamente, y la de su lugarteniente Luis de Requesens por la popa, de modo que iba bien escoltada, ya que se preveía sobre ella la mayor intensidad de los ataques turcos. A su bordo se habían levantado los bancos de los remeros para dejar más espacio a la tropa, que llegó a ser de 400 arcabuceros. La gente de remo también se había cambiado por otra de refresco procedente de una nao de transporte. Era así. La Real, una verdadera fortaleza con la gente más escogida de los tercios y gran parte de voluntarios españoles, hidalgos o nobles en casi su totalidad, además de veteranos en el servicio de las armas. El gobierno de la galera y la defensa de la cámara de boga se confirió a Gil de Andrade, el cuartel de proa a Pedro Francisco Doria, la arrumbada a los maestros de campo Lope de Figueroa y Miguel de Moncada y a los castellanos Andrés Salazar y Andrés de Mera, el fogón a Pedro Zapata, el esquife a Luis Carrillo, la popa a Bernardino de Cárdenas, Rodrigo de Mendoza Cerbellón, Luis de Cardona, Luis de Córdoba, Juan de Guzmán, Felipe de Heredia, Ruiz de Mendoza y otros, siendo capitán de la galera Juan Vázquez Coronado, caballero del hábito de San Juan, navegante y de probado valor.

Las caballerescas costumbres de la época establecían que una vez consideraban los rivales formadas las líneas de combate, uno lanzaba un cañonazo de desafío, al que contestaba el enemigo con otro en señal de estar dispuesto a la lucha. Alí Pachá lanzó el reto al tiempo que desplegaba el sanjac o estandarte de seda, verde y ricamente decorado con la Media Luna y versículos del Corán. Don Juan se apresuró a responder con otro disparo, mientras en la popa de su galera ondeaba el estandarte azul de la Santa Liga… mediando solo dos millas entre ambas líneas.

En el cambio de viento de Levante a Poniente…. Los turcos debieron arriar velas y armar remos, con lo que dieron tiempo a la citada maniobra de las galeazas y a que Álvaro de Bazán se incorporara a la retaguardia. Hubo luego calma de mar y viento y un día luminoso contribuía al ambiente de extremada solemnidad ante el espectáculo indescriptible de unas 600 naves cubriendo buena parte de la anchura del golfo. (…)

Rectificada con gran habilidad maniobrera, toda la línea turca avanza impetuosa a impulsos de una boga arrancada que levanta muralla de espuma. Soldados y remeros otomanos gritan, vociferan, disparan arcabuces, hacen sonar cuernos y címbalos para dar rienda suelta a su excitación, comunicarse valor y asustar a los cristianos. Del lado de estos el contraste era sobrecogedor. Dentro del más completo silencio y con solo el ritmo cadencioso de las paladas de los remos, a un toque de trompeta de la Real celebrase la citada ceremonia de la absolución general que todos recibieron de rodillas. Habían transcurrido pocos minutos desde que fuera mediodía, cuando los turcos ansiosos de combatir, habían hecho ya una nerviosa e ineficaz salva de artillería cuando el enemigo estaba todavía fuera de su alcance. Solo un disparo llegó a la galera de Juan de Cardona, rindiéndole el palo, cuando iba a transmitir órdenes a las galeazas. Una de estas recibe al furioso atacante con un disparo y los turcos sufren ya un primer momento de indecisión cuando el cañonazo de la galera de Duodo se lleva el gran fanal de la capitana del almirante turco, cerca del cual había estado momentos antes Alí Pachá, quien repuesto enseguida de la impresión, ordena proseguir la boga avante y su ejemplo será imitado por todo el cuerpo de batalla, recomponiendo así la línea de marcha contra la flota cristiana.

Este primer disparo del jefe de las galeazas fue la señal para que cuatro de ellas empezaran a vomitar una verdadera tempestad de hierro y fuego contra el centro y el ala derecha turca. Las otras dos galeazas del ala derecha cristiana, las de Cesaro y Pisano, quedaron fuera de la zona de acción porque Uluch Alí, al darse cuenta enseguida del peligro, maniobra para alejarse de su alcance, dejándolas sin cometido alguno. La acción de las galeazas hundió a dos galeras otomanas y produjo averías a cierto número de ellas. Antes de que los turcos se repusieran de la primera sorpresa, estas fortalezas flotantes habían cargado y disparado de nuevo. Varias galeras otomanas hicieron un intento de embestir a las galeazas, pero Alí Pachá les dio orden de retroceder por considerarlo un acto suicida y tener el propósito de ir directamente contra el centro de la Armada cristiana, dejando atrás a las galeazas, como así ocurrió. (…)

El ala izquierda

Por este tiempo, en el ala izquierda cristiana se combatía ya encarnizadamente. Las galeras sutiles de Siroco pretendían pasar entre el extremo de la línea cristiana y tierra, en una maniobra de envolvimiento, pero Barbarigo frustra en parte tales propósitos al no dejarles paso franco, obligándolas en algunos casos a varar en la playa, lo que aprovecharon varias tripulaciones otomanas para escapar tierra adentro. A los turcos les eran muy familiares aquellas aguas y rascando casi el fondo pudieron pasar una docena de galeras que atacó a la escuadra cristiana por retaguardia. En el extremo del ala más cercano a tierra quedó aislada y entre dos fuegos la galera de Barbarigo. Trece galeras turcas atacaron a la capitana del veneciano, mientras que las otras de Siroco impedían a las cristianas el socorrerla. (…) Junto a él [Barbarigo] murieron sus diez oficiales y cuando ya parecía inmune a los ataques enemigos, una flecha le atravesó el ojo izquierdo. El bravo capitán quería continuar en su puesto y solo a la fuerza pudo ser llevado a la cámara. Entretanto los turcos, con nuevos refuerzos, penetraron en la galera veneciana hasta l altura del palo mayor, cuando e pronto surgió impetuosa la galera del valiente Giovanni marino Contarini, sobrino de Barbarigo, rechazando a los jenízaros hasta la arrumbada. También Contarini cayó herido de muerte y se hizo cargo del mando de la capitana Federico Nani, quien con singular inteligencia y valor reanudó el combate, pero los turcos la dominaban ya y entonces acudió en su ayuda la galera del conde Silvio di Porcia y otras dos.

En el ala izquierda cristiana, la máxima intensidad de la lucha continuaba en torno a la capitana, lucha que adquirió extremos de inusitada ferocidad por ambos bandos, en medio de arcabuzazos y una lluvia de flechas y piñas incendiarias. (…) Al agotar las flechas y entrar al abordaje, la inferioridad turca se hizo muy patente (…) Después de liberada la capitana veneciana, dos galeras fueron al asalto de la galera de Siroco, logrando rendirla. El propio siroco, herido varias veces, fue encontrado luego flotando sobre un madero todavía con vida y se le remató para ahorrarle sufrimientos. La derrota turca fue completa sin que pudiera escapar ninguna galera; las que no resultaron hundidas, incendiadas o varadas, fueron apresadas.

La lucha en el centro

En el centro, ya en contacto, la lucha todavía se mostraba indecisa y es donde alcanzaría superior intensidad y dureza. Al reconocerse por los estandartes y fanales la Real de don Juan y la sultana de Alí Pachá, ambos timoneles maniobran para legar al encuentro. Al estar próxima, la galera de Alí Pachá descarga su artillería contra la de don Juan, barriéndole la arrumbada. Contestó la galera española y sus disparos causaron grandes daños a la turca. Aquí se demostró cuan acertada había sido la previsora medida de cortar los espolones de las galeras cristianas, ya que mientras las turcas se veían obligadas a disparar cuando todavía estaban a distancia, las galeras cristianas sin estorbos a proa estaban en condiciones de abrir fuego en el último momento y en ángulo más bajo. (…)

El espolón de la turca penetra agresivamente hasta el cuarto banco de la Real, quedando trincadas ambas galeras proa con proa en un campo de batalla único donde los jenízaros no pueden evitar que por dos veces los soldados de Moncada y Figueroa lleguen al palo mayor de la galera turca, hasta que al recibir esta ayuda por la popa, consiguió rechazar a los españoles. El número de combatientes era aproximadamente el mismo en ambas galeras: cuatrocientos arcabuceros en la española y trescientos jenízaros y cien arqueros en la turca.

El siguiente asalto es de los jenízaros a la Real, tomando su arrumbada conducidos por el propio Alí Pachá, quien… quería capturar a toda costa a su rival y en ello tenía empeñadas diez galeras y dos galeotas que le enviaban por escalas a popa, tropas de refuerzo. A popa de la Real también estaban Requesens con dos galeras que hacían lo mismo. En cambio Veniero y Colonna, que con arreglo al plan de combate debían acudir en su ayuda, no pudieron hacerlo por impedírselo la lucha con otras.

(…) En los primeros diez minutos de abordaje, en la arrumbada de la Real cayeron muertos o heridos unos 75 de cien soldados y solo la oportuna intervención de Requesens acertó a salvar la situación. Como los turcos les estaban poniendo en grave aprieto, don Juan creyó llegado el momento de tomar la decisión de vencer o morir y tras dejar a un grupo de caballeros a la guardia del estandarte, espada en mano marchó por la crujía hacia proa, a tomar parte personal en la lucha, seguido de su Estado Mayor. (…) entonces Marcantonio Colonna, dándose cuenta de la dramática situación a bordo de la Real, hizo una descarga de arcabucería que derribó a muchos asaltantes turcos, embistiendo por la siniestra a la Sultana, a la altura del fogón y con tanto ímpetu que lo que quedaba del espolón llegó a la altura del tercer banco a partir del espaldar, en tanto Álvaro de Bazán, la abordaba por la otra banda, enviando al asalto a Pedro de Padilla con sus arcabuceros del tercio de Nápoles.


Don Álvaro de Bazán fue uno de nuestros insignes almirantes, no conociendo la derrota en el mar durante múltiples campañas. Murió preparando la Invencible en Lisboa en 1588.

Pertau Pachá acudió, a su vez, en ayuda de la Sultana y abordó a la galera de Colonna por la medianía. Veniero, tras haber puesto fuera de combate a una galera turca, quiso embestir también a la de Alí Pachá, pero le cortaron el paso otras dos galeras, asaltándole.

Es la fase culminante y va a decidirse la suerte de la lucha. El cuerpo de batalla es una masa infernal de hombres que se baten con furor de locos y cada galera es una verdadera carnicería. Aunque ambos bandos pueden considerarse igualados en número y bravura, al cabo de una hora de acción se veía que las armas de fuego cristianas eran más eficaces que las turcas. Por dos veces había sido arrasada la cubierta de la capitana turca en asaltos españoles, y las dos veces estos tuvieron que retirarse por la llegada de refuerzos de jenízaros procedentes de otras galeras que pasaban al contraataque. Entonces es cuando resultó decisiva la intervención de Álvaro de Bazán con las 30 galeras de la escuadra de socorro, previstas precisamente para actuar en momentos tan graves como aquél. (…)

En torno a la Real se suceden los ejemplos de heroísmo. Sebastián Veniero, pese a encontrarse gravemente herido en una pierna, continúa atacando sin descanso a la galera de Pertau Pachá que pretende huir, pero le corta la proa Lomellini y Juan de Cardona lo alcanza y asalta cuando, falta de medios de defensa y gobierno podía decirse que era un pontón. Pertau Pachá, ante la imposibilidad práctica de continuar la defensa, salta a una fragata con la espalda quemada por una piñata incendiaria y huye, al tiempo que ocupa la nave turca Orsini, quien resulta herido por flecha en una pierna. Al observar la rendición de la galera de Pertau, el intrépido Veniero se dirige a otra parte y conquista dos galeras más. Cerca estaba la capitana de Génova, donde iba el príncipe de Parma, Alejandro Farnesio, quien saltó a una galera turca seguido del soldado español Alfonso Dávalos, y palmo a palmo la hicieron suya.



Colonna acudió en ayuda de Contarini, embistiendo con tanta fuerza a la galera turca que le atacaba que le abrió una gran brecha en el costado, hundiéndola rápidamente. En luchas parciales el bey de Túnez es vencido por la galera pontificia Eleusina, en tanto que otra pontificia, la Toscaza, rompe la palamenta a Mustafá Esdri y en rápida maniobra apresa a esta galera que llevaba los fondos de la armada otomana y era la antigua capitana de [papa] Pío IV capturada por los turcos en Djerba diez años antes.

En el ala izquierda todavía combaten sañudamente dos galeras, una es la capitana del terrible Kara Yussuf y la otra la Grifona, de Gaetano que se apodera de la turca.

(…) El desenlace aunque se vislumbrara ya claramente favorable a la armada de la Liga, iba a decidirse por último a través del persistente duelo entre la Real y la Sultana, propicio a la primera, en buena parte gracias al auxilio prestado por Álvaro de Bazán al mandar una oleada de tropa de refresco que invadió la galera de Alí Pachá con la furia de un huracán, conquistándola definitivamente. (…) jamás se ha sabido de modo cierto si [Alí Pachá] murió en combate o ahogado.



El combate adquirió mayor crudeza en la cubierta de las dos naves capitanas, La Real y La Sultana. Los capitanes y generales españoles combatieron con ardor como un soldado más. Ilustración de Juan Luna y Novicio.


Uluch Alí pone en peligro el triunfo

La victoria cristiana se había logrado desde luego, en el centro y en el ala izquierda, pero en el ala derecha Juan Andrea Doria y Uluch Alí se habían limitado a observarse y desarrollar movimientos tácticos. Luego Uluch Alí al ver cuanto espacio quedaba entre él y el cuerpo de batalla cristiano, de repente viró al norte, arrumbando hacia la parte derecha del citado cuerpo de batalla que estaba sin protección. La primera galera cristiana al paso de Uluch Alí fue precisamente la capitana de Malta [que remolcaba a cuatro galeras turcas que había capturado] mandada por Giustiniani, viejo enemigo de los corsarios argelinos, herido antes dos veces por Uluch Alí en encuentros personales. Este…. se lanzó rápidamente sobre él… con otras seis galeras argelinas. Las fuerzas argelinas estaban descansadas, pues no habían intervenido en los combates; en cambio las de la galera maltesa y otras dos de la misma escuadra que acudieron en su ayuda llevaban ya bastantes horas de dura e intensa brega.

Al ver este ataque, Álvaro de Bazán y don Juan de Austria abandonaron sus presas y acudieron en auxilio de las galeras atacadas por los argelinos…. Hasta las tres de la tarde la escuadra de Uluch Alí, compuesta por 93 unidades, atacó a una veintena de cristianas, hundiendo rápidamente a seis y otras cuantas hubieran seguido la misma suerte de no acudir primero con siete galeras Cardona, que resultó herido por flecha y arcabuz, como 450 de los 500 hombres a bordo de la capitana. Entonces se hizo notar una vez más la activa y valiente participación de Álvaro de Bazán, siendo de notar que una de las galeras de apoyo era la Marquesa, donde se batió ejemplarmente Miguel de Cervantes. (…)

Al presentarse don Juan de Austria con doce galeras y Andrea Doria con todas las del ala derecha, Uluch Alí se retiró abandonando las presas, pero llevándose el estandarte de los caballeros de Malta cogido a Giustiniani. En su huida aprovechó el viento que había vuelto a soplar del este, marchando hacia Prevesa con trece galeras. Se intentó darle alcance, pero el agotamiento de las tripulaciones era tan grande que no pudo exigírseles ya nuevos esfuerzos. Otras 33 galeras y galeotas turcas huyeron hacia Lepanto y las restantes fueron apresadas. Uluch Alí se retiró también por comprender que la batalla principal la habían perdido.

Al entrar a bordo de la capitana de Malta los hombres enviados por Álvaro de Bazán encontraron tendidos en cubierta los cuerpos de casi 500 turcos y cristianos. Entre los heridos, aunque grave, Giustiniani: después de varios meses en un hospital de Roma, volvió a la lucha contra los argelinos.

III parte: Después de la batalla

A las cuatro de la tarde pudo considerarse prácticamente terminada la batalla, aunque todavía hubiera muchas galeras cristianas ocupadas en dar caza a otras turcas que trataban de escapar solitariamente. La victoria de la Armada de la Santa Liga fue ya completa. Las pérdidas cristianas se estimaron en 15 galeras, 7650 muertos y 7784 heridos. Las turcas fueron enormes: 15 galeras hundidas, 190 capturadas, 30 mil muertos y 8 mil prisioneros, liberándose a 12 mil esclavos cristianos de las galeras turcas. Hubo muy pocos prisioneros por motivo de las crueles costumbres de la época. Por todas partes se veían restos de naves, cadáveres flotantes y extensas manchas de sangre. Algunas de las galeras apresadas se incendiaron al no haber posibilidad de remolcarlas a causa de sus grandes averías.

A bordo de las galeras cristianas los cirujanos trabajaban sin descanso para salvar a cientos y cientos de heridos. Los marineros y soldados se ocupaban de la reparación de cascos y aparejos. A la puesta del sol asomaron negros nubarrones, anunciadores del mal tiempo, y la flota cristiana marchó rápidamente a fondear en el puerto de Petala (…) Los soldados y remeros que no estaban heridos, quedaron exhaustos de la larga lucha y furiosa boga. A medianoche alcanzaron el fondeadero y todos los capitanes que no tenían impedimento físico para hacerlo se trasladaron a la galera Real, a felicitar a don Juan y a celebrar la victoria. A la gente se le dieron raciones extraordinarias de vino y de comida.

Amparado en la oscuridad y cerrazón de horizontes por causa de la lluvia, Uluch Alí consiguió deslizarse hasta el puerto de Lepanto con sus dieciseis galeras, pero estas y otras trece que se acogieron al mismo refugio estaban en tan malas condiciones que ordenó su destrucción para evitara que luego pudieran caer en manos del enemigo.

En muchos barcos turcos [capturados] se obtuvieron ricos botines. Entonces era corriente, sobre todo entre turcos, llevar consigo todo lo de valor. En la galera de Alí Pachá se encontraron 150 mil cequíes turcos de oro, sedas y mercaderías lujosas, y en la de Kara Kodja 50 mil cequíes y 100 mil ducados venecianos de oro que él antes había capturado a varios barcos mercantes cristianos.

A la hora de repartir el botín hubo sus más y sus menos con los venecianos, sobre todo. El inventario de lo apresado fue: 117 galeras útiles, 13 galeotas y fustas, 117 cañones gruesos, 17 pedreros, 256 piezas menores y 3486 esclavos turcos. Según las estipulaciones del pacto [firmado en Roma el 25 de mayo de 1571] a España le correspondía la mitad, y la otra mitad era para Venecia y la Santa Sede. Y don Juan como diezmo de las presas adjudicadas a venecianos y pontificios, recibió 6 galeras y 174 esclavos.

El mérito principal de la victoria estuvo en el mando. Don Juan de Austria demostró en todo momento ser digno de la alta responsabilidad que tenía y su táctica resultó acertadísima. Hasta los propios venecianos acabaron reconociéndolo así. El plan de combate se desarrolló a la perfección y fielmente, con la salvedad de Andrea Doria, que actuó por su cuenta. En cuanto a heroísmo, puede decirse que fue general, tanto en las tropas veteranas como bisoñas, y entre estos debe citarse al joven príncipe de Parma [Alejandro Farnesio] que además de abordar una galera turca… tuvo una docena de encuentros personales antes de ser herido y caer al agua, para ser salvado luego. En las fiestas de la noche de la victoria se pudo comprobar que uno de los soldados que lucharon con más bravura se trataba de una mujer. Por ello, se le concedió plaza en el Tercio de Lope de Figueroa.

Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 21:02 ]
Asunto: 

zaragoza escribió:
Asedio de Maastricht, 1579



Al frente de un ejército de 15.000 infantes y 4.000 caballos, Alejandro decidió marchar sobre Maastricht tras haber considerado por un tiempo el ir sobre Amberes. Se ocupó primero de la toma de Kerpen y Erclens para segurarse el paso de los víveres para su campamento y cerrrarles el paso a los de Maastricht. En sólo cuatro días Mondragón tomó la villa de Kerpen y un castillo vecino por lo cual los de Erclens se rindieron antes incluso de que las tropas de Mondragón les encararan.


Toma de Kerpen. Grabado de Franz Hobemberg.



<<Pero nadie por aquellos días se portó con ánimo más pronto que Juan Bautista, marqués del Monte. Porque habiéndole mandado Alejandro que desde Lovaina [...] hasta Maastricht tuviese solícito al enemigo con abundantes correrías; había salido a caso a batir la campaña con cincuenta corazas y veinticinco carabineros. Cuando cerca de Levia se encontró con el enemigo, que debajo de cinco banderas traía como setecientos a caballo. Temióse al principio, con la repentina vista del enemigo, que se acercaba. Pero Monte, si bien áuno no estaba en puesto de donde opudiese desembarazarse, y excusarse de algún modo con la fuga del encuentro; teniendo ésto por más seguro que decente, mandó hacer alto a los suyos y como al veterano capitán ocurre el enemigo más de repente que de improviso, al punto se desenvolvió de esta dificultad como si lo trajera ya planeado. Los primeros caballos de Monte, que era los carabineros habían dado vista al enemigo desde lo alto de una colina, porque las corazas, que venía detrás, aún no habían subido al puesto. Haciendo pues alto los carabineros en el mismo paraje donde el enemigo los había descubierto, el marqués repartió las corazas en muchas hileras, cada una de a diez; y dejándolas separadas en muchos lugares, ordenó que, ooída la señal, subiesen a lo alto de la colina y en la frente se apareciesesn al enemigo formando una dilata perspectiva, con demostraciones de avanzar. Luego mandó que resonasen de tres puestos distintos los clarines y todos de un ímpetu arrancaron contra los enemigos. Éstos, preocupados de aquella apariencia de numerosas tropas [porque de ordinario en la guerra comienza el vencimiento por los ojos] y creyendo que no acometerían coon tal gentil denuedo si fueran pocos; a riendas sueltas volvieron las espaldas, siguiendo el alcance los de Monte, y descargando golpes sobre ellos, cuanto, habiendo arrojado de sí todo pavor al enemigo, pensaban ya menos de su seguridad que de hacerlos a ellos piezas y despojarlos. En hora y medio fueron desbaratados setecientos de a caballo, muertos los más y despojados, ganadas tres banderas, porque las otras dos las consumió el fuego, prisioneros casi cien soldados y más de doscientos caballos, no siendo ni ochenta los que los apresaron y llevaban delante de sí los cautivos>>.

Animado por estos sucesos, que le aseguraban las espaldas, Alejandro decidió pasar rápidamente a Brabante para ofrecer ocasión de batalla al enemigo. A la vista del ejército rebelde y en formación de combate se dispuso a cruzar al otro lado del río que les separaba. Tardó su ejército solo tres días en cruzar el Mosa sobre un puente de barcas; excepto el tercio de Mondragón que se mantendría del otro lado del río para asegurar la zona. Sorprendidos y asustados los rebeldes por la intrepidez de Alejandro, en lugar de presentar batalla, decidieron dividir su ejército para que fuese a reforzar las guarniciones de las principales ciudades de Brabante. Alejandro, por su parte, despidió a gran parte de los soldados alemanes de sus tropas, pagándoles a costa del sueldo que acababa de recibir como gobernador de Flandes, y mandó venir de la reicién tomada ciudad de Vuert a los españoles del tercio de Francisco Valdés, más disciplinados y fiables para la empresa que pretendía.

Le llegó la noticia a Alejandro de que una buena parte del dividido ejército rebelde se hallaba en Tournay, y partió contra ellos con parte de su caballería. Los de Tournay intentaron buscar mejor refugio en Bois-le-Duc, donde los de la ciudad les negaron la entrada. Siendo este numeroso grupo -cerca de 17.000 soldados- alemanes de los de Juan Casimiro a los que les faltaban las pagas desde hacía tiempo, se les ocurrió la idea genial de mandar como mensajero a un coronel para que le propusiera a Alejandro que si les pagaba lo que les debían a los rebeldes, se volverían a Alemania sin presentar batalla. <<Recibió con risa Alejandro la propuesta y clavando con los ojos al coronel enviado del de Sajonia, le dijo: Estáis locos los alemanes, pues ¿para que os partáis de la provincia me pedís a mí dinero? Antes yo pido que me lo deis para que os deje volver libres a la patria [...] Volved a vuestras tropas y decidlas en mi nombre que se aparejen para el último lance de guerra; porque ya está a punto el volante, esperando únicamente para llevar a España al rey la nueva de la victoria y el número de los muertos>>. Cambiaron de idea los alemanes y decidieron marcharse a cambio de un salvoconducto para que los españoles no les atacaran camino de su tierra.


Alejandro Farnesio, "azote de los rebeldes". El duque de Parma fue el último de los generales españoles que estuvo cerca de conseguir la reconquista total de Flandes. Las campañas contra Inglaterra y en defensa de los católicos franceses impideron que pudiera finalizar con éxito lo que su amigo y pariente, don Juan de Austria, había comenzado. Inconfundible grabado satírico (con evidente aire despectivo), del artista holandés.


En esa situación, tras el abandono de las tropas alemanas, no les quedaba más opción a los españoles que ir contra cerca de 3.000 hombres que se hallaban apostados en las proximidades de Amberes y a los que el de Orange llamaba "sus valientes" por ser lo más escogido de las tropas rebeldes, de otra manera quedaría en entredicho la reputación de nuestro ejército. Arreemetiron contra ellos arreándoles hasta el mismo foso de la ciudad. Tras el encuentro quedaron en las cercanía de Amberes entre 600 y 1.000 cadáveres rebeldes, resultando muertos ocho españoles.

Tras recoger a sus victoriosas tropas, se puso Alejandro camino de Maastricht, fijando su campamento en las cercanías de la ciudad el 8 de marzo de 1579. El de Orange había previsto la posibilidad del cerco y un mes antes había enviado a Sebastián Tapino para que mojrara las fortificaciones y se hiciera cargo de la dirección de los 14.000 hombres que habrían de defenderla.

La ciudad se encontraba dividida por el río Mosa en dos partes de desigual tamaño, unidas por un antiguo puente de piedra. Alejandro dividió sus tropas y se ocupó él de la de mayor tamaño, encargando a Mondragón del asedio de la zona de Maastricht que mira a Colonia. Para que esta división no supusiera un grave perjuicio mandó construir dos sólidos puentes de barcas, corriente arriba y abajo de la ciudad, por los que pudiera pasar no sólo la infantería y caballería sino también los carros del bagaje y la artillería. De esta forma aislaba también a la ciudad de los posibles socorros que le pudieran enviar por el río. Tomando él mismo la azada se puso manos a la obra para la construcción de cuatro fortines que dieran más solidez al cerco, siendo terminados en tan sóolo dos días; mientras, Mondragón levantaba dos más en la otra parte del Mosa.

Para el asalto seleccionaron el lugar que daba más seguridad, por su altura, para que los lodos del cerano río no estorbaran los movimientos de la artillería. <<La noche siguiente la gastó en fortificar con cestones la batería. Parte de ellos se tejían en la misma trinchera, clavando en la tierra unas estacas de altura casi de diez pies y retorciendo por ellos a la redonda ramas y vergas correosas; cargándolos después de tierra muy humedecida>>. Mientras descargaban las batería de los barcos, y para evitar que los sitiados estorbasen las obras, comenzaron a batir con cuatro culebrinas la zona elegida de la muralla, la cual reparaban con rapidez los rebeldes, <<siendo el sobreestante de las obras con que allí prevenían, Manzano -llámanle mal algunos Moncada- capitán de infantería español, traidor contra la paracialidad de España, enemigo tanto más pernicioso cuanto quien volvió aleve las espaldas a los suyos, tiene más necesidad de ratificarse en la maldad una vez cometida, para persuadir que es delincuente con constancia>>.

Comenzaron a batir contra los muros con 46 cañones. Mientras, los caballos ligeros se ocupaban de traer paja, ramas, lana y estopa para que, arrojadas junto a los restos de los muros cuando éstos cedieran, sirvieran para igualar en altura el foso y permitieran un asalta rápido. Al caer parte de los muros, sin embargo, pudieron los soldados de Alejandro observar que existían nuevos lienzos de fortificaciones tras los primeros. Sin dejar de batir esa zona, trasladaron parte de los cañones hacia otra puerta que, en principio, excepto por el problema de los lodos, les pareció más fácil para el asalto.

Cavaron los españoles un túnel que llegaba hasta la primera puerta, en parte derruida ya. No fue obra fácil por los problemas de medida, pues la abundancia de mineral de hierra de la zoña hacía inútil el uso de la brújula. Llegaron, sin embargo, al punto deseado y, continuando el túnel por debajo del foso, abrieron una bóveda que llenaron de pólvora. <<Avisado pues Alejandro de que estaba todo a oopunto, mandó ponerse al puesto del baluarte de la puerta de Tongheren a algunas compañías de españoles; y ejecutando esto se aplicó a la mina el fuego. Éste, cebándose por la continuada senda y metiéndose en el horno, lo hizo reventar con un formidable trueno, y levantó en alto la punta del baluarte [...] Entonces el capitán Antonio Trancoso, hombre de gentil aliento, y casi 80 españoles de su compañía, por la subida que, aunque con dificultad, les daba la ruina, se pusieron sobre el baluarte, y sin duda lo hubieran tomado si de improviso no los atajara un trincerón atravesado y escada, estando pronto a defenderlo el capitán Chuent con el cuerpo de guardia>>. Murieron los capitanes de ambos bandos en la refriega consiguiendo los sitiados mantener la ciudad y los nuestros, el recién tomado puesto.

El 8 de abril de 1579 se dispusieron para el asalto por la puerta de Bois-le-Duc. Batían 22 cañones. Los soldados e ingenieros se ocupaban en scar el agua que, con las últimas lluvias y la consiguiente crecida del río, había entrado en el foso. esperaban el momento los tercios de Lope de Figueroa, el de Francisco Valdés, las banderas borgoñonas, valonas y alemanas; mientras, por la puerta de Tongheren atacaría el tercio de don Fernando de Toledo. Cuando el foso estuvo suficientemente allanado con los restos de la muralla, Alejandro arentó a sus hombres y los envió al asalto.

Los primeros en acometer fueron derribados por la furiosa tempestad de balas y piedras que sobre ellos lanzaban los defensores. <<Detuvo un poco aquel furor primero de los tiros, que herían de cara y por los lados, a los tercios de Valdés y Figueroa; luego, renovado con las exhortaciones de los capitanes el ímopetu, treparon por las ruinas de las brechas>>. Los sitiados echaban todo tipo de ingenios ardiendo sobre los españoles, logrando junto con los disparos contenerlos hasta que <<Fabio Farnesio, rompiendo por donde el enemigo cargaba con más fuerza, pasando intrépido en medio de la borrasca de pelotas; y junto a él Conrado, marqués de Malaspina; Pedro de Zúñiga, paje en otro tiempo del austríaco, y Augustino Eschiafinatti, arrebatados de un mismo coraje, pasan adelante vencedores, combatidos del atroz torbellino de balazos y pedradas. Malaspina quedó allío luego muerto, los otros dos poco después murieron; Fabio, aunque herido de un mosquetazo en la cabeza, proseguía en la pelea, acometiendo al enemigo con el semblante lleno de sangre, pero más lleno de amenazas, hasta que, finalmente, quebrándole al talón siniestro una pelota de esmeril, dio consigo en tierra>>.

Al momento relevan a los caídos Carlos Caravantes, Francisco de Aguilar Alvarado, Juan de Quiñones y otros a su vez cayendo mientras, a gritos, Alejandro les pide que esanchen la formación para dar entrada a más gente. El ataque es desordenado y los sitiados no ceden. La situación era peor si cabe en la otra puerta, donde el traidor Manzano había preparado baterías con metralla que recibieron a los primeros atacantes. Aparecieron entonces mensajeros clamando victoria y diciendo que el tercio de Valdés había logrado entrar por la otra puerta. Al mismo tiempo, en la puerta opuesta, se decía que los valones habían conseguido penetrar con la de Tongheren. Los falsos mensajes se repetían en ambos brazos del asalto causando el efecto de renovar la moral y el ímpetu del ataque Al poco se suopo la añagaza y eran los defensores de la ciudad los que redoblaban esfuerzos. Para colmo de males reventaba una mina antes de tiempo llevándose consigo a parte de las tropas atacantes. El torbellino de sangre continuaba e iba recreciendo la carnicería cuando llevaron a Alejandro el cuerpo de su pariente Fabio medio muerto. Junto con él venían las noticias de la muerte de los más valerosos capitanes en una y otra puera, la ausencia de progresos en ambas y la petición de los maestres de campo de ordenar retirada antes de que cayeran más hombres insustituibles.

<<Enfurecido entonces con el dolor y la ira; vete al punto, dice al mensajero, y di en mi nombre a los maestres de campo que no traten de retirar la gente. Yo voy allá. Yo mudaré como general la fortuna del asalto, mudando el orden de asaltar; o como soldado, moviendo a mis comilitantes más con mi sangre que con el mando los guiaré el primero contra la ciudad>>. Salió hacia la refierga con rapidez, pero no tanta como para evitar que los hombres que con él se hallaban se le echaran encima oimpidiéndole proseguir. Este intento le costaría la reprensión del mismo Felipe II, que le encarecía para que se diera cuenta de su responsabilidad en el mando y que no expusiera su vida con tanta ligereza.


Doble asalto a Maastricht el 1 de Abril de 1579. Las dos columnas de españoles atacando son visibles a ambos lados de la parte mayor de la ciudad. En primer térmiono aparece Alejandro Farnesio a caballo.


Finalmente se retiraron las tropas con un balance de 300 muertos y otros tantos heridos que pasaban a engrosar la lista de los caídos desde que dio comienzo el asedio. Alejandro mudó su opinión a partir de entonces en dos asuntos: usaría más de los gastadores, de las obras y de las construcciones que de los soldados, y no emprendería en el futuro nada que no hubiese revisado antes con sus propios ojos. Decidió con su junta de generales continuar el asedio y mandó traer a unos 3.000 hombres de Lieja para la construcción de túneles para las minas.

Ordenó la construcción de 16 fortines para el cerco que debían estar unidos entre sí por una muralla continua. Esta muralla exterior permitiría, en caso necesario, rechazar con la mayor parte del ejército los intentos de socorro desde el exterior, mientras sólo 3.000 hombres poodríand ar cuenta de los intentos de salida desde la ciudad. La obra se terminó justo a tiempo pues el de Orange se acercaba con cerca de 20.000 hombrres y se vio forzado a retirarse cuando le informaron de la imposibilidad de introducir el socorro en Maastricht.

No estaban ociosos los sitiados, que ponían sus empeños en refozar la seguridad de la ciudad. A este efecto construyeron ante la puerte de Bruselas una impresionante máquina en punta, que llamaron broquel, con trincheras y parapetos para disparar desde mejor posición a los del ejército de Alejandro. La máquina contaba en su interior con un puente móvil que permitía la retirada a un estrecho pasadizo protegido por cuatro torres. Contaba además con una estructura triple de parapetos y trincheras para frenar los asaltos. Aquél constituía, sin duda, el puente más fuerte de la ciudad, y por ello centró en él sus esfuerzos. Comenzó a talar árboles de los bosques vecinos para construir recios cestones que, una noche, por medios de fuertes estacas, comenzaron a plantar frente a construcción enemiga. Una fila sucedía a otra encima, hasta que la obra superó en altura a las cuastro torres del broquel. Las tropas más escogidas fueron encargadas de subir a lo alto de la platagorma tres cañones de bronce con los que hostigar continuoamente el broquel vecino. Mientras, los gastadores, protegidos por el fuego de los cañones, minaron la estructuora del broquel hasta que parte de él se desplomó. Entonces los atacantes tomaron lo que aún quedaba en pie, viéndose obligados a pelear con fiereza en cada parte del ingenio. Los sitiados procuraban demoler lo que abandonaban para que la estructura no sirviera a los españoles en el asalto. <<De esta suerte, aquella triplicada fortificación, tan grande y que, como hidra, renacía tantas veces, socabada ya de los unos, ya de los otros, con minas y con hornillos, despedazada en trozos y deshecha, últimamente quedó arrasada por el suelo; desvaneciéndose en poco tiempo aquoel complejo de terrores complicados>>.

Tomada la puerta de Bruselas y fortificados lose spañoles en ese lugar, comenzaron los gastadores a abrir túneles para minar los muoros a los largo de una amplia zona a ambos lados de la precaria posición. Así, tras reventar tres minas, lograron tomar la torre de San Hervás, próxima a la puerta de Bruselas. Tras la puerta en nuestro poder, los rebeldes habían construido un foso al que rodeaba una media luna de muralla cono numerosos cañones. Alejandro decidió coonstruir un recioo puente sobre el foso por el que suobir los pesados cañones a los muros de la puerta. Sus capitanes criticaron la idea, pues pensaban que sería imposible concluirlo bajo el fuego enemigo. Puso el mismo Alejandro manos a la obra sin importarle el ver que continuamente caían hombres en su cercanía. Finalmente se lograron subir dos gruesos cañones con los que batir la media luna de los enemigos.

<<Alejandro, rogando a Dios como solía antes de las batallas, y encomendando aquel día el precursor del Señor, cuyo nacimiento en él se celebraba, mandó dar la señal. Y a un mismo tiempo comenzaron los tiros a batir y los gastadores a cabar por el pie el cuerno izquierda de la media luna, que miraba a la torre de San Hervás. Estaba igualado en parte y hecho el camino por las ruinas, cuando cerrando unos con las banderas, rechazando otros con esfuerzo, se trabó desde cerca la batalla, viéndose en trace de dar muerte o recibirla. Cuada cual escoge a su enemigo y apounta a los pechos con la picha y al rostro con la espada. Luego, cioegos de coraje y sinn sentir el peligro por el deseo de venganza, se entran por las puntas de los contrarios con más ansiar de herirlos a ellos que cuidado de defenderse a sí mismos>>. Se combatió deesta forma por espacio de dos horas, hasta que finalmente se tomó la media luna enemiga, forzando a los rebeldes a retirarse hasta su siguien línea de defensa; su última línea de defensa.

Alejandro cayó enfermo de violentas fiebres tras la batalla. Al recuperar totalmente el sentido llamó a sus generales, les reprendió por los días de aliento que habían concedido al enemigo y les ordenó tomar la ciudad. Para ello aprovecharían una grieta en la troinchera enemiga, que daba paso al interior de las murallas, descubiera de noche por un soldado español. Les exhortó a la victoria recordándoles quoe era el día San Pedro y San pablo y anunciando que el primero les abriróia las puertas y el segundoo les prestaría su vengadora espada.

Los españoles se encargaron de hacer la primera entrada. Recordando el fallido asalto, en el que todos habían perdido algún pariente o amigo, no dieron cuartel y, una vez dentro de la ciudad, se entregaron a una gran carnicería. Lo peor de la matanza tuvo lugar en el puente de piedra que unía las dos partes de la villa. Pensando que podría defender la otra parte de la ciuodad, Sebastián Tapino mandó pasar por allí primero las riquezas de la ciudad, después los hombres de armas y, por último, las mujeres y los niños. En su huida, unos se atropellaban a otros, caían algunos al río por los laterales del puente y pisoteaban todos a los que caían al suelo; pero lo peor de todo ocurría al final del puoente de piedra, pues Sebastián Tapino mandó levantar el puente levadizo que daba paso a la ciudad para mejor protegerse. Así, los que iban llegando veían con horror que los de atrás, en su pánico, los lanzaban al río. El número total de muertos, entre ahogados y muertos a hierro, fue estimado en unos 4.000.


Cuando por fin lograron entrar las tropas españolas en la ciudad el 29 de junio de 1579, los soldados rebeldes, con las riquezas que pudieron acumular, cruzaron el puente sobre el Mosa y pasaron al otro extremo de la ciudad. Cuando los civiles a tropel intentaron refugiarse en esa parte de la ciudad, los rebeldes levantaron el puente levadizo, viéndose la ingente masa humana abocada a caer en las aguas del río.



En cuanto al capitán Manzano, que había ayudado a los rebeldes a la defensa de la ciudad, <<al cual, como afrentoso baldón a la nación española -pues cinco años había deshonrado el valor, empleándolo contra su rey a la conducta del de Orange- al mismo entrar ede la ciudad le buscaron ansiosos los españoles para lavar por sus propias manos la mancha que a su nombre había echado el traidor. Finalmente, habiéndole hallado Alonso de Solís, que era de su mismo lugar, escondido en un zaquimazi, y no tan feroz como en otro tiempo, le hicieron correr por entre las picas, hasta que murió traspasado de sus puntas>>.

Sebastián Tapino, que no había tenido reparos en levantar el puente levadizo cuando los habitantes de la ciudad de la ciudad pretendían refugiarse, no perdió el tiempo y entabló enseguida conversaciones para rendirse. Los soldados atacantes no gustaron de esa idea, pues las reglas de la guerra admitían el saqueo sólo cuando la ciudad era tomada por las armas, y ellos, faltos de pagas desde hacía tiempo, habían dado suficientes muestras de valor y capacidad de sufrimiento como para aspirar a las riquezas que los hombres de Tapino habían llevado consigo. Por otro lado, tampoco les era agradable la idea de pensar que los soldados de Mondragón, siempre en la parte en calma de la ciudad durante los asaltos, pudieran cobrar el fruto de sus esfuerzos. Con este estado de ánimo es comprensible que se extendiera como un reguero de pólvora el rumor de que los de Mondragón daban comienzo a su asalto, provocando el atque desordenado desde la la otra parte que, a su vez, provó el asalto -éste verdadero- de los soldados de Mondragón.

Unos por otros, el hecho es que el resto de Maastricht cayó en manos de las desordenadas tropas y fue fruto de squeo durante varios días hasta que un edicto de Aleejandro ordenó de forma tajante el cese del mismo. De esta forma terminaba el asedio, toma y saco de la ciudad de Maastricht, en el que murieron cerca de 8.000 defensores a costa de las vidas de 2.500 atacantes.

Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 21:07 ]
Asunto: 

zaragoza escribió:
Y no podía faltar en esta selección, el famoso asedio de Amberes que os cuelgo a continuación. Creedme que a dia de hoy, en Bélgica este asedio es recordado y temido


Asedio de Amberes, 1584-85



Alejandro Farnesio Resuelto a continuar con la guerra, y contando con los tercios viejos venidos de España, se decidió Alejandro Farnesio a poner cerco formal a Amberes aunque sin abandonar el hostigamiento a las otras ciudades principales de Brabante: Gante, Terramunda, Malinas, Brujas, Ypres y Villebrove, ciudades que comunicaban por río con Amberes. Ypres y Brujas se entregaron las primeras, tras una corta resistencia.



Fue el de Amberes quizás el cerco más famoso de todo el amplio período de las guerras de Flandes por su extrema dificultad, pies <<nunca con más pesadas moles fueron enfrenados los ríos, ni los ingenos se armaron con más osadas invenciones, ni se peleó con gente de guerra que en más repetidos asaltos hiciese más provisión de destreza y coraje. Aquí se echaron fortalezas sobre los arrrebatados ríos, se abrieron minas entre las ondas, los ríos se llevaron sobre las trincheras, luego las trincheras se plantaron sobre los ríos, y como si no bastara sólo el trabajo de atacar Amberes, se extendieron los trabajos del general también a otras partes, y cinco fortísimas y potentísimas ciudades se cercaron a un mismo tiempo, y dentro del círculo de un año al mismo tiempo se tomaron>>. Mientras Alejandro, al mando de 10.000 infantes y 1.700 de a caballo comenzaba el cerco de Amberes, otra parte del ejército continuaba con el coronel Verdugo la guerra en Frisia; otros luchaban en Colonia bajo el mando del conde de Arembergh y de Manrique; otros combatían en Zutphen y, por último, se protegían las provincias del Henao y Artois de los ataques de los franceses. Para el plato fuerte, es decir el asedio de Amberes, Alejandro se había reservado a los tercios españoles.

La ciudad de Amberes se hallaba a orillas del caudaloso Escalda y contaba con una población de más de 100.000 habitantes. Por la parte que daba a Flandes discurría el río sirviendo éste como protección y además como una excelente vía para el socorro que pudieran enviar las provincias marítimas. Por la parte enfrentada a Brabante la ciudad se encontraba rodeada de unos anoches muros con diez poderosos baluartes y un amplio foso inundado. Estaba también guarnecida por numerosos castillos construidos a orillas del Escalda, en especial los de Lillou y Lieskensek. La misma comunicación por el cauce fluvial existente entre Amberes y Gante -a 30 millas-y protegida a mitad de camino por Terramunda, suponía un escollo para el cerco, además de la cercanía de la ciudad de Malinas -12 millas- y su interconexión con ella a través del río Dili. También desde Bruselas se podía socorrer a la ciudad, pues por medio de un cacuce artificial se navegaba desde Bruselas hasta desembocar en el Escalda.


Vista de la ciudad de Amberes, grabado de Franz Hogemberg (click en las imágenes para agrandarlas)


La atrevida idea que permitió la conquista de la ciudad fue la de construir un puente sobre las turbulentas aguas del ancho Escalda. Dadas las dificultades que suponían la toma de los castillos de Lillou y Leskensek, Alejandro pensó que sería más fácil construir el puente en otro paso y levantar sus propias fortificaciones para defenderlo. El gobernador de la ciudad, Phillipo de Marnix, se rió de la intención de los españoles. Para conseguir los materiales necesarios para la magna obra, el duque de Parma asaltó y tomó Terrramunda, rodeada por una abundante arboleda que fue talada a tal efecto. Cuando colocaba las baterías para cañonear los muros de esta ciudad, el maestre de campo Pedro de la Paz -que por cuidar como un padre de los hombres a su cargo era llamado Pedro de Pan- recibió un balazo en la frente. Fue tal la rabia de los españoles que no les sirvió de nada a los de Terramunda romper un dique para inundar las posiciones de los sitiadores. Éstos, cargando en sus hombros los cañones y transportándolos con el agua hasta el pecho, lograron instalarlos y batir los muros. Para calmar suus ánimos de venganza, y dado el pequeño número de hombres que llevaría a cabo asalto inicial, Alejandro tuvo que elegir a tres de cada compañía para que todas pudieran participar en la primera embestida. El primer baluarte se tomó con rapidez, rindiéndose los defensores días más tarde para no irritar los ánimos de los enfurecios españoles.

Al ver a los españoles empezar a fijar las vigas traídas desde Terramunda en la ribera del río, afirmó Phillipo de Marnix <<que fiaba, decía, sobradamente de sí, embriagado del vino de su fortuna, Alejandro; pues pensaba que echándole un puente enfrenaría la libertad del Escalda. Que no sufriría más el Escalda los grillos de esas máquinas, que los flamencos libres el yugo de los españoles. Que si no sabía, que el río por aquel paraje tenía de ancho dos mil cuatrocientos pies>>. También avisaron a Alejandro sus generales de lo imposible de la empresa, pero no era hombre que tomara las decisiones a la ligera ni mudara su opinión tras decidirse de algo. Se colocaron postes verticales hasta donde era posible por la profundidad del río, y se unieron después con vigas transversales para sujetar los tablones que formaban el piso. A cada extremo del puente se construyeron dos pequeños fortines capaces de acoger a medio centenar de hombres. Se guarneció el puente con vallas de madera tan gruesas que pudieran parar los arcabucazos del enemigo. En la orilla que daba a Brabante se construyeron 900 pies de longitud de puente y sólo 200 en la orilla contraria. Quedaba un espacio, por tanto, entre partes de 1.300 píes.


Principio del sitio de Amberes



El cerco a la ciudad de Gante, que prestaba un molesto socorro a los de Amberes, fue finalmente concluido con la rendición de sus defensores. Con los 22 navíos tomados en gante y otros que trajo de Dunkerque, el de Parma se propuso cerrar el gran hueco central del puente sobre el río. Dado que esas aves no podían llegar hasta el puente a medio construir sin exponerse a los disparos de la artillería de Amberes, rompió un dique del Escalda inundando la campiña, por la que navegaron sus barcos. Lo vieron los rebeldes y, en respuesta, levantaron un reducto para impedir la llegada de más navíos desde Gante. A Alejandro Farnesio le quedó como único remedio construir un canal de 14 millas de longitud para comunicar las aguas de la inudación con el riachuelo de Lys, que desemboca en el Escalda a la altura de Gante. El mismo Alejandro Farnesio tomó la pala y azadón dando ejemplo a sus hombres. Acabada la obra en noviembre de 1584, les fue sencillo llevar desde Gante los materiales y barcos precisos para cerrar el puente.


Vista completa de "El puente Farnesio"



Se colocaron 32 barcos, situados de veinte en veinte pasos, unidos entre sí con cuatro juegos distintos de maromas y cadenas y con vigas de entre nave y nave. Cada nave, a su vez, se parapetó con vallas para defenderse de los tiros de arcabuz, y se comunicaba con las vecinas por vigas coon opunta de hierro mirando hacia el exterior -a modo de picas- para protegerlas del ataque de las naves enemigas.

La gigantesca obra quedó terminada a finales de febrero de 1585, siete meses después de comenzada. Mientras nuestras tropas podían pasar con libertad de Flandes a Brabante a través del puente, los de Amberes veían su paso por el Escalda cerrado. La construcción del puente representaba la determinación de los españoles de llevar el asedio hasta sus últimas consecuencias. En este sentido dijo el de Parma a un espía capturado: <<Anda, dice, libre a los que te enviaron a espiar y depués de haberles contado por menudo cuanto ha visto por tus ojos, diles que tine fija y firma resolución Alejandro Farnesio de no levantar el cerco antes que, si debajo de aquel -y le mostró el puente- haga para sí el sepulcro, o por aquel se haga paso para la ciudad>>. En vano intentaron una salida por tierra los de Amberes, pues fueron rechazados. Los intentos de socorro desde el exterior, viendo la inutilidad de emprenderlos por el río, se centraron en la toma de Bois-le-Duc, ciudad que permitía la ayuda por tierra a los sitiados de Amberes. Pese a que los hombres de Holak tomaron ciudad en nombre de los rebeldes por medio de añagazas, cincuenta de nuestros hombres al frente de los habitantes de la villa lograron expulsarlos. En ese tiempo Bruselas se renía también a las tropas reales, disminuyendo aún más el ánimo de los sitiados. Al mes siguiente se rindió Nimega, capital de la provincia de Güeldres.


Vista completa de "El puente Farnesio", Franz Hogemberg



Les quedaba a los sitiados el consuelo de una armada en su socorro enviada desde Zelanda al mando de Justino de Nassau, hijo bastardo del de Orange. Esta armada, apoyada por la artillería del fuerte de Lillou, logró tomar el castillo de Lieskensek, en la orilla opuesta. De esta manera quedaban libres los rebeldes parra navegar entre el mar y los citados fuertes y, desde esas posiciones, embestir contra el puente del de Parma. También contaban con el inegino de Federico Giambelli, hombre de gran formación e inteligencia que había resultado desairado en España, y por vengarse militaba ahora en el bando flamenco rebelde.

Dirgió Giambelli la construcción de unos navíos especiales destinados a acabar con el puente: llevaban los gigantescos barcos en su centro una construcción hecha con piedras y ladrillo, y dentro de ella se había echado pólvora, clavos, cuchillos, garfios, pedazos de cadena y hasta ruedas de molino para que actuasen como metralla. Se cerraban las gigantescas minas con vigas engrapadas con hierro y todo ello se recubría con tablones y pez para preservar de la humedad. Las minas se encederían con unas largas mechas que darían tiempo suficiente a los navíos y hombres que empujaran a las enormes construcciones para alejarse de ellas antes de la explosión.


Barco "El fin de la Guerra", en el que los rebeldes pusieron grande esperanzas



En la noche del 4 de abril, iluminados con múltiples fuegos para sembrar el pánico, soltaron los rebeldes cuatro barcos-mina en la parte más rápida de la corriente del Escalda. Acompañaban a éstos 13 naves de menores dimesiones. Portaban los barcos gigantescos hogueras que infundían una gran preocupación en los hombres que fueron a proteger el puente. La tripulación abandonó los barcos a dos mil pasos del puente. Al carecer de gobierno, unas naves encallaron en las orillas, otras se fueron a pique por el excesivo peso y algunas se clavaron en las puntas de hierro que protegían a los barcos españoles. De los cuatro barcos-mina uno hizo agua y se hundió, otros dos, debido al fuerte viento, se desviaron y eencallaron en la ribera de Flandes y el último prosiguió y quedó encajado en el puente. Viendo que no ocurría nada al transcurrir el tiempo, subieron a él algunos soldados españoles burlándose de la deforme máquina de guerra.

Cuando explotó el terrible ingenio, se llevó consigo a todos y todo lo que se hallaba cerca. Al despejarse la increible humareda que se formó se pudieron apreciar mejor los estragos: pelotas de hierros lanzadas a nueve mil pies de distancia, lápidas y piedras de molino empotradas cuatro pies en tierras a más de mil pasos y más de 800 hombres destrozados. El mismo Alejandro Farnesio, que no había subido al barco por la insitencia de un alférez español que conocía las artes de Giambelli, salió despedido por la onda expansiva y se quedó tumbado, inconsciente, hasta que logró ser reanimado. Aprovechando la oscuridad de la noche y la humareda, se hizo con rapidez un apaño en el puente de forma que aparentara no haber sido realmente dañado. Engañados por el remedio desistieron los de la armada rebelde del ataque a la construcción e intentaron introducir sus naves por la campiña inundada. En contra de ello se levantó un dique con castillos para su defensa. La protección del dique se encomendó al coronel Mondragón, que logró rechazar el ataque simultáneo de los barcos procedentes de Amberes y los de la armada zelandesa al mando de Justino de Nassau. Prefeccionó el italiano Giambelli sus máquinas de guerra, consiguiendo que no torcieron el rumbo al añadirles una especie de velas bajo el casco. Alejandro Farnesio, por su parte, se hallaba prevenido y había ideado un sistema de enganche para los barcos que conformaban el puente, de forma que se soltaban al acercarse los barcos-mina enemigos, dejándolos pasar. De esta manera, cuando las minas explotaban lo hacían lejos del puente, causando, en teste caso con más razón que en la anterior, más risa que espanto a los soldados españoles.


Explosión del barco-mina



Ni el cerebro ni el vengativo espíritu de Giambelli descansaban. Ideó un navío de desproporcionada magnitd, mayor que ninguno visto antes, en cuyo centro se alzaba un castillo de planta cuadrada. En dicho castillo flotante iba un impresionante despliegue de cañones y una guarnición de 1.000 mosqueteros. Tal era la confianza que los sitiados habían despositado en el ingenio que lo bautizaron con el nombre de El fin de la guerra. Primero aparentaron dirigir la espantosa máquina contra el puente, desviando así a las tropas reales, y cambiaron después su dirección para hacerla surcar la campiña inundada, El desproporcionado peso del ingenio lo hizo encallar profundamente en la tierra, y alunos españoles le mudaron el nombre entonces por el de Los gastos perdidos, y otros por Carantamaula o espantajo para niños.

Los rebeldes intentaron, pese a todos los reveses sufridos, una última salida. Atacaron con todas sus naves, unas 160, el contradique. Arrollaron algunos puestos y fortines, de forma que en la misma Amberes se celebraba ya la victoria. Acudió de refuerzo un tercio de italianos y españoles, picados ambos por ganar mayor gloria, y consiguieron resistir en el dique el tiempo suficiente para que llegara el de Parma, cuando casi todas las posiciones se hallaban perdidas y algunas barcos rebeldes habían llegado ya a Amberes con la primicia del socorro próximo.

El tumulto creciente entre nuestras tropas avisó a los que combatían en primera línea de la llegada de Alejandro, quien <<sacando a los ojos y al semblante la nube de iras que en su pecho había fraguado, con voz alta, como con un trueno, hiriendo los oídos y las almas de los circunstantes dice: no cuida de su honor ni estima la causa del rey el que no me siga>>. Miles de hombres combatían sobre una estrecha lengua de tierra. Peleaba el de Parma con espada y broquel tanto contra los enemigos en pide sobre el dique como contra los que desde las naves intentaban desembarcar.

Se alargaba la lucha hasta que, en un momento, se arrodillaron españoles e italianos e, implorando a Dios, arremetieron con fiereza contra los sediciosos y les ganaron el fuerte de La Palada. Todavía mantenían los rebeldes sus posiciones atrincheradas, desde donde disparaban causando numerosas bajas, pero enardeciendo áun más a los supervivientes, que siguieron avanzando hasta entrar en los puestos enemigos, matando a sus guarniciones. En vano intentaron los vencidos herejes huir en sus navíos. Estando la marea baja, los barcos encallaban y eran asaltados por los españoles e italianos que, espada en mano y con el agua hasta el pecho, querían termoinaro lo que habían empezado y producían gran carnicería entre los aterrorizados rebeldes que, horas antes, habían cantado victoria.

Se les tomaron 28 navíos grandes, 65 cañones de bronce y gran cantidad de vituallas de las que el campo español andaba escaso. Murieron en las siete horas que duró la refierga cerca de 3.000 rebeldes, siendo 700 los caídos del bando leal a la corona, en su mayoría españoles e italianos. Se apresuraron los hombres de Alejandro no sólo a curar a los numerosos heridos, sino de la reparación del mismo dique <<heridos no menos que ellos; y para repararle, estando abierto y destroozado por trece partes, fuera de otros materiales, de fajina y terraplenos, por la cólera y la prisa de los soldados, le cerraron con los cadáveres de los enemigos amontonados>>.

La población de Amberes exigía a sus dirigentes el comienzo de conversacions de paz. Marnix intentaba tranquiliarles y les pedía que esperaran a la posible ayuda de Inglaterra. En eso, el gobernador distribuyó entre su gente unas cartas falsas en las que, supuestamente, los franceses le comunicaban que enviaban un ejército en su socorro. El descubrimiento de la falsedad de las cartas encrespó todavía más a la población, que comenzaba a pensasr que lo mejor sería entregar la ciudad. Ayudó a propagar este sentimiento el hecho de que un joven, que se había arriesgado a salir de la ciudad por coger una burra (con cuya leche los médicos habían dicho que sanaría de su enfermedad una mujer noble de la ciudad), volviera a entrar en Amberes con la burra cargada con todo género de comida que Alejandro, tras apresar al joven y conmovido por su gesto, enviaba para la recuperación de la anciana.

En lugar de la ayuda prometida, los de Amberes recibieron la noticia de la rendición de la ciudad de Malinas. Se plegaron finalmente a tratar de paz, aunque pretendían exigir al de Parma la libertad de conciencia en materia religiosa en la ciudad a cambio de entregarle incluso Holanda y Zelanda. No podía transigir con ello <<En todos los tratados con las ciudades y castillos que vendrán a vuestro poder, sea esto lo primero y lo último: que en estos lugares se reciba la religión católica, sin que se permita a los herejes profesión o ejercicio alguno, sea civil, sea forense; sino es que para la disposición de sus haciendas se les haya de conceder algún tiempo, y ese fijo y limitado. Y porque sobre esto no quede lugar a la interpretación o moderación de alguno, desde luego aviso, que se persuadan los que hubieren de vivir en nuestras provincias de Flandes que les será fuerza escoger uno de dos, o no mudar cosa en la romana y antigua fe, o buscar en otra parte asiento luego que acabare el tiempo señalado>>.


Entrada triunfal de Alejandro Farnesio en Amberes, 1585. Grabado de Franz Hogemberg



Alejandro cumplió estrictamente las órdenes de su rey en el capítulo religioso, pero se mostró increíblemente generoso con los sitiados en todos los otros aspectos, de manera que se acabaron por firmar las capitulaciones e hizo su entrada triunfal en la ciudad en agosto de 1585, tras recibir del rey Felipe II el Toisón de Oro en premio a su fidelidad y valor. Fue tal la alegría de Felipe II la noche que le comunicaron la noticia de la rendición de Amberes, que el sobrio y parco monarca se levantó de la cama y fue a la habitación de su hija Isabel y, abriendo la puerta, dijo <<nuestra es Amberes>>, volviéndose después a dormir ante la sorpresa de su hija. Entró en la ciudad <<la comitiva de Alejandro, de infantes y caballos, vistosos a la verdad, no tanto por la gala de vestidos y armas como-por ser todos veteranos y escogidos- por el mismo aspecto marcial y militar ferocidad>>. La victoria fue celebrada por los soldados con un gigantesco banquete sobre el puente del Escalda, con mesas que se extendían de orilla a orilla del río. Tras las celebraciones desmantelaron el puente sobre el río y se reconstruyó la ciudadela-fortaleza levantada por el duque de Alba que el de Orange había posteriormente derruido.

Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 21:07 ]
Asunto: 

custodio4244 escribió:
Citar:
Para conmemorar la toma de San Quintín se construyó el monasterio del Escorial, dedicando el templo a San Lorenzo, en cuyo día se dio la batalla


A modo de curiosidad respecto a lo que comentas decir que la planta del edificio, con sus torres, recuerda la forma de una parrilla, por lo que tradicionalmente se ha afirmado que esto se hizo así en honor a San Lorenzo, martirizado en Roma asándole en una parrilla y cuya festividad se celebra el 10 de agosto, esto es el día que tuvo lugar batalla de San Quintín, de ahí el nombre del conjunto y de la localidad creada a su alrededor.

Un saludo y gran trabajo compañero. Al ritmo que vas no me voy a dormir esta noche :wink: .

Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 21:08 ]
Asunto: 

optio escribió:
Admirable exposición sobre los tercios pero discrepo en una, no todos los soldados provienen de segundones, ni de familias mas o menos nobles si no sobre todo de las clases mas bajas campesinos y villanos , de todas formas admirable trabajo.
Para saber mas de los tercios el libro de Rene Malfalti , que aunque sea francés no deja de rendir una gran admiracion por los tercios españoles ,el libro se titula simplemente " LOS TERCIOS ".

Autor:  101airbone [ 03 Jun 2007 21:09 ]
Asunto: 

zaragoza escribió:
HOLA:


Bienvenido al foro y gracias por tus comentarios.

¿Nos puedes indicar mas cosas sobre ese libro que nos recomiendas, editorial, ISBN y demas?

Agradecido de antemano

Un saludo

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