zaragoza escribió:
Batalla de Lepanto, 1571
Lepanto: el dia en que al turco le dieron por donde amargan los pepinos
El titulo salió de una charla con un amigo. Pido perdón por la broma y que nadie se ofenda (si es turco me trae sin cuidado, cuando pidan perdón por el genocidio armenio, ya veremos). Pues bien, rebuscando en mis archivos encontré un artículo, imposible de reproducir aquí porque se trata de 22 páginas de texto, con fotos y planos, pero del que intentaré extraer un resumen
La referencia bibliográfica donde está, hoy día seguramente inencontrable, es la siguiente: Revista "Historia y Vida", extra número 15: "Hechos de armas de la marina española". Editada en Barcelona en 1978. El artículo al que nos referiremos se titula "Lepanto, la gran victoria sobre los turcos", páginas 18 a 41, del historiador José Maria Martínez Hidalgo, experto en historia naval. Los datos entre corchetes los he puesto para aclarar. Resumo:
Preliminares de la batalla
"El 8 de septiembre [1571] don Juan [de Austria] pasó revista a la flota fondeada en la rada de Mesina, (....). Aparecían allí, en primer lugar, 90 galeras, 24 naos y 50 fragatas y bergantines enviados por Felipe II, destacando por el buen aparejo, pertrechos y armamento. También se veían en muy buen orden las 12 galeras y 6 fragatas del Papa, siguiéndole luego 106 galeras, 6 galeazas, 2 naos de nueve mil salmas de porte y 20 fragatas, todas venecianas. en la revista don Juan advirtió, además de algunas deficiencias en el material, escasez de gente y por ello convenció a Veniero para que admitiera en sus naves [las venecianas] 4 mil soldados de las tropas al servicio del rey de España.
En la galera Real iba una guardia de cien soldados alemanes y españoles, y en la comitiva del generalísimo figuraban gentilhombres de cámara: el comendador mayor de Castilla, don Luis de Requesens, su lugarteniente general; don Fernando Carrillo, conde de Priego; don Luis de Córdoba, comendador de Santiago; don Bernardino de Cárdenas, marqués de Betela; don Luis Carrillo; Juan Vázquez Coronado, capitán de la Real; Pedro Francisco Dona; don Lope de Figueroa; don Miguel de Moncada; el castellano de Palermo, Salazar; don Pedro Zapata; don Rodrigo de Benavides, del hábito de Santiago, hermano del conde de san Esteban; y el secretario Juan de Soto.(...)
Por fin el día 16 de septiembre pudo hacerse a la mar la flota cristiana (...) La Armada comprendía un total de 207 galeras, 6 galeazas y un centenar más de unidades auxiliares del género de las naos de transportes, y de las galeotas, bergantines o fragatas, tipos estos de galeras menores destinados a exploración y enlace. El conjunto sumaba 1815 cañones y 84420 hombres, repartidos en 28 mil soldados, 19920 marineros, 43500 remeros. De los soldados, unos 20 mil eran españoles o estaban al servicio de España; los naturales de la península eran 8160, pertenecientes a cuatro tercios mandados por Lope de Figueroa, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel de Moncada.
Al marchar en línea de fila la Armada se extendía unas diez millas [Nota: algo más de 16 Km.] y de acuerdo con la táctica de la época estaba organizada en una agrupación de vanguardia y cuatro escuadras, la última de reserva o socorro:
Vanguardia o Descubierta a las órdenes de Juan de Cardona con 7 galeras, 3 de España (Sicilia) y 4 de Venecia, que debían adelantarse para explorar y reconocer los bajeles avistados, dando información al grueso de la flota; su distintivo era una flámula con las armas del rey.
Primera Escuadra o Ala Derecha, al mando de Juan Andrea Doria, con 53 galeras, 26 de España (España, Nápoles, Génova, Malta y Saboya), 25 de Venecia y 2 del Papa, que izaban la capitana flámula verde en la pena, y gallardetes triangulares los demás; esta escuadra formaría el cuerno derecho del combate.
Segunda Escuadra o Cuerpo de Batalla, a las órdenes directas de don Juan de Austria, con 64 galeras, 30 de España, 27 de Venecia y 7 del papa, con distintivo de una flámula azul en el calcés de la galera Real y gallardete del mismo color las demás galeras, entre las cuales figuraban la capitana del comendador mayor, la capitana del Papa a la diestra y la de Venecia a la siniestra del generalísimo.
Tercera Escuadra o Ala Izquierda, al mando de Agostino Barbarigo, segundo de Veniero, con 53 galeras, 41 de Venecia, 11 de España y 1 del Papa, llevando por distintivo flámula amarilla en la pena la capitana y gallardetes en las ostas las demás; esta escuadra formaría el cuerno izquierdo de combate.
Agostino Barbarigo, segundo del almirante Veniero murió en combate por un flechazo en la cabeza despues de ser herido por una flecha en el ojo (no cayó hasta pasadas pocas horas de ser herido, seguro ya de la victoria de la flota).
Retaguardia o Socorro, a las órdenes de Álvaro de Bazán, con 30 galeras, 15 de España, 12 de Venecia y 3 del papa, llevando por distintivo flámula blanca en la pena la capitana y gallardetes de igual color para el resto de galeras, pero estos gallardetes en una pica sobre el fanal; en navegación iría una milla por detrás para recoger a las galeras rezagadas y evitar sorpresas de ataques por retaguardia.
La flota de combate, propiamente dicha, iba acompañada por una escuadra de naos, 24 de España y 2 de Venecia a las órdenes de Carlos de Ávalos. Estas naos de propulsión a vela exclusivamente, desempeñaban el cometido de transporte de víveres, municiones y pertrechos, marchando con independencia de las escuadras.
Las seis galeras [sic, por galeazas] venecianas al mando de Francesco Duodo estaban repartidas de dos en dos en las tres escuadras de combate, y las galeras debían alternarse en el trabajo de remolcarlas.
Las galeras de Génova eran de propiedad particular y alquiladas por España. Algunos opinaban que sus propietarios no se arriesgaban demasiado, reproche que también se hizo a Juan Andrea Doria el año anterior y volvió a repetirse después de Lepanto.
Las galeras pontificias iban al mando de Marcantonio Colonna, vasallo de Felipe II. Debe tenerse en cuenta que algunos historiadores italianos ocultan el carácter de galeras españolas de varias agrupaciones que confusamente pudieran parecer italianas, cuando combatieron bajo la bandera de Felipe II, que las sostenía. De las galeras venecianas era excelente la artillería, pero padecían la tradicional escasez de dotaciones, y así, como se ha dicho ya, don Juan las reforzó con 4 mil soldados de las fuerzas españolas. (...)
La marcha de tan inmensa flota era muy lenta. Muchas galeras venecianas acusaban su mal estado, con las maderas, en bastantes casos, podridas por largas estancias en seco. Hasta las nuevas eran inferiores a las españolas y pontificias, ya que se habían construido precipitadamente cuando se comprendió que no había otra alternativa que la guerra con el turco. Por tanto, la armada iba a la velocidad de los buques más lentos -las galeazas, a remolque, también iban despacio- y fondeaba cuando el mal tiempo ponía en peligro a las naves menos marineras. Por otra parte tampoco se quería cansar a los remeros para que estuvieran en plenitud de facultades al tiempo de combatir. (...)
La flota otomana comprendía un total de 208 galeras, 66 galeotas o fustas y 25 mil soldados; de éstos, 2500 jenízaros, únicos armados de arcabuces, pues los otros todavía usaban arco y flechas. El dispositivo era similar al cristiano, tres escuadras o alas y una reserva:
El ala derecha, de 55 galeras... a las órdenes de Mehmet Siroco, hasta entonces rey de Negroponto y a la sazón virrey de Alejandría. El cuerpo de batalla, compuesto por 95 unidades... al mando directo de Alí Pachá. El ala izquierda, con 93 galeras y galeotas....a las órdenes de Uluch Alí, natural de Castella (Calabria), cuyo verdadero nombre era Giovanni Dionigio Galeni, a la sazón virrey de Argelia. La reserva con 29 unidades... bajo el mando de Murat Dragut.
Las condiciones meteorológicas [al clarear el 7 de octubre] en principio eran favorables a los turcos por la circunstancia de soplar viento del este, y el almirante otomano decidió aprovecharlo marchando a toda vela con idea de establecer contacto antes de que el enemigo pudiera terminar el despliegue.
La armada cristiana se aproximaba con las mayores precauciones (...) Fue una suerte para ella el haberse puesto en movimiento tan temprano, porque esto le permitió descubrir al enemigo cuando todavía estaba a 15 millas. La marcha era silenciosa, tanto que fue circulada una orden por la que se castigaría con pena de muerte a quien disparara un arma, tocara un instrumento musical o hiciera ruidos que pudieran denunciar la presencia al enemigo.
De acuerdo con el plan de combate adoptado en Mesina, la Real disparó un cañonazo al tiempo que izaba la bandera blanca, señal ejecutiva de iniciar el despliegue a la formación de combate y de aprestarse a la lucha. (...) Al tocarse alarma y hacer rápidamente la pavesada (las galeras turcas carecían de pavesada y por tanto soldados y remeros estaban menos defendidos), se aceleran los preparativos para la lucha, hasta alcanzar un ritmo febril. Por orden de don Juan se cortan los espolones y despejan los tamboretes para que la artillería pueda disparar sin obstáculos, especialmente el cañón de crujía, el de superior calibre (36 libras).
La tropa se parapeta detrás de las empavesadas y en la arrumbada. Se cargan las piezas, rocían de arena las cubiertas y sitúan en lugares estratégicos barriles de agua para apagar los posibles fuegos. Todos los esclavos que no eran musulmanes fueron desencadenados, armando a muchos y prometiendo a todos la libertad si se alcanzaba la victoria. (...)
Don Juan de Austria superó todas las expectativas. Tras la Rebelión de los Moriscos dió cumplida fe de todo lo que venía comentándose sobre su persona. Su papel fue decisivo en la jornada de Lepanto, y años más tarde asestaría un tremendo golpe a los protestantes holandeses en Gembloux.
A las once de la mañana y con viento flojito del este, el ala izquierda cristiana, mandada por Barbarigo, concluía el despliegue en línea de frente rumbo al este, con la capitana muy cerca de tierra para impedir que Mehmet Siroco pudiera envolverla. El cuerpo de batalla se encontraba entonces en pleno despliegue y Cardona acelera la boga para situarse al costado de la capitana de Malta mandada por Giustiniani, en tanto que Doria iba hacia el sur, separándose del cuerpo de batalla, para quedar paralelo a Uluch Alí que, frente a él, también se había separado de Alí Pachá con el propósito de envolver a Oxia, algo rezagado por haber ido a reconocer un bajel y a recoger a varias galeras que habían quedado atrás. Las naos se mantuvieron a gran distancia sin tomar parte en el combate. Cuatro galeazas ocuparon sus puestos en vanguardia, pero no así las dos de Cesaro y Pisani, que quedaron a retaguardia a causa de la maniobra de Andrea Doria.
II parte: La batalla de Lepanto
Al tiempo de irse completando el despliegue don Juan transbordó a una fragata acompañado de don Luis de Córdoba, su caballerizo mayor, y el secretario general Juan de Soto. Al jefe del ala derecha le ordenó aproximarse más al centro para cerrar el espacio por el que podía introducirse el enemigo. También dispuso que se alejaran las naos y previno a la tropa acerca de los gritos e imprecaciones que con ánimo de impresionar solían proferir los turcos al entrar en combate. (…) A los españoles les decía: “Hijos, a morir hemos venido. A vencer si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte el enemigo: ¿dónde está Dios? Pelead en su santo nombre, que muertos o victoriosos gozareis de la inmortalidad”. Y a los venecianos les incitó a desquitarse de las atrocidades de Chipre: “Hoy es día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio de vuestros males; menead con brío y cólera las espadas”. La bizarra estampa del joven generalísimo de ojos azules y 24 años -se decía de él que podía nadar con la armadura puesta- despertó el mayor ardor en todos y su paso fue saludado por un enorme clamor, olvidándose rencores, pasadas disidencias y abrazándose a unos y otros, hombres de distintos países, al tiempo que prometían luchar unidos hasta la muerte. Cuando la fragata de don Juan estuvo cerca de la popa de la galera de Veniero, éste, con lágrimas en los ojos, le pidió que olvidara acciones anteriores, asegurándole que hundiría tantas galeras enemigas como pudiera alcanzar… (…)
Habían transcurrido tres horas desde el mutuo avistamiento, cuando don Juan, terminada la revista, volvía a la Real (…) el viento seguía soplando de Levante y permitía a los turcos aproximarse a vela, ahorrando el esfuerzo de sus remeros para la hora del combate y obligando, en cambio, a los cristianos, a un desgaste para forzar las líneas. Ese viento de Levante, repetimos, calmó de repente y en brusco contraste comenzó a soplar de Poniente, a favor de los cristianos, que así pudieron llevar cuatro galeazas a los puestos avanzados, unos tres cuartos de milla por delante de la línea.
En la formación cristiana, en línea de frente, el centro lo ocupaba la Real de don Juan de Austria, con las galeras de Colonna y Veniero a diestra y siniestra respectivamente, y la de su lugarteniente Luis de Requesens por la popa, de modo que iba bien escoltada, ya que se preveía sobre ella la mayor intensidad de los ataques turcos. A su bordo se habían levantado los bancos de los remeros para dejar más espacio a la tropa, que llegó a ser de 400 arcabuceros. La gente de remo también se había cambiado por otra de refresco procedente de una nao de transporte. Era así. La Real, una verdadera fortaleza con la gente más escogida de los tercios y gran parte de voluntarios españoles, hidalgos o nobles en casi su totalidad, además de veteranos en el servicio de las armas. El gobierno de la galera y la defensa de la cámara de boga se confirió a Gil de Andrade, el cuartel de proa a Pedro Francisco Doria, la arrumbada a los maestros de campo Lope de Figueroa y Miguel de Moncada y a los castellanos Andrés Salazar y Andrés de Mera, el fogón a Pedro Zapata, el esquife a Luis Carrillo, la popa a Bernardino de Cárdenas, Rodrigo de Mendoza Cerbellón, Luis de Cardona, Luis de Córdoba, Juan de Guzmán, Felipe de Heredia, Ruiz de Mendoza y otros, siendo capitán de la galera Juan Vázquez Coronado, caballero del hábito de San Juan, navegante y de probado valor.
Las caballerescas costumbres de la época establecían que una vez consideraban los rivales formadas las líneas de combate, uno lanzaba un cañonazo de desafío, al que contestaba el enemigo con otro en señal de estar dispuesto a la lucha. Alí Pachá lanzó el reto al tiempo que desplegaba el sanjac o estandarte de seda, verde y ricamente decorado con la Media Luna y versículos del Corán. Don Juan se apresuró a responder con otro disparo, mientras en la popa de su galera ondeaba el estandarte azul de la Santa Liga… mediando solo dos millas entre ambas líneas.
En el cambio de viento de Levante a Poniente…. Los turcos debieron arriar velas y armar remos, con lo que dieron tiempo a la citada maniobra de las galeazas y a que Álvaro de Bazán se incorporara a la retaguardia. Hubo luego calma de mar y viento y un día luminoso contribuía al ambiente de extremada solemnidad ante el espectáculo indescriptible de unas 600 naves cubriendo buena parte de la anchura del golfo. (…)
Rectificada con gran habilidad maniobrera, toda la línea turca avanza impetuosa a impulsos de una boga arrancada que levanta muralla de espuma. Soldados y remeros otomanos gritan, vociferan, disparan arcabuces, hacen sonar cuernos y címbalos para dar rienda suelta a su excitación, comunicarse valor y asustar a los cristianos. Del lado de estos el contraste era sobrecogedor. Dentro del más completo silencio y con solo el ritmo cadencioso de las paladas de los remos, a un toque de trompeta de la Real celebrase la citada ceremonia de la absolución general que todos recibieron de rodillas. Habían transcurrido pocos minutos desde que fuera mediodía, cuando los turcos ansiosos de combatir, habían hecho ya una nerviosa e ineficaz salva de artillería cuando el enemigo estaba todavía fuera de su alcance. Solo un disparo llegó a la galera de Juan de Cardona, rindiéndole el palo, cuando iba a transmitir órdenes a las galeazas. Una de estas recibe al furioso atacante con un disparo y los turcos sufren ya un primer momento de indecisión cuando el cañonazo de la galera de Duodo se lleva el gran fanal de la capitana del almirante turco, cerca del cual había estado momentos antes Alí Pachá, quien repuesto enseguida de la impresión, ordena proseguir la boga avante y su ejemplo será imitado por todo el cuerpo de batalla, recomponiendo así la línea de marcha contra la flota cristiana.
Este primer disparo del jefe de las galeazas fue la señal para que cuatro de ellas empezaran a vomitar una verdadera tempestad de hierro y fuego contra el centro y el ala derecha turca. Las otras dos galeazas del ala derecha cristiana, las de Cesaro y Pisano, quedaron fuera de la zona de acción porque Uluch Alí, al darse cuenta enseguida del peligro, maniobra para alejarse de su alcance, dejándolas sin cometido alguno. La acción de las galeazas hundió a dos galeras otomanas y produjo averías a cierto número de ellas. Antes de que los turcos se repusieran de la primera sorpresa, estas fortalezas flotantes habían cargado y disparado de nuevo. Varias galeras otomanas hicieron un intento de embestir a las galeazas, pero Alí Pachá les dio orden de retroceder por considerarlo un acto suicida y tener el propósito de ir directamente contra el centro de la Armada cristiana, dejando atrás a las galeazas, como así ocurrió. (…)
El ala izquierda
Por este tiempo, en el ala izquierda cristiana se combatía ya encarnizadamente. Las galeras sutiles de Siroco pretendían pasar entre el extremo de la línea cristiana y tierra, en una maniobra de envolvimiento, pero Barbarigo frustra en parte tales propósitos al no dejarles paso franco, obligándolas en algunos casos a varar en la playa, lo que aprovecharon varias tripulaciones otomanas para escapar tierra adentro. A los turcos les eran muy familiares aquellas aguas y rascando casi el fondo pudieron pasar una docena de galeras que atacó a la escuadra cristiana por retaguardia. En el extremo del ala más cercano a tierra quedó aislada y entre dos fuegos la galera de Barbarigo. Trece galeras turcas atacaron a la capitana del veneciano, mientras que las otras de Siroco impedían a las cristianas el socorrerla. (…) Junto a él [Barbarigo] murieron sus diez oficiales y cuando ya parecía inmune a los ataques enemigos, una flecha le atravesó el ojo izquierdo. El bravo capitán quería continuar en su puesto y solo a la fuerza pudo ser llevado a la cámara. Entretanto los turcos, con nuevos refuerzos, penetraron en la galera veneciana hasta l altura del palo mayor, cuando e pronto surgió impetuosa la galera del valiente Giovanni marino Contarini, sobrino de Barbarigo, rechazando a los jenízaros hasta la arrumbada. También Contarini cayó herido de muerte y se hizo cargo del mando de la capitana Federico Nani, quien con singular inteligencia y valor reanudó el combate, pero los turcos la dominaban ya y entonces acudió en su ayuda la galera del conde Silvio di Porcia y otras dos.
En el ala izquierda cristiana, la máxima intensidad de la lucha continuaba en torno a la capitana, lucha que adquirió extremos de inusitada ferocidad por ambos bandos, en medio de arcabuzazos y una lluvia de flechas y piñas incendiarias. (…) Al agotar las flechas y entrar al abordaje, la inferioridad turca se hizo muy patente (…) Después de liberada la capitana veneciana, dos galeras fueron al asalto de la galera de Siroco, logrando rendirla. El propio siroco, herido varias veces, fue encontrado luego flotando sobre un madero todavía con vida y se le remató para ahorrarle sufrimientos. La derrota turca fue completa sin que pudiera escapar ninguna galera; las que no resultaron hundidas, incendiadas o varadas, fueron apresadas.
La lucha en el centro
En el centro, ya en contacto, la lucha todavía se mostraba indecisa y es donde alcanzaría superior intensidad y dureza. Al reconocerse por los estandartes y fanales la Real de don Juan y la sultana de Alí Pachá, ambos timoneles maniobran para legar al encuentro. Al estar próxima, la galera de Alí Pachá descarga su artillería contra la de don Juan, barriéndole la arrumbada. Contestó la galera española y sus disparos causaron grandes daños a la turca. Aquí se demostró cuan acertada había sido la previsora medida de cortar los espolones de las galeras cristianas, ya que mientras las turcas se veían obligadas a disparar cuando todavía estaban a distancia, las galeras cristianas sin estorbos a proa estaban en condiciones de abrir fuego en el último momento y en ángulo más bajo. (…)
El espolón de la turca penetra agresivamente hasta el cuarto banco de la Real, quedando trincadas ambas galeras proa con proa en un campo de batalla único donde los jenízaros no pueden evitar que por dos veces los soldados de Moncada y Figueroa lleguen al palo mayor de la galera turca, hasta que al recibir esta ayuda por la popa, consiguió rechazar a los españoles. El número de combatientes era aproximadamente el mismo en ambas galeras: cuatrocientos arcabuceros en la española y trescientos jenízaros y cien arqueros en la turca.
El siguiente asalto es de los jenízaros a la Real, tomando su arrumbada conducidos por el propio Alí Pachá, quien… quería capturar a toda costa a su rival y en ello tenía empeñadas diez galeras y dos galeotas que le enviaban por escalas a popa, tropas de refuerzo. A popa de la Real también estaban Requesens con dos galeras que hacían lo mismo. En cambio Veniero y Colonna, que con arreglo al plan de combate debían acudir en su ayuda, no pudieron hacerlo por impedírselo la lucha con otras.
(…) En los primeros diez minutos de abordaje, en la arrumbada de la Real cayeron muertos o heridos unos 75 de cien soldados y solo la oportuna intervención de Requesens acertó a salvar la situación. Como los turcos les estaban poniendo en grave aprieto, don Juan creyó llegado el momento de tomar la decisión de vencer o morir y tras dejar a un grupo de caballeros a la guardia del estandarte, espada en mano marchó por la crujía hacia proa, a tomar parte personal en la lucha, seguido de su Estado Mayor. (…) entonces Marcantonio Colonna, dándose cuenta de la dramática situación a bordo de la Real, hizo una descarga de arcabucería que derribó a muchos asaltantes turcos, embistiendo por la siniestra a la Sultana, a la altura del fogón y con tanto ímpetu que lo que quedaba del espolón llegó a la altura del tercer banco a partir del espaldar, en tanto Álvaro de Bazán, la abordaba por la otra banda, enviando al asalto a Pedro de Padilla con sus arcabuceros del tercio de Nápoles.
Don Álvaro de Bazán fue uno de nuestros insignes almirantes, no conociendo la derrota en el mar durante múltiples campañas. Murió preparando la Invencible en Lisboa en 1588.
Pertau Pachá acudió, a su vez, en ayuda de la Sultana y abordó a la galera de Colonna por la medianía. Veniero, tras haber puesto fuera de combate a una galera turca, quiso embestir también a la de Alí Pachá, pero le cortaron el paso otras dos galeras, asaltándole.
Es la fase culminante y va a decidirse la suerte de la lucha. El cuerpo de batalla es una masa infernal de hombres que se baten con furor de locos y cada galera es una verdadera carnicería. Aunque ambos bandos pueden considerarse igualados en número y bravura, al cabo de una hora de acción se veía que las armas de fuego cristianas eran más eficaces que las turcas. Por dos veces había sido arrasada la cubierta de la capitana turca en asaltos españoles, y las dos veces estos tuvieron que retirarse por la llegada de refuerzos de jenízaros procedentes de otras galeras que pasaban al contraataque. Entonces es cuando resultó decisiva la intervención de Álvaro de Bazán con las 30 galeras de la escuadra de socorro, previstas precisamente para actuar en momentos tan graves como aquél. (…)
En torno a la Real se suceden los ejemplos de heroísmo. Sebastián Veniero, pese a encontrarse gravemente herido en una pierna, continúa atacando sin descanso a la galera de Pertau Pachá que pretende huir, pero le corta la proa Lomellini y Juan de Cardona lo alcanza y asalta cuando, falta de medios de defensa y gobierno podía decirse que era un pontón. Pertau Pachá, ante la imposibilidad práctica de continuar la defensa, salta a una fragata con la espalda quemada por una piñata incendiaria y huye, al tiempo que ocupa la nave turca Orsini, quien resulta herido por flecha en una pierna. Al observar la rendición de la galera de Pertau, el intrépido Veniero se dirige a otra parte y conquista dos galeras más. Cerca estaba la capitana de Génova, donde iba el príncipe de Parma, Alejandro Farnesio, quien saltó a una galera turca seguido del soldado español Alfonso Dávalos, y palmo a palmo la hicieron suya.
Colonna acudió en ayuda de Contarini, embistiendo con tanta fuerza a la galera turca que le atacaba que le abrió una gran brecha en el costado, hundiéndola rápidamente. En luchas parciales el bey de Túnez es vencido por la galera pontificia Eleusina, en tanto que otra pontificia, la Toscaza, rompe la palamenta a Mustafá Esdri y en rápida maniobra apresa a esta galera que llevaba los fondos de la armada otomana y era la antigua capitana de [papa] Pío IV capturada por los turcos en Djerba diez años antes.
En el ala izquierda todavía combaten sañudamente dos galeras, una es la capitana del terrible Kara Yussuf y la otra la Grifona, de Gaetano que se apodera de la turca.
(…) El desenlace aunque se vislumbrara ya claramente favorable a la armada de la Liga, iba a decidirse por último a través del persistente duelo entre la Real y la Sultana, propicio a la primera, en buena parte gracias al auxilio prestado por Álvaro de Bazán al mandar una oleada de tropa de refresco que invadió la galera de Alí Pachá con la furia de un huracán, conquistándola definitivamente. (…) jamás se ha sabido de modo cierto si [Alí Pachá] murió en combate o ahogado.
El combate adquirió mayor crudeza en la cubierta de las dos naves capitanas, La Real y La Sultana. Los capitanes y generales españoles combatieron con ardor como un soldado más. Ilustración de Juan Luna y Novicio.
Uluch Alí pone en peligro el triunfo
La victoria cristiana se había logrado desde luego, en el centro y en el ala izquierda, pero en el ala derecha Juan Andrea Doria y Uluch Alí se habían limitado a observarse y desarrollar movimientos tácticos. Luego Uluch Alí al ver cuanto espacio quedaba entre él y el cuerpo de batalla cristiano, de repente viró al norte, arrumbando hacia la parte derecha del citado cuerpo de batalla que estaba sin protección. La primera galera cristiana al paso de Uluch Alí fue precisamente la capitana de Malta [que remolcaba a cuatro galeras turcas que había capturado] mandada por Giustiniani, viejo enemigo de los corsarios argelinos, herido antes dos veces por Uluch Alí en encuentros personales. Este…. se lanzó rápidamente sobre él… con otras seis galeras argelinas. Las fuerzas argelinas estaban descansadas, pues no habían intervenido en los combates; en cambio las de la galera maltesa y otras dos de la misma escuadra que acudieron en su ayuda llevaban ya bastantes horas de dura e intensa brega.
Al ver este ataque, Álvaro de Bazán y don Juan de Austria abandonaron sus presas y acudieron en auxilio de las galeras atacadas por los argelinos…. Hasta las tres de la tarde la escuadra de Uluch Alí, compuesta por 93 unidades, atacó a una veintena de cristianas, hundiendo rápidamente a seis y otras cuantas hubieran seguido la misma suerte de no acudir primero con siete galeras Cardona, que resultó herido por flecha y arcabuz, como 450 de los 500 hombres a bordo de la capitana. Entonces se hizo notar una vez más la activa y valiente participación de Álvaro de Bazán, siendo de notar que una de las galeras de apoyo era la Marquesa, donde se batió ejemplarmente Miguel de Cervantes. (…)
Al presentarse don Juan de Austria con doce galeras y Andrea Doria con todas las del ala derecha, Uluch Alí se retiró abandonando las presas, pero llevándose el estandarte de los caballeros de Malta cogido a Giustiniani. En su huida aprovechó el viento que había vuelto a soplar del este, marchando hacia Prevesa con trece galeras. Se intentó darle alcance, pero el agotamiento de las tripulaciones era tan grande que no pudo exigírseles ya nuevos esfuerzos. Otras 33 galeras y galeotas turcas huyeron hacia Lepanto y las restantes fueron apresadas. Uluch Alí se retiró también por comprender que la batalla principal la habían perdido.
Al entrar a bordo de la capitana de Malta los hombres enviados por Álvaro de Bazán encontraron tendidos en cubierta los cuerpos de casi 500 turcos y cristianos. Entre los heridos, aunque grave, Giustiniani: después de varios meses en un hospital de Roma, volvió a la lucha contra los argelinos.
III parte: Después de la batalla
A las cuatro de la tarde pudo considerarse prácticamente terminada la batalla, aunque todavía hubiera muchas galeras cristianas ocupadas en dar caza a otras turcas que trataban de escapar solitariamente. La victoria de la Armada de la Santa Liga fue ya completa. Las pérdidas cristianas se estimaron en 15 galeras, 7650 muertos y 7784 heridos. Las turcas fueron enormes: 15 galeras hundidas, 190 capturadas, 30 mil muertos y 8 mil prisioneros, liberándose a 12 mil esclavos cristianos de las galeras turcas. Hubo muy pocos prisioneros por motivo de las crueles costumbres de la época. Por todas partes se veían restos de naves, cadáveres flotantes y extensas manchas de sangre. Algunas de las galeras apresadas se incendiaron al no haber posibilidad de remolcarlas a causa de sus grandes averías.
A bordo de las galeras cristianas los cirujanos trabajaban sin descanso para salvar a cientos y cientos de heridos. Los marineros y soldados se ocupaban de la reparación de cascos y aparejos. A la puesta del sol asomaron negros nubarrones, anunciadores del mal tiempo, y la flota cristiana marchó rápidamente a fondear en el puerto de Petala (…) Los soldados y remeros que no estaban heridos, quedaron exhaustos de la larga lucha y furiosa boga. A medianoche alcanzaron el fondeadero y todos los capitanes que no tenían impedimento físico para hacerlo se trasladaron a la galera Real, a felicitar a don Juan y a celebrar la victoria. A la gente se le dieron raciones extraordinarias de vino y de comida.
Amparado en la oscuridad y cerrazón de horizontes por causa de la lluvia, Uluch Alí consiguió deslizarse hasta el puerto de Lepanto con sus dieciseis galeras, pero estas y otras trece que se acogieron al mismo refugio estaban en tan malas condiciones que ordenó su destrucción para evitara que luego pudieran caer en manos del enemigo.
En muchos barcos turcos [capturados] se obtuvieron ricos botines. Entonces era corriente, sobre todo entre turcos, llevar consigo todo lo de valor. En la galera de Alí Pachá se encontraron 150 mil cequíes turcos de oro, sedas y mercaderías lujosas, y en la de Kara Kodja 50 mil cequíes y 100 mil ducados venecianos de oro que él antes había capturado a varios barcos mercantes cristianos.
A la hora de repartir el botín hubo sus más y sus menos con los venecianos, sobre todo. El inventario de lo apresado fue: 117 galeras útiles, 13 galeotas y fustas, 117 cañones gruesos, 17 pedreros, 256 piezas menores y 3486 esclavos turcos. Según las estipulaciones del pacto [firmado en Roma el 25 de mayo de 1571] a España le correspondía la mitad, y la otra mitad era para Venecia y la Santa Sede. Y don Juan como diezmo de las presas adjudicadas a venecianos y pontificios, recibió 6 galeras y 174 esclavos.
El mérito principal de la victoria estuvo en el mando. Don Juan de Austria demostró en todo momento ser digno de la alta responsabilidad que tenía y su táctica resultó acertadísima. Hasta los propios venecianos acabaron reconociéndolo así. El plan de combate se desarrolló a la perfección y fielmente, con la salvedad de Andrea Doria, que actuó por su cuenta. En cuanto a heroísmo, puede decirse que fue general, tanto en las tropas veteranas como bisoñas, y entre estos debe citarse al joven príncipe de Parma [Alejandro Farnesio] que además de abordar una galera turca… tuvo una docena de encuentros personales antes de ser herido y caer al agua, para ser salvado luego. En las fiestas de la noche de la victoria se pudo comprobar que uno de los soldados que lucharon con más bravura se trataba de una mujer. Por ello, se le concedió plaza en el Tercio de Lope de Figueroa.