Pocas unidades militares arrastran tan mala fama como los pretorianos, la guardia de los emperadores de Roma, su privilegiada (cobraban mucho más que los legionarios y servían menos tiempo) y a menudo petulante escolta. El cuerpo, que también acompañaba en campaña al emperador, entrando en combate como soldados, tuvo múltiples funciones incluyendo las de policía secreta, espionaje y operaciones clandestinas (como asesinar a enemigos del Estado). Fue precursor de las unidades de élite y de los guardaespaldas de los líderes modernos, influyó en contingentes como la Guardia Suiza, la Guardia Imperial de Napoleón o las SS, y su eco llega hasta La Guerra de las Galaxias, en cuya nueva entrega, Los últimos Jedi, el malvado líder supremo cuenta con una guardia personal inspirada directamente en ellos (aunque armada con espadas y lanzas láser en lugar de gladios y pilums).
A los pretorianos originales, a los que hemos podido ver haciendo de malos malísimos en decenas de películas de toga y sandalia, entre ellas Quo Vadis, La caída del imperio romano o Gladiator, sin olvidar la serie Yo, Claudio, se los denostó ya en la antigüedad por convertirse a menudo en el poder detrás del trono y por su fea costumbre de poner y quitar (matándolos, claro) césares a su antojo. Se los habituó a recibir una paga extra cada vez que había un relevo de emperador, lo que fomentó su deseo de cambio. Uno de sus emblemas era el escorpión, que les iba como anillo al dedo aunque en realidad lo tomaron del signo zodiacal del emperador Tiberio.
Uno de sus emblemas era el escorpión, que les iba como anillo al dedo aunque en realidad lo tomaron del signo zodiacal del emperador Tiberio.
De ellos escribió el gran Gibbon, que les achacó ser síntoma y causa de la decadencia de Roma: “Su orgullo se vio alimentado por la conciencia de su peso irresistible (...) Les enseñaron a percibir los vicios de sus señores con consabido desdén y a obviar el temor reverencial hacia sus amos que solo la distancia y el misterio pueden preservar”. En sus filas militaron algunos de los nombres más detestables de la historia romana, verdaderos sinónimos de traición, despotismo, crueldad e infamia, como Casio Quera, Sejano, Tigelino o Plauciano, que llegó, se cuenta, a castrar a cien ciudadanos nobles (de origen senatorial) para que su hija Plaucila pudiera ser atendida por eunucos, que ya es capricho.
Las carreras de los líderes de los pretorianos llegaron a ser muy prósperas –el propio Plauciano fue suegro del emperador Caracalla- y algunos incluso accedieron ellos mismos al trono, como Macrino y Filipo el Árabe, que antes de emperadores fueron prefectos del pretorio, es decir comandantes de la guardia. La indignidad de los más conocidos no debe hacer olvidar que hubo pretorianos decentes y que varios de sus mandos supremos murieron en campaña al frente de sus tropas (como el prefecto Cornelio Fusco, caído en combate contra los dacios cuando servía a Domiciano).
A reseguir la historia del famoso cuerpo, que estuvo activo 340 años, desde época republicana hasta que lo disolvió Constantino tras la batalla del puente Milvio (312) en la que habían apoyado a su rival Majencio, y a dilucidar hasta qué punto merecía su pésima fama, dedica el especialista británico Guy de la Bédoyère su documentadísimo libro La guardia pretoriana, ascenso y caída de la escolta imperial de Roma (Pasado & Presente, 2017), que coincide además en librerías con Pretorianos, la élite del ejército romano, del historiador de la Complutense Arturo Sánchez Sanz (La Esfera de los Libros, 2017).
El autor británico tiene muy claro de dónde viene el oscuro carisma de los pretorianos, y por qué nos fascinan tanto. “Eran peligrosos”, responde sin ambages. “Siempre cerca del centro del poder”. ¿Su reputación de malos está justificada? “Se los podía comprar, pero cuando los emperadores eran buenos y tenían gran prestigio, los pretorianos se comportaban. Fue sobre todo en los casos de emperadores incompetentes o vulnerables que los pretorianos cubrían los vacíos con su ambición y se convertían en codiciosos hacedores de reyes. El autoexilio de Tiberio en Capri, el desastroso reinado de Calígula...”.
De la Bédoyére señala que buena parte de lo malo que hicieron los pretorianos, “una de las fuerzas más poderosas y caprichosas de la historia de Roma”, hay que achacarlo a emperadores “que dejaban mucho que desear”. Distingue entre los soldados de la guardia, que mayormente, dice, fueron en general leales a sus emperadores, y sus oficiales y prefectos, “de los que no se puede decir lo mismo”. Y recalca que de una manera u otra, los pretorianos “eran como un volcán dormido que amenazaba con entrar en erupción cuando lo permitiesen las circunstancias”.
Uno de los episodios más famosos en que intervinieron los pretorianos fue cuando tras asesinar a Calígula, hicieron emperador al reticente Claudio que se había escondido detrás de una cortina y que les concedió una generosa propina como soborno para comprar su lealtad.
Sánchez Sanz muestra bajo una luz más favorable que De la Bédoyére a los pretorianos y cree que hay que desmitificar su imagen de “dueños del poder” que, opina, corresponde en puridad a sus colegas legionarios, que fueron los grandes impulsores de las candidaturas imperiales. Señala que los pretorianos probablemente “salvaron la vida a tantos emperadores como a los que se la arrebataron”. La guardia pretoriana, resume con cierto tono de admiración, “eran los soldados de élite de imperio. Muchas veces se aprovecharon de ello, otras tantas lo demostraron”.
El libro de Sánchez Sanz, especialista en historia antigua, es muy rico en detalles sobre la organización, los uniformes y el equipamiento de los pretorianos, un tema complejo por la escasez de fuentes iconográficas y la variedad de funciones que carcaterizaba al cuerpo.
Los pretorianos empezaron siendo un destacamento de soldados, veteranos de confianza, que protegían como escolta personal a los generales en época republicana, tomando su nombre de la tienda de éstos, el praetorium, el pretorio. Hay referencias a las "cohortes pretorianas", que es el tipo de unidad del ejército romano en que se agrupaban, desde tiempos de Escipión el Africano, aunque líderes como Julio César poseían otros guardaespaldas (en su caso, una guardia de hispanos que el malogrado dictador tuvo la mala idea de disolver antes de los idus de marzo). En todo caso, no encontramos verdaderamente institucionalizados a los pretorianos de la manera que los conocemos hasta época de Augusto. Fue él el que estableció una fuerza permanente de nueve cohortes, compuestas cada una por 500 o mil hombres, según las fuentes (De la Bédoyére es partidario de los mil), con campamento en Roma, destinada a proteger al emperador y a su familia, a suprimir disturbios y a desarticular complots.
Al frente de los pretorianos estaban dos prefectos del pretorio, que fueron cobrando mayor poder y protagonismo por su posición tan cercana al emperador. Los pretorianos contaban con una unidad de caballería propia, los equites singulares Augusti.
Claudio los puso a cazar panteras ante el público y matar una orca varada en el puerto de Ostia, y Nerón los convirtió en claque de sus actuaciones artísticas y deportivas.
Para De la Bédoyére (Wimbledon, 1957), el momento más sórdido de la historia de la guardia (y de Roma) fue la subasta que hicieron los pretorianos de la dignidad imperial en el año 193, tras el asesinato de Pértinax, que había intentado meterlos en cintura después de que en tiempo de Cómodo se hubieran acostumbrado a hacer lo que les daba la gana, incluso pegar a los transeúntes. “Ofrecieron el trono al mejor postor, una puja indigna y degradante, uno de los momentos en que ellos, y Roma, cayeron más bajo”. Compró el trono, al alza, Didio Juliano, que no duró sino 66 días al no poder pagar la suma acordada con los pretorianos.
Con las necesidades del imperio cada vez más acuciantes en las fronteras, se había ido combinando el uso de los pretorianos como fuerza militar de combate, y acompañaban al emperador como hueste personal en sus cada vez más frecuentes campañas (como en los casos deTrajano en Dacia y Marco Aurelio en Marcomania), hasta convertirse en una parte más, aunque siempre privilegiada y por ello envidiada, del ejército regular.
¿Qué calidad militar tenían? “Durante bastante tiempo, sorprendentemente poca", responde De la Bédoyére. "Buena parte de ellos pasaban el rato holgazaneando en Roma como maniquíes militares y bravucones libertinos, capaces de asesinar pero poco aptos para la guerra real. Septimio Severo renovó la guardia con legionarios experimentados. Por desgracia, eso los hizo aún más peligrosos para el emperador”.
Al preguntarle al estudioso por la inquietante similitud entre la guardia pretoriana y las SS, que también empezaron como guardia personal y acabaron convertidas en poderosas unidades de élite dentro del ejército alemán, De la Bédoyére reconoce el parecido y apunta que, “sin duda, de haber vivido Hitler hasta hacerse viejo sus rivales se habrían vuelto hacia las SS prometiéndoles más dinero y privilegios a cambio de que los apoyaran para convertirse en nuevos Führers, igual que en la antigua Roma”.
Los pretorianos tienen mucho de inasibles. En parte porque eran un cuerpo muy polivalente, además de que fueron cambiando con el tiempo. Su iconografía, su armamento y su indumentaria no están claros, lo que ha permitido fantasear mucho con ellos. “Eran espías (con una rama especial dedicada a esa tarea, los speculatores), soldados, escoltas, pero también topógrafos, mineros, ingenieros, armeros", señala el estudioso británico. "Hacían todo lo que el emperador necesitara. Hasta de escuadrones de la muerte o de parte de la escenografía imperial: participando en espectáculos del poder. Claudio los puso a cazar panteras ante el público y matar una orca varada en el puerto de Ostia, y Nerón los convirtió en claque de sus actuaciones artísticas y deportivas. Cumplían misiones en todas partes. Incluso se envió una unidad a explorar Nilo arriba hacia Etiopía, una de las aventuras más curiosas del ejército romano".
En cuanto a su aspecto, "cambiaba continuamente, llevaban uniformes vistosos al estar de guardia en palacio, armaduras especialmente diseñadas para ellos en las paradas y equipamiento más funcional en campaña. Pero a menudo, en el día a día, en Roma, eran muy discretos, vestían de paisano y no los reconocías si no los observabas muy de cerca”.
Cuando actuaban sigilosamente llevaban una característica capa con capucha, la paenula. El autor opina que la película que mejor nos los ha mostrado probablemente sea Gladiator, “pero tampoco es muy exacta”. Un aspecto desconcertante es que a veces llevaban calcetines.
¿Cuál es la herencia de los pretorianos? “Mostraron qué inestable es la cuerda sobre la que se sostiene un gobernante autoritario en el poder”, resume De la Bédoyére. “Necesita apoyo para mantenerse ahí, pero su guardia ha de ser poderosa para darle ese soporte. Y su poder puede llegar a ser mayor que el de él en cualquier momento... y entonces, está acabado”.
Personajes famosos
Vinio Valente, centurión pretoriano de época de Augusto, era un sansón capaz de detener un carro con una mano. Lo cita Plinio.
Sejano, consiguió un poder omnipotente con Tiberio. El primer pretoriano que mostró lo peligrosos que podían ser. incurrir en su enemistad significaba una pena de muerte. Dion Casio asegura que yacía con las esposas de hombres relevantes para atesorar información. En su caída arrastró a toda su familia, y a su hija Junila, aún virgen, la forzó el verdugo para justificar la ejecución como la de una mujer adulta.
Macrón, también prefecto del pretorio como Sejano, fue el primero en participar en la muerte de un emperador, acelerando la de Tiberio. Previamente le había ofrecido su mujer al césar para que tuviera una aventura con ella.
Casio Querea, asesinó a Calígula tras sufrir numerosas humillaciones y que el emperador lo tachara continuamente en público de afeminado
Tigelino, el sicario de Nerón, cínico y disoluto. Un verdadero canalla.
Gayo Vedennio Moderato. La otra cara de la guardia, un pretoriano que sirvió larga y fielmente durante los flavios. Un buen soldado especialista en artillería y que era un crack usando la balista.
https://elpais.com/cultura/2017/12/28/a ... 03437.html