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NotaPublicado: 10 Jun 2019 18:04 
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Terminaron unos pocos atrincherados en un castillo y la mayoría, tras batirse en el campo de batalla y rendirse, llevados con honor a Edimburgo, donde conocieron un licor local llamado whisky. Habían salido en dos fragatas del puerto de Pasajes hace ahora 300 años, con el gallego Castro Bolaño al frente. Uno quedó para siempre allí: hoy es el célebre fantasma 'español' del castillo de Eilean Donan

El castillo de Eilean Donan es un lugar tan bucólico y lleno de encanto en el norte de Escocia que recuerda a una postal. Hoy en día atrae a hordas de visitantes, muchos de ellos buscando el selfie perfecto, pero en su mayoría desconocen que en ese mismo sitio, hace exactamente 300 años, tuvo lugar una de las acciones militares más arriesgadas, extrañas y valientes de las muchas que han visto esas islas... con la salvedad de que no fue protagonizada por un rudo clan escocés, sino por un grupo de infantes de marina españoles que a miles de kilómetros de su casa, solos, aislados y sin posibilidad de refuerzos, se las apañaron para llevar a cabo la última invasión extranjera con éxito del Reino Unido, enfrentándose al ejercito británico en una batalla abierta y desigual para después volver casi indemnes a su hogar en la Península. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos.

En 1719 la situación política era, por decirlo de una manera, delicada, bastante compleja para nuestro país. España, recién salida de la Guerra de Sucesión, se encontraba en una situación de debilidad frente al ascendente poderío inglés. Para revertir la situación, el primer ministro español Alberoni concibió un plan arriesgado y tan audaz que resultaba casi inconcebible: llevar la guerra al propio Reino Unido, mediante un ejército de invasión. España iba a conquistar Inglaterra de una vez por todas.

Para que el plan saliese bien era necesario armar a los rebeldes de los clanes y crear una maniobra de distracción en Escocia que arrastrase hasta allí a los británicos y dejase indefensa la zona principal de invasión en el sur. Para esa maniobra arriesgada se escogió a un batallón selecto del Regimiento Galicia -unidad que, por cierto, aún existe hoy en día-, que salió discretamente del puerto de Pasajes en un par de barcos, casi al mismo tiempo que el grueso de la fuerza de invasión salía de Cádiz. Irían más rápido, serían más discretos y se plantarían en Inglaterra antes de que nadie se diese cuenta.

El plan de Alberoni iba sobre ruedas... pero de repente las cosas empezaron a salir mal. En primer lugar, el rey Carlos XII de Suecia, que se había comprometido a atacar Inglaterra con miles de hombres a la vez que los españoles, murió de forma repentina y su sucesor se desentendió del asunto, dejando a los españoles sin aliados en su invasión y en inferioridad numérica. Y lo peor estaba por llegar.

La noche del 29 de marzo, una brutal tormenta dispersó la flota española a los cuatro vientos, haciendo zozobrar numerosas naves y obligando a la mayoría a volver renqueantes hacia España.

Con un ejército desorganizado por la tormenta, una flota maltrecha incapaz de garantizar el desembarco y sin aliados fiables, Alberoni, suponemos que bastante disgustado, decidió dar carpetazo al plan de invasión... pero nadie se acordó de que una parte del plan seguía en marcha y ya casi estaba en Escocia. O, si se acordaron, no tenían forma de avisarles de que se dirigían a una encerrona.

El 13 de abril, dos fragatas españolas desembarcaron a los 307 hombres del Regimiento Galicia a los pies del castillo de Eilean Donan, en la desembocadura del río Loch Duich. Los soldados españoles, al mando de Nicolás de Castro Bolaño y de su sargento mayor Alonso de Santarem se hicieron fuertes en el castillo y almacenaron en sus bodegas toda la fusilería que habían traído para los clanes escoceses. A continuación Bolaño, un gallego tozudo con raíces en Villalba y ya veterano, cuyos descendientes aún residen hoy en Galicia y cuya vida daría para otro artículo, decidió comenzar a establecer contactos con los clanes escoceses y preparar la conquista de Inverness, la ciudad más cercana. Pero Bolaño enseguida tropezó con una gran dificultad: sólo había algo que superase el desprecio de los clanes hacia los ingleses...y eran los otros clanes. Los escoceses no se avenían a luchar juntos, desconfiaban del plan y se limitaban a esperar.
VIGILANDO LA PÓLVORA

A Bolaño se le acababa el tiempo y la paciencia. Dejó una guarnición de 50 hombres en el castillo, vigilando las armas y la pólvora que habían llevado, y marchó con los restantes soldados por las tierras altas escocesas, incitando a la rebelión a los nativos, ayudado por un líder del clan McGregor, conocido entre sus hombres como Rob Roy.

A esas alturas, los ingleses ya eran conscientes de que una parte de Escocia estaba bajo bandera española, pero aún no tenían datos sobre el tamaño o la composición de la fuerza invasora. El 10 de mayo, un grupo de cinco fragatas de la Royal Navy que remontaban la costa escocesa llegó a la altura del castillo de Eilean Donan y vieron la enseña del rey Felipe V ondeando sobre las almenas. Un oficial británico bajó a tierra para exigir la rendición de los 50 hombres allí guarnecidos. La lacónica respuesta fue que si los ingleses querían el castillo, antes tendrían que sacarlos a ellos de allí.

Y a eso se pusieron con esmero, no cabe duda. Durante las siguientes horas, los barcos británicos bombardearon sin piedad el castillo, en el que no había ni un solo cañón para responder al fuego, demoliéndolo andanada tras andanada. Sólo cuando Eilean Donan era una pila de escombros ordenaron el asalto, confiando en que sus defensores estuvieran muertos, pero aún tardaron hasta bien entrada la noche en conseguir reducir a los supervivientes. Al final, 39 españoles de los 50 que formaban la guarnición fueron hechos prisioneros, agotados y heridos pero con el orgullo intacto.

Cuando las noticias llegaron a Bolaño nos podemos imaginar que debió sentirse desesperado. No sólo no habría invasión sino que además no había ningún plan para sacarles de allí y tampoco tenían a dónde ir. Por si no fuera suficiente, un ejército británico, con varios regimientos de caballería y artillería abundante, avanzaba hacia ellos.

Y finalmente, el 10 de junio de 1719, hace justo ahora tres siglos, los dos ejércitos tropezaron.

Era una batalla desigual. Los españoles ocuparon el centro de la formación, en una cañada llamada Glen Shiel, con las alas formadas por los rebeldes escoceses. La lucha fue cruenta, hasta que los escoceses, heridos sus líderes, huyeron en desbandada, entre ellos el famoso Rob Roy. Los hombres del Regimiento Galicia, sin perder la formación, soportaron el asalto inglés causándoles numerosas bajas mientras se replegaban a lo alto de un estrecho camino de montaña llamado aún hoy en día el Paso de los Españoles.

Es fácil suponer que una vez allí Bolaño fue consciente de que la batalla había terminado. Sería la última vez en la historia que un ejército extranjero libraba un combate pisando suelo británico. Lo que no logró Felipe II, ni Napoleón, ni las tropas del Kaiser ni más tarde Hitler, lo había llevado a cabo un pequeño contingente de soldados solos, perdidos y desesperados, agarrados únicamente a su orgullo y a la bandera de su regimiento.

Por supuesto, él no podía saber todo esto, ni que tres siglos exactos más tarde usted estaría leyendo su historia. Lo que sí sabía es que no habían sido derrotados, cosa que también sabía el general Whightman, el oficial al mando del ejército inglés. Por ello, cuando Bolaño presentó la rendición de sus hombres se les permitió retirarse del campo de batalla en formación, con sus armas, bandera y tambores. Apenas 20 de los miembros del Regimiento habían caído en la batalla.

Por una vez, la historia termina bien. Bolaño y sus hombres fueron conducidos a Edimburgo, donde residieron un tiempo antes de ser repatriados a España. Cuentan las crónicas que durante esos meses los hombres de Bolaño descubrieron un licor local llamado whisky y que los oficiales, a los que se les permitía vagar libres por la ciudad, hicieron muy buenas migas con la nobleza y la burguesía. Al final, el encanto de Bolaño no sirvió para provocar una revuelta, pero sí que fue útil para garantizar a sus hombres una buena estancia en tierras escocesas, su cautiverio.

Una última cosa: Si viajan a Escocia y visitan el castillo (hoy reconstruido) de Eilean Donan, no dejen de echar un vistazo en los rincones. Se dice que el fantasma de uno de los soldados españoles que murió en el asalto aún sigue allí, esperando por el barco que debería llevarle de vuelta a España junto con el resto de sus compañeros y cuyos nombres se ha tragado la Historia.
https://www.elmundo.es/cronica/2019/06/ ... b46b2.html

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