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La ardua conquista de Britania por parte del Imperio romano fue encabezada por los siempre temidos legionarios, unidades militares de unos 5.000 hombres, que se adentraron en la isla en tiempos del emperador Claudio. Entre las incursiones, una de las unidades, conocida como la Legión IX Hispana, llegó a enfrentarse a la reina de los icenos Boudica en el año 61 d.C., intentando romper el cerco de Londinium (Londres). Después, la valerosa legión desapareció sin dejar rastro alguno.

Para encontrar el origen de este ejército romano, se debe remontar en el tiempo hasta el siglo I a.C., cuando combatieron para Julio César. Su símbolo es desconocido, aunque los historiadores piensan que podría tratarse de un toro, al igual que las demás legiones consulares creadas por César.

La unitad militar estuvo presente en la campaña de las Galias, en África y en la batalla de Nauloco. Tras sus grandes hazañas en la la Hispania Tarraconensis bajo el mandato de Octavio Augusto, fueron enviados a luchar contra las tribus germánicas en la frontera del Rin.
Fotograma de La Legión del Águila'.

Fotograma de "La Legión del Águila'.

Era de esperar que la Legión IX participara en la inminente invasión de Britania. En el año 71 se encontraban cerca de la actual ciudad de York, al norte de la actual Inglaterra, en una fortaleza de piedra. Allí pasarían alrededor de cuatro décadas hasta que, misteriosamente, desapareció del registro histórico en el año 108.

Sobre este acontecimiento que los expertos no han sabido explicar se han publicado numerosos libros e incluso películas. La última, una producción dirigida por Kevin Macdonald titulada La Legión del Águila, en la que un legionario romano y su esclavo celta emprenden la búsqueda de la Legión Novena. Ahora, el arqueólogo e historiador Simon Elliott publica este mes de febrero Roman Britain's Missing Legion: What Really Happened to IX Hispana?, libro en el que relata las hipótesis acerca del final de esta histórica legión.
Distintas teorías

Cuando Adriano llegó al poder en el año 117, en la actual Gran Bretaña, lejos de Roma, se encontraban en una crisis que recordaba a la época en la que Boudica se había enfrentado al Imperio con la ayuda de distintas tribus de la isla. El Imperio no se veía capacitado para frenar a estos pueblos que atacaban cada posición y guarnición romana que encontraban a su paso.

"La teoría más popular es que la legión fue enviada a luchar contra los caledonios en Escocia y fue aniquilada allí", explica el autor en el libro. El historiador y político Tácito escribió que durante las campañas de los años 82 y 83 la Legión IX había sobrevivido a duras penas a una masacre en Escocia, por lo que el conflicto al norte de Britania pudo haber terminado con ellos en una contienda posterior.

Su posible extinción al norte podría explicar la necesidad de construir un muro a la altura de la actual ciudad inglesa de Newcastle. El Muro de Adriano, hecho de piedra caliza en su parte este y acompañado de fosos defensivos, tanto al sur como al norte, fue edificado por los 15.000 soldados de tres legiones destinadas en Britania. La muerte de la histórica Legión Hispana podría haber sido uno de los motivos de esta edificación que pretendía defender las tierras romanas del sur.
Rebelión en el sur

Sin embargo, las nuevas excavaciones indican que el final de esta unidad pudo haberse dado al sur de Inglaterra, y no precisamente por luchar contra las tribus que debilitaban el Imperio romano. "¿Y si la IX Hispana participó en una rebelión que condujo a su castigo, disolución y damnatio memoriae (borrado oficial de los registros)?", se pregunta el escritor.
Portada de 'Roman Britain's Missing Legion: What Really Happened to IX Hispana?'.

Portada de 'Roman Britain's Missing Legion: What Really Happened to IX Hispana?'.

Hacia el año 125, estalló una rebelión en los alrededores del Londres romano. Hasta 2017 se pensaba que aquel alzamiento había sido perpetrado por autóctonos, y que la unidad militar había acudido a terminar con los disturbios. Sin embargo, los análisis de ADN de los cráneos hallados en el río Walbrook y sus afluentes determinan que algunos de los protagonistas de aquel ataque provenían de distintas zonas europeas bajo dominio romano. Por lo tanto, o bien habrían sido los bárbaros germanos quienes habían iniciado la rebelión, o bien los propios soldados de la Legión habrían traicionado al Imperio.

El escritor considera que la Legión IX habría abandonado su posición estratégica en York para participar en la rebelión. Las legiones romanas, a lo largo de su historia, no se caracterizaban por su lealtad precisamente. Esta misma unidad, un siglo atrás, ya se había amotinado en una campaña cerca del río Danubio debido a las malas condiciones a las que eran sometidos los soldados.
Regreso a Europa

Hay quienes objetan que la desaparecida Legión IX traicionó a su Imperio. El arqueólogo Sheppard Frere siempre defendió que tras su misión en Britania, regresaron a Europa para continuar su servicio. Existen evidencias, aunque vagas y ambiguas, de que la histórica unidad militar pudo haber estado estacionada en el delta del río Rhin entre los años 104 y 120, por lo que no habrían participado en el levantamiento de Londinium.

Dentro de este punto de vista también se encuentran quienes apuntan que la Legión Hispana se dirigió hacia el este para intentar sofocar otras rebeliones que tuvieron lugar en el extremo oriental del Imperio romano.

Los secretos, al menos por ahora, siguen sin desvelarse. Se sabe que para el año 162 d.C. la Legión IX Hispana ya no existía, puesto que la unidad no aparece en una inscripción de dicha fecha que reúne todas las legiones del Imperio romano. Simon Elliott considera que lo más probable es que murieran en una emboscada al norte de Inglaterra a principios del siglo II, pero el misterio sigue intacto y el recorrido de la Legión IX que se hizo fuerte en Hispania pudo continuar hasta final de siglo.
https://www.elespanol.com/cultura/histo ... 875_0.html

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NotaPublicado: 21 Mar 2021 10:36 
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De soldado a obrero: las construcciones más espectaculares de los legionarios romanos
En el año 55 a.C., durante la guerra de las Galias, los enemigos de Julio César se burlaron de Roma esgrimiendo que su poderío hallaba límite en la inviolabilidad del Rin. El general estaba ansioso por cruzar el río y lanzar una incursión de escarnio en territorio bárbaro. Los ubios, un pueblo transrenano aliado, ofrecieron numerosas embarcaciones para facilitar el paso de las legiones a la otra orilla. Pero el futuro dictador rechazó esa ayuda al considerar que hacer la travesía en naves no era lo suficientemente seguro ni "acorde con su dignidad y la del pueblo romano".

César, para salvar las aguas profundas e impetuosas, ordenó a sus legionarios construir un puente de madera de 400 metros. Los soldados se dispersaron por los bosques cercanos para talar encinas, desbastar los troncos y transportarlos hasta el lugar de las obras. Se crearon máquinas flotantes para izar los anclajes dobles inclinados, con una separación de 12 metros, sobre los que se sustentaría la pasarela. En diez días remataron la prodigiosa obra de ingeniería. El ejército romano cumplió sus objetivos bélicos y una semana después volvió a atravesar el Rin. César no solo había salvado su dignitas al mantener los pies secos; también había sorprendido al mundo. Y en una controvertida decisión final, mandó derruir la estructura.

Las invencibles legiones no solo se dedicaron a ganar batallas y conquistar nuevos territorios para el Imperio. Este fascinante episodio es un ejemplo extremo de la pericia arquitectónica de los soldados romanos en campaña. No obstante, sus dotes y su esfuerzo también fueron requeridos para acometer importantes obras de la ingeniería civil en beneficio de las poblaciones locales erigiendo calzadas, acueductos, canales, acequias, puentes, etcétera; o directamente fundando nuevas ciudades. Además, los militares fueron destinados a otras tareas menos nobles como el trabajo en las minas o en las canteras, el drenaje de ciénagas o la plantación de viñedo.

En tiempos de paz, el pilum y el gladius se cambiaban por el pico y la pala. Así lo resume el arqueólogo, arquitecto e ilustrador Jean-Claude Golvin en la introducción de La ingeniería del Ejército romano (Desperta Ferro). Se trata de un libro fabuloso que descubre con erudición las contribuciones de los legionarios al paisaje urbanístico en momentos de inactividad, un campo bastante olvidado de la Antigua Roma, y que con sus estupendos dibujos provoca una sensación de admiración absoluta: nada mejor que imaginarse —ver— al soldado en plena faena para otorgar todavía más valor a la realización de aquellas monumentales obras que han perdurado hasta la actualidad.

De forma análoga a Julio César, el emperador Trajano, en los primeros años del siglo II d.C., firmó un excepcional proyecto de infraestructuras terrestres y fluviales en el valle del Danubio. En el desfiladero de las Puertas del Hierro, que hoy en día separa Rumanía, al norte, y Serbia, al sur, se culminó un camino tallado en la roca vertical, con plataformas de madera ancladas en la pared en las zonas que era imposible excavar, que dominaba la orilla derecha del río. En esa misma garganta, plagada de rápidos, cataratas y torbellinos, los militares excavaron un canal de 3,22 kilómetros para esquivar estos accidentes naturales. En uso hasta el siglo VI, fue empleado para el transporte de tropas durante la conquista de Dacia y por barcos comerciales.
Recreación de legionarios romanos construyendo una calzada según Jean-Calaude Golvin.

Recreación de legionarios romanos construyendo una calzada según Jean-Calaude Golvin. Desperta Ferro

No obstante, la verdadera proeza técnica del reinado de Trajano fue un puente de 1,135 kms sobre el Danubio a la altura del asentamiento de Drobeta, en Rumanía. La estructura se elevaba unos 14m sobre el río y se sostenía sobre 20 pilas de piedra que soportaban unos enormes arcos de madera cuya crujía alcanzaba los 50m de eje a eje. La plataforma sustentaba una calzada de 12m de ancho que permitía el tránsito simultáneo en los dos sentidos. Dion Casio dice que el emperador "nos regaló otras muchas obras magníficas, pero esta las supera a todas".

"Es obvio que las numerosas obras realizadas en el Imperio beneficiaron a las poblaciones locales. Sin embargo, su principal objetivo fue siempre exhibir ante los habitantes de las provincias la omnipresencia y la grandeza de Roma. Y el ejército, sin lugar a dudas, era el instrumento que materializaba la omnipresencia del poder imperial de una manera más eficaz", explican Golvin y el conservador Gérard Coulon, quien también firma los textos del libro. "Todos estos proyectos grandiosos afirmaban la gloria de un soberano que, si prestamos crédito a las inscripciones grabadas para la ocasión, era el único individuo capaz de someter a los elementos naturales". Una inscripción sobre Trajano, por ejemplo, presumía de haber "cortado las montañas".
Obras en Hispania

No todo el mundo podía engrosar las filas del Ejército romano. En uno de sus tratados, Vegecio descartaba a aquellas personas que "tengan alguna ocupación propia de mujeres". Se preferían los brazos fornidos de herreros, artesanos, cazadores o carniceros. Debían ser hábiles con las manos para levantar campamentos. Según las fuentes epigráficas, los soldados se ocupaban de distintos oficios relacionados con la construcción de tipo técnico —arquitecto, geómetra nivelador y agrimensor— y manual —albañil, carpintero, estucador, pintor, cantero y colocador de tejas—. Estos inmunes u obreros especializados podían representar hasta una décima parte de los efectivos de una legión, entre 500 y 600 hombres.

La Península Ibérica testimonia la implicación directa de los legionarios romanos en la ejecución de obras civiles. Por tres miliarios documentados en el Barranco de Valdecarro y Castiliscar, en Zaragoza, se sabe que tres legiones —la X Gemina, la IV Macedonia y la VI Victrix— participaron en la construcción o reparación de la calzada que unía Caesaraugusta, ciudad que habían fundado como veteranos de las guerras cántabras bajo el reinado de Augusto, y Pompaelo (Pamplona). Estas tres unidades también aparecen relacionadas con la erección del puente de Martorell o del Diablo, que permitía a la Vía Augusta salvar el río Llobregat y conectar Barcino (Barcelona) y Tarraco (Tarragona). En Chaves, Portugal, los militares de la Legio VII Gemina proporcionaron la mano de obra para levantar otro puente en 79 d.C., en tiempos de Vespasiano.
Portada de 'La ingeniería del Ejército romano'.

Portada de 'La ingeniería del Ejército romano'. Desperta Ferro

Los yacimientos auríferos del noroeste de Hispania proporcionaron gran riqueza a Roma. Estas minas empezaron a excavarse a finales del siglo I a.C., aunque sería en época de los Antoninos, entre 96 y 192, cuando la explotación alcanzó su máximo apogeo. Una docena de documentos epigráficos revelan la participación del ejército en estos trabajos. Pero los legionarios no eran empleados como mineros —solo se conoce un caso en este sentido: una referencia de Tácito sobre una explotación en Germania—, sino que sus tareas consistían en vigilar a los indígenas que trabajaban en las minas, controlar la producción de los metales preciosos o participar en el estudio, la designación de la ubicación y la perforación de los pozos y las galerías a través de los ingenieros militares.

Golvin y Coulon inciden mucho en una cuestión que transmiten las fuentes clásicas: los legionarios y auxiliares romanos acometieron estas grandes obras de ingeniería civil principalmente para acabar con la inactividad que tanto preocupaba a los generales y gobernantes. El mayor ejemplo de esto lo constituye el emperador Probo (276-282), quien emprendió un sinfín de obras públicas para mantener ocupados a sus soldados, "a los que nunca permitió que se mantuvieran ociosos" porque consideraba que "no debían comer gratuitamente los alimentos que se les proporcionaban". Le salió mal la jugada: los militares acabarían por amotinarse y darle muerte.

Asimismo, existen evidencias de la participación de los legionarios en la construcción de anfiteatros —se ha contabilizado una veintena de ellos asociados a guarniciones militares, en donde los gladiadores distraían y adiestraban a la tropa— y acueductos. Entre estos últimos destacan los de Cesarea de Judea, una de las ciudades más importantes de la parte oriental del Imperio, construido durante el reinado de Adriano; y el de Lambèse, en Argelia. Los testimonios físicos de otra y admirable historia de las legiones más allá de los campos de batalla.
https://www.elespanol.com/cultura/histo ... 727_0.html

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NotaPublicado: 13 Jun 2021 14:02 
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En los seis años que llevaba como procónsul en la Galia, Julio César no había recibido un revés de semejante calado como el fallido asalto al oppidum de Gergovia, la capital de la tribu de los arvernos, mediada la primavera del año 52 a.C. Durante esa jornada, reconocería el militar, "perdimos algo menos de 700 hombres, así como 46 centuriones, caídos en combate". La derrota le dejó aislado en territorio enemigo, solo con una parte de sus legiones, y alentó la rebelión de los pueblos galos, cuya alianza pasó a estar dirigida por un único caudillo: Vercingétorix.

El jefe de los bárbaros, espoleado por ese influjo de éxtasis victorioso, consideró que era el momento decisivo para aniquilar a los romanos. Pensó que las tropas de César huían de la Galia y, al paso de un valle, buscando una encerrona, ordenó el ataque. Pero al futuro dictador no se le ganaba la partida tan fácilmente, ni tampoco su ejército había quedado tan debilitado: la caballería germánica, compuesta por unos 400 jinetes con monturas y armamento muy superior, propició un severo correctivo al enemigo. El desastre obligó a Vercingétorix a adoptar una estrategia defensiva y se retiró con sus 80.000 hombres a la ciudad fortificada de Alesia, baluarte de los mandubianos.

En esa inexpugnable plaza, al norte de la actual Dijon, tuvo lugar la victoria más grande y asombrosa de toda la carrera militar de Julio César. Una batalla en la que demostró su afilada pericia bélica y que cobra nueva vida en el libro César contra Vercingétorix (Punto de Vista), del arqueólogo e historiador Laurent Olivier, galardonado el año pasado con el Prix Louis-Castex de la Academia Francesa. Se trata de un sugerente ensayo que narra la guerra de las Galias a través de la confrontación de los dos líderes antagónicos de ambos bandos.
Otra representación de Vercingétorix rindiéndose ante César. Por Henri-Paul Motte.

El plan de César en Alesia consistió en armar un asedio que bloquease a las fuerzas galas, agotarlas y luego lanzar un gran ataque con sus seis legiones —en total manejaba un ejército de 40.000 soldados—. A mediados de agosto del año 52 a.C., los romanos comenzaron la construcción de una primera línea de fortificaciones. Tenía unos 15 kilómetros de circunferencia y formaba una suerte de corona en la que se distribuyeron veintitrés campamentos y fortalezas para proteger a las tropas.

A pesar de la superioridad numérica, la única opción de victoria para los de Vercingétorix residía en la aparición de un segundo y gigantesco ejército galo que rompiese la férrea maraña defensiva del enemigo. Y eso debía ocurrir pronto: las despensas del oppidum solo disponían de reservas de trigo para un mes. De hecho, el hambre pronto empezó a golpear a la ciudad, registrándose una escena desoladora: el líder arverno ordenó la expulsión de todos los no combatientes —enfermos, mujeres y niños—. César, por su parte, prohibió rotundamente que cruzasen sus muros, quedando en tierra de nadie y muriendo víctimas de la sed y el hambre al cabo de unos días.
Reconstrucción de las defensas romanas en Alesia.



El procónsul romano sabía de los planes galos y decidió duplicar su sistema de asedio con una nueva línea exterior, esta de 20 kilómetros de extensión. En los fosos, de 1,5 metros de profundidad, clavaron un bosque de estacas puntiagudas y excavaron ocho hileras de pozos cónicos también rellenos de pilotes afilados, cubiertos con maleza para esconder la trampa, cuyo objetivo no solo era detener a los atacantes, sino también herirlos con el fin de romper las oleadas de asalto. Ese entramado defensivo es uno de los más espectaculares que jamás se hayan ingeniado.

La información de César se demostró acertada. En torno al día 20 de septiembre, el gran ejército de refuerzo galo, compuesto por más 200.000 efectivos y encabezado por alguno de los antiguos aliados del militar, ahora traidores a su causa, se presentó frente a la muralla romana. "El objetivo será asegurar la unión entre estas fuerzas internas [de Alesia] y externas para después aplastar a los romanos desde dentro de sus propias líneas de defensa", describe el arqueólogo e historiador. Pero las dos primeras embestidas, desarrolladas en los días inmediatos, presenciaron la estoica resistencia de las legiones.
Rendición gala

La tercera batalla, que tuvo lugar el 26 de septiembre, fue la definitiva y la más feroz. Los galos atacaron desde fuera el punto débil de las líneas de César —la colina ubicada al norte de la meseta de Alesia— mientras Vercingétorix empujaba desde dentro, buscando la dispersión de los efectivos romanos. "El clamor que surgió detrás de los ejércitos contribuyó considerablemente a atemorizar a nuestro pueblo porque ven que su destino depende de la salvación de los demás", relató el futuro dictador en sus Comentarios sobre la guerra de las Galias.

Después de una lucha encarnizada, de nuevo la caballería germánica emergió para decantar la balanza: irrumpió por detrás de los miles de galos del exterior y cortó la retirada a su campamento con un baño de sangre. Al cuartel general del procónsul llegaron hasta 74 estandartes enemigos. La masacre de sus hipotéticos salvadores desalentó a los sitiados, que se vieron forzados a huir de nuevo al interior del oppidum. César aseguró que si sus soldados no hubiesen estado exhaustos por tantas intervenciones, le habría sido posible destruir "todas las fuerzas del enemigo".

Superado en número por el ejército al que asediaba, y todavía en mayor inferioridad respecto al que lo asediaba a él, el genio militar se había impuesto a ambos. A la mañana siguiente, vistiendo su más reluciente armadura, Vercingétorix salió de Alesia y se arrodilló ante Julio César, el hombre más sobresaliente de la República. Lejos de mostrar indulgencia, ordenó que encadenaran al cabecilla de la rebelión de la Galia. La guerra se había ganado, aunque a un coste brutal: un millón de muertes, según las fuentes antiguas, en siete años de conflicto.
Portada de 'César contra Vercingétorix'.

Portada de 'César contra Vercingétorix'. Punto de Vista

El libro de Laurent Olivier resulta de gran interés por la viveza y detallismo con los que se narran estos hechos históricos, por la contraposición de las distintas versiones que ofrecen las fuentes disponibles y por la combinación de este relato con las investigaciones arqueológicas en los escenarios bélicos, que arrancaron ya durante el reinado del emperador Napoleón III. De hecho, esta crónica arqueológica es de lo más revelador del libro.

Sin embargo, el texto se hace bastante agotador cuando el autor, en su intento de describir las variopintas reinterpretaciones de la figura del caudillo galo o las obvias lagunas que perviven sobre el pasado —todavía más de uno de hace dos milenios—, convierte el ensayo en una concatenación de reflexiones filosóficas sobre la realidad y la ficción. El lector también enarcará las cejas al toparse con ciertos dejes presentistas, como cuando se habla de "crimen" de Julio César o se utiliza el calificativo de "héroe libertador" para Vercingétorix.
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NotaPublicado: 11 Oct 2023 09:29 
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Recorrer el muro de Adriano resulta una de las experiencias arqueológicas más fascinantes de la Antigua Roma. Hacerlo en invierno, entre copos de nieve, espesa niebla y un frío terrible, impresiona todavía más al imaginarse a los legionarios destinados a esta remota frontera noroccidental del Imperio romano, y al preguntarse por los temores que les abordarían, tiritando, mientras miraban hacia las tierras habitadas por las tribus "bárbaras" de Britania.

Si bien el muro fue erigido, como indica su nombre, por Adriano, un princeps de origen hispano que llegó a visitar casi el último rincón imperial, hacia el año 122, coincidiendo con su visita a esta provincia, como otra pequeña pieza del dispositivo romano de defensa y control del limes, lo cierto es que constituye una construcción singular, diferente a cualquier otra —en Germania, el propio Adriano solo fue capaz de levantar una sencilla empalizada respaldada por un foso—. No existieron en otro lugar unas defensas tan elaboradas ni a una escala tan monumental, ni mucho menos se han conservado tantos vestigios arqueológicos.

Pero como explica el historiador británico Adrian Goldsworthy en El muro de Adriano, volumen editado ahora en español por Desperta Ferro con un espectacular aparato gráfico de fotografías e ilustraciones, esta inmensa estructura de 118 kilómetros presenta multitud de incógnitas y muy pocas respuestas definitivas. El historiador, uno de los grandes expertos mundiales en Roma y en el mundo antiguo, recuerda que el muro "no estaba diseñado para afrontar el ataque de un contingente hostil numeroso y resuelto, pues era demasiado largo como para que los defensores pudieran hacerse fuertes en todo su trazado".




Es decir, no fue una muralla con la que se perseguía frenar una hipotética ofensiva de los pictos, una suerte de barrera que separaba la civilización de la barbarie, sino más bien un elemento disuasorio contra los saqueadores y las partidas de pillaje que garantizó la hegemonía militar del Imperio romano. En palabras de Goldsworthy, que combina su excelente manejo de las fuentes con el trabajo de los arqueólogos, "un obstáculo formidable para todo movimiento no autorizado por la región, sin que su presencia constituyera un estorbo para el Ejército romano, que controlaba sus numerosos puntos de paso".

En Britania, a la altura del siglo II d.C., es probable que la guarnición romana alcanzase los 35.000 hombres, contando las tropas auxiliares. Los trabajos de construcción del muro fueron llevados a cabo por destacamentos de tres legiones (la II Augusta, la XX Valeria Victrix y la VI Victrix), que en ese momento suponían una décima parte del poderío militar imperial. Algunas de estas subunidades conmemoraron sus encargos, entre los que además se contabilizaron torres de vigilancia y fortines miliares, con sencillas inscripciones: "La centuria de Cecilio Próculo, de la quinta cohorte, construyó esto", reza una de ellas.


La estructura defensiva no se erigió por secciones, sino que distintos equipos emprendieron los trabajos de forma simultánea en diferentes ubicaciones a lo largo del trazado. La parte occidental se hizo con tierra, madera y tepe, como la levantada por Julio César para asediar la ciudad gala de Alesia, mientras que hacia el este adquirió el aspecto de una muralla de piedra.
Recreación del 'principia' (cuartel general) del fuerte de Housesteads en el siglo II d.C. Estos edificios disponían de un patio, una sala de reuniones, despachos, archivo, cámara acorazada y capilla.



Junto al muro se construyeron quince fuertes, distanciados entre sí unos 11-12 kilómetros. Aunque diseñados para alojar a las tropas y probablemente a sus familias —en el sensacional yacimiento de Vindolanda se han hallado entre los juncos y la paja que alfombraban los barracones objetos asociados a civiles, como zapatos—, disponían de graneros, termas e incluso un hospital. Tras la práctica totalidad del muro se añadió el Vallum, un dispositivo de unos 35 metros formado por un foso con una anchura máxima de seis metros y con montículos a cada uno de sus lados que conformaba un obstáculo tan impenetrable como la propia fortificación.

Pero retornando a esa postal imaginada del principio, lo más interesante de la obra de Goldsworthy, un extraordinario estudio sobre la frontera imperial romana con su habitual capacidad divulgativa, se descubre en los capítulos dedicados a la vida en el muro. En los vici, los asentamientos extramuros situados junto a los fuertes, había tabernas donde los legionarios podían comer y beber, jugar a juegos de tablero, apostar y contratar los servicios de prostitutas. Las excavaciones en Housesteads han sacado a la luz dados trucados, vestigios de la fabricación de monedas falsas y hasta un asesinato: una pareja de ancianos que fue enterrada y ocultada bajo el suelo de una casa.
Portón septentrional del fortín miliar 73, en el que se distingue la reestructuración que en el siglo III restringió el paso a un estrecho umbral.



En base a los restos de fauna, el historiador reconstruye la dieta de los soldados, que se apelotonaban en barracones diseñados para alojar a toda una centuria (80 hombres), aunque sin catres suficientes para todos, o sus actividades diarias.

Entre las individuales se contabilizaba mantener la forma física, mejorar su lanzamiento de jabalinas o la puntería con el arco y la ballesta, actualizar los registros de las soldadas, la expedición de equipos y las raciones, reparar armas, tiendas y todo tipo de pertrechos, ejercitar a los caballos -los que no disponían de esclavos, los llamados galearii o "portadores de casco"-, realizar trabajos de mantenimiento de los fuertes y el propio muro o limpiar letrinas. Los legionarios, además, llevaban a cabo entrenamientos colectivos de largas marchas, excavación de zanjas, construcción de campamentos temporales y simulaciones de batallas.


Al final, Goldsworthy incluye un pequeño capítulo con consejos para visitar el muro, que abarca desde el golfo de Solway hasta el estuario del río Tyne. Sin embargo, una de las panorámicas más celebres, el Sycamore Gap, que incluso aparece en el Robin Hood: el príncipe de los ladrones (1991) protagonizado por Kevin Costner, se perdió hace tan solo unos días. Un adolescente estúpido taló con una motosierra el icónico arce sicómoro de más de doscientos años de antigüedad. A este paso, el hombre del siglo XXI va a ser más peligroso para el muro de Adriano que los temibles bárbaros.
https://www.elespanol.com/historia/2023 ... 194_0.html

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NotaPublicado: 17 Oct 2023 09:43 
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Si algo saben y tienen presente todos los generales del pasado y el presente es que "todo ejército marcha sobre su estómago". Esta cita suele atribuirse a Napoleón aunque no existen registros escritos que lo corroboren. Sin embargo, el emperador francés tuvo muy presente a los grandes generales y huestes de la Antigüedad.

Uno de los principales pilares del Imperio romano fueron sus legiones, quienes, durante siglos, conquistaron nuevas provincias y las protegieron de la constante amenaza exterior. Los romanos no fueron ajenos a los problemas de suministros de sus tropas. El escritor romano Vegecio sentenció en una ocasión que "el hambre provoca más destrozos en un ejército que el enemigo y es más terrible que la espada".

Para mantener los estómagos de sus legionarios, sus generales desarrollaron un brillante sistema logístico que, además de armas, suministraba comida, bebida y leña. Así, en condiciones normales los legionarios tenían sobre su mesa trigo, legumbres, lentejas, alubias, aceite y vino. Este último en ocasiones provocaba más de un susto mortal. En el año 97 a.C, Plutarco menciona que una guarnición romana fue sorprendida por los celtíberos y aniquilada en Hispania. Sus legionarios habían bajado la guardia y se emborracharon.

Su dieta era reforzada de forma ocasional con frutas y verduras frescas, cultivadas cerca del campamento o compradas gracias a los mercaderes locales. Las excavaciones arqueológicas revelan que incluso tenían disponibilidad de "frutas de lujo", como indica la presencia de huesos de melocotón en antiguos cuarteles.

Aunque se ha intentado encasillar a las legiones romanas como un ejército vegetariano, esta afirmación no se sostiene. Las grasas y vitaminas animales son esenciales para mantener en forma a un soldado tan versátil como el legionario, sometido a un gran esfuerzo físico durante su vida militar. "En las guarniciones permanentes se consume carne cotidianamente. De hecho, la presencia del ejército es una causa del incremento de la cría de ganado en la zona en la que se establece", cuenta el escritor y teniente Coronel del ejército de Tierra, Víctor Sánchez Tarradellas, en su obra Las legiones en campaña (HRM).
Alimentación en combate

Cuando los legionarios se encontraban en sus cuarteles y la provincia estaba en paz, su dieta apenas se diferenciaba de la población local. Si la comida de un legionario en tiempo de paz era motivo de preocupación, estas se multiplicaban cuando se encontraban en campaña. En ocasiones eran seguidos por rebaños de ovejas y cabras, pero los animales eran devorados a gran velocidad. Una región sacudida por la guerra con frecuencia se encuentra saqueada hasta lo indecible y el hambre causa estragos entre sus desesperados habitantes.

En tiempo de guerra no se despreció ningún tipo de fuente de proteínas que pudiera enriquecer la dieta. Los caballos y mulas fallecidas en combate o en las durísimas marchas eran, en la medida de lo posible, aprovechadas por los generosos estómagos de los legionarios. "Si el hambre aprieta, todo bicho que camina, vuela o se arrastra acaba en el asador", resume Sánchez Tarradellas.

A pesar de estos ocasionales aportes vitamínicos, el trigo seguía siendo la piedra angular de las legiones romanas. Para mejorar su conservación y transporte, al final de la época imperial, el pan era horneado de nuevo y se enriquecía con aceitunas, hierbas aromáticas y aceite. El resultado de este proceso era una galleta dura denominada bucellatum que podía conservarse en condiciones aceptables durante un mes. Si el legionario quería mantener su dentadura debía mojarla previamente en agua, vinagre o vino.

Además de la comida, hacerse con grandes cantidades de agua potable era uno de los objetivos prioritarios de cualquier legión, especialmente las destinadas en climas desérticos.



Una persona necesita al menos dos litros de agua diarios para evitar la deshidratación. Si, como los legionarios romanos, realiza ejercicio intenso o está sujeto a altas temperaturas, este consumo asciende hasta los 6-8 litros. Por ello, resultó imprescindible para los ejércitos romanos garantizar el suministro de agua limpia. Si se estaba en territorio hostil, este acceso no estaba garantizado ya que el agua podía ser envenenada o protegida por el enemigo, poniendo en dificultades a los sedientos legionarios.

En el año 53 a.C., Marco Licinio Craso intentó conquistar Partia. Para llegar a la capital enemiga, alejó sus legiones del río Éufrates confiando en los consejos de un guía árabe que trabajaba en secreto para sus enemigos. La sed jugó un importante papel en esta campaña.

Después de atravesar el desierto, apenas pudieron refrescarse en un arroyo local cuando fueron sorprendidos por un ejército parto al mando del hábil Surena. Este contaba con un ejército menor, pero aprovechando la desorientación y la sed de los legionarios romanos derrotó a Craso y acabó con su vida en una de las derrotas más desastrosas de las legiones a lo largo de toda la historia de Roma.

Sin embargo, si por algo son conocidos los legionarios y los generales romanos es por su enorme habilidad a la hora de superar obstáculos insalvables como un desierto. En contadas ocasiones, si esta agua no estaba disponible, los oficiales hacían todo lo posible por transportarla ahí donde hiciera falta.

En 108 a.C., el general Quinto Cecilio Metelo atravesó junto a su tropa 75 km de desierto mientras perseguían al númida Yugurta. Para lograr su hazaña ordenó marchar lo más ligero posible, transportando únicamente comida y miles de odres de agua. Un año después, Cayo Mario mantuvo hidratadas a sus tropas mediante el envío constante de agua a sus legiones que se encontraban asediando la ciudad numida de Capsa, situada en el desierto del actual Túnez.
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NotaPublicado: 06 Nov 2023 09:25 
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Decenas de legiones conquistaron las provincias del Imperio romano. Cuando no fue posible extenderse más, defendieron incansablemente sus fronteras en el inhóspito muro de Adriano en Britania, en las gélidas riberas del Rin y el Danubio y en las ardientes arenas del desierto al oriente y al sur. Algunas fueron desmovilizadas cuando cumplieron su misión, otras desaparecieron despedazadas por hordas enemigas. Todas ellas se perdieron en la historia.

Una de estas legiones fue la V Macedonica, reclutada por Octaviano sobre el año 43 a.C. El futuro emperador Augusto, probablemente, reorganizó a los miembros de la V Urbana y de la V Galica. Esta nueva unidad sobrevivirá a la caída de Roma: su rastro se pierde en la invasión árabe del Egipto bizantino en el año 639 d.C., siete siglos después.

Los orígenes de esta legión se explican porque Roma llevaba casi un siglo entero de guerras civiles. Octaviano, pupilo del recién asesinado Julio César, estaba decidido a poner fin a estas luchas internas, y la utilizaría para enfrentarse con su antiguo amigo y triunviro Marco Antonio, casado con la última faraona del Antiguo Egipto: Cleopatra.


La Legio V posiblemente participó en la enorme y decisiva batalla naval de Accio, en la actual Grecia, donde las tropas de Octaviano aniquilaron a las de Marco Antonio. El derrotado general romano se refugió en Alejandría buscando la ayuda de Cleopatra para detener el imparable avance de sus rivales. Viéndolo todo perdido, el matrimonio se suicidó.


Octaviano había triunfado y ni siquiera el Senado pudo hacerle sombra: pasó a los libros como el primer emperador. En aquel momento había unas 70 legiones en activo que fueron reducidas a 25. El princeps optó por profesionalizar a estas últimas y disperlas a los puntos calientes de los dominios imperiales. La Legio V Macedónica fue enviada entonces a Macedonia en el año 30 a.C., donde ganó su sobrenombre.

Ya en el año 6 de nuestra era fue movilizada al campamento de Oescus, en la provincia romana de Moesia. Ahí, enclavada en los Balcanes, debía vigilar la frontera del Danubio. Entre los años 58 y 63, varios vexiliatos de esta legión -destacamentos de una o dos cohortes- fueron movilizados por el emperador Nerón a las abruptas y primigenias montañas de Armenia donde combatieron a los avezados partos, temibles por su crueldad oriental y por su caballería acorazada.

Tres años después, la Legio V se movilizó a Galilea. Allí, junto a otras tres legiones al mando de Vespasiano, se encargaó de sofocar una virulenta revuelta judía. Bajo el implacable sol del Próximo Oriente, los hombres de esta unidad entraron de forma pacífica en Séforis y luego asolaron la montaña de Gerizim, el lugar más sagrado en la tierra para los samaritanos. En pleno verano, sus sedientos defensores resistieron hasta que fueron pasados a cuchillo. Vespasiano "los mató a todos", resume el historiador Flavio Josefo.

El hijo de Vespasiano, Tito, dirigió el asedio de Jerusalén durante cuatro meses hasta que en el año 71, los romanos entraron a sangre y fuego. El historiador relata que incluso "los soldados mataban y despedazaban, cuantos viejos y débiles hallaban". El Templo ardió hasta los cimientos dejando únicamente un muro en pie, el actual Muro de las Lamentaciones. La rebelión fue aplastada con la excepción de varios fanáticos que resistieron tenazmente en fortalezas inexpugnables como Masada. El grueso de las legiones, incluida la V Macedonica volvieron a sus cuarteles.

De vuelta a los Balcanes, la veterana legión se enfrentó a los temibles dacios en las fronteras danubianas, combatiendo entre 101 y 106. En los umbrosos y hostiles bosques de Tappae, los dacios contuvieron el asalto de los romanos hasta que una brutal tormenta rasgó el cielo. Los dacios, viendo en esto una señal de los dioses, decidieron retroceder y luchar otro día. El hispano emperador Trajano derrotó finalmente al dacio Decébalo y la Legio V fue movilizada a la fortaleza de Troesmis, al noreste de Moesia.

En esta fortaleza resistieron durante años las escaramuzas y asaltos de los fugaces roxolanos, experimentados jinetes de origen iranio definidos por Estrabón como "los últimos escitas conocidos". Estos roxolanos cruzaron la frontera en diferentes expediciones de saqueo y pillaje hasta que se daban a la fuga entre la niebla danubiana.

En esta angustiosa y feroz pequeña guerra fronteriza estuvieron ocupados los legionarios de la V hasta que estalló una nueva rebelión en las ardientes arenas de Judea liderada por el fanático Simón Bar Kojba en 132. Esta rebelión pilló por sorpresa al emperador Adriano, que empeñó numerosas legiones en su represión, más encarnizada incluso que la primera revuelta.


Poco después, el Imperio romano comenzó a resquebrajarse. Una confederación de pueblos germanos compuesta por marcomanos, vándalos, suevos y sármatas burló las militarizadas fronteras danubianas entre 160 y 180 d.C., obligando al estoico Marco Aurelio a dirigir sus legiones, entre ellas la V Macedonica. La guerra fue larga, cruel e indecisa.

Ante la imposibilidad de expulsar a los bárbaros, algunos de ellos fueron reclutados para servir en las legiones. Una epidemia de peste negra acabó con el emperador filósofo e inundó Europa de cadáveres. La quinta legión fue homenajeada personalmente por el emperador Cómodo y después participó en varias guerras civiles. Se sabe que algunas unidades de caballería de esta unidad combatieron en 296 a las orillas de los indómitos Tigris y Éufrates contra los persas.



Ya en el siglo IV, en la frontera del Danubio se hablaba entre murmullos de un extraño y vigoroso pueblo salido del infierno que empujaba naciones enteras hacia las fronteras imperiales. Este aguerrido pueblo se alimentaba de la sangre de sus monturas y comía carne semicruda. "La forma de vida de la nación de los hunos es la más salvaje de entre los bárbaros", resumió el militar e historiador romano Amiano Marcelino. En 411, los hunos burlaron el limes y destruyeron los cuarteles de la Legio V. El polvo y el humo de la caída de Roma dificultan seguir el rastro de la legión.

En la Notitia Dignitatum, un importante texto administrativo del siglo V d.C., se documenta la presencia de varios destacamentos de esta legión desplegados en Egipto, donde pasaron a engrosar las filas del ejército bizantino. La V Legio Macedonica aparece de nuevo en varias inscripciones de la fortificación libanesa de Heliopolis. La legión más longeva de Roma desapareció de forma definitiva en la arena del desierto sirio en 639. Ese año los árabes del califato Rashidun aplastaron las defensas bizantinas.
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NotaPublicado: 06 Nov 2023 18:49 
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Soleis leer a Posteguillo??. Yo estoy terminando Africanus y a la vez empezando la trilogia de Trajano. Muy enganchado.. le.er

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"Una nacion no se pierde porque unos la ataquen,sino porque quienes la aman no la defienden".
Blas de Lezo y Olavarrieta.
Almirante Español que humillo a los Ingleses en la defensa de Cartagena de Indias (1.741).



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NotaPublicado: 04 Dic 2023 09:08 
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El excéntrico e impopular emperador Cómodo iba a morir asesinado en la oscuridad del invierno del año 192. Un tembloroso liberto llamado Narciso lo estranguló mientras tomaba un baño, acabando con la dinastía Antonina, que había liderado Roma desde hacía casi un siglo. El antiguo esclavo, la cabeza de turco, terminaría arrojado a las fieras del Coliseo por su crimen. Tras el regicidio, el vacío de poder arrastró al Imperio romano a una violenta guerra civil.

En un sistema corroído por la corrupción, la ambición y el nepotismo, cualquier paso en falso de un general o un senador que quisiera jugar al macabro juego del poder podía ser fatal. La información era —y es— tan valiosa como un ejército bien entrenado. Todos los pretendientes al trono reclutaron espías e hicieron uso de los frumentarii para conocer las cartas de sus rivales y, en ocasiones, para asesinarlos.

Los grandes personajes del Imperio romano contaron siempre con la ayuda de delatores y espías que les mantenían informados de las conspiraciones y de los movimientos de ejércitos enemigos. No fue el primero, pero es bien sabido que el padre adoptivo del emperador Augusto, el divinizado Julio César, cifró los mensajes que enviaba a sus legiones y que con una pequeña red de inteligencia que incluso le avisó de la existencia de una conjura contra su vida. Si hubiera hecho caso a estos informes quizá no habría sido apuñalado en el Senado durante los idus de marzo del año 44 a.C.

Frumentarii

Se suele atribuir al princeps Augusto la creación de los frumentarii como una unidad especial dentro de las legiones. En sus inicios, su principal misión fue la de garantizar el constante suministro de frumentum (cereales) a unos siempre hambrientos soldados. Como debían desplazarse a través de las calzadas para hablar con los proveedores también se les encomendó la tarea de hacer de correo, vigilar las rutas y, aprovechando sus contactos, enviar informes sobre el estado de las ciudades.


En el año 238, el Senado se rebeló contra el emperador Maximino que, furioso, se dirigió a marchas forzadas hacia Roma. Cuando llegó a la península Itálica, sus legiones no encontraron nada que echar al puchero: todas las cosechas y el ganado habían sido recogidos por los frumentarii y custodiados en enormes fortalezas. "El ejército del emperador pronto se vio sumido en penalidades, que fomentaron el descontento y quizás aceleraron el asesinato de Maximino junto a su hijo y heredero, Máximo", resume en un artículo dedicado a los frumentarii el historiador Miguel Pablo Sancho Gómez, profesor de la Universidad Católica de Murcia.


Según informa el historiador, los frumentarii eran reclutados entre los soldados de las legiones que demostraban una hoja de servicios excelente y contasen con grandes habilidades de observación. Una vez seleccionados, recibían un entrenamiento especial sobre infiltración y camuflaje en el monte Celio de Roma. Esta vinculación a las legiones hace muy posible que, disfrazados como comerciantes, por ejemplo, fueran enviados más allá del limes para recoger e informar sobre los movimientos de los pueblos bárbaros.

Su fama pronto se hizo legendaria. Al ser un cuerpo especializado estaban exentos de las tareas más penosas del ejército romano como levantar campamentos y calzadas. Por si fuera poco, disfrutaban de mejor sueldo y un rancho de mayor calidad además de contar con más facilidades para ascender.


En el siglo III, el Imperio romano entró en una gran crisis monetaria encadenada con decenas de rebeliones y guerras civiles. Los emperadores y los golpes de Estado se sucedían, y por ello sus funciones y el número de espías que eran reclutados se multiplicaron.

Pasaron a asentarse en las principales ciudades del Imperio, hacer de guardaespaldas y vigilar ubicaciones críticas para la Urbs como puertos, prisiones y minas. Aprovechando el caos, usaron su posición para crear una agenda política propia. Mediante detenciones arbitrarias e informaciones falsas, se enriquecieron chantajeando, extorsionando y aceptando sobornos hasta que el cuerpo fue desarticulado en el siglo IV, cuando el emperador Diocleciano puso fin a la anarquía militar.
Septimio Severo

Debido a que sus misiones estaban destinadas a permanecer en secreto, apenas se conocen más que unos pocos ejemplos de sus operaciones: las más destacadas ocurrieron después del asesinato de Cómodo.

Una vez estrangulado el emperador en el año 192, comenzó el año de los cinco emperadores. Publio Helvio Pertinax, su sucesor aclamado por el Senado, fue asesinado por la guardia pretoriana que subastó el puesto. Marco Didio Juliano pagó de su bolsillo 25.000 sestercios a cada soldado para hacer realidad su sueño de ser el gobernante de Roma.



Cuando estas confusas noticias recorrieron el imperio, el general Septimio Severo vio su oportunidad y movilizó al ejército del Danubio hacia Roma. Durante su marcha hacia la Ciudad Eterna circuló el rumor de que un desesperado Juliano envió a un frumentarius llamado Aquilio para acabar con el golpe de Estado de aquel general. Este Aquilio, apodado "el asesino de senadores", aceptó el encargo, pero cuando encontró a las legiones danubianas desertó en favor de Severo.

Un desesperado Juliano entró en pánico. Sus emisarios enviados a las legiones indecisas eran asesinados en el camino por los espías de Severo que, disfrazados de campesinos, se habían infiltrado en Roma y vigilaban todas sus vías de acceso. Miles de ciudadanos huyeron de la capital temiendo un brutal enfrentamiento que nunca llegó a suceder.

Severo llegó como un trueno a la capital, donde fue aclamado emperador por el Senado y reconocido por la guardia pretoriana. Juliano, ajeno a la situación, siguió viviendo en el palacio imperial hasta que fue asesinado. Con la Urbs bajo control aún quedaba lo más complicado: mantenerse en el poder. "Una vez se vio como señor del Imperio, Severo procedió a implantar sus controvertidas reformas militares. En ellas se incluyó el aumento en importancia y número de los frumentarii", concluye el historiador Miguel Pablo Sancho Gómez.
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NotaPublicado: 01 Ene 2024 12:05 
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De forma casual, durante unos trabajos agrícolas que se realizaban en las proximidades de la localidad cordobesa de Montilla, salió a la luz un proyectil de plomo (glans plumbea) de forma almendrada. No parecía algo extraordinario, pues en el entorno cercano al lugar del hallazgo, una ligera prominencia en el paraje de la Navilla de Cortijo Blanco, donde se ubica un yacimiento de época romana, se ha documentado un lote de 17 balas similares utilizadas probablemente por algún hondero de la Antigüedad. Lo llamativo de la nueva pieza es que contaba con dos inscripciones situadas en ambas caras en las que se puede leer Ipsca y Caes(ar).

La primera de ellas hace referencia al oppidum íbero, luego municipio romano, del mismo nombre, un asentamiento aliado con el bando de Julio César en la guerra civil contra Pompeyo y sus descendientes que tuvo en Hispania entre los años 48 y 44 a.C. uno de sus principales teatros de operaciones. La segunda palabra parece una clara mención al poderoso militar y dictador romano. Quizá ese proyectil sea el testimonio de cómo los habitantes de Ipsca se preocuparon por reforzar en la munición del cuerpo de honderos dicha alianza política.

Al menos esa es una de las hipótesis que plantean los investigadores Javier Moralejo Ordax, José Antonio Morena López, Antonio Morena Rosa y Jesús Robles Moreno en un estudio que se ha publicado recientemente en la revista Zephyrus, editada por la Universidad de Salamanca. Los autores del artículo consideran esta pieza un "unicum" que podría mantener una relación directa con los sucesos bélicos narrados en el Bellum Hispaniense, el libro de Julio César sobre sus campañas en la Península Ibérica. Algunos de los episodios más relevantes se produjeron precisamente en este entorno geográfico.




"Ipsca es el primer topónimo identificado hasta la fecha en un proyectil de honda en la Península Ibérica y de los escasos ejemplos documentados en la epigrafía de este tipo de instrumentum", destacan los investigadores. "Caes(ar) es el primer testimonio documentado de mención epigráfica explícita a Gayo Julio César no sólo en la Península Ibérica, sino en los registros principales y actualizados de glandes inscriptae conocidos hasta ahora". Es decir, la primera vez que se encuentra un proyectil de plomo con el nombre del dictador romano.
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Según sus conclusiones, "las inscripciones plasman de manera muy concreta y específica la vinculación entre César y la ciudad íbero-romana y nos sugieren que se habría producido un enfrentamiento entre cesarianos y pompeyanos en la zona de Montilla, a unos 19 kilómetros en línea recta al suroeste de la propia Ipsca".

El proyectil, que se encuentra en un buen estado de conservación, tiene forma de bellota, con los extremos apuntados, mide 4,5 centímetros de longitud, 2 cm de anchura y 1,7 cm de altura y tiene un peso de 71,1 gramos. Estas características permiten situarlo cronológicamente en el contexto de las guerras civiles romanas de Hispania a lo largo del siglo I a.C., y más concretamente en uno de los grupos documentados en el campo de batalla de Montemayor, la antigua Ulia Fidentia, situada a unos 12 kilómetros del lugar del hallazgo. Esta plaza fue asediada en el año 46 a.C. por las tropas de Cneo Pompeyo mientras Julio César sitiaba la localidad de Córdoba, en poder de Sexto, el hermano menor.

Si bien no es posible asegurar de forma categórica que esta zona concreta de la campiña cordobesa presenció otro combate entre ambos ejércitos antes de la decisiva batalla de Munda (17 de marzo de 45 a.C.), sí parecen existir indicios serios sobre la presencia de tropas en las inmediaciones de Montilla en el marco de la guerra de Hispania.

La inscripción, además de ser el primer ejemplar que presenta un topónimo y una mención explícita a César, atestigua que el municipium de Ipsca estaba alineado con la causa cesariana. "De esta forma, se perfila la imagen de un núcleo urbano que, a pesar de estar rodeado de ciudades fieles a Pompeyo como Ucubi, Ategua o Torreparedones, parece mantenerse fiel a César, tal y como hizo Ulia Fidentia, de cuyo asedio y liberación sí tenemos noticia en las fuentes", concluyen los arqueólogos. "Ahora bien, la vinculación directa del hallazgo analizado con un episodio concreto de los descritos por las fuentes literarias se antoja imposible a la luz de los datos de que disponemos". Quizá un futuro proyecto de investigación saque a la luz los restos de una supuesta batalla desconocida.
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