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La Legio VI Ferrata "acorazada" nació gracias al impulso del general y político Julio César en los momentos finales de la República romana. Reclutada en la Galia Cisalpina en el año 52 a.C., se estrenó en combate contra el caudillo Vercingétorix durante el mítico asedio de la ciudad de Alesia. Después de sembrar el terror en las Galias acompañó al futuro dictador hasta Alejandría en persecución del optimate Pompeyo. Su mote podría tener origen en las numerosas armaduras que portaban sus hombres.

Esta legión romana siguió en activo tras la muerte de César y puede rastrearse su presencia en las remotas fronteras de Dacia y Judea. La unidad fue desplegada en el Levante mediterráneo durante la primera guerra judeo-romana, que tuvo lugar entre los años 66 y 73 d.C. Este miércoles, la Autoridad de Antigüedades de Israel ha anunciado que las excavaciones al pie de la antigua ciudad de Megido han desenterrado los inmensos restos de su campamento permanente en la antigua provincia Galilea. La base es la única en Israel de estas características.

"Este campamento fue la base permanente de más de 5.000 legionarios durante más de 180 años, desde 117-120 hasta 300 d.C.", ha explicado Yotam Tepper, director de las excavaciones. "En el centro del campamento, de 550 metros de largo y 350 m de ancho, se cruzaban dos calles principales y aquí se levantó su cuartel general. Desde este punto base se medían y marcaban con hitos todas las distancias de las calzadas hasta las principales ciudades del norte del país (...) la mayoría de las piedras de construcción fueron retiradas a lo largo de los años para ser reaprovechadas durante los períodos bizantino e islámico temprano".

Entre los restos de la base ha aparecido una colección de monedas, restos de vidrio y armas, así como una serie de tejas estampadas con el sello de la Legio VI utilizadas para distintos fines: techar estructuras, pavimentar suelos y revestir paredes. "La tecnología y los conocimientos de construcción y las armas que esta legión trajo consigo son exclusivos del ejército romano y reflejan sus huellas", ha resaltado Tepper.

Después de que los romanos asediasen Jerusalén y destruyesen y saqueasen el Segundo Templo, esta legión fue redesplegada en el Danubio frente a los dacios y combatió en varias guerras civiles y se acantonó de forma definitiva en Galilea entre los años 117 y 120, antes de su desaparición en el siglo IV d.C. Anteriormente, en el año 59 d.C., se contabilizaba entre las unidades desplegadas entre las cumbres y las nieves de Armenia bajo el mando del general Cneo Domicio Corbulón. El historiador Tácito menciona que además de las feroces saetas de los esquivos partos tuvieron que hacer frente a un frío infernal que causó la muerte de más de un soldado que montaba guardia.
Trabajos de excavación en el campamento



La excavación dirigida por el doctor Tepper en un yacimiento que se conoce con el nombre de Legio es parte de un megaproyecto estructural destinado a mejorar y ampliar las comunicaciones de la carretera 66 desde el cruce de Megido hasta el cruce de Hatishbi con Yoqn'eam.

Los primeros estudios arqueológicos en la zona indicaron que se podía encontrar la base de la legión bajo los trigales del kibutz de Megido. Existen muchos restos de campamentos militares romanos en Israel, pero en su gran mayoría serían de uso temporal, de asedio o destinados a unidades auxiliares. "La gran contribución a este proyecto radica en la rareza de estos descubrimientos arqueológicos", ha detallado el director de los trabajos, que interpreta el lugar como una sofisticada fortaleza, una de las primeras de su tipo en ser ocupada permanentemente.



En el comunicado de la Autoridad de Antigüedades de Israel se informa que las fuentes históricas y algunos hallazgos parciales podrían indicar la presencia de otro campamento similar de la Legio X Fratensis cerca de Jerusalén, pero que aún permanece esquivo a los arqueólogos y está pendiente de ser localizado.
https://www.elespanol.com/historia/2024 ... 068_0.html

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NotaPublicado: 20 Feb 2024 11:51 
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El legado que dejó el Imperio romano en Hispania es inmenso, no solo a través de la cultura, teniendo en cuenta que nuestro idioma deriva del latín, sino por la gran cantidad de ciudades y monumentos construidos por ellos que todavía siguen en pie. Es indudable que el embrujo de las águilas de Roma sigue causando admiración incluso hoy en día.

Sin embargo, ¿cuándo invadieron Hispania y cuánto tardaron en conquistarla? ¿Por qué lo hicieron? Y, de la misma manera, ¿cuántos siglos se quedaron? Son muchas las preguntas al respecto.
¿Cuánto tiempo tardaron los romanos en conquistar toda Hispania?

Los romanos conocieron a la Península Ibérica y a las islas Baleares como Hispania, aunque, a nivel geográfico, era nombrada de muchas maneras diferentes. La región en sí misma estaba dividida en numerosos pueblos que hablaban lenguas y tenían costumbres diferentes. Los pueblos prerromanos más conocidos fueron los galaicos, astures, cántabros, vascones, lusitanos (entre Portugal y Extremadura), celtíberos (en la submeseta norte) e íberos (en las costas levantinas y submeseta sur).


Todos estos se dividían en diferentes ciudades más o menos influyentes que comerciaban, guerreaban y pactaban alianzas entre sí según sus propios intereses. Así, cuando los romanos desembarcaron en la ciudad griega de Ampurias en el año 218 a.C. no encontraron ninguna autoridad centralizada a la que vencer, sino que tuvieron que hacer frente a cada pueblo de manera individualiza en un complejo encaje de bolillos bélico y diplomático plagado de brutales combates, como los asedios de Numancia (133 a.C.), o traiciones, como el asesinato del caudillo lusitano Viriato ocurrido en el año 139 a.C.


Se considera que Augusto, el primer emperador, terminó de conquistar Hispania después de una brutal guerra de montaña contra las tribus cántabras y astures que finalizaron en el año 19 a.C., con algunos ramalazos más durante los tres años siguientes. Es decir, tardaron unos dos siglos en someter toda la Península.



¿Por qué invadieron Hispania?

Para sumarle complejidad a este puzzle, hay que contar con la presencia de ciudades orientales pobladas por colonos fenicios (como Cádiz, fundada en el siglo IX a.C.) y la llegada de los cartagineses siglos después. Los púnicos alcanzaron la hegemonía en el Mediterráneo occidental y en el siglo V a.C. intentaron controlar Sicilia, repleta de poleis griegas.

Tal como destaca el historiador José María Blázquez en su manual de protohistoria de España, para nutrir sus ejércitos, los cartagineses reclutaron huestes mercenarias entre los pueblos con los que mantenían contacto, como los libios, númidas, corsos, baleares e íberos.



Después de siglos de combates, asedios y treguas, los romanos terminaron por intervenir y expulsarlos de Sicilia en la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.). Cartago no se dio por vencida y vio en Hispania el lugar donde redimirse y afianzar su poder. Fundaron la actual Cartagena y mediante pactos y feroces asedios lograron la sumisión de varios pueblos íberos y celtíberos hasta que en el año 219 a.C. el general Aníbal Barca asedió Sagunto, en Valencia.

Para evitar roces, después de la guerra de Sicilia el Senado y el Pueblo de Roma (SPQR) estableció con Cartago una línea divisoria en el río Ebro. A pesar de que Sagunto estaba al sur del río y por tanto en "territorio cartaginés" era aliada de la Urbs y estalló la guerra. Ambas potencias se odiaban mutuamente y la guerra fue feroz. Aníbal se convirtió en el terror de las legiones y acampó frente a Roma, pero en Hispania un ejército romano desembarcó en Ampurias y torció sus planes.



Aliándose con varios pueblos nativos, las legiones de Publio Cornelio Escipión invadieron la Hispania cartaginesa y castigaron a sus aliados indígenas. El púnico terminaría derrotado en las llanuras africanas de Zama, obligando a Cartago a firmar una humillante paz. Roma ganó las provincias de Hispania Citerior y Ulterior y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, comenzaron a expandir su influencia para controlar sus ricos recursos económicos. Los más destacados serían sus ricas minas de oro, bronce, plata y hierro, entre otros metales, y sus campos de cultivo, sin olvidar los tributos que obligaban pagar a los pueblos sometidos.
¿Cuánto tiempo estuvieron los romanos en Hispania?

La presencia romana en Hispania comenzó en el siglo III a.C., cuando los cartagineses se enfrentaron a los romanos en la Segunda Guerra Púnica y, después del gigantesco rodillo militar y cultural, los pueblos prerromanos comenzaron a romanizarse. Una vez pacificada 200 años después de que la bota de las legiones desembarcase en Ampurias, los romanos permanecieron en ella hasta el siglo V d.C. cuando el Imperio, corroído por luchas intestinas, crisis climáticas, económicas e invasiones bárbaras, sucumbió.


La Hispania romana tuvo en un primer momento dos provincias, la Citerior y la Ulterior. Sin embargo, esto fue cambiando con el paso del tiempo. Así, en el siglo III d.C., bajo el reinado de Diocleciano se dividió en Gallaecia, Tarraconensis, Balearica, Cartaginenesis, Baética y Lusitania, incluyendo además la Mauritania Tingitana, al norte de África.

Sin embargo, pese a la caída de Roma, las ciudades, su organización y su cultura siguieron presente en la época visigoda. Estos bárbaros se romanizaron entre los hispanorromanos y a pesar de formar su élite, algunas de sus palabras se añadieron al latín vulgar pero terminaron por perder el idioma godo y convertirse al cristianismo católico. Su cultura permaneció y cuando los visigodos dominaron Hispania se diluyeron bajo el influjo de sus pobladores hispanorromanos.
https://www.elespanol.com/historia/roma ... 776_0.html

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NotaPublicado: 26 Feb 2024 18:49 
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El Imperio romano ha dejado un gran legado en todos aquellos territorios gobernados y conquistados por la Urbs. Y parte de su historia se conoce en gran medida gracias a las excavaciones arqueológicas y a todo tipo de hallazgos: desde ciudades completas hasta elementos del equipamiento militar de las legiones.

En este sentido, hasta el momento tan solo se conserva un único escudo romano completo. Su descubrimiento, hace casi un siglo, y su restauración han sido muy importantes para estudiar un arma defensiva clave en la exitosa historia militar de Roma.
¿Cómo eran los escudos romanos?

Los escudos utilizados por los soldados del Imperio romano eran conocidos como scutum. En época republicana tenía una forma ovalada y estaba construido de dos o tres capas de madera de abedul contrachapada y cubierta de tela y piel. Podía medir hasta 120 cm de largo por 75 cm de ancho. En el periodo imperial, los scuta eran grandes y rectangulares, típicamente hechos de madera laminada y cubiertos con cuero. Pesaban en torno a 5,5 kilos.



En ambos casos proporcionaban una excelente protección contra los ataques enemigos y eran una parte fundamental de la panoplia de un legionario. Pero los escudos tenían otra función de defensa activa: no solo servían para proteger el cuerpo del combatiente, sino que se utilizaban también para empujar y desequilibrar al contrario, o incluso para golpear su cara o vientre con el umbo, el protector metálico que cubría la empuñadura.
¿Por qué apenas se conservan escudos?

Hay varias razones por las cuales apenas se conservan escudos de los soldados romanos. La principal es que estos objetos estaban hechos de materiales perecederos.

Los escudos romanos se fabricaban principalmente con de madera y cuero, materiales que son susceptibles a la descomposición con el tiempo, especialmente si no se mantienen en condiciones ideales de conservación. Esto significa que, a menos que hayan sido enterrados en condiciones muy específicas que favorezcan la conservación, es poco probable que sobrevivan en su estado original durante siglos.



Otro factor tiene que ver con el uso en combate y el desgaste. Los escudos eran herramientas utilizadas en la batalla y, como tal, estaban sujetos a un deterioro considerable. Se esperaba que los soldados los utilizaran en múltiples campañas y batallas, lo que resultaría en daños y desgaste con el tiempo. Muchos escudos probablemente fueron destruidos o desechados después de un uso prolongado.

También el reciclaje de materiales. En muchas ocasiones, los materiales de los escudos rotos o desgastados podrían haber sido reciclados para fabricar nuevos equipos militares o para otros fines. Esto era común en las sociedades antiguas donde los recursos eran limitados y se aprovechaba al máximo todo lo que se tenía a disposición.


El único escudo romano completo

El único escudo romano que se conserva completo fue encontrado en Siria en el año 1928. Concretamente se halló en Dura-Europos, una región a mitad de camino entre Alepo y Bagdad, durante una campaña de excavaciones arqueológicas.

Esta ciudad albergaba una guarnición romana que fue capturada y destruida tras ser asediada por los sasánidas en el año 256. Así se ha podido conocer, sobre todo, por la gran cantidad de armas que se han encontrado, además del escudo.

En cualquier caso, hay que tener en cuenta que el escudo fue descubierto en pedazos: estaba roto en 13 partes y tuvo que ser posteriormente restaurado por expertos. No resulta azaroso que se haya encontrado un escudo romano en esta zona del mundo, pues la climatología seca de la zona ha permitido que la madera se mantuviese en buen estado.


El lo que respecta a sus dimensiones, este scutum tiene la forma típica de escudo arqueado rectangular y mide 105,5 centímetros de alto por 41 centímetros de alto. En cuanto a sus materiales, está hecho con listones de madera de 30 a 80 mm de ancho y de 1,5 a 2 mm de espesor. Posteriormente, para su construcción se unieron tres capas de madera.

Según se conoce, el centro del escudo tiene un agujero que probablemente fue cortado en la madera después de hacer el tablero. La estructura carece del umbo, la protuberancia central.

Los estudios arqueológicos también han considerado que en la parte posterior del escudo debía haber unas tiras de madera de refuerzo. Sin embargo, estas no fueron encontradas. También se ha considerado que debió haber una capa roja de piel en esta zona, tal y como indica el inform

También se ha considerado que la superficie del frente se cubría con tela y luego con piel o pergamino, con una pintura encima. Y además, alrededor del agujero central se conservan varias cintas decorativas, que incluyen un águila con una corona de laurel, Victorias aladas y un león.

Actualmente este escudo se puede ver en Londres, en el Museo Británico, en el marco de una exposición sobre cómo era vivir y morir en el Ejército romano. Una oportunidad única ya que el scutum forma parte de la colección de la Galería de Arte de la Universidad Yale (Estados Unidos) y se encuentra en su primer préstamo transatlántico.
https://www.elespanol.com/historia/unic ... 454_0.html

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NotaPublicado: 17 May 2024 10:57 
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Una de las claves del éxito de las legiones de Roma en Europa, Asia y África residía en una férrea disciplina que debía ser mantenida a toda costa. Amenazados por enemigos en los confines del mundo conocido, el miedo podía apoderarse de los soldados hasta el punto de quedar paralizados o incluso desertar. Por otro lado, olvidados en marginados castellum en tierra hostil, el aburrimiento podía ser atroz.

Un campamento entero fue aniquilado en Hispania en el año 97 a.C. Los guerreros celtíberos se habían encontrado a los centinelas durmiendo en sus puestos después de haberse emborrachado con vino. Un vigilante dormido ponía en riesgo al resto, al igual que los que perdían sus armas o robaban en el campamento, por lo que el castigo habitual pasaba por ser apaleado por sus compañeros hasta morir.

Si la falta era leve -como ser sorprendido borracho en el campamento- podían obligar al soldado a comer de pie, reducir sus raciones o su sueldo por una temporada o ser azotado por la vara de olivo del centurión. Si en aquel momento de humillación el desdichado hacía amago de agarrar la vara, podía ser degradado y enviado a otra unidad, normalmente a un destino peor. Si la falta era colectiva y grave, no se podía ejecutar a toda una legión por lo que se aplicaba la temida decimatio.

Decimatio

Tras un juicio marcial, la máxima autoridad militar -normalmente un cónsul- podía decidir diezmar a sus unidades. Este castigo se aplicaba a unidades pequeñas, pero podían estar destinada a manípulos, cohortes y legiones enteras si estas habían sido humilladas en combate, se habían comportado con cobardía, habían perdido los estandartes o se habían amotinado. Los culpables eran divididos en grupos de diez hombres. Obligados a formar, el general les recordaba la falta cometida y el juramento que hicieron con Roma y los dioses cuando se enrolaron.

Tras el discurso, uno de cada grupo debía morir apaleado por los otros nueve. Para sumar humillación y tortura psicológica, el ejecutado era elegido por el resto. Si el líder mostraba clemencia, el castigo podía diluirse entre 20, 30 o 400 hombres. El castigo era cruel y efectivo. Los desdichados para expiar la culpa colectiva, en una especie de macabro sacrificio humano, eran despojados de sus ropas -no son dignos del uniforme- y conducidos fuera de los muros del campamento, lejos de la mirada de los símbolos sagrados de la unidad.


"A la vista de todos, los desafortunados que han sido elegidos son rozados por un tribuno con una vara. Es la señal para que los compañeros del reo den comienzo al apaleamiento", explica Víctor Sánchez, teniente coronel del Ejército de Tierra, en su obra Las legiones en campaña (HRM). Terminada la ejecución, el resto de la unidad solía ser alimentada solo con cebada y obligada a dormir fuera de la protección del campamento, algo peligrosísimo en zona de operaciones.

Sin embargo, recurrir constantemente a ejecuciones ejemplares podía salir muy caro a los generales. Marco Antonio aplicó una decimatio que fue considerada excesivamente cruel e inadecuada por los hombres de las legiones Martia y IV, motivo por el que terminaron desertando en el año 44 a.C., tal y como explica Rubén Escorihuela Martínez, investigador de la Universidad de Zaragoza, en su artículo Violencia versus represión: castigo y redención en el ejército romano republicano.
Cavar zanjas sin ropa

Una gran parte de los militares romanos prefería utilizar otros castigos menos macabros y más fáciles de digerir para mantener el orden y la disciplina. A los equites se les podía retirar la montura y hacerlos marchar a pie como el resto de la tropa.

En el año 46 a.C., Julio César combatía con sus legiones en el norte de África en su guerra civil contra Pompeyo y sus partidarios. En un momento dado llamó a los centuriones Tito Salieno, Marco Tiro y Cayo Clusinas. "Os considero indignos de ejercer cualquier tipo de mando en mi ejército, os licencio y os ordeno salir lo más rápido posible de África", bramó el victorioso general.


Los expulsados, con lágrimas en los ojos, acusados de cobardía, habían sufrido el segundo castigo más humillante que podía padecer un soldado de las legiones después de ser ejecutado en una decimatio. Licenciados con deshonra, ignominiosa missio, nunca podrían volver a sus hogares donde vecinos y familiares les mirarían con desprecio.

Menos "compasivo" se mostró en el año 75 a.C. Cayo Escribonio Curión, procónsul de Macedonia al mando de cinco legiones. No debía ser un general demasiado brillante pues una de sus legiones se negó a cumplir sus órdenes declarando que "no seguiría su mando imprudente ante una empresa tan difícil y peligrosa", según recogió el senador y militar romano Sexto Julio Frontino.

Curión reaccionó rápido y abortó el motín. Les obligó a desvestirse y a cavar zanjas vigilados por hombres armados hasta que, tras unos días de trabajos forzados, deshizo la unidad, borró su nombre y distribuyó a los amotinados en otras legiones.
https://www.elespanol.com/historia/2024 ... 771_0.html

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En otoño del 218 a.C. se libró la batalla de Cissa, dentro de la segunda guerra púnica. Tiene la particularidad de ser la primera batalla que libraron las legiones romanas en la región que ellos conocían como Hispania.

En ella, el ejército romano, liderado por el militar Cneo Cornelio Escipión Calvo, fue capaz de derrotar al ejército cartaginés pese a la desventaja numérica, consiguiendo controlar el territorio al norte del río Ebro, que había sido conquistado por Aníbal el cartaginés meses antes.

Marchando desde Cartagena, conocida como Qart-Hadanht, hacia el río Ebro con un ejército formado por un total de 90.000 infantes, 12.000 jinetes y 37 elefantes. El líder cartaginés tomó la ciudad de Sagunto hacia el año 218 a.C. y siguió su camino hacia la península itálica dispuesto a aterrorizar a la ciudad de Roma. Según el historiador griego, Polibio, también envió a Cartago a 13.850 infantes, 1.200 jinetes y


Tras cruzar el Ebro, sometió por la fuerza o la diplomacia durante semanas a las tribus íberas del noreste, ya que no podía correr el riesgo de dejar en la retaguardia fuerzas hostiles que pudiesen afectar a sus comunicaciones. Luego reorganizó a su ejército, dividiéndolo en dos y dejando uno al norte del Ebro, bajo el mando del general Hannón, compuesto por 10.000 infantes y 1.000 jinetes, y otro al mando de su hermano Asdrúbal, integrado por 12.600 infantes, 21 elefantes y 2.500 jinetes que se encargaría de la defensa del resto de las tierras en Hispania. Además, el propio Asdrúbal tenía a su mando una flota de un total de 57 barcos.
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El resto del ejército continuó con su camino más allá de los Pirineos y los Alpes, lo que logró hacer antes de lo que había esperado el cónsul Publio Cornelio Escipión al mando de varias legiones.

Tras conocer que Aníbal le había superado, el cónsul tomó la decisión de regresar a la península Itálica para defender a Roma del cartaginés, mientras que su hermano, Cneo Cornelio Escipión Calvo se hacía cargo del resto de fuerzas que debían partir con rumbo a Hispania para cortar las líneas de suministro de Aníbal.

Por ello, a finales del verano del año 218 a.C., 60 naves romanas que llevaban a a la tropa de Escipión Calvo llegaron a la colonia griega de Emporion, en la actual provincia de Gerona, siendo este asentamiento el punto de partida de la conquista romana de Hispania, que se prolongó casi dos siglos.


Cneo intentó atraer aliados a la causa romana y expulsar a los púnicos de la Península Ibérica, ahogando la fuente de aprovisionamientos del ejército cartaginés que se dirigía a Roma. Para ello buscaron apoyo en las tribus pirenaicas y costeras, y quienes no lo hicieron, fueron atacados. Así, a finales de ese año, los romanos ya contaban con una base sólida desde la que llegar al resto de la costa levantina, recibiendo constantes refuerzos procedentes de Marsella.

Hannón, el general cartaginés, decidió no atacar a los romanos lo que hizo posible que estos afirmasen su poderío en la zona, mientras que las tribus íberas se veían obligadas a unirse a ellos. Sin embargo, el rey de los ilergetes, Indíbil, decidió mostrar oposición a los romanos, una decisión que fue seguida por su cuñado, Mandonio, rey de los cessetanos.

Ambos movieron a su ejército, y en vista de los acontecimientos, Hannón informó de los movimientos romanos a Asdrúbal, que estaba en Cartagena. Así, a finales del mes de septiembre, 10.000 hombres de Hannón y otros 1.500 de Indíbil estaban acampados frente a las murallas de Cissa (en la actual Tarragona). A marchas forzadas, Cneo se presentó ante ellos con un ejército de 25.000 hombres, en lo que fue la primera gran batalla de la II guerra púnica en la Península Ibérica.

Cneo desplegó sus fuerzas de la forma tradicional, con dos legiones en el centro, dos unidades aliadas a sus flancos y en el exterior, a ambos lados, su caballería dejando en reserva a los iberos recién reclutados, así como a los tripulantes de los barcos que habían quedado anclados en Ampurias. Hannón, siendo consciente de su inferioridad numérica, optó por desplegar a sus hombres en línea de la forma más extendida posible, con los hombres de Indíbil a su derecha.


Las legiones romanas rompieron las filas cartaginesas que terminaron por romperse. Mientras tanto, Indíbil y sus guerreros siguieron combatiendo contra la caballería legionaria. Tras la huida de la infantería cartaginesa, el cónsul romano ordenó el ataque de su reserva íbera frente a sus hermanos ilergetes.

Indíbil terminó capturado y las legiones rodearon Cissa a la que entregaron un mensaje: o se rendían o destruían la ciudad. Ante estas amenazas, se produjo la rendición, dejando la batalla un total de 6.000 bajas púnicas en combate y 2.000 prisioneros, entre ellos el propio Hannón además de Indíbil.

Cneo decidió poner en libertad a Indíbil para ganarse la lealtad de los ilergetes, aunque le exigió un cierto número de rehenes. Asdrúbal, por su parte, llegó demasiado tarde para poder ayudar a Hannón, y aunque no era suficientemente fuerte para pelear con los romanos, logró desbaratar su flota echando a pique cerca de 25 barcos. A partir de la batalla de Cissa, los romanos ganaron mucho prestigio en Hispania y Cneo pasó a controlar gran parte de las tierras al norte del río Ebro aunque más al sur, desde su base en Cartagena, los cartagineses reunieron fuerzas. Aún quedaban muchos combates por librar.
https://www.elespanol.com/historia/prim ... 380_0.html

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Descubierta una armadura romana única en el mundo: fue muy popular entre los legionarios
El único ejemplar conocido de lorica squamata, de hace más de 1.500 años, salió a la luz durante las excavaciones de la ciudad turca de Stala y acaba de ser restaurada.

En la campaña de excavaciones de 2020 en la vieja ciudad romana de Satala (Capadocia, Turquía) un equipo de arqueólogos del Laboratorio Regional de Ankara desenterró el único ejemplar completo en el mundo de una armadura legionaria romana del tipo lorica squamata, traducida como "armadura de escamas". Según el último comunicado del Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía, al año siguiente fue llevada, aún con restos de tierra, a los laboratorios de Erzurum para ser examinada mediante rayos X y una serie de microtomografías computarizadas.

Los análisis desvelaron que la armadura se encontraba prácticamente intacta a pesar de haberse perdido hace más de 1.500 años. Gracias a este estudio, se pudieron determinar sus dimensiones y algunas de sus propiedades. Tras más de tres años de cuidadoso trabajo de restauración en la Universidad Atatürk de Erzurum, las placas metálicas de la armadura se volvieron a colocar en su sitio, se devolvió su forma original y se montó de nuevo sobre un maniquí.

"El único modelo completo de armadura lorica squamata conocido en el mundo, que volvió a la vida en manos de expertos del Laboratorio Regional de Restauración y Conservación de Erzurum, ha llegado hasta nuestros días casi sin problemas. Me gustaría agradecer al personal de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Museos que contribuyó a la recuperación de este magnífico artefacto, que abre una ventana única al pasado guerrero del Imperio romano", expresó en su cuenta de X Mehmet Nuri Ersoy, ministro de Cultura y Turismo de Turquía.
Flexible pero costosa

Este tipo de armaduras fueron muy populares entre los legionarios romanos. Según explica los profesores M. C. Bishop y J. C. N. Coulston en su obra El equipamiento militar romano (Desperta Ferro), esta coraza era utilizada tanto por legionarios como por auxiliares de infantería y de caballería. A partir del siglo III d.C. incluso fue portada por los elitistas pretorianos.


A diferencia de la lorica segmentata, compuesta de placas rígidas y pesadas, la lorica squamata estaba compuesta por multitud de pequeñas piezas metálicas superpuestas una sobre otra y cosidas a un soporte de tela o cuero, lo que las hacía más flexibles y ligeras. Cada escama, normalmente elaborada en bronce o hierro, contaba con pequeños agujeros para permitir su costura.

Aunque eran más fáciles de fabricar que la cota de malla (lorica hamata), exigía un alto coste de mantenimiento para mantener las escamas en su sitio y retirar las que se oxidaban con el tiempo. En la actualidad, encontrar armaduras de legionarios romanos es algo poco habitual. Estas no estaban diseñadas para un único usuario y solían repararse multitud de veces. Cuando los arreglos no eran posibles, las piezas se reciclaban y volvían a fundirse, jamás se abandonaban.


A pesar del hallazgo novedoso, la presencia de legionarios romanos en la vieja Satala ya era conocida. En el año 72 d.C., el emperador Vespasiano construyó un campamento militar permanente a orillas del arroyo de Aksu, afluente del Kelkit, conocido en la Antigüedad como "río Lobo", que desemboca en el mar Negro.

Ubicado en el cruce de caminos con fácil comunicación con las rutas comerciales a través del Éufrates y Mesopotamia, desempeñó un papel muy importante en las diferentes guerras entre la Urbs y el temible Imperio parto.


En tiempos del emperador bizantino Justiniano I, Satala siguió siendo un importante centro militar para sus conflictos con los persas sasánidas que ya se había convertido en toda una ciudad con termas, teatros, templos y un foro. En el siglo VII, un nuevo pueblo y una nueva religión conquistaron Asia y Oriente Próximo y la ciudad desapareció en el marco de las conquistas árabes.
https://www.elespanol.com/historia/2024 ... 628_0.html
TXONI escribió:
Fantástica esa armadura!! :-D

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Los veteranos de escipión
Descubren el secreto de las legiones romanas para ser las mejores en el campo de batalla
Un nuevo estudio del historiador Connor Beattie revela que, un siglo antes de las reformas de Mario, Roma ya contaba con una unidad de voluntarios bregados en Hispania y África que se reenganchaban en los ejércitos de la Ciudad Eterna



Muchísimas bregas llevaba a cuestas el bravo centurión. Cuenta el cronista Tito Livio que, allá por el siglo I a. C., inmersa Roma en la era republicana, el sabino Espurio Ligustino desveló en el Senado sus mil y una gestas en los campos de batalla. «¡He sido premiado por mi valor 34 veces y he servido 22 años en el Ejército!», vociferó. Superaba por poco el medio siglo de vida, y ahí seguía, reenganchándose en los contingentes que la Ciudad Eterna enviaba por el Mediterráneo. Macedonia, Grecia, Hispania… Por todos estos territorios segó vidas su acerado 'gladius'. «Mientras me considere apto para el servicio, nunca alegaré excusas para quedar exento de él. Y procuraré que ningún hombre me supere en valor», sentenció.

El valiente Ligustino, entre los tipos más condecorados de su era, es un ejemplo de esos soldados que los expertos han calificado como 'voluntarios profesionales' de la República romana; una etapa de la Ciudad Eterna en la que las legiones no eran permanentes y se formaban para campañas o periodos esporádicos. Pero que su nombre y los de otros tantos militares hayan quedado grabados en las fuentes nunca había probado que la figura de los combatientes que se alistaban de manera espontánea estuviera generalizada. Hasta la llegada del británico Connor Beattie, al menos. «He demostrado con una investigación concienzuda que había muchos más voluntarios de los que se creía hasta ahora», explica a ABC el historiador de la Universidad de Oxford.



En el 161 d. C., el rey parto Vologases III destruyó a un ejército liderado por Marco Sesacio Severiano que, todavía hoy, no ha sido identificado

En un nuevo estudio titulado 'The Case of Scipio Africanus Veterans', publicado en la revista 'Ancient History', Beattie rompe moldes y construye verdades hasta ahora ocultas bajo la alfombra. La máxima del historiador británico es que, en un tiempo tan remoto como el III a. C., cuando faltaba todavía un siglo para que el cónsul Cayo Mario profesionalizara los ejércitos y se dejaran a un lado las levas ocasionales, ya existía un grupo de combatientes reconocidos en la Ciudad Eterna que se reengancharon durante años en las legiones de todo el Mediterráneo. Y todo ello, tras luchar en África e Hispania de la mano de Escipión el Africano, el general que había vencido al todopoderoso Aníbal Barca.

La tesis es valiente, aunque los expertos consultados por ABC son escépticos. «A mí me parece verosímil que ocurriera, pero que pueda ser comprobado es más dudoso», afirma Fernando Wulff Alonso, académico y Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga. Por su parte, el historiador e investigador Yeyo Balbás es partidario de que Beattie «flaquea en algunos puntos», pero define la tesis como «bastante sólida, ya que existían muchos antecedentes de la profesionalización del ejército en el siglo II a. C.». En sus palabras, por entonces había «tropas veteranas que participaban de forma continua en las guerras y que estaban pagadas por grandes figuras, y no por el Estado». Lo mismo que ocurrió siglos después, durante la etapa imperial.
Espadas y elefantes

Beattie ha rastreado el origen de estos soldados de élite en las fuentes clásicas. Parte de ellos habían sido enviados a combatir en Hispania contra los cartagineses. «Serían ciudadanos romanos y 'socii' (aliados italianos) liderados por el padre y el tío de Escipión el Africano (Publio y Cneo Escipión) en el 218 a. C.», completa. Bregarse en la Península Ibérica les reportó, sostiene, grandes beneficios: «El primero era el botín que obtenían tras las victorias militares, especialmente tras los asedios de ciudades. El segundo era el prestigio social que obtenían si luchaban bien y demostraban valentía en la batalla». En tercer lugar, adquirieron una experiencia determinante en batalla. Todo ello, añade, les valió para ganarse una estancia tranquila en colonias locales como Itálica o Carthago Nova.

Parte de estos legionarios, y otros tantos afincados en Italia, combatieron junto a Publio Cornelio Escipión el Africano al otro lado del Mediterráneo contra Cartago en la Segunda Guerra Púnica entre los años 204 y el 201 a. C. «Los veteranos fueron bien entrenados por el general, tanto en Hispania como en Sicilia, antes de la invasión de África. Tras el conflicto no solo tenían experiencia en combate, sino que habían estado bajo el mando de un general con gran genio táctico que había empleado disposiciones y maniobras complejas tanto en la batalla de Ilipa como en la de Zama», desvela el historiador. En la última, tal y como narró el cronista Polibio, se destacaron por su habilidad para acabar con los elefantes que Aníbal había llevado al frente.


Aquella experiencia, afirma el experto, les valió la popularidad. «Lo que les distinguió fue que, hasta la década del 190 a. C., continuaron luchando como parte de un grupo que contaba con fama y prestigio dentro de la sociedad de la época», explica Beattie. Y añade una segunda idea que, afirma, revoluciona la historiografía: «Era posible que tuvieran un espíritu de cuerpo del que carecían otros grupos de las legiones romanas de la época. Por lo tanto, era más probable que se mantuvieran firmes ante las adversidades y lucharan con mayor valentía por el bien de esta identidad colectiva y de la fama que habían adquirido». Los define, en definitiva, como uno de los gérmenes del éxito militar de la Roma republicana en el Mediterráneo; el preludio de lo que, tiempo después, fueron las legiones de la etapa imperial.

Beattie dice haber buscado en las fuentes los muchos destinos de los veteranos de Escipión. En el 200 a. C., por ejemplo, miles de ellos se alistaron de forma voluntaria en los ejércitos de Sulpicio Galba para combatir contra Filipo V de Macedonia. Y no pararon ahí. En el 198 a. C. partieron hacia Grecia y, ocho años después, hicieron lo propio en Siria. «Es posible que Tito Livio les describa en la batalla de Magnesia en el año 190 a. C. luchando contra el rey seléucida Antíoco el Grande. Soy partidario de que Lucio Escipión utilizó a los soldados que se habían enfrentado a los elefantes en Zama para hacer lo propio aquel día. Es lógico: tenían experiencia en este sentido y no les temían», defiende. Aunque admite que la ausencia de fuentes hace que esto sea una suposición.
Revolución historiográfica

Beattie defiende que estos voluntarios romperían con el sistema de reclutamiento general de la República. Y eso, en parte, es cierto. «El epicentro de la discusión radica en que, por entonces, Roma no contaba con un ejército profesional. Eso, ya de por sí, es llamativo. Si miras a la China de la dinastía Han o al Imperio cuxano de la India, te encuentras con contingentes profesionales y bien pagados. Eso, en la Ciudad Eterna, no pasó hasta la época de Augusto», explica Wulff. El catedrático recuerda que Roma se movía por «levas anuales» y que los contingentes se licenciaban acabada su misión. Aunque insiste en que la existencia de voluntarios ya era conocida a través de las fuentes: «Eso lo sabíamos desde hace mucho tiempo».



Wulff no niega otra de las máximas que sostiene Beattie: la sorprendente expansión de la República en los años posteriores a la batalla de Zama. «Es algo que impresionó a Polibio. Tras la guerra contra Aníbal, Roma conquistó el Mediterráneo en dos ratos tontos, si se me permite la expresión. Acabaron con Macedonia, pusieron en su sitio a los seléucidas…», señala. Lo que le chirría es considerar que el principal activo para conseguir esta ingente cantidad de victorias fue la inclusión en las legiones de los veteranos de Escipión. «Fue por un cóctel de factores. Para empezar, la oligarquía explotó el miedo en favor de la expansión. Funcionó muy bien porque los ciudadanos se habían sentido amenazados por Aníbal, que había llegado hasta las puertas de Roma, y reaccionaron de forma paranoica», completa.

Balbás, por su parte, pone el foco en un aspecto que considera clave del estudio: las ciudades para veteranos que se fundaron fuera de las fronteras de la República. «Es interesante el hecho de que hubiera cuerpos de veteranos a los que, una vez licenciados, se les entregaran posesiones –'ager publicus' o 'tierras públicas'– para formar una colonia. Estas ciudades exteriores a Roma eran idóneas para reclutar combatientes expertos porque los reunía en un mismo espacio geográfico», señala.
https://www.abc.es/historia/veteranos-e ... 14-nt.html

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Centuriones: el arma secreta que cohesionaba y hacía letales a las legiones romanas
Según el historiador Yeyo Balbás, este cuerpo mantenía vivas las tradiciones militares de la Ciudad Eterna


Polibio dejó por escrito el carácter que debían mostrar los soldados más determinantes de las legiones romanas; esos que Julio César definía como la columna vertebral de sus ejércitos. «Es deseable que, más que osados y temerarios, los centuriones sean buenos conocedores del arte de mandar y que tengan presencia de ánimo». El cronista del siglo II a.C. especificó también que debían «ser firmes no solo para atacar con sus tropas aún intactas, o bien al principio del combate, sino también para resistir» cuando se vieran superados por el enemigo y cuando estuvieran «en inferioridad de condiciones o en un aprieto». Su máxima última, según el autor, era dejarse la vida en el campo de batalla… Si llegaba el momento, vaya.
Decenas fueron las historias de centuriones valerosos narradas por los autores de la época. En sus crónicas sobre las guerras judías, Flavio Josefo recordó que dos de estos oficiales, «Furio y Fabio», ascendieron decididos por las murallas de Jerusalén «con sus escuadras» a costa de correr un peligro soberbio. «Habiendo rodeado por todas partes el templo, mataron a cuántos se retiraban a otra parte, y a los que en algo se resistían», escribió. Por su parte, Julio César sentía tanto respeto hacia ellos que, durante una batalla contra los nervios recogida en 'De bello Gallico', se dirigió a todos los centuriones de la X Legión por su nombre; algo inaudito. Eran el vértice sobre el que se apoyaban las legiones; la representación del mando y del orden; los sargentos carismáticos de su era.

En el siglo I d. C. la XIV Gemina, al frente de este curtido general, acabó con una tribu celta afincada en la isla de Anglesey
Los centuriones eran, en definitiva, el pegamento que mantenía unidas a las legiones romanas, como bien explica a ABC el historiador e investigador Yeyo Balbás. «Los centuriones eran cuidadosamente escogidos para liderar y entrenar a cada centuria de unos 80 hombres y, en batalla, combatían en primera línea. Al contrario que tribunos y legados, cuyo cargo podía ser un paso más dentro de la carrera política de un miembro de la clase ecuestre o senatorial, la mayoría de centuriones ascendía por méritos en combate y, al estar a cargo de la instrucción, mantenían viva la tradición militar romana. Este cuerpo de suboficiales contaba con un escalafón interno ('pilus prior', 'pilus posterior', 'princeps prior'…) y a sus integrantes se les exigía un cierto nivel de alfabetización, pues desempeñaban, al nivel más básico, las labores administrativas, logísticas y de transmisión de órdenes del ejército romano».
Centurias y privilegios
La figura del centurión siempre ha ejercido un magnetismo especial; basta decir que es uno de los dos cargos del ejército romano que aparece citado en la Biblia. El divulgador Stephen Dando-Collins lo define como un «mando intermedio clave» que, durante el Alto Imperio, la época de mayor expansión de Roma, «pertenecía a la tropa, como el legionario, y había ascendido desde el puesto de soldado raso». El historiador Adrian Goldsworthy añade en su ensayo 'El ejército romano' que se hallaban «un rango por debajo de los niveles que disfrutaban los senadores y los ecuestres» ya desde la República. Era un oficial, desde luego, pero no tenía nada de político; lo suyo era dirigir y responsabilizarse del mando de sus hombres desde el punto de vista táctico y administrativo e imponer, además, la disciplina.
Según desvela Begoña Rojo –historiadora y máster en arqueología– en 'Breve historia de los ejércitos: la legión romana', el rango de centurión era el máximo que podía obtener un soldado recién llegado a golpe de ascenso. Casi nada. «Además de funciones militares, también desempeñaban ciertas labores administrativas y valoraban la correcta realización de los deberes diarios por parte de la milicia», sentencia. En un principio, este oficial comandaba una centuria del ejército: un centenar de hombres. Sin embargo, la cifra fue variando a lo largo de los siglos. En la época del Alto Imperio, la legión estaba formada por unos 4.800 hombres divididos en 10 cohortes, la primera, con el doble de envergadura que el resto. Estas, a su vez, estaban seccionadas en 6 centurias de unos 80 combatientes en total.
Apenas había unos 59 centuriones por legión; 1.800 en total durante el Alto Imperio si contamos con aquellos que servían en las tropas auxiliares, las formadas por los extranjeros al servicio del Imperio romano. Dice el historiador Roberto López Casado en 'Los centuriones en la epigrafía romana de Hispania' que el cargo era «ciertamente prestigioso y por ello muy ambicionado». Y va un ejemplo: el futuro emperador Pertinax, durante su etapa como militar, lo solicitó en muchas ocasiones sin éxito. Qué menos para un tipo que, en palabras de este experto, «era el nexo entre los oficiales y la tropa» y «debía aunar no solo cualidades puramente militares, sino también administrativas».
Tanta importancia tenían, que el poder les otorgó todo tipo de privilegios para convertirles en hombres fieles al régimen. Para empezar, recibían un salario mayor que el de los legionarios. A su vez, estaban exentos de manera extraoficial de la prohibición de contraer matrimonio que se imponía a los soldados rasos. No es que se les permitiera de forma oficial, pero sí se hacía la vista gorda. «En los monumentos epigráficos queda constancia de que eran unos privilegiados. A pesar de no ser documentos de carácter jurídico, las inscripciones recogen una nutrida información acerca de la interacción de los centuriones con el mundo civil, su posible procedencia geográfica, su promoción en la sociedad romana, su carrera militar, etc.», completa el experto español.
En el campo de batalla era fácil diferenciar a un centurión. Para empezar, contaban con un sarmiento de vid –'vitis'– de un metro de largo con la que infligían castigos a los soldados díscolos. A su vez, no solían llevar escudo; por ello, portaban el 'gladius' a la izquierda, como el resto de oficiales de las legiones romanas. «El centurión podía ser identificado —por los amigos o los enemigos indistintamente— gracias al penacho transversal de su casco y las grebas metálicas que llevaba en las espinillas», explica, en este caso, Dando-Collins. Las primeras eran básicas para que el resto de hombres supieran su lugar exacto en mitad de la batalla. Por último, solían lucir una suerte de arnés de cuero sobre la coraza en la que colgaban todas sus condecoraciones.
Carrera hacia la cima
La llegada al 'centurionado', como se denominaba en la época, se sucedía a través de diferentes vías. López Casado mantiene que, por una parte, los 'milites' (soldados) podían ascender en la jerarquía militar desde los escalones más bajos de la legión. De llegar a convertirse en centuriones, lo hacían tras servir entre 13 y 20 años. Con todo, también era factible conseguirlo «a través de las unidades acuarteladas en Roma»: las cohortes urbanas y los pretorianos». La última posibilidad era con una selección directa. «Los miembros de las oligarquías urbanas y del 'ordo equester' [una clase social situada bajo la de los senadores] podían ser comisionados directamente al centurionado», añade el experto.
No era sencillo el camino del legionario hasta convertirse en centurión, y la tarea continuaba una vez que lo lograban, pues había hasta seis rangos diferentes dentro de la cohorte. Los de mayor grado eran los 'primi ordines' (primera clase), y pertenecían a la primera cohorte, la más destacada. De entre ellos se escogía a un 'primas pilas' (primera lanza), el centurión jefe de la legión. Su posición era de las más prestigiosas y estaba muy bien pagada. Como resultado, existía una gran competencia entre los oficiales para conseguirla. «Los experimentados 'primi pili' infundían un enorme respeto y tenían una gran responsabilidad, y no era infrecuente que lideraran importantes destacamentos del ejército», añade, en este caso, Dando-Collins. La realidad era cruda: la mayoría no llegaban hasta estos puestos a lo largo de su carrera, que solía durar 46 años.


Existen una infinidad de ejemplos de centuriones que combatieron más de cuatro décadas en el ejército romano. Una de ellos, Tito Flavio Virilis, de la legión IX Hispana, sirvió cuatro décadas y media antes de morir en África. «Tenía 70 años de edad», sostiene el divulgador británico. Tampoco era raro que los centuriones más experimentados fueran enviados como oficiales de adiestramiento a legiones recién reclutadas o poco bregadas en combate. En el 83 d. C., por ejemplo, uno de ellos recibió órdenes de entrenar a una nueva cohorte de auxiliares de la tribu germánica de los usípetes en Britania. «Los aprendices se rebelaron, mataron a sus adiestradores, robaron los barcos y zarparon hacia Europa. Posteriormente, los amotinados fueron capturados», añade Dando-Collins.
La vida del centurión fuera de las legiones romanas era plácida. Muchos eran candidatos a ser nombrados 'lictores' o escoltas de magistrados; un trabajo bien remunerado que se renovaba de forma anual y que implicaba abrir camino a los altos funcionarios. Todo valía para seguir ganando dinero, vaya.
https://www.abc.es/historia/centuriones ... 38-nt.html

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Legionarios romanos: ¿cuánto cobraban los soldados más letales de la antigüedad?
La cantidad aumentó a lo largo de los siglos, acorde a la inflación y a los intentos de los emperadores de ganarse a los combatientes
'Recuperatio imperii': la loca estrategia para devolver su grandeza al derrotado Imperio romano


Fue una jornada muy especial, ¡la de la paga! Tanto, como para que un cronista clásico de la talla de Flavio Josefo dejara constancia de ella en sus textos. Corría el 70 d. C. y, en mitad del asedio de Jerusalén, el emperador montó una ceremonia con pompa y tambores para entregar la soldada a sus legionarios. «Ordenó a sus oficiales que formasen las tropas y repartiesen el dinero a cada hombre a la vista del enemigo. Las tropas, como era costumbre, sacaron sus armas de donde estaban guardadas y avanzaron vestidas con cota de malla. Nada era más gratificador para los romanos que esta imagen», escribió. Y eso que, aunque cueste creerlo, no cobraban demasiado...
Hacia el salario
La existencia de Roma, sin contar la era de Bizancio, se extendió durante más de un milenio; un larguísimo trayecto vital en el que la remuneración de los legionarios se adaptó a las necesidades económicas del día a día. Durante la era republicana, hasta el siglo V a. C., los ejércitos de la Ciudad Eterna no eran permanentes y los ciudadanos abandonaban sus oficios en los meses más benévolos del año para combatir en guerras cortas y quirúrgicas. La soldada, por tanto, no era una opción. Pero todo cambió tras las luchas contra los etruscos en regiones como Veyes, Capena y Faleria. A partir de entonces, el estancamiento de los conflictos obligó al Senado a compensar con dinero a los voluntarios. Aquel fue uno de los primeros sueldos.
Fue mucho después, en el II a. C., cuando Cayo Mario destrozó esta tendencia. Más recordado por su actividad política como cónsul –cargo que ostentó hasta en siete ocasiones– que por sus éxitos militares, fue el verdadero arquitecto de los ejércitos que, siglos después, dominarían buena parte de Europa. Y todo, gracias a una serie de reformas instauradas a partir del 107 a. C. tales como reformular la estructura de los contingentes o reclutar a las clases más bajas de la sociedad. Además de los mil cambios que propuso, ofreció un salario digno –'stipendium'– y comida a los soldados como forma atraer nuevos combatientes al ejército. El cronista Tácito mantiene que, tras sus revoluciones, un soldado de infantería recibía a diario un tercio de sestercio, los centuriones el doble y la caballería, un sestercio completo.

Saber si este salario era alto es complejo. Fue en el siglo III a. C. cuando Roma acuñó el denario de plata como moneda de uso común para toda Italia. Con todo, la más utilizada entre la población fue el as de cobre; en la práctica, diez de ellos equivalían a un denario. Las fluctuaciones de los precios, sin embargo, hicieron que se alumbrara el sestercio; al cambio, cada uno de ellos representaba un cuarto de denario y dos ases y medio. Valgan como guía las 'Sátiras' de Juvenal para entender el poder adquisitivo de la sociedad romana. Según el poeta, siglos después, en III d. C., una entrada a los baños públicos costaba un dieciseisavo de sestercio.
El escritor Polibio dejó escrito en sus textos los salarios que recibieron los combatientes a lo largo del siglo II a. C. Los caballeros obtenían una soldada más elevada; en parte, por su mejor posición dentro de los ejércitos, pero también para cubrir el coste del forraje de su caballo. Y es que, según explica el historiador militar Adrian Goldsworthy, el estado deducía una parte del dinero entregado para cubrir esos costes. El griego reflejó los gastos en moneda helena: un infante recibía al día dos óbolos, un centurión cuatro óbolos y un caballero un dracma. Según el británico, un dracma equivaldría a un denario. Este dinero no buscaba ser el sustento principal del militar, sino cubrir sus gastos hasta el retorno a la vida civil, en la que, ya sí, viviría de su trabajo.
Dictadura e imperio
Cuando Julio César ascendió al poder, tras la destrucción de la República, dio un impulso a la paga de los legionarios, aunque las cifras varían según los historiadores. En 'Legiones de Roma', el divulgador Stephen Dando-Collins defiende que el dictador dobló los emolumentos anuales de los soldados, que pasaron de ganar 450 a 900 sestercios al año. Los datos son similares a los que ofrece Goldsworthy, quien mantiene que empezaron a cobrar 225 'denarii' de plata anuales. «La tasa impuesta por César se mantuvo hasta el fin del siglo I d. C. Se repartía en tres plazos ('stipendia'), cada uno de ellos, de 75 'denarii'. Probablemente, las fechas eran el 1 de enero, el 1 de mayo y el 1 de septiembre», explica el británico en su obra.
No eran exagerados los sueldos del soldado. De hecho, se les podría calificar de irrisorios al compararse con 100.000 sestercios al año los del 'primus pilus', el centurión de más rango de la legión, o los 400.000 del legado al frente de la misma. Aunque, como bien señala Dando-Collins, la 'Ciudad Eterna' deducía de su salario ciertos gastos a cambio de obtener todo tipo de productos y servicios a un precio más competitivo. «En estos se incluían contribuciones a un fondo funerario para cada soldado. Además, recibían pequeños sobresueldos para adquirir artículos como los clavos de las botas y la sal», sentencia el autor en su obra.
A partir de entonces, y después de la llegada del imperio, los mandamases adaptaron el salario de los legionarios a las fluctuaciones económicas de su era. Domiciano (51-96 d. C.) incrementó la paga hasta los 300 denarios, casi un tercio más que en la era de Julio César y de Augusto, su sucesor. «Lo hizo añadiendo un cuarto estipendia», sostiene el autor británico. Un siglo después, Septimio Severo (145 – 211 d. C.) amplió la paga hasta los 450 'denarii', en este caso, divididos en tres pagas de nuevo. Su hijo, el malogrado Caracalla (145 – 211 d. C.), hizo lo propio y subió los emolumentos de sus hombres nada menos que un cincuenta por ciento. Dión Casio se quejaba por entonces de que esta medida significó un sobrecoste de 280 millones de sestercios en las legiones, lo que le parecía una barbaridad.



Pero no todo era el sueldo en la vida de un legionario. Además de las deducciones en diferentes materiales (ropa, equipo, tiendas de campaña...), los soldados contaban con otra gran fuente de ingresos: los donativos. «Era la bonificación que cada nuevo emperador solía conceder a las legiones cuando subía al trono», explica Dando-Collins. Lo habitual, sentencia el experto, era recibir 300 sestercios. Además, no era extraño que recibieran bonificaciones más pequeñas en cada aniversario del ascenso del mandamás al trono o cuándo este moría. Las ganancias de los botines de guerra tampoco eran pequeñas. Y para ejemplo, el sitio de Jerusalén del año 70 d. C. Cuando este concluyó, la cantidad de oro que había en la ciudad se redujo a la mitad por culpa del saqueo de los combatientes de la Ciudad Eterna.
Las pagas extra no eran raras y suponían para el combatiente una ayuda económica interesante. Un soldado que luchara con valentía podía ver su paga doblada para el resto de sus días bajo el título de 'duplicarius'. «Los hombres que habían conseguido dichos premios figuraban separados del resto de la tropa en los informes de efectivos que las unidades entregaban a los cuarteles generales: aparecían inmediatamente después de los optios y los centuriones en las listas», sentencia Dando-Collins. Hasta tal punto llegaba su orgullo, que hacían grabar este honor en sus lápidas una vez fallecidos.
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