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Para el control de un enorme imperio como lo era el español en tiempos de Carlos V, Felipe II y Felipe III, la Monarquía Hispánica requería de una unidad militar eficaz que llevara el nombre del rey a cada rincón de sus dominios. Los Tercios españoles eran conocidos por su resistencia y valentía en el campo de batalla y en varias ocasiones se les ha comparado con la falange macedonia o la legión romana.

Con la intención de eliminar cualquier resquicio de esa leyenda negra que pulula en el imaginario español en relación con estos militares, a los que se les califica desde la historiografía anglosajona y holandesa de saqueadores y viles asesinos, el escritor Hugo A. Cañete publica de la mano de Ediciones Salamina Los Tercios en combate. Acciones y batallas de la mejor infantería del mundo.

En esta profunda obra, el autor reúne a través de fuentes de la época los grandes hitos de los Tercios españoles desde su origen hasta su disolución en el año 1704 por parte de Felipe V, quien daba inicio a una nueva dinastía en España.
La marcha del Empel

La marcha del Empel

Para relatar estos episodios que reflejan sus proezas, el autor se ampara en una de las célebres frases del biógrafo e historiador francés del siglo XVI Pierre de Bourdeille: "Los españoles se han atribuido siempre la gloria de ser los mejores entre todas las naciones. Y no les falta base para tal opinión y confianza, porque a sus palabras les han acompañado los hechos".

De los acontecimientos que se desgranan en el libro, algunos son ampliamente conocidos, como son la batalla de Lepanto -en la que resultó herido Miguel de Cervantes- o la campaña del duque de Alba en Países Bajos. Sin embargo, existen otras historias que han quedado en un segundo plano y que el autor investiga en su última publicación.
Asedio de San Telmo

En 1565, el Imperio otomano trató de invadir la isla de Malta -se habla de que reunieron a 30.000 hombres-, la cual se ubicaba estratégicamente al sur de Sicilia y cerca de la actual Libia y Túnez. La hegemonía sobre Malta implicaba tener el control de las rutas comerciales entre el mar Mediterráneo Occidental y el Oriental y su caída en manos musulmanas podía ser devastadora para la Europa cristiana.

Los turcos iniciaron una grandiosa ofensiva y el fuerte de San Telmo era indispensable para resistir en la isla. De esta forma, 500 soldados españoles de las dos compañías del Tercio Viejo de Sicilia resistieron a los constantes bombardeos de los otomanos.

Según indica en el libro A. Cañete, soportaban el frío de la noche y el calor del día a la vez que los turcos no detenían el fuego para hundir los ánimos de los españoles: "Los defensores siempre en sus puestos, durmiendo, comiendo y haciendo allí las demás necesidades humanas; siempre alerta". Tal y como le hicieron llegar al Gran Maestre de la Orden de Malta en una misiva, "aquello era un morir muy evidente".

Los turcos comenzaban a impacientarse, puesto que su táctica de no dar descanso a los españoles no estaba teniendo ningún efecto. Llegaron noticias de que estos últimos tenían la determinación de "resistir hasta el final". Los asaltos mermaban a los Tercios, quienes seguían firmes en su posición. "Los turcos no dejaron de batir los puestos del fuerte con la artillería y de provocar continuas alarmas durante la amdrugada con la intención de agotar más, si cabe, a los supervivientes", apunta el escritor.
Huida de los turcos en el sitio de Malta.

Huida de los turcos en el sitio de Malta.

Pese a la superioridad musulmana, los españoles combatieron hasta que cayó el último hombre. La conquista de San Telmo debía haberse producido en pocos días para satisfacer los planes de conquista otomanos. Los españoles habían aguantado 30 días. El combate había dejado 6.000 muertos turcos, y los ánimos de los invasores estaban por los suelos. "¡Oh, Alá! Si el hijo pequeño nos ha costado tanto, qué precio tendremos que pagar por semejante padre", se lamentaban.

En cuanto a los Tercios, las compañías de Sicilia habían sido aniquiladas en San Telmo y tan solo sobrevivieron unos pocos heridos que habían sido evacuados las jornadas anteriores y pocas decenas de hombres que habían logrado huir. Muchos de ellos caerían en las batallas siguientes, ya que los turcos no cesaron el ataque al resto de posiciones.

Aquella pequeña victoria turca fue a efectos prácticos una derrota, puesto que la resistencia española permitió la inminente llegada de refuerzos cristianos. El Imperio otomano se vio obligado a retirarse de Malta.
El Camino Español

La valía de los Tercios españoles no solo se plasmaba en el campo de batalla. También protegían las fronteras allá donde reinaba Felipe II. Cruzar media Europa era toda una odisea repleta de peligros. El Imperio español no era contiguo, por lo que cualquier diplomático, ejército o comerciante debía pasar por tierras ajenas al reinado del hijo de Carlos V resultaba aventurado. Asimismo, el canal de la Mancha estaba controlado por los ingleses y los franceses, por lo que Flandes quedaba en cierto modo aislado. ¿Cómo llegarían los soldados españoles para sofocar cualquier intento de rebelión?

De esta forma, se abrió un corredor militar que sería utilizado por primera vez por el Gran duque de Alba dos años después del sitio de Malta. El duque iba acompañado de los tercios viejos de Nápoles, Sicilia, Lombardía y Cerdeña y llegaron a Bruselas el 22 de agosto de 1567.

"Tuvieron que atravesar media Europa para poner la pica en Flandes, desafiando numerosas dificultades logísticas y diplomáticas", explica el escritor. "El corredor diseñado entre Milán y Flandes aquel verano de 1567 sería utilizado por las tropas españoles e italianas en su camino a los Países Bajos durante décadas, conformando uno de los prodigios logísticos más grandes de todos los tiempo, y recibió el nombre de Camino Español.

Tras su llegada a Flandes, el duque trató de mantener el orden y acabar con cualquier atisbo de alzamiento, aprobando numerosas ejecuciones públicas y marchando a la guerra. La obra de Cañete también recupera el milagro de Empel, donde los Tercios derrotaron en condiciones adversas a la flota de los Países Bajos, la incursión de Corón o la toma de Kirchberg.

La unidad militar siguió existiendo hasta el siglo XVIII. En sus últimos años se hizo patente su declive, acompañado de la crisis dinástica que sufría la Corona. Finalmente, con el cambio de dinastía, Felipe V disolvió los Tercios españoles que tanto han marcado a la Historia Moderna de España.
https://www.elespanol.com/cultura/histo ... 518_0.html

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NotaPublicado: 06 Feb 2023 10:26 
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La Trinidad Valenzera, comandada por don Alonso de Luzón, maestre de campo del Tercio de Nápoles, había participado activamente en el fuego cruzado que enfrentó a la Armada Invencible de Felipe II y la flota inglesa que salió a su paso en el entorno de la península de Portland Bill el 2 de agosto de 1588. También se batió contra las naves enemigas el lunes 8 en el combate de Gravelinas. El fracaso de la empresa del Rey Prudente obligó a la embarcación veneciana a regresar a España bordeando Irlanda, pero se fue a pique a mediados de septiembre por un temporal.

En el momento de su naufragio transportaba a unos 525 soldados y marineros, tras rescatar a parte de la tripulación de una urca que había corrido la misma suerte. Medio centenar murió ahogado y el resto cayó prisionero de las tropas protestantes Tudor que intentaban someter el territorio irlandés. En el camino hasta el castillo de Alliagh, donde buscaban la protección de los aliados católicos, los supervivientes fueron interceptados por un batallón de soldados ingleses y mercenarios. La marinería y la tropa españolas, separadas de los oficiales, fueron víctimas de una masacre hacia el 30 de septiembre. Cerca de 300 hombres fueron desnudados, encañonados con arcabuces y acuchillados.

De la matanza escaparon unos 150 soldados y marineros, de los que muchos lograron regresar a España vía Escocia, amparados por el rey Jacobo VI. El cautiverio de la treintena de oficiales deambuló entre la cárcel de Drogheda, casas particulares de Dublín y Londres o la prisión de Bridewell. La gran mayoría alcanzaría la libertad, tras el pago de un rescate, entre marzo y finales de 1589. Los últimos en ser liberados, en abril de 1591, fueron Rodrigo Lasso, comendador de la Orden de Santiago, y el maestre Alonso de Luzón. Felipe II los canjeó por un destacado soldado y diplomático francés capturado durante el sitio de Amberes, además de pagar 1.650 libras.




En Los prisioneros de la Armada Invencible, el autor desvela el calvario y las "tremendas vivencias" que sufrieron hasta 2.993 hombres apresados en Francia, Países Bajos, Escocia, Inglaterra e Irlanda. De ellos, 1.558 serían liberados, 1.120 asesinados en Irlanda, donde las escasas y débiles fuerzas inglesas practicaron una "política de aniquilación sistemática" —la de la cárcel de Galway fue otra matanza escalofriante y a sangre fría— y 315 fallecieron por otras circunstancias durante el cautiverio.



Chinchilla dedica más de sesenta páginas a presentar una tabla con las biografías de unos 240 nombres de los más de 750 que ha rescatado de los archivos. A las más conocidas historias de figuras como Pedro de Valdés, capitán de la escuadra de Andalucía, capturado por el infame corsario Francis Drake, se suman ahora otras como la del boticario Lope Ruiz de la Peña, el prisionero con el cautiverio más largo —no alcanzó la libertad hasta marzo de 1597—, o el pequeño de trece años Gonzalo Fernández, que se había embarcado en la Nuestra Señora del Rosario del propio Valdés.

Chinchilla, creador de una web para el estudio y la divulgación de la Armada de Felipe II, formada por 127 naves y 36.690 hombres, también reconstruye fugas dramáticas. Un ejemplo es el de treinta españoles que, durante su traslado desde Drogheda a Londres, aprovecharon la escasa dotación de la pinaza que los transportaba para amotinarse, ahorcar a sus captores y hacerse cargo del velero, con el que pudieron llegar hasta A Coruña.
Los prisioneros de la Armada Invencible
https://www.elespanol.com/el-cultural/h ... 147_0.html

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NotaPublicado: 04 Mar 2023 13:53 
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En el salón del Gran Duque del Palacio de Liria, enfrente de los dos imponentes retratatos de Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, pintados por Rubens y Antonio Moro, llama la atención una armadura de un adolescente con un impacto de bala a la altura del corazón. Lo lógico sería pensar que ese agujero en el metal desvela un afortunando encuentro con la muerte durante la juventud del militar en el que depositaron su confianza Carlos V y Felipe II, de un personaje que vertebra el siglo XVI español. Sin embargo, esconde una historia más truculenta: según cuentan desde la Fundación Casa de Alba, la coraza se convirtió durante la Guerra Civil en una diana de tiro para un miliciano comunista del 5º Regimiento.

También en el medio de esa estancia sobresale una estatuilla caricaturesca en madera policromada en la que el Gran Duque holla una hidra de tres cabezas que representa a la reina Isabel de Inglaterra, el papa Paulo IV y el elector de Sajonia, enemigos de la Monarquía Hispánica. Seguramente hecha en el taller de Flandes, está datada en 1568, justo después de la batalla de Jemmingen, uno de los primeros enfrentamientos de la guerra de los Ochenta Años y saldado con victoria del experimentado general. Solo unos meses antes el Rey Prudente le había encomendado a Alba el gobierno de los Países Bajos para castigar a los rebeldes y a los herejes protestantes.

Ese enorme desafío al que el duque se enfrentó —y fracasó— durante seis años, y sobre todo las campañas militares que se encandenaron entre abril de 1572 y diciembre de 1573, son el sujeto de estudio de la nueva obra de Àlex Claramunt, director de la revista Desperta Ferro Historia Moderna y autor de diversos libros sobre la historia militar de los siglos XVI y XVII. En Es necesario castigo (Desperta Ferro) reconstruye estos acontecimientos utilizando fuentes neerlandesas favorables a ambos bandos y presenta una imagen global sobre las causas y los orígenes de la revuelta flamenca contra España.
'La batalla entre las armadas realista y rebelde en el Haarlemmermeer' (c. 1629), de H. Cornelisz Vroom, Rijskmuseum.



"Mi libro no es una biografía del duque, sino un estudio que no existía de forma específica sobre su gobierno y sus campañas en los Países Bajos", ha explicado Claramunt durante la presentación de su trabajo en el Palacio de Liria. La figura del mejor soldado del rey ha sido tradicionalmente asociada entre la población neerlandesa a la tiranía, la represión —su Tribunal de los Tumultos condenó a muerte a 1.083 personas— y la mala administración. Según el investigador, fue la razón de Estado y no el fanatismo religioso amplificado por la propaganda protestante lo que guio sus acciones.

El Gran Duque, como "criado de su Majestad", fue en realidad una especie de parche temporal: debía blandir la espada y hacer el trabajo sucio con los insurrectos a la espera de que Felipe II, quien le remitía instrucciones minuciosas, viajase allí para atender los ruegos de sus vasallos. Sin embargo, las muertes del príncipe don Carlos y la reina Isabel o el estallido de la rebelión de las Alpujarras alteraron los planes. "Se vio abandonado en Flandes. Era un militar y quedó abocado a gobernar durante seis años una de las regiones más problemáticas de Europa", resume el autor.


A pesar de su incontestable éxito bélico en 1568, el duque de Alba se enfrentó a una violenta guerra civil —los rebeldes se decían representantes del rey y aspiraban a obtener la tolerancia religiosa y el respeto a los privilegios locales—. "En sus cartas dice que por la orografía de los Países Bajos, con laberintos de ríos, canales, lagunas y pocos diques transitables a merced del viento y los oleajes, se trataba de una guerra que no se parecía a ninguna otra en la que hubiera liderado a tropas", destaca Claramunt. El asedio de Harlem, que duró ocho meses en medio de un invierno extremo, con trincheras enfangadas, es el paradigma de esa ferocidad.

El caldo de cultivo de la rebelión fue una crisis fiscal a raíz de los impuestos impopulares sobre la renta y los bienes muebles e inmuebles implantados por el duque que erosionó la autoridad de los funcionarios reales. Pero esto no se puede descontextualizar de la acusada crisis de subsistencia derivada de las malas cosechas y las inundaciones producto de los efectos de un fenómeno climático conocido como Pequeña Edad del Hielo, o de la interrupción del comercio marítimo y la pesca a raíz de las piraterías de los "mendigos del mar".
'Mapa de Haarlem y alrededores a vista de pájaro durante el asedio español' (1573), por M. Masen.

'Mapa de Haarlem y alrededores a vista de pájaro durante el asedio español' (1573), por M. Masen. Desperta Ferro Ediciones

Desde que se encaminó hacia Bruselas, el duque de Alba previó la necesidad de someter al conjunto de la población a la vigilancia armada de sus tropas en esa misión de mantener el orden. Alojar y alimentar a más de 10.000 soldados españoles se reveló en otra de las causas del malestar social. "En Países Bajos no había la tradición de acoger a las tropas como en Italia", explica Claramunt. "Fue un impactante para todos. Los católicos estaban contentos de que los españoles castigasen a los herejes, pero muy pocos se prestaron a darles refugio".

La irregularidad de las pagas, así como la conducta indisciplinada de algunos militares, también tendrían nefastas consecuencias. El propio Alba admitía la rapacidad de sus tropas y ya en enero de 1568 escribió a Felipe II que "la gente [...] está tan mal disciplinada que no me puedo valer con ella; venían tan avezados de robar, que no era costumbre ya hacerse secretamente". El gobernador fue normalmente implacable ante estos excesos: en una ocasión quiso

El libro de Claramunt es un extraordinario análisis de los inicios de la Guerra de Flandes y de la actuación (desmitificada) del Gran Duque como gobernante. Además, cuenta un ilustrativo aparato gráfico de grabados, dibujos, cartografía de la época —la estrategia de Alba en sus campañas, lideradas sobre el terreno por su hijo don Fadrique, se fundó en un conocimiento minucioso de la topografía de la zona—, lienzos y los mapas elaborados por el equipo de Desperta Ferro para seguir al detalle todos los movimientos de tropas en lo que constituyó "un momento decisivo en la historia de Europa".
https://www.elespanol.com/el-cultural/h ... 467_0.html

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NotaPublicado: 30 Mar 2023 08:52 
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Ya solo el nombre presagia una existencia turbulenta, aliñada por epopeyas con la espada y pendencias desvergonzadas. Tiburcio de Redín fue un militar insolente con aires de bravucón y mostachos engarfiados, "un hombre tremendo y desbaratado", como diría un mesonero que sufrió sus iras. Combatió, en las filas de los Tercios, el ejército que forjó el imperio de la Monarquía Hispánica a golpe de pica y arcabuz, en Italia —donde según la leyenda se le apodaba el "Júpiter de España"—, en el Caribe a bordo de la Armada de la Carrera de Indias y en la del Mar Océano y en el sur de Francia, donde sería ascendido a maestre de campo por su "calidad, valor y plática y experiencia en las cosas de la guerra".

Nacido en 1597 y miembro de una honrosa rodada pamplonesa de militares —su padre, el señor de Rodín barón de Bigüezal, combatió en Lepanto; y sus hermanos, de los que uno llegaría a ser virrey de Sicilia y gran maestre de la Orden de Malta, brillaron en las campañas de Flandes y allí donde se les requirió—, Tiburcio protagonizó en el cénit de su trayectoria bélica, en 1637, una decisión drástica y sorprendente: cambió sus armas por el hábito de novicio de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. También su nombre por el de fray Francisco de Pamplona.

Quizá fue la receta mística para tratar de expiar sus pecados y reconducir su temperamento endiablado. Fue retratado como libertino, jugador, camorrista, burlador de la justicia y un largo etcétera de calificativos malditos. "No había mayor festín para don Tiburcio que hallarse en una refriega de cuchilladas", dijeron de él. Se ensañó y desafío especialmente a los representantes de la autoridad, tal vez como venganza por su tiránica madre: en una ocasión se abrió paso en un atasco de carruajes en Madrid saltando de uno a otro golpeando con la espada a los cocheros y las mulas; en otra, asaltó empuñando hierro y expuso sus agravios al conde duque de Olivares cuando el pasmado valido iba a visitar las obras del Buen Retiro.



Pero el catálogo de desmanes en mar y tierra del espadachín resulta infinito. Acuchilló a un joven soldado lanzándose al agua y persiguiéndolo entre las olas. ¿Su crimen? Fastidiarle una siesta. Pero la más inverosímil de todas está vertebrada por el despecho: Tiburcio convenció al general de la flota de Cádiz para que le prestase cuatro navíos bien artillados para una misión. Remontó el Guadalquivir y fondeó frente al barrio de una mujer sevillana casada con la que había tenido una aventura. Amenazó con arrasar el distrito a cañonazos aunque una autoridad municipal llegó a tiempo de disuadirlo.

La desorbitada biografía de Tiburcio de Redín —en su faceta como religioso, finalizada como misionero en el Nuevo Mundo, sus superiores le tuvieron que obligar a rebajar la brutalidad de las penitencias corporales que se infligía—, como la resuelve Julio Albi de la Cuesta, es una de las semblanzas que conforman la nueva obra del reconocido historiador militar, Vidas intrépidas. Españoles que forjaron un imperio (Desperta Ferro).



Si en su clásico De Pavía a Rocroi firmaba una historia total de los célebres soldados de infantería de la Monarquía Hispánica narrando sus orígenes, organización, armamento, tácticas y experiencia en los campos de batalla de todo el mundo, este nuevo ensayo que desprende un perfume a bizarría y pólvora es un complemento excitante y revelador para indagar en la experiencia humana de lo que significó combatir y formar parte de los Tercios. De la Cuesta glosa una quincena de retratos biográficos, "un caleidoscopio de múltiples facetas", como dice él mismo, hombres con sus defectos y sus virtudes, con luces y sombras, que abarca el periodo 1535-1690 y todos los campos de operaciones.

En la nómina hay nobles de ancestrales blasones, como Alonso Enríquez de Guzmán, que cambió de bando a su antojo en las guerras civiles entre pizarristas y almagristas en Perú y combatió al lado de Carlos V en la batalla de Mühlberg, aunque el emperador nunca se fio de él; y plebeyos de escasos recursos, como Pedro de Bermúdez de Santisso, nacido en Castropol hacia 1525 con "tan poca hacienda que no bastase a sustentarme conforme a mi estado y calidad". Este soldado fue capturado por los otomanos durante la desdichada campaña de Los Gelves (1560), aunque obtendría su venganza en el victorioso socorro de Malta.
Soldados y mujeres

Resulta imposible trazar un prototipo de soldado de los Tercios, si bien el que con más fuerza se ha convertido en epítome de esta invencible fuerza militar fue Julián Romero, convertido en leyenda gracias a su actuación en la batalla de San Quintín. "Sería inútil buscar aquí paladines de brillante armadura; solo se encuentran hombres, no todos recomendables", expone Albi de la Cuesta, que además de introducir episodios asombrosos convierte la historia militar en un arte literario, narrativo. "Hay, sin embargo, denominadores comunes: a ninguno, ni siquiera al más cuitado de ellos, les faltó el valor y todos transitaron sus vidas a un paso de la gloria y de la muerte", añade.

En Vidas intrépidas se despachan multitud de hazañas, pero también matanzas y abusos de poblaciones indefensas y crímenes como asesinatos de mujeres o de oficiales impopulares entre la tropa. La figura Tiburcio de Redín, al que descubrimos en el penúltimo capítulo, conjuga toda esta complejidad. "Se trataba de gente que vivía y moría por el acero; solo el filo de una espada separaba la gloria del triunfo de la humillación de la derrota. En esas condiciones, resultaba muy difícil mantener una trayectoria lineal; se vivía como se podía", defiende el historiador.

El soldado Miguel Castro, que luchó en tierra y en numerosas operaciones marítimas, estaba obsesionado con las mujeres. Formó parte del Tercio de Nápoles, una de las piezas clave en el despliegue militar de la Monarquía Hispánica y una unidad que participó en todas las grandes campañas. Envenenó a una amante con la que se había fugado, que había sido detenida y torturada para confesar lo sucedido. Sus peripecias le sirven a Albi de la Cuesta para presentar el entorno de los Tercios en lo referente al mundo femenino: que un recluta estableciera una relación estable con una "mujer manceba" originaba celos y rivalidades que terminaban degenerando en reyertas.

Porque esta obra es mucho más que una simple concatenación de biografías de sujetos valerosos y temerarios. El hastío de Diego Suárez Montañés y sus guardias infinitas en el presidio de Orán muestra otra ventana de un escenario poliédrico, heterogéneo. Julio Albi de la Cuesta añade al universo de los Tercios un fabuloso ejercicio de historia social —siempre que se puede son los propios protagonistas o sus contemporáneos los que hablan— para comprender todavía más a fondo los entresijos de ese ejército que dominó el mundo en los siglos XVI y XVII.
https://www.elespanol.com/el-cultural/h ... 878_0.html

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