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NotaPublicado: 06 Nov 2011 02:14 
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Algunos detalles más.
http://www.elmundo.es/america/2011/11/0 ... 19021.html

Participaron aviones COIN del tipo Super Tucano y helicópteros del tipo Blackhawk Arpía 3.

Saludos a todos

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NotaPublicado: 06 Nov 2011 09:43 
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De Colombia me parecen muy interesantes las buques de patrulla y apoyo fluvial del tipo PIRAÑA.

Ametralladoras medias, ametralladoras pesadas y montajes con LGA de 40 mm

Información institucional de estas PIRAÑAS

Una nodriza de última generación ya zarpó para la guerra en los ríos. Es la más moderna que hay, cuesta ocho millones de dólares y va para la zona fronteriza del Guainía a cerrarle el paso a la guerrilla, a toda costa. La nueva fortaleza de la Armada.
Una mole de acero que pesa 370 toneladas y puede transportar hasta 150 hombres y más de 20.000 galones de combustible.

John Llano tiene 27 años y ya ha vivido la vida de un hombre de 40. El teniente de la Infantería de Marina habla tranquilo, como si todo lo visto le hubiera pasado a otra persona y no a él. Está recostado en la baranda de la más moderna de las nodrizas, en la tranquilidad del río Magdalena donde la prueban ahora. Esta es la quinta de diez patrulleras fluviales que construye Cotecmar, el astillero de la Armada en Cartagena.

Costó ocho millones de dólares y su diseño implicó 20.000 horas de trabajo. El sistema de propulsión ya no es de hélices y timones, ahora funciona a chorro, diseñado especialmente para ríos y aguas poco profundas. Los troncos no la dañan y tampoco se encalla entre la arena. Es más silenciosa, lo que facilita el combate. Pero, además, su estructura de superficies inclinadas desvía las balas y les da más espacio a los tripulantes.

En tecnología es también la mejor, tiene todos los sistemas de comunicación que hay, en bandas y frecuencias, teléfonos satelitales y equipos de navegación con GPS y radares que cubren 16 millas. Cuenta con sondas medidoras de profundidad y compás magnético. El sistema de ataque y vigilancia Escorpión dispara a control remoto e incluye cámaras infrarrojas para la noche y cámaras para el día.

Gracias al resto del armamento tiene un gran poder de combate.

Ametralladoras punto 50, que tienen un alcance de 7 kilómetros y disparan ráfagas de 500 tiros en promedio por minuto, y ametralladoras calibre 7.62 que tienen un alcance de más de tres kilómetros, esto sin contar con el lanzagranadas y su radio de impacto de 15 metros.

Los artilleros van ahora en una especie de cuartos que se llaman casamatas y a los lados disparan desde corredores completamente cerrados. "Pero lo que realmente nos da tranquilidad no es eso", dice Llano. Lo que ha hecho que se sientan más seguros es la plataforma que sirve de helipuerto, porque significa que en caso de ser heridos los evacuarán en cualquier momento y por aire les llegarán provisiones... Aunque la patrullera 'Jorge Moreno' puede navegar más de 5.000 kilómetros sin reabastecerse de combustible, ni diesel, ni agua, porque tiene una planta que vuelve potable el agua del río.

Para estos hombres un buque de la guerra de este tipo significa atención médica, repuestos, comida caliente, una cama para dormir, combustible, munición y agua potable para dos meses. También que los veloces botes piraña pueden sostenerse en el río por más tiempo y habrá más apoyo.

Pero llegar a este nivel de desarrollo no se dio de la noche a la mañana y Llano fue testigo del primer ataque de la guerrilla a estos buques. Era subteniente y se dirigía hacia Vigía del Fuerte hace cinco años, cerca de las bocas del río Murrí. Llano era el comandante del grupo de asalto fluvial y navegaba con dos botes piraña cuando desde ambas orillas empezaron a dispararles. El primer tiro dio en el vidrio del puente de mando. De allí en adelante se desató un infierno del que a duras penas lograron salir con vida.

Las armas estaban a los lados, sobre la cubierta, pero protegidas sólo por una lámina y cada vez que los infantes giraban a responder el fuego, les disparaban de todos lados.

El buque se diseñó y se construyó en Colombia. Una obra de ingeniería única en el mundo.

Con el tiroteo hirieron a dos artilleros de las pirañas y éstas quedaron a la deriva. La única salida era seguir por el río a través de las balas y lo hicieron durante cuatro kilómetros. Cuando un infante caía herido, otro lo relevaba. Llano recuerda el valor de sus hombres y la situación que lo ha puesto más cerca de la muerte. "Yo tenía que pasar de un lado a otro y cada vez rogaba que la próxima bala no fuera para mí. No sabíamos quién iba a ser el próximo".

Cuando llegó a la parte delantera, recibió en los brazos a uno de sus muchachos muerto. Pero tuvieron que devolverse porque no podían seguir y dejar los botes. En total fueron 18 los heridos y tres los muertos. No sabe el número de guerrilleros que los atacaron, pero hicieron falta seis helicópteros y el avión fantasma para salir de allí.

Esa noche, Llano lloró de rabia y de tristeza y muy lejos de allí, en Cartagena, el capitán Jorge Carreño se enteraba de lo que había pasado. Era el director de investigación, desarrollo e innovación de Cotecmar. Sobre él recaía la responsabilidad del trabajo de su gente, en la fabricación de las patrulleras completamente colombianas.

Él llegó en 1999, durante la construcción de las dos primeras. El reporte del ataque, en su conciencia, fue una orden perentoria de rediseñar lo que había fallado. Y mientras fabricaban una especie de cuarto blindado y mejoraban el armamento de las nodrizas tres y cuatro, Llano peleaba en los ríos con su gente, preparándose para lo que es hoy, un instructor de infantes que da la vuelta a Colombia enseñándoles a combatir y a ganar la guerra.

El capitán Carreño con sus diseñadores iba haciendo más modificaciones. Aprendieron del segundo ataque en Bojayá a blindar mejor los buques y las nodrizas tres y cuatro llegaron con un mejor sistema de propulsión y de armamento. Nació el sistema de tiro Escorpión. Sin embargo, esto no era suficiente, aún recibían los impactos de las balas y fue entonces cuando decidieron empezar de cero. Y esta fue la primera diferencia con las cuatro naves anteriores, se inventaron un sistema de ingeniería modular que incluía armarla por partes y luego unirlas.

No dejaron nada al azar, se fueron a Polonia donde probaron un modelo a escala. Empezaron la construcción el 15 de enero de 2004 y se demoraron exactamente un año en terminarla. Acaba de culminar las pruebas de río donde navegó a su máxima velocidad, 13 kilómetros por hora, y ensayó el armamento en unos blancos a 400 metros de distancia. La próxima semana saldrá por el río Magdalena hacia el Atlántico para dar la vuelta por Venezuela y Brasil y llegar al Amazonas. Después subirá hasta Puerto Inírida, donde será su próxima casa. Desde allí patrullará aproximadamente 1.500 kilómetros de ríos en la zona fronteriza del Guainía y los ríos Guaviare y Orinoco.

Tienen el tiempo justo para llegar antes de que empiece el verano y se sequen los ríos. La guerra los espera.

La patrullera fluvial destinada para el Guainía se construyó en un año gracias a los diseños de 25 ingenieros navales.

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NotaPublicado: 09 Nov 2011 01:08 
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Lovat escribió:

Cuando llegó a la parte delantera, recibió en los brazos a uno de sus muchachos muerto. Pero tuvieron que devolverse porque no podían seguir y dejar los botes. En total fueron 18 los heridos y tres los muertos. No sabe el número de guerrilleros que los atacaron, pero hicieron falta seis helicópteros y el avión fantasma para salir de allí.

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Negativo. No se tuvo el apoyo del Fantasma. En esa emboscada asesinaron a una persona a quien conocí y estimé mucho. A los sobrevivientes los obligaron a decir que el Fantasma los había apoyado... Pero NO fué así.

Los guerrillos inutilizaron los motores de la nave, dejándola a la deriva, luego, fué una carnicería aquello.

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"No me desenvaines sin necesidad, no me guardes sin honor"

Entre hombres de uniforme, las virtudes militares se tienen que cultivar, hasta hacerlas parte de su propia personalidad. No se puede concebir un soldado, que no posea las cualidades, que día a día cultivan en filas. El valor, la lealtad, la moral y la disciplina son inherentes al hombre o mujer de uniforme, la iniciativa su rasgo característico.


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NotaPublicado: 25 Dic 2011 09:56 
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Hola, acabo de encontrar este Magnifico Foro, hace rato que estaba buscando esta clase de lugar, pero no lo encontraba, debo decirles que en un solo día me leí, las 31 paginas que van de este hilo, ya que soy colombiano, y soy un ciudadano consciente de los esfuerzos heroicos que hacen los integrantes de la fuerza publica de mi país, para que Nosotros los ciudadanos de bien, podamos llevar nuestras vidas de manera normal.

Comparto algunas fotografías tomadas por mi, durante el desfile del día de la independencia en Bucaramanga

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Creo que es una mujer:

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NotaPublicado: 25 Dic 2011 12:14 
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Excelente aportación

Bienvenido al foro y FELIZ NAVIDAD PARA TODOS

Esperamos seguir contando con aportaciones de este nivel sobre la situación en Colombia, sus fuerzas armadas y sus cuerpos de seguridad

Grandísimos profesionales hay en Colombia

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NotaPublicado: 25 Dic 2011 19:55 
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Ubicación: "On Latinamerican Tour"
Buenas a todos

Unas fotos de material la Gloriosa Infanteria de Marina Colombiana para ilustrar el post de Lovat

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Saludos y cuidaros

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"Somewhere a true believer is training to kill you. He is training with minimal food and water, in austere conditions, training day and night. The only thing clean on him is his weapon and he made his web gear. He doens´t worry about workout to do, his rug weight what it weighs, his run end when the enemy stops chasing him. This true believer is not concerned about "how hard it is", He knows either he wins or die, He doesn´t go home at 17:00, He is home, He knows only the Cause"


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NotaPublicado: 14 Feb 2012 15:54 
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Ubicación: Colombia
[font=Arial Black]OFICIAL PRESO RELATA HORROR QUE VIVIÓ EN RETOMA DE PALACIO DE JUSTICIA[/font] [b]
Hernán Mejía cuenta hoy a su padre ya fallecido la pesadilla que vivió el 6 de noviembre de 1985.

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Capítulo del libro '¿De héroe a villano?', del entonces subteniente Hernán Mejía Gutiérrez.
Padre, aún sufro pesadillas por ese infierno. Me duele el alma. Después de 27 años de semejante tragedia, de toda suerte de espectáculos políticos, jurídicos y mediáticos, la más atropellada y torturada víctima ha sido la verdad. Lo digo yo, que era entonces un subteniente de 20 años de edad y que fui destrozado por las balas.

Te contaré los eternos instantes que viví. Era noviembre de 1985. Estaba muy próximo a lograr mi segunda estrella como teniente efectivo. El nuestro era un país inimaginable. Asediado por el narcotráfico y por una fortalecida guerrilla comunista dividida en varios bandos, tenía al frente del Gobierno a un hombre sensible, a un romántico, cuyo sueño eran los acuerdos de paz. El M-19 tenía entre sus cabecillas algunos líderes carismáticos que en virtud de sus ideales revolucionarios -engaño que el tiempo acabaría descubriéndoles- buscaban llevar el conflicto del campo a la ciudad con acciones intrépidas.

Aquel terrible 6 de noviembre me encontraba al mediodía en el Cantón Militar del sur de la capital. Luego de dictar clases de artillería a los cursos para ascenso de oficiales y suboficiales, revisaba el alistamiento de mi pelotón -una unidad recientemente entrenada en combate urbano-, cuando sonó la sirena de alarma de la Unidad Militar. Nunca imaginé lo que me esperaba. (Lea más sobre el holocausto del Palacio de Justicia)

La primera información nos dejó helados. Según ella, un grupo terrorista había tomado violentamente el Capitolio Nacional durante una sesión plenaria del Congreso. Nuestra primera misión era la de aislar el área, identificar a los atacantes y buscar a cualquier precio el rescate del grupo de legisladores que estaban secuestrados. Con ese informe y esa orden, abandoné mi guarnición del sur y con mis hombres en dos camiones militares partimos velozmente rumbo al centro de la ciudad.

Durante los 30 minutos de ese recorrido, mi corazón me latía acelerado y toda suerte de imágenes, como pavorosas burbujas -proyectos, despedidas y premoniciones-, me hervían en la mente. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo. Las emisoras transmitían los hechos en el tono de una competencia deportiva. Solo a las 12:30, cuando llegamos a la plaza de Bolívar, percibí que no era el Capitolio la edificación atacada por los terroristas, sino el Palacio de Justicia.

Cuatro horas de caos

Padre mío, nunca pude borrar de mi mente aquel escenario dantesco de la plaza del Libertador, a la que tú me llevabas de la mano cuando niño. El Palacio de Justicia, la propia plaza y las calles adyacentes eran un caos total, caos que reinó durante las cuatro horas que siguieron al asalto. No había unidad de mando.

Veía agentes del DAS, armados y en traje civil; también en civil agentes de la Policía Nacional, con brazaletes y sin equipos de combate; el Batallón Guardia Presidencial en uniforme de gala, y el Ejército, con diversas unidades, todos sin saber la real ubicación del otro y sin comunicación entre los diversos comandantes. Ante semejante dispersión, decidí llevar mi unidad a un sector cercano y protegido, la plazoleta del Colegio de San Bartolomé, para informar por radio a mi comando superior lo que ocurría.

En pocos minutos el comandante de mi batallón se reunió con nosotros. Y hacia las 4 de la tarde, ya se tenía una visión más exacta de la catástrofe y un significativo número de heridos y algunos muertos. Y a esa misma hora recibí la orden que esperaba y que temía: la de acceder con mis hombres al segundo piso del Palacio, rescatar a personas secuestradas y buscar la salida del oficial de operaciones de mi unidad, un mayor, que con pocos hombres se encontraba dentro, en el recinto de una biblioteca, asediado por ráfagas de ametralladora.

Rápidamente di las instrucciones a mis hombres. Del Palacio nos separaban doscientos metros de infierno que recorrimos aturdidos por las explosiones, pegando el cuerpo a las paredes para no ser fácil blanco de un disparo. Nunca he olvidado la frase del general Santander labrada en las lajas sobre el portal del Palacio: "Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad". (Qué ironía, mi viejo, hoy las leyes por las que entregué todo me han quitado injustamente la libertad.)

Nunca pude olvidar la prueba descomunal que fue nuestro ingreso al Palacio de Justicia: el humo del incendio, el aire ardiente con olor a destrucción, los gritos desgarradores, el tableteo de las ametralladoras, la explosión de las granadas lanzadas por los terroristas; un real infierno. Padre mío, estoy seguro de que la patria no volverá a ser la misma después de ese fatídico episodio.

No sé cómo logramos esa tarde sobrevivir, rescatar no pocas personas del enemigo y de las llamas, y asegurar la salida encomendada del oficial de operaciones. Serían algo más de las 8 de la noche cuando fue necesario replegarnos, pues no contábamos con los elementos necesarios para enfrentar el incendio que abrasaba ya gran parte del edificio.

De mi batallón teníamos varios oficiales y suboficiales heridos y un muerto: el teniente Sergio Villamizar, mi amigo, mi compañero de habitación en la barraca. ¿Quién se acuerda de ellos hoy?

Poco duró la recuperación de fuerzas. La noche -te lo cuento, viejo de mi corazón- sería larga e infernal. Más aún: no recuerdo haber cerrado los ojos ni probado bocado en aquellas veintisiete horas amargas, eternas. Pasaban las 11 de la noche cuando nos enteramos de que el teniente Pedro Parada, insigne oficial y gran ser humano, se encontraba herido, acosado por las llamas y con riesgo de ser ultimado por los guerrilleros del M-19. Era necesario evacuarlo. Y yo con mis hombres me comprometí a hacerlo.

Padre: como soldado limpio siempre he pensado que nuestros disparos en una batalla deben salir sin odio, que el oponente es un hombre que tiene sus convicciones como yo las mías. Cuatro de mis hombres cayeron heridos en la tarea de rescate. Los evacuamos a ellos y a Parada. Aunque malherido, nunca se rindió.

Y ahora me pregunto que si lo que te narro ocurriese hoy, los soldados combatirían con el mismo ímpetu de entonces. Creo que el Estado no merece los soldados que ha tenido. Les ha pagado muy mal.

La pesadilla no termina

A las 2 de la mañana llegué de nuevo con mi diezmada unidad a la plazoleta del Colegio de San Bartolomé. Estábamos teñidos de gris oscuro por el humo, manchados con la sangre de los heridos, con olor de pólvora hasta los huesos y con el corazón rasgado por las escenas vistas y vividas. Recostados contra las columnas y paredes, nos mirábamos sin hablar. Sí, padre, no estábamos seguros de salir vivos al terminar la noche. Recuerdo que hacia las 5 de la mañana, siete oficiales fuimos reunidos para escuchar en un pasillo del colegio el mensaje lanzado por el comandante del Ejército. "Recae sobre ustedes -dijo- la responsabilidad de salvar la patria. Ruego a Dios que no seamos inferiores al reto. Vayan, soldados, escriban con honor esta página de la historia".

Hubo un silencio, y minutos después nuestro comandante de batallón indicó quiénes debíamos regresar al Palacio para recuperar lo que quedaba de él. "Ingresará adelante, maniobrando con su pelotón, el teniente José Vicente Uribe. Debe buscar a toda costa llegar y consolidar el tercer piso. Lo sigue con su pelotón, para apoyar esta misión, el teniente Hernán Mejía Gutiérrez. Preparen las unidades y en cinco minutos cruzan la línea de partida".

Sentí un frío en el alma

Te cuento, padre, que aún se me hiela la sangre al rememorar esa horrible pesadilla. El teniente José Vicente Uribe era un hombre muy valiente, de gran simpatía e imponente presencia. Superior mío, teníamos una gran amistad. Compartimos momentos inolvidables. Lo veo cubriendo ágilmente la distancia hacia la entrada principal del Palacio de Justicia, antes de desaparecer con sus hombres en las entrañas de ese gran monstruo ahogado en cenizas.

Ahora el turno era mío. Logramos arribar a la entrada en pocos minutos. Distribuí la unidad a lado y lado del portal. Recibíamos fuego enemigo. Estaba ya dentro del Palacio cuando el radiooperador me informa que me llama el teniente Uribe. Le respondo en medio del fuego de fusiles y granadas y con el suelo ardiendo hasta el punto que parecía derretir la suela de mis botas.

Uribe me ordena que acceda al segundo piso mientras él intentaría llegar al tercero. Cuando estoy llegando al final de la escalera, las ráfagas de fusil arrecian, hay dos explosiones y todo se llena de polvo y de humo. Por unos instantes quedamos ciegos. Oigo gritos y quejidos. Llamo a gritos a Uribe, y de pronto lo veo tirado en el suelo, cubierto de sangre y sin poder levantarse. Su radiooperador y otro soldado se quejan en el suelo incandescente del segundo piso.

Informo por radio al comandante del batallón que el teniente Uribe está herido, con impresionantes rasgaduras en los muslos, que pierde mucha sangre y está muy pálido. Se me ordena que lo haga llegar al primer piso y luego que asuma su unidad y la mía para cumplir la misión que teníamos. Padre, fue un choque. Tardé varios segundos en asimilar la orden. Todos mis antecesores estaban muertos o heridos y la arremetida del grupo insurgente ubicado en el tercer piso era escalofriante. De modo que reorganicé los pelotones, hablé con cada uno de los soldados y decidí que un grupo quedaría en el segundo mientras otro, con Grajales y yo, buscaría alcanzar el tercer piso.

Eran las 9 de la mañana pasadas. Avanzamos a pequeños saltos. De pronto sentí que me fallaba la pierna izquierda. Caí contra la baranda. Miré con recelo la herida: estaba una cuarta debajo de la rodilla y la sangre caliente empapaba mi vida entera. Sentí miedo, temblaba. Fueron segundos eternos. Grajales se acercó diciéndome: "Es solo carne, la bala no tocó el hueso". Me colocó una venda con tela y el dolor se me olvidó. No pedí evacuación. Era el único oficial. A las 10 pasadas estaba informando que había ocupado el tercer piso y que requería apoyos para relevar a mis agotados subalternos. Al saber que éramos el Ejército, dos docenas de personas atemorizadas, llorando o riendo, salieron de sus escondites y abrazaban a los soldados.

Mi comandante preguntaba por mi estado. En los medios de comunicación, tú, padre, y mi vieja, oían decir que el teniente Mejía Gutiérrez había muerto.

Al borde de la muerte

Traté de hacer un registro del sector. Avanzábamos por entre los escombros de lo que fueron oficinas, cuando nuevamente se desencadenó una andanada de explosiones y ráfagas. Di varios botes buscando protección, pero un calambre me inmovilizó. Traté de incorporarme y en ese instante un nuevo impacto me lanzó contra la ventana. Sentí cómo perdía mi aliento. Pasaban por mi mente en atropellada secuencia momentos de mi vida. Alcancé a despedirme de mis padres. Me estaba muriendo. Divisaba abajo, en la séptima, los letreros rojos del almacén Tía.

Estaba solo. No oía sino los latidos de mi propio corazón. Cuando volví la cabeza para buscar mis tropas, mi sorpresa fue inmensa. Contra la columna contigua a la mía, a unos seis metros de distancia, vi a un hombre con uniforme verde oliva que trataba de incorporarse. Era alto, corpulento. Me vio. Lentamente avanzó hacia mí. Tenía una granada en la mano sin el seguro y en su diestra un pequeño fusil R-15 americano. Yo atiné entonces a gritar: "Les habla el teniente Mejía Gutiérrez. Salgan con las manos en alto. Están rodeados por el Ejército. Entréguense y se les respeta la vida". El oponente siguió avanzando. Lancé una corta plegaria de gratitud al Altísimo, desaseguré mi arma y coloqué el cañón contra mi barbilla. Prefería dispararme antes que rendirme.

Sin embargo, como impulsado por una racha de viento, salí de la columna y quedé frente al enemigo. Estábamos a solo cuatro metros de distancia. Se cruzaron nuestras miradas, se miraron las bocas de nuestras armas y los relámpagos rompieron esta pausa. Disparamos al tiempo. Caí sobre el suelo caliente y me desvanecí. No supe más. A la 1 de la tarde, sentí que al lado de otras tropas mis subalternos me arrastraban hacia el primer piso. Allí estaba el comandante de la brigada. Me miró sobre la camilla y me dijo: "Lo ha entregado todo por la patria, teniente". Y le brotaron algunas lágrimas. Era mi general Arias Cabrales.

Cuando cuatro voluntarios que llevaban mi camilla cruzaban la carrera séptima, se produjeron de nuevo disparos. Los voluntarios soltaron su carga. Quedé tirado en la calle. No sé cómo, intentando arrastrarme, sentí que me jalaban y era introducido en una ambulancia. A mi lado, con la cabeza ensangrentada, vi al sargento Ariel Grajales.

El 9 de noviembre, a mediodía, tú, mi viejo, llegaste triste y preocupado al Hospital Militar; también me visitaban los altos mandos y el Presidente poeta (como yo lo llamaba). Este me dijo: "Teniente, la patria y la democracia han quedado en deuda con usted". Y tú, padre, me dijiste: "Hasta ayer en la tarde te dábamos por muerto. Retírate de esto, yo te apoyo. Tienes 20 años, sigue otra carrera, tal vez es esto un aviso de mi Dios". Padre, he debido hacerte caso. El tiempo me lo ha cobrado sin razón y sin piedad.

Viejo querido: nunca imaginé que después de haber vivido treinta años como soldado, entre montaña y montaña, entre valles y selvas, entre combates y heridas, entre batallas y funerales de mis hombres, en los últimos cinco años de mi existencia quedara privado de todo lo que he querido, empezando por mi libertad. Hoy soy prisionero sin haberle fallado nunca a mi Nación ni a sus leyes ni a mi Ejército ni a mis hijos. Sufro una absurda detención preventiva.

Ahora, ante los últimos acontecimientos, asalta a mi mente la tenebrosa imagen de arribar a la plaza de Bolívar para pedir perdón por haber sido un buen soldado, por haber sido destrozado, en cuerpo, por las balas, y en el alma, por la justicia de mi país.


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NotaPublicado: 28 Ago 2012 11:35 
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Mensajes: 2973
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Se habla de contactos... Noticia.

Veremos en que queda después de tantos años de sufrimiento y lucha.

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La diferencia la suelen marcar unos pocos.


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NotaPublicado: 24 Dic 2012 19:09 
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Un video muy completo

http://www.youtube.com/watch?v=qIPAMnRGNlA

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Un saludo y FELIZ NAVIDAD

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