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NotaPublicado: 15 Mar 2018 15:01 
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Helmut Klotz, el periodista y editor antifascista con filias socialdemócratas, recibió el 12 de mayo de 1932 una brutal paliza en la cafetería del Reichstag. Edmund Heines, uno de los líderes de las Sturnmabteilung (SA, por sus siglas alemanas) o “Tropas de Asalto”, y un puñado de diputados nazis le atacaron hasta dejarlo sangrando in situ.

Klotz, que también había sido nazi, cambió de bando en la convulsa República de Weimar, régimen político que precedió al III Reich. En el momento de ser agredido, Klotz estaba asociado al Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Con los medios de ese partido Klotz publicó no menos de 300.000 copias de las cartas íntimas de Ernst Röhm, uno de los máximos responsables de las SA. Los nazis nunca perdonaron a Klotz. Acabó siendo detenido en Francia, donde buscó exiliarse en vano. Fue condenado a muerte por la funesta justicia del III Reich. Su ejecución tuvo lugar en Berlín, el 3 de febrero de 1943.

“En sus cartas, Röhm hablaba del tema de su homosexualidad. Röhm sabía muy bien lo problemático que era liderar una organización nazi y ser homosexual”, dice a EL ESPAÑOL el historiador alemán Daniel Siemens, profesor en la Universidad de Newcastle (Reino Unido) y autor de Stormtroopers: A New History of Hitlers' Bronwshirts (Ed. Yale University Press, 2017), o lo que es lo mismo “Tropas de Asalto: Una nueva historia de las camisas pardas de Hitler”.




El libro de Siemens es el más importante recientemente publicado sobre las SA, sobre las cuales pesan aún no pocos estereotipos creados en tiempos del auge del nazismo. Por ejemplo, está ahí esa idea según la cual las SA estaban compuestas por “personajes podridos o frágiles interiormente” o que constituían un “lugar donde se daba rienda suelta a todas las derivas” humanas y cuyos barracones eran “antros de vicio” llenos de “vagos, bebedores, perdedores, homosexuales, rufianes y asesinos”. Así las definía en su día Ernst Niekisch, miembro de la resistencia anti-nazi en Alemania.

La publicación de las cartas de Röhm, popularizadas en parte porque fue motivo de escándalo la agresión sufrida por Kotz en pleno Parlamento, contribuyeron a extender esa idea de la que hablaba Niekisch. A saber, que en la SA militaban cómodamente hombres homosexuales. De hecho, en las batallas de todos contra todos, en la calle o a nivel ideológico, que protagonizaban nazis, comunistas, socialdemócratas o ultraconservadores en la República Weimar, desde la izquierda y la extrema izquierda, se reprochaba a los miembros de las SA ser unos “homosexuales pervertidos”, recuerda Siemens. También se llamaba a las SA “chicos de alquiler”. Su supuesta homosexualidad era objeto de mofa por parte de la izquierda de la época.

“No es tan fácil hoy, en vista de los cambios sociales, ver el antifascismo como algo homófobo. Pero los rivales de los nazis, los comunistas especialmente, tenían una idea de pureza y de la 'limpieza', según lo llamaban. Los nazis, en la propaganda anti-nazi, se describían como 'sucios nazis', en contraste con los siempre correctos comunistas”, abunda el historiador de Bielefeld (oeste germano).



La idea de la homosexualidad en las SA llegaba a ser explorada con seriedad en 2015 por el historiador Andrew Wackerfuss, de la Universidad de Georgetown (Estados Unidos) en el libro Stormtrooper Families: Homosexuality and Community in the Early Nazi Movement (Ed. Harrington Park Press, 2015) o “Las familias de las Tropas de Asalto: homosexualidad y comunidad al comienzo de movimiento nazi”. En él se daba cuenta de cómo, en ocasiones, en este grupo de hombres extremadamente violentos los vínculos y afectos fueron mucho más allá de la camaradería.
Nazis a pie de calle

Las Tropas de Asalto, según describe el título del libro sobre este grupo paramilitar recientemente publicado por el historiador español Javier Casquete, eran “Nazis a pie de calle” (Ed. Alianza Editorial, 2017). Surgieron a principios de los años 20 en Múnich, la capital bávara. En sus primeros años, “fueron un grupo pequeño, compuesto por gente de clase media-baja, que acompañaban en la organización a un pequeño grupo de militares, aunque, sobre todo, iban en busca de hacer hooliganismo”, describe Siemens. Desde los primeros días del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) estuvieron a su servicio.

Sin la crisis económica desencadenada por el Crack del 29, no se entiende cómo las SA se convirtieron en una organización de masas. En 1932 sumaba 400.000 miembros. La mayoría eran jóvenes y desempleados dispuestos a partirse la cara por el ideario nazi ante quien fuera necesario.

“Eran gente que no tenían nada que perder, no tenían nada en la vida, eran muy pobres y a menudo estaban hambrientos. Una organización de las SA les facilitaba servicios, bares, hostales en los que poder dormir si no tenían otro sitio”, cuenta Siemens. En esas comunidades precisamente se habría pasado de las actividades homosociales a las homosexuales, viene a decir Wackerfuss en su volumen sobre la homosexualidad nazi. Pero ese relato no se lo cree Siemens.
Hombres dándose la mano y organizando su vida juntos

“Andrew [Wackerfuss, ndlr.] se equivoca en lo que a la homosexualidad respecta. Lo que él dice lo justifica en base al afecto mutuo que desarrollaron estos hombres de las SA, viviendo juntos, estableciendo vínculos. Pero sería equivocado tomar esto, en muchos casos, como una afecto homosexual”, matiza Siemens. “Hombres dándose la mano puede mostrar también el esfuerzo de hombres, juntos, tratando de organizar su vida en una comunidad de hombres como eran las SA”, agrega.



Para Siemens, de alguna forma, más de un antifascista de la época y más de un historiador se ha dejado llevar por los reproches hechos en su día a las SA. Hitler, que sabía de la homosexualidad de gente como Röhm, decidió no echar en cara esa orientación sexual a sus “nazis a pie de calle” hasta que lo creyó conveniente. A oídos de Adolf Hitler llegaron quejas de no pocos miembros de las propias SA.

“La mayoría de los miembros de las SA se opusieron ferozmente a Röhm al conocer su homosexualidad, precisamente porque la homosexualidad no estaba aceptada”, asegura Siemens. Pero “Hitler, por razones tácticas, cerró los ojos ante este tema. Hitler se decía que le daba igual, siempre y cuando las SA hicieran lo que él quería que hiciesen en términos políticos”, sostiene el historiador.
Hitler purga a sus gays en la Operación Colibrí

Habiendo conquistado el poder – Hitler se aupó como canciller tras las elecciones generales de noviembre de 1932 – el nazismo presentaba tensiones internas. Se oponían, mayormente, las SA, gente en buena parte salida de la clase obrera y ferviente defensora de la ideología nazi que entró pronto en el movimiento, y nazis los algo más conservadores y pragmáticos, venidos al movimiento desde Ejército y otros sectores de la sociedad.

Establecido el III Reich en marzo de 1933, se hizo innecesario tener a las SA pegándose en la calle. En lo que respecta a la homosexualidad, la Alemania nazi comenzó su represión y persecución al poco de hacerse Hitler con el cargo de canciller. Esta situación derivó en la purga de Röhm y otras figuras de las SA que tenían como agenda, ante todo, “desafiar al viejo orden de las élites del país, incluidas las del Ejército”, según Siemens. “Las SA creían en una ideología que primaba deshacerse de las élites tradicionales en Alemania, remplazándolas por gente de las SA”, abunda el historiador. Esa agenda no fue siempre la del Führer.

Es relevante que la homosexualidad de las SA se reprochara en el discurso político de la época, por los comunistas primero y por los nazis en el verano de 1934

Por eso, y no por la homosexualidad, se llevó a cabo la Operación Colibrí, también conocida como "La Noche de los Cuchillos Largos". Se desarrolló entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934. Fue una purga en la que fueron asesinados actores incómodos del nazismo, como Röhm y otros líderes de las SA.

Se estima que hubo en ella hasta cien muertos. Uno de los argumentos de la propaganda Alemania nazi para cometer estos crímenes fue la homosexualidad en las SA. Se dijo que en el momento de ser detenido, Röhm había sido descubierto en un dormitorio de las Tropas de Asalto con amantes. Murió tras ser abatido de un disparo en una celda por orden de Hitler el 1 de julio de 1934.
El mito del activista nazi homosexual

Aquella argumentación es lo que dio origen a lo que Siemens llama en su libro “el mito del activista nazi homosexual”. “Es relevante que la homosexualidad de las SA se reprochara en el discurso político de la época, por los comunistas primero y por los nazis en el verano de 1934”, comenta Siemens. “Pero tenemos que estar por encima de eso y ver más allá de ese discurso. Mencionar la homosexualidad en aquel discurso forma parte de una estrategia para atacar a las SA. Pero eso no tiene que ver con que las SA sean un movimiento homosexual”, abunda el historiador.

No hay ningún tipo de estadística o información que permita decir que hubo más hombres homosexuales en esa organización que en otras de la época

Para él, la homosexualidad fue un pretexto para la purga. “No hay, al menos en lo que yo he estudiado, ningún tipo de estadística o información que permita decir que hubo más hombres homosexuales en esa organización que en otras de la época”, sostiene Siemens.

Eso no quiere decir, sin embargo, que no hubiera algo de amor entre hombres en las primeras horas del nazismo. “Si tienes un grupo paramilitar compuesto por cientos de miles de hombres, es muy normal que hubiera homosexuales entre todos ellos”, concluye el autor de Stormtroopers: A New History of Hitlers' Bronwshirts.
https://www.elespanol.com/cultura/20180 ... 983_0.html

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NotaPublicado: 04 Jun 2018 11:25 
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El primer asalto aliado en Monte Cassino, que comienza el 17 de enero de 1944, es rechazado. Durante el segundo, (operación "Avenger") 15 de febrero de 1944, el monasterio no es capturado, y como resultado de los bombarderos dejan de existir. La tercera operación llamada "Dickens" también terminó en fracaso de los Aliados. El cuarto golpe fue referido como la última misión de oportunidad. Comienza desde el 11 de mayo hasta el 12 de mayo de 1944, desde el lanzamiento masivo de la posición alemana por casi 2,000 armas de fuego. Al mismo tiempo, la pelea más feroz en el "Widma" se lleva a cabo con la participación del 1st Independent Company Commando. Los ataques de los soldados polacos tensaron enormemente la cohesión de la defensa alemana. En una vuelta, el mariscal de campo Kesselring ordena la retirada en la noche del 17 al 18 de mayo. El 18 de mayo de 1944, las tropas polacas ingresan al recinto del monasterio, mostrando una bandera polaca en sus ruinas, y platos al mediodía. Emil Czech toca un clarín en sus instalaciones. Unos días más tarde, las tropas aliadas rompen la línea Gustav.

Durante la lucha por Monte Cassino, 923 soldados polacos fueron asesinados, 2931 resultaron heridos y 345 fueron encontrados desaparecidos. Las pérdidas de la 1st Independent Commando Company en las peleas en el área de Monte Cassino ascendieron a 52 heridos y 2 muertos.

En el cementerio local hay una inscripción: "Pasodnia le dice a Polonia que hemos sido fieles a su servicio".
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NotaPublicado: 27 Jun 2018 08:35 
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La verdad sobre Polonia y el Holocausto

Por Alberto Gómez Trujillo

En mayo de 2012, durante la imposición de una condecoración póstuma al héroe de la resistencia polaca Jan Karski, el presidente Barack Hussein Obama empleó la desafortunada expresión “Campos de la muerte polacos” para referirse a los campos de exterminio construidos y dirigidos por los alemanes en el territorio polaco ocupado durante la Segunda Guerra Mundial.

En los últimos años en los noticiarios, en la prensa escrita, incluso en revistas supuestamente especializadas, se ha venido empleando este término equívoco que es profundamente insultante para los polacos, pues puede llevar a la malas interpretaciones como que fueron los polacos los que construyeron los campos de exterminio, o en su defecto que las instituciones polacas colaboraron de forma activa en el holocausto. Lo que es absolutamente falso, ya que durante el periodo en que éste se produjo todo el territorio Polaco estaba ocupado y administrado por los alemanes.

Por ello recientemente, el Parlamento Polaco aprobó una polémica Ley, posiblemente torpe e inoportuna incluso, que llega a prever condenas para aquellos que afirmen que el Estado Polaco, como tal, tuvo parte activa en el exterminio de los Judios durante la Segunda Guerra Mundial.

Las reacciones en contra no se han hecho esperar. Aunque el actual gobierno polaco cuenta con un amplio respaldo popular dentro de su país (ganó los últimos comicios con una amplia mayoría), es también contestado por la autodenominada minoría progresista debido a su carácter conservador y católico. Por otro lado, su negativa a aplicar ciertas políticas que Bruselas intenta imponer está causando conflictos entre Polonia y las autoridades europeas.

Pero la reacción contra la ley no se ha traducido sólo en una crítica legítima al actual gobierno, sino también en un reavivamiento de infundadas acusaciones contra Polonia por una supuesta colaboración o connivencia con los perpetradores del Holocausto. Desde el estado de Israel, a sectores polacos muy críticos con su gobierno, por lo visto, deseosos de asumir una “Leyenda Negra” contra su país con tal de atacar al gobierno, pasando por medios de comunicación de determinadas orientaciones ideológicas, el lobby judío en Estados Unidos, empeñado en la restitución o compensación por el Estado Polaco de los bienes de los judíos muertos sin herederos en el holocausto, y algunos estudiosos y autores, principalmente Jan T. Gross y Jan Grabowski, se han lanzado a la tarea de afirmar la complicidad polaca en el Holocausto.
Otoño de 1939, bosque de Piasnica Wielka en Pomerania: civiles polacos obligados a cavar sus propias tumbas antes de ser fusilados. Unas 16.000 personas (hombres, mujeres, niños e incluso lactantes) fueron asesinadas durante las operaciones de “despolonización” de Pomerania.

El trabajo más conocido de Jan T. Gross es el libro “Vecinos” que narra la masacre de Jedwadne. Este libro, al que luego nos referiremos, se ha adaptado incluso como obra de teatro. La ecuanimidad de su autor queda retratada en un ensayo de 2015 publicado en el diario alemán “Die Welt” en el que llegó a afirmar que durante la guerra los polacos mataron a más judíos que alemanes. Por su parte el Sr.Grabowski, cuyo trabajo más conocido es “La caza del Judío, traición y asesinato de los judíos en la Polonia ocupada”, hace afirmaciones como que los polacos fueron responsables directos o indirectos (lo que quiera que esto pueda significar) de la muerte de más de 200.000 judíos.

Sorprende, desde luego, la beligerancia de algunos medios, como el diario El País, que ha dedicado varios artículos dedicados al antisemitismo y persecución de los judíos en Polonia durante la Guerra, se escandaliza porque en Polonia se apruebe una ley “para reescribir la historia” pero no muestra ni la más mínima preocupación, e incluso apoya la existencia en España de leyes y proyectos de ley de memoria histórica, tanto a nivel estatal como autonómico, mucho peores que el aprobado en Polonia.

No resulta menos sorprendente analizar la línea editorial de este medio y constatar la gran preocupación que muestra este diario por los judíos muertos hace ya más de 7 décadas en contraposición a la ninguna preocupación que demuestra por los judíos vivos hoy en día, cosa fácilmente comprobable cada vez que trata la actual situación de Palestina e Israel.

Ante estos artículos claramente difamatorios contra Polonia, la actual embajadora de Polonia, la Exma. Sra. Marzenna Adamczyk, ha enviado varias cartas al director, que el diario El País no ha tenido a bien publicar, cartas de historiadores como las del catedrático de historia contemporánea D. Jose Luis Orella, o de los mismos miembros de esta asociación tampoco han sido publicadas.
“Llegada de los judíos a Polonia”, cuadro del pintor polaco Jan Matejko de 1889

Historia de los Judíos en Polonia

Para apoyar las afirmaciones de colaboración de los polacos en el Holocausto, se da a entender (o incluso se afirma sin ningún complejo) que en la Polonia de preguerra había un profundo y generalizado sentimiento antisemita y se alude a los célebres, que no siempre ciertos, Progromos (palabra ucraniana, por cierto, no polaca). Pero para entender las complejas relaciones entre los judíos y los polacos cristianos debemos remontarnos unos siglos en la historia polaca y europea.

Los judíos comenzaron a establecerse en Polonia a partir del siglo X y Polonia fue uno de los países más tolerantes de Europa, convirtiéndose en el hogar de una de las comunidades judías más grandes y vibrantes del mundo. En 1264 “Boleslao V el Casto”, príncipe de la gran Polonia, proclamó el “Estatuto de Kalisz” que garantizaba a todos los judíos la libertad de elección de trabajo, comercio y movimiento. Para los historiadores de la época Polonia se había convertido en algo similar a un “Paraíso Judío”. No debemos olvidar que en este periodo los judíos habían sido expulsados de la mayoría de los países de Europa.

La reforma protestante y el posterior Concilio de Trento provocaron que la tolerancia religiosa disminuyera aún más en toda Europa. Aunque algunos efectos residuales de ésta intolerancia también llegaron a Polonia, podemos afirmar que en este periodo la situación de los judíos en Polonia era absolutamente privilegiada comparada con la de sus correligionarios en el resto de Europa.

Después de la Partición de Polonia en 1795 y la desaparición del país como estado soberano, los judíos fueron víctimas de leyes antisemitas ante todo a causa del creciente antisemitismo del Imperio ruso (los judíos tenían prohibido vivir en San Petersburgo, por ejemplo), pero también del Imperio de los Habsburgo y del Reino de Prusia.

No debemos olvidar que el antisemitismo, por motivos religiosos y económicos, era un fenómeno generalizado en la Europa del momento; ejemplos como el caso Dreifuss en Francia lo atestiguan. Durante el siglo XIX se produjeron varios Progromos contra los judíos, la mayoría en territorio ruso aunque hubo uno en Varsovia y otro en Bialystok donde 100 judíos fueron asesinados. Estos Progromos fueron alentados y promovidos por la Ochraná, la policía secreta zarista.
La constitución polaca de marzo de 1921 otorgaba a los judíos la plena ciudadanía y los mismos derechos que a los polacos cristianos así como la libertad de culto.

Antisemitismo en la Polonia de entreguerras

Al tratar un asunto tan conflictivo hay que comenzar dejando algo bien sentado: en la Europa de aquella época había un antisemitismo generalizado en todos los países, en la misma Francia había disminuido un poco tras la I Guerra Mundial ya que decenas de miles de judíos habían muerto defendiendo a Francia, pero tras la gran depresión comenzó a repuntar nuevamente y la derecha francesa de la época era claramente antisemita.

Conceptualmente también hay que aclarar que una cosa es tener sentimientos antisemitas, es decir prejuicios contra los judíos o poca simpatía hacia ellos, y otra bien distinta u otro nivel es decidir, apoyar o aprobar el exterminio de los judíos.

Como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y los sucesivos conflictos que la siguieron por todo el este de Europa (tales como la Guerra Civil Rusa, la Guerra Polaco-Ucraniana y la Guerra Polaco-Soviética) se produjeron muchos pogromos contra los judíos por todas partes. El hecho de que muchos de los líderes bolcheviques fueran de origen judío y la simpatía de muchos judíos por el régimen bolchevique hizo que los judíos en general fueran percibidos como partidarios de los bolcheviques, con lo que eran comunes los ataques a los judíos por parte de aquellos que se oponían al régimen bolchevique. Se cree que estos pogromos causaron por todo el Imperio ruso más de 250.000 víctimas.

Cuando empezaron a llegar a Occidente noticias sobre pogromos masivos contra judíos que estaban teniendo lugar en Polonia, el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, envió a Polonia una comisión dirigida por el senador Morgenthau para que investigara los acontecimientos. La comisión llegó a la conclusión de que las noticias sobre los pogromos se habían exagerado y que en muchos casos habían sido incluso inventadas. El informe Morgenthau identificó, situó y fechó ocho pogromos (de 37 que se habían denunciado) entre los años 1918 y 1919 en los que habían sido asesinados entre 200 y 300 judíos. Cuatro de ellos debidos a la acción de desertores o a soldados indisciplinados. Ninguno de los pogromos fue consecuencia de ninguna política oficial del gobierno.

La constitución polaca de marzo de 1921 otorgaba a los judíos la plena ciudadanía y los mismos derechos que a los polacos cristianos así como la libertad de culto.

Hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial la población judía en Polonia creció rápidamente, ya que al crecimiento natural se unió la inmigración de judíos que huían de la Unión Soviética y, a partir del ascenso de los nazis al poder, de Alemania. De tal modo que en 1939 Polonia era el país con mayor población judía, en total 3.400.000 judíos vivían en el país y representaban algo más del 10% de su población. Por comparación en toda Europa había 9.500.000, de ellos 2.600.000 en la URSS. Sólo en Varsovia vivían 375.000 judíos, un tercio de la población de la ciudad, más que en toda Francia y el doble que en Holanda.

Debido al nacionalismo polaco y al hecho de que una gran mayoría de los judíos polacos vivían separados de la mayoría católica, la situación de los judíos comenzó a empeorar a partir de la muerte de Pilsudski en 1935. Los judíos no eran vistos por gran parte de la población como auténticos polacos y se desconfiaba de ellos, sin embargo hay que tener en cuenta que el sentimiento de desconfianza era mutuo. Por ejemplo, según el censo de 1931, el 85% de los judíos declaraban el yiddish o el hebreo como su primera lengua, y sólo el 12% se consideraban a la vez judíos y polacos.

Sin embargo, los judíos eran una parte importante de la sociedad polaca, en muchas ciudades poseían la gran mayoría de los comercios, y en 1939 constituían el 56% de todos los médicos de Polonia, el 43% de los profesores, el 22% de los periodistas y el 33% de los abogados.

En 1928 más el 20% de los estudiantes universitarios eran judíos, pero a partir de 1935, el movimiento de ultraderecha “Endecja” comenzó promover que se limitara de forma encubierta el número de estudiantes judíos que podían ingresar en la universidad. También hubo casos de acoso a los estudiantes. Este proceso alcanzó su punto más alto en 1937, cuando se establecieron cuotas en las universidades para igualar el porcentaje de estudiantes judíos al porcentaje poblacional que representaban. También comenzó a discriminárseles para el acceso a ciertos empleos y el funcionariado. Todo esto iba acompañado de violencia física, ya que entre 1935 y 1937 hubo setenta y nueve judíos asesinados y quinientos heridos en incidentes antisemitas. También hubo campañas de boicot a comercios judíos.

Por supuesto estos hechos son escandalosos y reprobables, pero debemos juzgarlos con cierta perspectiva. Por poner un ejemplo, en la España de aquel tiempo, sólo entre los meses de febrero y junio de 1936 hubo 400 asesinatos por motivos políticos, y aún hoy en día en España se proponen cuotas porcentuales para el acceso a distintos puestos y privilegios para distintos colectivos.

Podemos concluir que aunque la situación de los judíos en Polonia antes de la guerra distaba de ser ideal, y ciertamente había sentimientos antisemitas o de muy poca simpatía por los judíos por parte de algunos sectores de la población polaca, pero la situación no puede ni de lejos compararse mínimamente a lo que se estaba viviendo en la Alemania de la época.
Polacos ahorcados en Płaszów el 26 de junio de 1942. Durante la ocupación, los alemanes ejecutaban a unas 400 personas todos los días.

La situación en Polonia durante la guerra

“Los polacos vieron pasivamente, en el mejor de los casos, como exterminaban a sus vecinos judíos ante sus puertas”. Esta injusta afirmación de Jan Grabowski, destila o bien un enorme odio y resentimiento, o bien una enorme ignorancia. Como Jan Grabowski es historiador profesional debemos concluir que por desgracia no lo dice por ignorancia.

Otras personas, supuestamente ilustradas, incluso algunos polacos (ansiosos por fustigarse con una leyenda negra, según parece) afirman categóricamente que “solo murieron los judíos”…

Estas afirmaciones hoy en día, sabiendo lo que sucedió en Polonia durante la guerra, resultan sangrantes. El 23 de agosto, poco antes de la invasión de Polonia, Hitler instruyó en Obersalzberg a altos mandos de la Werhmach diciéndoles: “Nuestra primera prioridad es la destrucción de Polonia, nuestro objetivo más importante, destruir los recursos para la vida en Polonia (…) La piedad y la compasión tiene que eliminarse de vuestras mentes. Por tanto he ordenado a la SD matar sin piedad a hombres, mujeres y niños de origen polaco”.

La población polaca tuvo pocas oportunidades de ver pasivamente el exterminio de nadie, ya que se enfrentaba a su propio exterminio al mismo tiempo. El “General Ost Plan” alemán preveía la eliminación de todas las elites y del 85% de la población polaca y el empleo de los supervivientes como mano de obra analfabeta y esclava.

Cuando se emplea el término “Holocausto” se sobreentiende automáticamente que se está hablando solamente del exterminio de los judíos de Europa, la comunidad judía internacional promueve esto activamente, lo cual es totalmente falso. Si es cierto que constituyeron la gran mayoría de las víctimas, pero con ellos fueron asesinados centenares de miles de polacos, gitanos, testigos de Jehová, prisioneros soviéticos, inválidos, deficientes mentales, homosexuales…

Durante la Segunda Guerra Mundial murieron unos 6 millones de polacos, de ellos 3 millones eran judíos y de los otros 3 millones, 240.000 fueron combatientes caídos en combate, el resto fueron asesinados en “acciones de pacificación” alemanas, represalias, torturas y en los campos de exterminio (se calcula que 200.000 polacos no judíos murieron en los campos, 75.000 en Auschwitz).
En Palmiry fue asesinada la intelectualidad de Varsovia a manos de los alemanes.

Tras invadir Polonia en septiembre de 1939, Alemania y la URSS se repartieron su territorio y se aplicaron inmediatamente a la tarea de destruir la cultura polaca y a la eliminación física de sus élites. En los territorios del oeste anexionados al Reich, se realizó una limpieza étnica que supuso el asesinato de decenas de miles de personas, familias enteras, y la expulsión al territorio del Gobierno General de Polonia de miles de personas a las que les habían arrebatado sus propiedades y medios de vida para dárselos a colonos alemanes, o “volkdeutsche” antiguos ciudadanos polacos de origen alemán. En Palmiry fue asesinada la intelectualidad de Varsovia, miles de personas fueron deportadas a campos de concentración durante la AB Aktion y 60.000 fueron eliminadas.

En la zona ocupada por los soviéticos aproximadamente un millón de polacos, considerados peligrosos por la URSS (funcionarios, veteranos de guerra, oficiales, sacerdotes, intelectuales y sus familias) fueron deportados a gulags en Siberia. Para empeorar las relaciones entre judíos y polacos, en esta zona un amplio porcentaje de la población judía de esta área recibió con simpatía al invasor soviético (un 30% según afirmó el General Sikorski, aunque hay historiadores actuales que dicen que esta cifra es exagerada y la reducen a un 10-20%) e incluso hubo colaboracionismo, ya que muchos patriotas polacos fueron denunciados al NKVD por sus vecinos judíos, de hecho el NKVD llegó a formar una milicia armada judía para perseguir y cazar a los partisanos polacos, los llamados “opaskowcy”.

La dureza y crueldad de la ocupación que se sufrió en Polonia no tuvo parangón en los países ocupados en Europa Occidental.
Niños de Lodz copian la ració de alimentos diaria. Los polacos ocupaban el escalón inmediatamente anterior al de los judíos en el “orden racial nazi”, y el hambre era otro método válido de eliminación. Mientras que la ración diaria de un alemán era de 2.400 calorías, la de un polaco era de 660 y la de un judío de 250.

Los alemanes impusieron unas condiciones de vida atroces. Se impuso el racionamiento, mientras que un alemán tenía derecho a 2400 calorías diarias, un polaco sólo recibía 660 y un judío 250. Esto sólo dejaba la alternativa de acudir al mercado negro, lo que se penaba con la muerte.

La educación, la cultura, el teatro, etc… estaba prohibido a los polacos. Acudir a cualquiera de estas actividades clandestinamente llevaba aparejada la deportación a un campo, cuando menos.

Sólo en Varsovia, durante la ocupación unas 400 personas eran detenidas diariamente en Lapankas (redadas aleatorias). Los detenidos eran llevados a la terrible prisión de Pawiak, donde eran torturados y retenidos como rehenes para ser ejecutados en caso de acciones de la resistencia. Otros eran llevados a los campos como los de Auschwitz o deportados a trabajar en Alemania como esclavos. Muchas jóvenes, muchas de ellas judías, eran forzadas a prostituirse en burdeles militares.
“Łapanka”. Este era el nombre de las detenciones indiscriminadas en la calle. Sólo en Varsovia, entre 1942 y 1944, unas 400 personas eran detenidas diariamente. Casi 40.000 de ellas serían ejecutadas en represalia por acciones de la resistencia.

En Polonia, cada semana durante toda la guerra eran ejecutadas unas 400 personas de media, unas 100 sólo en la ciudad de Varsovia.

El Gobernador General Hans Frank había emitido una instrucción en la que a los soldados alemanes se les eximía de tener que dar explicaciones por a matar a un polaco, hombre mujer o niño.

Aproximadamente 500 pueblos y aldeas polacas fueron destruidos por los alemanes durante la guerra junto con todos sus habitantes.
Ejecución de un sacerdote polaco. La Iglesia Católica fue perseguida con saña por los alemanes. Sus propiedades fueron confiscadas y muchos sacerdotes y obispos serían detenidos, torturados y ejecutados o enviados a campos de trabajo. El 18% del clero polaco fue asesinado, pero en las regiones incorporadas al Reich la proporción alcanzó el 50%.

En resumen, en aquellos momentos en Polonia la supervivencia de todos los polacos estaba amenazada, y nadie podía tener la seguridad de sobrevivir hasta la noche cuando salía de su casa por la mañana.

Sabiendo todo esto… ¿Hasta qué punto puede afirmar una persona razonable que se “contempló con pasividad, en el mejor de los casos, la eliminación de los judíos…”? ¿Cómo habría que juzgar entonces al pueblo alemán, que no estaba perseguido ni amenazado, que había votado mayoritariamente a los nazis en unas elecciones democráticas y que, salvo unas pocas honrosas excepciones, no protestó ni se resistió en ningún momento? Sin embargo, aún se discute si realmente los alemanes en general sabían lo que estaba ocurriendo.

¿Quién puede decir que solo murieron los judíos, como si las únicas víctimas de la barbarie nazi hubieran sido ellos?
El teniente polaco Witold Urbanowicz en Inglaterra junto a su caza Hurricane. Casi el 80% del personal de la Fuerza Aérea Polaca de preguerra logró llegar al Reino Unido. En la Batalla de Inglaterra tomaron parte 147 pilotos polacos, siendo de lejos el mayor contingente de pilotos aliados no británicos.

La dignidad de Polonia

La dignidad de Polonia y la verdad histórica exigen dejar muy claros una serie de puntos. Ya que en Polonia se dieron una serie de hechos, situaciones y actitudes por parte de su gobierno y de buena parte de su población, que si las comparáramos con lo ocurrido en otros muchos países de Europa, no dejarían a éstos en muy buen lugar…

En primer lugar, Polonia no se rindió, sus unidades militares en Polonia fueron destruidas o tuvieron que rendirse, pero el Gobierno se trasladó a Francia y casi cien mil soldados escaparon para seguir combatiendo, y cuando Francia cayó escaparon nuevamente a Inglaterra para continuar la lucha. En Polonia no hubo un armisticio ni una capitulación como en otros países como Bélgica, Francia u Holanda…

Desde Francia primero y desde Inglaterra después el gobierno polaco estaba decidido a seguir la lucha y a través de la delegación en Varsovia dirigía en Polonia un auténtico gobierno clandestino que se oponía a los ocupantes.

Segundo, en Polonia los alemanes no establecieron un gobierno títere ni unas autoridades locales colaboracionistas, no hubo nada parecido a la Francia de Vichy en Polonia, ni un Quisling como en Noruega… Ninguna institución polaca colaboró con los ocupantes alemanes. Contrariamente a lo ocurrido en la mayoría de países europeos, no hubo un gobierno colaboracionista que, a la orden de los nazis, enviara a su policía a detener a los judíos locales para meterlos en trenes y camiones y enviarlos a la muerte… y no hablo de países cualquiera… hablo de países como Francia, Holanda, Bélgica, Noruega… y la lista sigue.

Además, Polonia fue el único país de Europa donde los alemanes no encontraron voluntarios para luchar es sus unidades de voluntarios de las SS. Divisiones enteras se lograron formar en Francia, Holanda, Bélgica, los países Bálticos y Noruega…
Los alemanes ordenaron a los policías polacos volver a sus puestos bajo pena de muerte si rehusaban hacerlo. Entre el 10% y el 20% de los policías fueron asesinados por los alemanes durante la ocupación. Varios policías fueron declarados “Justos entre las Naciones”.

Sin embargo, Jan Grabowski afirma que la “Policía Azul” polaca sí colaboró activamente en el exterminio de los judíos y se refiere a ella como “La letal Policía Azul”. La “Policía Azul” era la policía polaca de preguerra. El 30 de octubre de 1939 los alemanes ordenaron a los policías polacos volver a sus puestos bajo pena de muerte si rehusaban hacerlo. Tras recibir autorización de las autoridades polacas clandestinas, los policías se reintegraron a sus puestos, y aunque los mandos eran alemanes, se calcula que el 50% de los policías colaboraban activamente con la resistencia. Entre el 10% y el 20% de los policías fueron asesinados por los alemanes durante el periodo de ocupación.

Las labores de la policía eran el mantenimiento del orden público, y aunque el historiador judeo-polaco Emmanuel Ringelblum, afirma que participaban en redadas dentro del Gettho de Varsovia, en palizas y extorsiones y en traslados de los judíos a los campos, siendo por tanto responsables de centenares de miles de muertes, otros autores como Raul Hilberg, Gunnar S. Paulsson y Piotrowski afirman que la implicación de la policía polaca en estas acciones fue mínima, mucho menor que la de otras policías en otros países ocupados, y que en muchos casos los policías llegaban a desobedecer las órdenes. De hecho, varios policías fueron declarados “Justos entre las Naciones”.
La policía alemana contó con la ayuda de colaboradores ucranianos y bálticos en Polonia, y tenían la cooperación forzada de la policía judía del gueto.

Resulta dudoso que la policía polaca pudiera colaborar en acciones importantes con los alemanes, ya que eso les hubiera convertido automáticamente en traidores a los ojos del resto de los polacos. Gunnard S. Paulsson afirma: “Hay que tener esto en cuenta, los judíos en Polonia estaban aislados en guetos. Estaban rodeados por la policía alemana con la ayuda de colaboradores ucranianos y bálticos, y tenían la cooperación forzada de la policía judía del gueto, pero muy poca participación de la policía polaca (principalmente en los centros más pequeños). Los traslados a centros de exterminio los llevaban a cabo alemanes, ucranianos y bálticos”.

Como todo en este tema, este es un asunto muy complejo en el que hay que matizar mucho. Debemos ser cautelosos al hablar de colaboración en ciertas situaciones, ya que si se establece un baremo demasiado exigente, como parecen hacer Grabowski y Ringelblum, la aplicación de ese mismo baremo puede llevarnos a considerar otras actitudes similares, como las de los “Juden Rat” o de las policías judías de los distintos guetos, como colaboración con el Holocausto. De hecho, algo así hizo la politóloga judía de origen alemán Hannah Arendt, que llegó a afirmar: “Los alemanes sólo encontraron colaboracionistas en los estratos más marginales de la sociedad polaca, mientras que en el caso de los judíos los encontraron entre las elites”.
Placa en la calle Mordechaja Anielewicza 34, en Varsovia, recordando la liberación de los prisioneros judíos del campo de concentración de Gęsiówka por el Batallón “Zośka” del Armia Krajowa, durante el Levantamiento de Varsovia. Sobre la parte en polaco (izquierda) figura la Kotwica, emblema del Armia Krajowa. Sobre la parte en hebreo figura la Estrella de David. Y sobre la parte en inglés está la flor de lis, emblema del movimiento Scout polaco, del que procedían muchos miembros del citado batallón.

Tercero. El movimiento de resistencia en Polonia fue el mayor y el más activo en Europa contra los ocupantes, a principios de 1944 el AK o “Armia Krajowa” (Ejército Nacional, o del Interior), que englobaba a más del 90% de los resistentes polacos contra los alemanes) contaba con unos 400.000 miembros, lo que resulta una cifra enorme en un país ocupado que contaba con 30 millones de habitantes antes de la guerra. Este movimiento de resistencia era el único en toda la Europa ocupada en contar con una sección, “Żegota”, cuya misión exclusiva era ayudar a los judíos. Tres miembros del alto mando del AK eran judíos: Marceli Handelsman, Jerzy Makowiecki y Ludwik Widerszal.

El Armia Krajowa fue el único movimiento de resistencia que logró liberar un campo de concentración sin el apoyo de las fuerzas regulares. Sucedió el 5 de agosto de 1944 en Varsovia durante el Levantamiento iniciado cuatro días antes por la resistencia polaca. Las fuerzas del AK atacaron el campo de concentración de Gęsiówka, liberando a los 348 judíos confinados en él. Otro ataque similar del AK para liberar a los prisioneros del campo de Pawiak fracasó.
Prisioneros judíos del campo de concentración de Gęsiówka, en Varsovia, junto a insurgentes polacos del Batallón “Zośka” del Armia Krajowa que acababan de liberarles el de agosto de 1944, durante el Levantamiento de Varsovia.

Y la resistencia polaca no solo ayudó a rescatar a los judíos, sino que también les brindó ayuda militar. El movimiento de resistencia judío del Gueto de Varsovia recibió 2 ametralladoras pesadas, 4 ametralladoras ligeras, 21 subfusiles, 50 pistolas y más de 400 granadas de mano del Armia Krajowa. Durante el levantamiento del gueto en la primavera de 1943, el AK apoyó a los rebeldes con ataques contra los alemanes fuera del gueto, con dos intentos de volar sus murallas y también un grupo del AK llegó a luchar en el interior del gettho. En octubre, el AK proporcionó explosivos a los Sonderkommandos que se alzaron sin éxito en el campo de exterminio de Auschwitz.

Estos hechos probados desmienten las acusaciones, que a veces se hacen, de que el A.K. permitió que los judíos del gueto lucharan solos y que la ayuda fue mínima. La ayuda fue pequeña, como pequeños eran los recursos a disposición del Armia Krajowa, recursos que no podía empeñar en su totalidad en una lucha perdida de antemano cuando estaban preparando un gran levantamiento nacional como el que tuvo lugar 14 meses más tarde. Los mismos resistentes del gueto supervivientes reconocieron que su lucha no tenía mayor objetivo que el de morir matando, ya que no había esperanza alguna de victoria.
Prisioneros judíos del campo de concentración de Gęsiówka, en Varsovia, tras su liberación. En la foto aparecen dos miembros del Batallón “Zośka” del Armia Krajowa, uno a la derecha y otro en la ventana. Entre los 348 judíos liberados había polacos, húngaros, rumanos, griegos, franceses, belgas y holandeses.

Cuarto. Polonia era el único país ocupado donde la pena por ser descubierto ayudando a un judío suponía la ejecución inmediata de todos los habitantes del hogar donde se le hubiera ayudado, independientemente de si eran hombres mujeres o niños. Y ayudar a un judío no era sólo esconderle, acciones mucho más inocentes como proporcionarle comida o ropa, o proporcionarle transporte se consideraban ayudar a un judío.

Sin embargo, decenas de miles de polacos se jugaron la vida intentando salvar a judíos. Hay casos paradigmáticos como el de Irena Sendler, que salvó a 2.500 niños judíos del Gueto de Varsovia; no les salvó sola, contó con la ayuda de madres polacas que acogieron a esos niños como hijos propios entre los que ya tenían, arriesgando su vida y la de sus hijos, de monjas y frailes que ocultaron a los niños en los conventos y monasterios, de sacerdotes que falsificaban partidas de bautismo y de defunción para dar identidades nuevas a esos niños… TODOS los implicados se jugaban la vida si eran descubiertos y de hecho unos 30.000 polacos la perdieron, asesinados por los alemanes, acusados de haber ayudado a los judíos.
La enfermera polaca Irena Sendler salvó la vida de más de 2.500 niños judíos. Polonia era el único país ocupado en el que ocultar, alimentar o ayudar a los judíos significaba la ejecución de quien los ayudase y de su familia. Sin embargo, decenas de miles de judíos fueron salvados por polacos que los ocultaron en sus casas, o por sacerdotes que falsificaron partidas de bautismo.

En estudios publicados en el Journal of Holocaust and Genocide Studies, los historiadores Hans G Furth y Richard C. Lukas estimaron en aproximadamente 1.000.000 la cifra de polacos que ayudaron de alguna manera a salvar judíos, otros autores las elevan a 3.000.000 incluso.

Sin embargo, Jan Grabowski minimiza el número de “rescatadores” y afirma que “éstos vivían aterrorizados temerosos de que sus amigos, familiares o vecinos les denunciaran”. Nuevamente, parece olvidar el enorme esfuerzo colectivo que implicaba salvar un judío. Para que un judío sobreviviera en la Polonia ocupada dependía de muchos actos de asistencia y tolerancia, escribe Paulsson. “Casi todos los judíos que fueron rescatados lo fueron por los esfuerzos cooperativos de una docena o más de personas”, como confirma también el historiador judío polaco Szymon Datner. Paulsson señala que durante los seis años de guerra y ocupación, el judío promedio protegido por los polacos tenía tres o cuatro juegos de documentos falsos y se enfrentaba al reconocimiento como judío varias veces. Datner explica también que esconder a un judío podía durar a menudo varios años, lo que aumentaba exponencialmente el riesgo para la familia cristiana involucrada. La escritora judía polaca y sobreviviente del Holocausto Hanna Krall identificó a 45 polacos que ayudaron a protegerla de los nazis y Władysław Szpilman, el músico polaco de origen judío cuyas experiencias durante la guerra fueron narradas en sus memorias “The Pianist” y la película del mismo título, identificó a 30 polacos que le ayudaron a sobrevivir al Holocausto.
El pianista judío polaco Władysław Szpilman, en una foto hecha en su juventud. Su historia fue contada en la película “El pianista” (2002) de Roman Polanski. Szpilman identificó a 30 polacos que le ayudaron a sobrevivir al Holocausto.

Sin embargo, para perderlos a todos hacía falta una sola persona que los delatara a todos. También hay que considerar que cuando un judío escondido era capturado, al ser torturado por los alemanes solía traicionar a todos los que le había ayudado.

Además, el peligro no venía sólo por el lado de los polacos no judíos: testimonios del Holocausto confirman que, atrapado en los guetos, el inframundo judío también se aprovechó de la información privilegiada sobre la situación socioeconómica de sus propios compatriotas para extorsionarles. Los saqueadores judíos sabían mejor que nadie “dónde cavar para obtener objetos de valor”, escribieron Isaiah Trunk y Rubin Katz. Un caso paradigmático, convertido en tabú hoy día, es el del Hotel Saski, donde se alojaban criminales judíos que colaboraban con la Gestapo.

Pero por supuesto que hubo colaboradores y para juzgar en que cuantía al final debemos acudir a los números. Y éstos son meridianamente claros: las estadísticas de la Comisión de Crímenes de Guerra de Israel indican que menos 0,1 % de los polacos étnicos colaboraron con los ocupantes. Si según el último censo de antes de la guerra, en Polonia había 24 millones de polacos étnicos esto significa que menos de 24.000 personas colaboraron con los alemanes, ya fuera por codicia, odio racial, venganza, miedo, etc…, lo cual en las circunstancias extremas de la ocupación en Polonia, durante casi 6 años, resulta una cifra insignificante.
Este cartel impreso en Gran Bretaña durante la guerra explica el organigrama del Estado clandestino de Polonia y su relación con el Gobierno Polaco en el Exilio. Durante la ocupación se creó en Polonia una compleja administración clandestina, dependiente del Gobierno Polaco en el Exilio en Londres, que dirigía todas las actividades de resistencia, sabotaje, información y espionaje contra los alemanes. También dirigía la administración de justicia contra nazis particularmente crueles, colaboracionistas y traidores, así como la educación de la juventud, mantenimiento y salvaguardia de la cultura polaca y la contrapropaganda.

Quinto. El Gobierno Clandestino tenía tribunales que juzgaban y condenaban a los colaboracionistas, y la sentencia era la muerte, también lo era para los que delataban y/o extorsionaban a los judíos ocultos… se dictaron muchas condenas de muerte, algunas se ejecutaron, y otras muchas no ya que ejecutarlas conllevaba riesgos enormes bajo la ocupación salvaje que sufría Polonia.

En mayo de 1943 el General Wladyslaw Sikorski, Primer Ministro Polaco, firmó el siguiente decreto: “Cualquier complicidad directa e indirecta en las acciones criminales alemanas es la ofensa más seria contra Polonia. Cualquier polaco que colabore en sus actos de asesinato, ya sea mediante extorsión, informando sobre judíos, o explotando su terrible situación o participando en actos de expolio, está cometiendo un crimen muy grave contra las leyes de la República Polaca.”

Sexto. Polonia dio héroes como el capitán Witold Pilecki, un oficial polaco que se dejó capturar para ser enviado a Auschwitz para investigar lo que ocurría allí, permaneció allí durante casi dos años, formó un núcleo de resistencia en el campo y tras escapar redactó un informe explicando los horrores que allí sucedían. Poco tiempo después otro héroe, Jan Karski, el “correo del horror”, cumpliendo las órdenes del gobierno polaco, atravesó toda Europa en poder de los alemanes y llegó a Inglaterra con terribles informes sobre los campos de exterminio. Posteriormente el gobierno polaco le envió a Estados Unidos a contar lo que conocía de primera mano. Cuando se entrevistó con Roosevelt en julio de 1943 y le habló de los campos de exterminio, éste no le creyó y le preguntó por la condiciones de los caballos en Polonia.
Ficha de Witold Pilecki como prisionero 4859 del campo de exterminio de Auschwitz. Se dejó detener usando un nombre falso, Tomasz Serafiński, para infiltrarse en el campo e informar sobre lo que allí pasaba. Pasó 949 días allí, y tras fugarse redactó el “Informe W” (Raport Witolda), relatando hechos e informaciones precisas sobre la situación del campo y también una descripción del movimiento de resistencia que él había organizado en su interior.

Sin embargo, todavía hay quien como Grabowski acusa al gobierno polaco de indiferencia ante el destino de los judíos, obviando las acciones de valientes como Pilecki o Karski (hombres a la las órdenes de ese gobierno polaco), y los denodados esfuerzos del Gobierno Polaco en Londres pidiendo a sus aliados británicos y americanos que bombardearan los ferrocarriles que llevaban a los campos… ruegos que cayeron en saco roto…

Y cuando se argumenta en este sentido, todavía hay quien dice que el Gobierno Polaco hizo poco. Es cierto, hizo poco, porque bien poco podía hacer, de hecho tampoco fue capaz de asegurar su propia continuidad, la de las instituciones democráticas, y la libertad de Polonia tras la guerra.

Septimo. En 150 pueblos polacos todos los vecinos judíos fueron salvados por sus vecinos gentiles y muchos pueblos polacos fueron destruidos cuando se descubrió que se estaba ocultando a los judíos. Cuando se quiere dar un ejemplo en contrario aparece siempre un nombre, Jedwadne. Muchos pueblos polacos fueron destruidos cuando se descubrió que se estaba ocultando a los judíos.
Soldados alemanes contemplando una aldea polaca que acababan de incendiar. Muchos pueblos polacos fueron castigados de esta forma por ocultar a sus vecinos judíos.

El pueblo más famoso de Polonia relacionado con el holocausto es Jedwadne. Bueno, Jedwadne y “otros muchos”. De estos “otros muchos” nunca se dicen los nombres más allá de tres o cuatro ni ningún detalle concreto sobre lo ocurrido…

Todo gracias a Jan T. Gross (el que afirmaba que los polacos mataron más judíos que los alemanes) y su “descubrimiento” de la masacre de los judíos de Jedwadne. Decimos “descubrimiento” porque sobre la masacre de Jedwadne ya se sabía mucho antes, pues hay dos investigaciones anteriores, una Polaca del año 49 y una alemana del 67. Sin embargo los estudios de Gross sobre la masacre ya quedaron bastante desacreditados por una investigación llevada a cabo por el IPN en 2003 (hace 15 años, mucho antes de esta supuesta campaña de blanqueamiento de la historia por el actual Gobierno Polaco), que demostraba que las conclusiones de Gross no son válidas, ya que falsea los datos y circunstancias de los hechos para poder presentar la masacre como una acto de barbarie del medio pueblo católico asesinando a la otra mitad judía. Para ello multiplica por 5 el número de muertos, que pasan de los 300-400 reales a 1500 -aunque las fosas no se han podido excavar más que parcialmente, ya que por motivos religiosos Israel se opone, lo excavado en la investigación del IPN en 2003 y el tamaño de las mismas permiten hacer una estimación bastante exacta del número de muertos. Por otro lado, omite que tropas de la gendarmería alemana estaban presentes en el pueblo, así como el Einsatzgruppe Zichenau-Schroettersburg, que eran los únicos armados en el mismo y más que probablemente también los instigadores, ya que intervinieron en sucesos similares en otras aldeas y el sistema fue el mismo. Tampoco dice que por declaraciones de los testigos supervivientes se ha identificado con nombre y apellidos a los cerca de 40 vecinos polacos que participaron en la masacre, y curiosamente, dos de ellos, Jerzy Laudański y Karol Bardoń habían sido colaboradores del NKVD y ahora trataban de congraciarse con los alemanes.

Por tanto, lo que sucedió no fue que medio pueblo asesinó al otro medio, y que los aproximadamente 100 judíos que se salvaron lo hicieron o bien porque les avisaron vecinos no judíos de lo que estaba ocurriendo, o bien porque les ocultaron otros vecinos católicos arriesgando su vida y las de sus familias, como hizo la familia Wyrzykowski, que ocultó a 7 judíos durante 26 meses, gracias a lo cual sobrevivieron. Un detalle: uno de los testimonios de la masacre que emplea Gross es el de Szmuel Wasersztaj, que difícilmente pudo ver nada ya que durante la masacre estaba oculto en el granero de los Wyrzykowski. También se omite que dentro de la fosa se encontraron los restos de una estatua de Lenin, colocada por los soviéticos.

El historiador Norman Davies afirmó que las conclusiones de Gross son profundamente injustas para con los polacos. Otro historiador, de origen judío en este caso, Norman Finkelstein, es menos piadoso y acusa a Gross de sacar provecho del sufrimiento durante el Holocausto.
El héroe polaco Witold Pilecki, fotografiado el 3 de marzo de 1948 ante el tribunal militar que le condenó a muerte. Después de su lucha contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, le acabaron ejecutando los comunistas.

Octavo. Tras la guerra, las autoridades comunistas trataron de desacreditar el movimiento de resistencia polaco: el A.K. fue acusado de antisemitismo e incluso de colaborar con los alemanes en el Holocausto. Muchos de sus miembros fueron condenados bajo estas falsas acusaciones en parodias de juicios, con falsos testimonios y confesiones obtenidas bajo tortura.

Noveno. En ningún país era tan peligroso ayudar a los judíos, sin embargo ningún país tiene tantos Justos entre las Naciones como Polonia, 6.700 en total, y en ninguno hubo tantos judíos que consiguieron salvarse. El historiador Richard C. Lukas, que serían más de 100.000 personas los que realizaron acciones que les harían acreedores a esta distinción.

Conclusiones

En circunstancias extremas sale a relucir la verdadera condición humana. Es cierto que hubo personas que por miedo, envidia, avaricia, antisemitismo u odios personales, colaboraron con los alemanes, que denunciaron a judíos y a miembros de la resistencia, que extorsionaron a los judíos bajo la amenaza de denuncia, que les delataron para apropiarse de sus bienes. ¡Los hubo entre los mismos judíos! Pero eran la minoría como ya ha quedado demostrado.

Una parte considerable de la población polaca, aun sintiendo poca o ninguna simpatía por los judíos permaneció pasiva, tratando de sobrevivir ellos mismos y sus familias, manteniendo una actitud de silencio benevolente hacia los judíos. Pero se calcula que por cada colaboracionista, delator o extorsionador hubo 20 o 30 personas que se jugaron su vida y la de sus familias por ayudar a los judíos.

Nadie niega que hubo hechos totalmente condenables, pero fueron hechos aislados cometidos por individuos aislados, fueron la excepción. La regla, en toda su enormidad, fue exactamente la contraria a lo que algunos, que tratan de convertir lo que fueron excepciones totalmente execrables en un comportamiento generalizado, infieren.

También ha quedado demostrado que las instituciones gubernamentales polacas de la época hicieron cuanto estuvo en su mano para tratar evitar lo que no ellos no podían evitar.
A pesar de sus prejuicios contra los judíos, la escritora polaca Zofia Kossak-Szczucka fundó Żegota, la sección del Armia Krajowa dedicada a salvar a judíos. El AK polaco fue el único movimiento de resistencia de la Segunda Guerra Mundial que tuvo una sección como ésa.

Terminamos con un texto literal de la escritora Zofia Kossak-Szczucka, famosa escritora polaca de la época, católica, de derechas y nacionalista. Era lo que llamaríamos una polaca antisemita, una de esos polacos que consideraba a los judíos enemigos de Polonia. Sin embargo que durante la guerra fundó Żegota y ayudó a Irena Sendler a salvar a los niños judíos del Gueto, por sus actividades fue detenida por los alemanes y deportada a Auschwitz. En 1942 los alemanes comenzaron la liquidación del Gueto de Varsovia, sabiendo el horror que se estaba produciendo, escribió el manifiesto “Protest” del que se distribuyeron 5.000 copias; en él, sin tratar de ocultar o blanquear su opinión sobre los judíos, decía:

“Todos perecerán… Pobres y ricos, viejos, hombres, mujeres, jóvenes y niños, también católicos con el nombre de Jesús y María en los labios, junto con los judíos. Su única culpa es haber nacido en la nación judía, condenados al exterminio por Hitler (…) Inglaterra calla, también América, incluso el influyente judaísmo internacional, tan sensible en sus reacciones ante cualquier transgresión de los derechos de su pueblo, calla. Polonia calla (…) los judíos moribundos están rodeados de una turba de Pilatos lavándose las manos inocentemente (…) aquellos que callan ante el asesinato se convierten en cómplices (…) nuestros sentimientos hacia los judíos no han cambiado, seguimos pensando que son enemigos políticos, económicos e ideológicos de Polonia. Pero esto no exime a los católicos polacos de su deber de oponerse al crimen que se comete en Polonia. Dios nos exige que protestemos. Dios, que prohíbe matar. Nos lo exige nuestra conciencia cristiana. Todo ser humano tiene derecho a ser amado por sus semejantes. La sangre de los indefensos pide venganza al cielo. Aquellos que se oponen a nuestra protesta, no son católicos. (…) No creemos que Polonia se beneficie de las crueldades de los alemanes, al contrario… Sabemos cuán venenoso es el fruto del crimen… Aquellos que no entiendan esto, y que crean que puede construirse un futuro para una Polonia orgullosa y libre aceptando el sufrimiento sus semejantes, ni son católicos, ni son polacos”.
http://www.outono.net/elentir/2018/06/2 ... olocausto/

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NotaPublicado: 20 Jul 2018 08:23 
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El 5 de julio de 1943, con el rugir de los motores de los carros de combate y el paso firme de la infantería, daba inicio la batalla de tanques (unos 8.000) más grande de todos los tiempos. En un saliente de 160 kilómetros con epicentro en la ciudad de Kursk, a unos 640 kilómetros al sur de Moscú, se dieron cita los colosales ejércitos de Hitler y Stalin para dirimir quién iba a ostentar la hegemonía militar y estratégica desde ese momento o, lo que es lo mismo, si Hitler iba, por fin, a iniciar la retirada definitiva hacia el Gran Reich alemán.

Tras la debacle alemana en Stalingrado del invierno de 1942-1943, la Wehrmacht (fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi) se encontraba en una situación muy comprometida a causa de la pérdida de la iniciativa militar y, sobre todo, por el golpe moral que supuso la destrucción del hasta entonces invencible 6º Ejército de Paulus. Desde el inicio de la operación Barbarroja en junio de 1941, el alto mando era consciente de que un frente con una extensión tan amplia sería imposible de abastecer en el plano logístico y, también, en el humano. Por ello se tornaba fundamental planificar campañas cortas en las que el Ejército Rojo fuera aniquilado; una suerte de la Blitzkrieg llevada a cabo en Polonia o Francia pero a una escala mayor. Sin embargo, los alemanes subestimaron por completo a sus oponentes y, con el paso de los meses, vieron cómo los soviéticos se reorganizaban y ponían sus vastos recursos industriales y humanos al servicio de lo que llamaron la Gran Guerra Patria.

Ante esto, la nueva estrategia de Hitler se centró en provocar un gran enfrentamiento, una batalla total, que fuera capaz de inclinar la balanza de su lado. El lugar elegido para ello fue en primer término Stalingrado y, tras la derrota, Kursk. Al contrario que la batalla por la ciudad del Volga, el gran choque de tanques de Kursk, cuyo nombre en clave para los alemanes era operación Ciudadela, se resolvería en semanas y desequilibraría de forma decisiva la guerra en el Este.

En este contexto de «batalla definitiva», los alemanes partían en franca desventaja, ya no sólo porque los soviéticos conocían la planificación de Ciudadela con anticipación gracias a la ayuda de los británicos, que lograron descifrar los movimientos alemanes en torno al saliente, sino porque el Ejército Rojo, casi por primera vez en toda la guerra, había alcanzado un nivel de organización superior al alemán y además contaba con una ventaja numérica en hombres y material en una proporción de 2,5 a 1. Por tanto, los alemanes debían fiar sus posibilidades de éxito al impacto que su fuerza acorazada pudiera ejercer durante los primeros días, algo que finalmente no ocurrió. Esto desembocó en una batalla de desgaste, prácticamente la única modalidad de combate a la que los alemanes no estaban habituados.
Una guerra de élites

En Kursk se enfrentaron las élites de los dos ejércitos. Ninguno de los dos contendientes eran los viejos enemigos del verano de 1941. Habían tenido casi dos años para aprender de sus errores tras innumerables enfrentamientos, desde Smolensk hasta Stalingrado, pasando por Járkov o Sebastopol. Sin embargo, Ciudadela supuso un nuevo escenario de combate, relativamente pequeño y atestado de medios humanos y materiales, que obligó a los combatientes a desarrollar un tipo de lucha sin cuartel y de desgaste, una lucha táctica agotadora, y a llevar hasta su punto más alto el esfuerzo y el empuje de unas tropas agotadas y condicionadas por un número de bajas muy elevado. Fue precisamente en este punto donde se decidió todo: los soviéticos tenían todas las posibilidades de ganar cualquier batalla a partir de 1943 si así se lo proponían debido a sus casi ilimitados recursos materiales y reemplazos.

Kursk se desatacó por su terrible dureza, las complicadas condiciones del terreno, el calor insoportable y la absoluta extenuación de los combatientes. La batalla fue un infierno de sangre y acero para todas las unidades que participaron en ella, pero los tanquistas, protagonistas de excepción, sufrieron especialmente la dureza de ésta. Un veterano soviético del 10º Cuerpo de Tanques escribía tras la batalla que «cuando un proyectil antiblindaje perforaba el tanque, el combustible o el aceite del motor se derrama y una cascada de chispas hacía que todo ardiera. Dios no permita que un ser vivo tenga que presenciar a una persona herida retorciéndose mientras se quema viva».

Lo trascendental de esta batalla ha provocado la aparición de grandes mitos alrededor de la misma. A nivel militar y estratégico, no cabe duda de que la victoria soviética supuso un punto de inflexión en la guerra germano-soviética. Kursk fue la última gran ofensiva desde el punto de vista operativo del Ejército alemán en el Frente Oriental. El Ejército Rojo había madurado mucho durante los dos años de guerra y había logrado desarrollar una potencia de combate superior a la de los alemanes, que, ya muy desgastados, sólo podían diseñar una estrategia defensiva que retrasara lo inevitable: el avance hacia Berlín.

Otro de los mitos que giran en torno a esta gran batalla es el que afirma que Kursk supuso el final definitivo de los ejércitos alemanes en el Este. La Wehrmacht ni se desangró ni tampoco se deshonró tras la batalla. Las cifras de bajas alemanas oscilan alrededor de los 54.000 hombres entre desaparecidos, prisioneros y muertos, mientras que las soviéticas se fijan en unas 320.000. En lo que a medios mecanizados se refiere, los archivos alemanes sitúan la cantidad de pérdidas entre 1.600 y 2.000 unidades entre carros, artillería de asalto y otros vehículos.

Por tanto, estas cantidades indican que el impacto de la batalla no supuso tanto una pérdida irremediable de hombres y material para los alemanes, sino más bien el inicio de la hegemonía soviética en el campo de batalla y un cambio manifiesto en el rumbo de la guerra. La moral alemana quedaba profundamente dañada y su capacidad de combate futura cuestionada. Después de Kursk, ya nada volvería a ser igual en la guerra en el Este.
http://www.elmundo.es/cronica/2018/07/2 ... b45ec.html

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NotaPublicado: 11 Ago 2018 16:56 
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Ayer vi el documental : "Agente Sicre, el amigo americano", sobre un agente español que trabajó para el O.S.S estadounidense y luego se reconvirtió en un hombre de negocios (introdujo en España la Pepsi-Cola, el JB y el Gresite) que se codeaba con todo el mundo de glamour de la época.
Lo que me sorprendió fueron las palabras de su hijo que decía que no recordaba muestars de cariño por parte de su padre y eso que a ojos de los que se relacionaba era un hombre simpátiquísimo, de mundo y sociabilísimo, las caras del ser humano son múltiples:
https://elpais.com/elpais/2017/01/28/ep ... 48555.html

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NotaPublicado: 20 Sep 2018 07:28 
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¡Whoa Mahomet! Antony Beevor (Londres, 1946) no se sorprende al oír el grito de guerra de los paracaidistas británicos de la II Guerra Mundial en la azotea de un hotel de Madrid. Sonríe y lo repite educadamente: "Whoa Mahomet". Mucha menos gracia les hizo a los alemanes escucharlo tras la tremenda escabechina que sufrieron sus tropas blindadas a manos de los Red Devils,los diablos rojos, cuando trataban de contraatacar algo alocadamente a través del puente de Arnhem. En la noche envuelta en los efluvios de pólvora y carne quemada, mientras se apagaba el tableteo de las ametralladoras, el grito surgió entonces, alzándose retador. "Quizá hoy no queda muy políticamente correcto ese grito, lo trajo la primera brigada paracaidista del Norte de África; se lo habrían escuchado a alguien que tiraba de un camello, y la frase se convirtió en su expresión estándar en batalla; en Arnhem servía también para saber qué edificios ocupaban ellos, los paracaidistas, y cuáles el enemigo".

Beevor, que se encuentra en España para presentar su último libro, Arnhem, la batalla por los puentes, 1944 (Crítica), que es el relato de una gran y trágica chapuza de los Aliados, reflexiona que sin duda "paracaidista es de lo peor que puedes ser en la guerra; siempre tienes el miedo de que el paracaídas no se te abra". Había muchos otros peligros. Al respecto, con humor negro inglés, el historiador militar recuerda la historia que cuenta en su libro del paracaidista herido mortalmente de bala y que dice lacónicamente: "Y pensar que me daba miedo que no se me abriera el paracaídas…".

"No hay nada más impresionante que saltar de un avión en batalla", continúa Beevor, "no puedes devolver el fuego, y parece que te dispare a ti personalmente todo el ejército alemán". ¿Tiene Beevor, que estudió en al academia militar de Sandhurst y fue oficial, experiencia personal en paracaidismo, como Max Hastings, que ganó las alas como cadete paracaidista con 17 años? "No, yo estaba en caballería (en blindados con el 17º de húsares), me ofrecí voluntario para un pelotón de paracaidistas pero tenía un problema con la cadera, seguramente de haber saltado me hubiera quedado inválido".

En La II Guerra Mundial los alemanes parecían adelantados en la guerra aerotransportada pero acabaron siendo estadounidenses y británicos los de las grandes operaciones. "Los alemanes sacaron conclusiones opuestas a los aliados tras su costosísima invasión de Creta. Decidieron no hacer más operaciones de esas mientras que sus enemigos pensaron que podían ser el futuro de la guerra. Creo que Hitler tenía más razón". ¿Fue Arnhem la Creta de los Aliados? "Se podría decir, pero hay muchas diferencias. En Creta los Aliados sabían que venían los alemanes y mataron a la mayoría en el descenso, al principio. Y finalmente los defensores perdieron la batalla".

Beevor sí considera que Arnhem (y globalmente la batalla de los puentes), con su gran despliegue fallido de tropas en paracaídas y en planeadores, fue en cierta manera el canto del cisne de las grandes operaciones aerotransportadas. "Hubo otras, el ataque de los paracaidistas japoneses en las Célebes y después de la II Guerra Mundial la captura del canal de Suez, pero me parece muy significativo que no las hubiera en Vietnam".

¿Qué paracaidistas eran mejores? "Los estadounidenses, posiblemente, en la operación de Arnhem tenían más experiencia y mejor entrenamiento, los británicos eran buenos y constatadamente valientes, pero menos buenos en ataque que en defensa . En cuanto a los alemanes, en la batalla por los puentes solo eran paracaidistas nominalmente, esas fuerzas eran entonces una fantasía de Goering, que quería tener un ejército privado como Himmler".


De su regreso al puente lejano, Beevor señala que había mucho por contar aún de Arnhem. "Se había explicado la historia desde el punto de vista de las fuentes británicas fundamentalmente, pero había muchas otras en los archivos, fuentes holandesas, polacas, estadounidenses. Incluidos interesantísimos diarios de combatientes y civiles. Todo eso muestra meridianamente claro que la operación Market Garden no tenía ninguna posibilidad de éxito". Beevor considera Arnhem su mejor libro, "por la riqueza del material documental, con testimonios extraordinarios de los que participaron en la batalla, un nivel de detalle que no encontré ni siquiera en Stalingrado".

No sé si los aficionados a la historia militar le perdonarán que haya desmontado el mito de la frase “un puente lejano”, acuñada por el libro de Cornelius Ryan y el consiguiente filme de Richard Attenborough. “La frase es una fantasía del general Browning y no se la dijo a Montgomery. Pero la culpa no es de Ryan sino suya, del general”. De la película dice que no es tan mala como otras, aunque señala equivocaciones como que no se vea que el plan era descabellado desde el principio (los paracaidistas no podían mantener los puentes tomados hasta que llegaran las tropas terrestres), que se ignore la desconsideración con los polacos, la poca importancia que se le da a la resistencia holandesa, “extremadamente eficaces en realidad”, o el error de las dos divisiones panzer de las SS sobre las que cayeron los paracaidistas. “Estaban, pero muy debilitadas, solo tenían tres tanques entre las dos y otros siete en el taller. Lo que hubo fue una extraordinaria reacción alemana para llevar fuerzas desde Alemania a la zona de combates”.

Beevor parece admirar más a Model y Bittrich, los mandos alemanes que los Aliados. “Eran unos profesionales de primera clase, aunque claro el segundo no dejaba de ser un general de las SS y el primero un killer, por eso era el militar preferido de Hitler”. El historiador también reprocha al filme que no muestre en toda su tragedia el sufrimiento de los civiles, como él sí hace.

De la moda del turismo a los campos de batalla, Beevor señala que muchos lugares han cambiado hasta hacerse irreconocibles y que por ejemplo el puente de Arnhem (que fue destruido) se reconstruyó en otro lugar. “En todo caso me parece positivo siempre que contribuya a dar a conocer los horrores de la guerra y a que se entienda mejor la historia”.

Beevor observa un aumento creciente del interés de las mujeres por la historia militar. “Es un fenómeno que cuando publiqué Stalingrado no existía. Mis lectores eran público masculino. Incluso muchas mujeres bromeaban con que les había estropeado con mis libros sus lunas de miel. Ha sido con el énfasis en las historias vividas y las experiencias personales, el destino de los individuos, que la historia militar ha atraído a un público femenino. La historia militar se ha vuelto mucho más historia humana que antes y cada vez más mujeres la leen. Hoy en día, en mis charlas preguntan tanto ellas como ellos.

¿Hay algo irreductible en la experiencia militar que impide entenderla plenamente a quien no la haya experimentado de manera directa? “Desde luego haberla tenido es de gran ayuda para comprender la mentalidad de un ejército y la inteligencia emocional de unas fuerzas armadas, ¡que la tienen!: tienen una forma muy especial de lidiar con la tragedia y el desastre. En todo caso, lo importante en el historiador, tenga experiencia militar directa o no, es ser capaz de usar su empatía para entender qué es la guerra para los soldados”.
https://elpais.com/cultura/2018/09/19/a ... 00164.html

Su fino humor inglés y sus modales de gentleman contrastan con la crudeza de su obra y su discurso. "No podría explicarle el Brexit a un piloto británico de la Segunda Guerra Mundial porque ni siquiera lo entiendo yo", dice Antony Beevor, el gran cronista del conflicto europeo, sentado en la terraza de un céntrico hotel de Madrid, donde presenta La batalla por los puentes (Ed. Crítica), un repaso a la Operación Market Garden y al gran fracaso aliado que alargó de forma absurda la guerra en Europa.

Después de afrontar enormes desafíos para reescribir batallas como Stalingrado o Berlín, que le dieron enorme fama pero también provocaron polémicas con las autoridades rusas, el historiador inglés y antiguo oficial del 11º Regimiento de Húsares del Ejército británico pone el foco en la fallida operación que tenía que liberar los países bajos y abrir el camino hacia el corazón de Alemania. "Market Garden fue importante a nivel simbólico. Los alemanes recibieron una enorme carga de moral gracias a esta victoria, pero a los aliados les hizo despertar. Traían una sensación de euforia por el exitoso desembarco en Normandía y el avance tan rápido hacia el Reich. Gracias a esta derrota, se dieron cuenta de que la guerra iba a durar mucho más de lo previsto y de que mucha más gente iba a morir por el camino. Porque murió más gente desde esa fecha de 1944 en adelante que en todo el resto de la guerra".


Beevor traslada al lector a los combates por los grandes puentes holandeses, que tenían que tomarse por sorpresa y esperar a la llegada de las tropas de tierra por la llamada carretera del infierno. En la acuarela aparecen oficiales británicos dirigiendo a sus hombres con un paraguas, divisiones panzer movilizadas a toda velocidad con reclutas adolescentes, resistencias heroicas casa por casa, ejecuciones de prisioneros por los dos bandos y un plan del mariscal Montgomery que estaba maldito nada más nacer.

Con este libro, Beevor ya ha analizado las tres grandes operaciones aerotransportadas de la Segunda Guerra Mundial: la batalla de Creta, el día D en Normandía y Market Garden. Después de esta última, no se han vuelto a usar a ese nivel: "Lo más interesante es que los aliados sacaron conclusiones opuestas de la experiencia de Creta de la que obtuvieron los Alemanes. Hitler, por una vez, acertó al descartar las grandes operaciones con paracaidistas en el resto de la guerra. En Normandía los aliados tuvieron éxito, pero en su esencia, este tipo de apuestas tiene el peligro de no contar con tropas terrestres de respaldo en pocos días para apoyar el despliegue por el aire. Son tropas muy vulnerables. En 1944 existía una fantasía, sobre todo en EEUU, que decía que las tropas aerotransportadas iban a ser el futuro no sólo de la guerra sino de las misiones para mantener la paz en la posguerra. El caso es que no hemos vuelto a ver este tipo de despliegues en otros conflictos".


Beevor ha vendido tantos libros porque ha conjugado la Historia con mayúsculas, esa de las grandes operaciones militares sobre los mapas, con las vivencias del soldado de trinchera y el civil que huye de las bombas. "En los años 80 se puso de moda la historia oral como género, una colección de diarios y cartas a la que le faltaba mucho contexto para explicar las cosas. Cuando me pude a trabajar en el libro Stalingrado supe que había que integrar las grandes operaciones militares con el relato de sus protagonistas, los soldados y los civiles. Era la única manera de medir las consecuencias de las decisiones de Hitler o Stalin sobre los que iban a sufrirlas", comenta. En su bibliografía hallamos una mirada similar a la suya en un libro titulado Un escritor en guerra, la historia de Vasily Grossman, el periodista ruso que acompañó a las tropas soviéticas de Stalingrado a Berlín: "Grossman, de forma instintiva, tiene un acercamiento parecido al mío. Siempre le interesó el individuo y descubrió antes que nadie que el deber del escritor es devolver la individualidad a las víctimas, que es de lo que pretenden privarles los asesinos. Cuando me enfrenté a sus reportajes sobre el horror de Treblinka entendí que el deber del escritor es contar ese horror. El deber del lector es leerlo".

Así, armado con el factor humano de Grossman pero con la curiosidad necesaria para acudir a fuentes nunca consultadas, sigue destruyendo mitos sobre los que se han construido relatos falsarios:"Muchos historiadores alemanes han acudido a nuestros centros en el Reino Unido y eso sirve para acabar con versiones nacionalistas que cada país tenía de la Segunda Guerra Mundial. Ahora es más difícil mantener ciertos mitos, pero todavía queda gente interesada en crear fake news sobre la Segunda Guerra Mundial. Quedan algunos interesados en recargar las leyendas, como por ejemplo Putin pagando películas de guerra que buscan construir una verdad a partir de leyendas".

No quiere desvelar nuevos proyectos pero asegura que no tendrán nada que ver con el Pacífico: "Mi amigo Ian W. Toll, historiador basado en el teatro bélico asiático bromea conmigo: 'Si te costó bucear en los archivos rusos, prueba con los japoneses'".

- ¿No le apena que estemos ante la muerte generacional de aquellos que vivieron la Segunda Guerra Mundial y aún podían contarla?
Los enormes padecimientos de la población civil, que sufrió hambruna en Holanda.

- Ya es demasiado tarde para la historia oral, porque los pocos que quedan vivos ya han leído los episodios en los que ellos mismos participaron escritos por otros, y eso ha deformado sus recuerdos. Ya no es una fuente directa. Por eso lo importante es volver a los documentos de época, las cartas y los diarios escritos en ese momento. Ya sabemos lo poco fiable que es la memoria del ser humano.

- Usted, que ha estudiado la génesis del totalitarismo en Europa, ¿qué opina del avance de los discursos populistas y xenófobos en la actualidad?

- A la gente le da miedo el futuro y los problemas de la globalización y creen que la Unión Europea tiene la culpa. Estamos entrando en un tiempo peligroso porque no sólo hay un pánico a la inmigración y a aspectos democráficos. A las poblaciones les cuesta lidiar con tanto cambio social y económico. Entre aquellos que votaron proBrexit hay algunos que son racistas, por supuesto, pero hay muchos que están confundidos y asustados por el futuro. Y esto también sucede en Suecia, Italia, Austria... Eso podría aumentar de forma dramática por efecto del calentamiento global, que provocará mayores desastres en África como grandes sequías, hambrunas y cosechas arruinadas. Y tendremos oleadas migratorias aún más grandes hacia Europa. Las elecciones morales a las que se enfrentará Europa serán terribles. La inmigración provocará una división aún más fuerte en sociedades como Alemania, como hemos visto en Chemnitz, y podría funcionar como acicate del fascismo, lo que representa una grave amenaza para la democracia.
http://www.elmundo.es/cultura/literatur ... b45fc.html

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Cada año la estación de Pickering (6.830 hab.), al norte de Inglaterra, retrocede en el tiempo para rememorar el espíritu y la camadería de la Segunda Guerra Mundial con espectáculos y exhibiciones de vehículos. Este año la temática es la victoria de Europa:
https://elpais.com/elpais/2018/10/14/al ... foto_gal_2

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Horace T. West, un sargento norteamericano de 33 años, se tomó demasiado a pecho las instrucciones de su superior, el general George Patton, uno de los cabecillas de la misión de los Aliados para expulsar a las tropas del Eje de la isla de Sicilia en julio de 1943 y de ahí saltar al continente europeo. La mente del suboficial era un cóctel de odio y resentimiento, de traumas provocados por los horrores de la guerra: "Había algo que se estaba cociendo en mi interior, sencillamente tenía ganas de matar y destruir, y ver como los enemigos se desangraban hasta morir", explicaría más tarde.

Un discurso incendiario del general Patton era lo que había alentado ese comportamiento extremo entre algunos sectores de sus tropas. Los oficiales de la unidad a la que pertenecía el regimiento de la 45ª División habían recibido la orden de "matar de manera devastadora" a los enemigos nazis e italianos que se resistiesen. En la arenga de Patton se sucedieron consignas como "matar a esos hijos de $%&ª" o que la 45ª debía ser conocida como la "división asesina".

El primer paso para ir remontando Italia consistía en derrotar a los destacamentos de Hitler y Mussolini que resistían en el remoto y pobre pueblo de Biscari. Los alemanes mostraron una férrea oposición, especialmente en el aeródromo de Santo Pietro, al avance norteamericano, pero los soldados tarnsalpinos, agotados de tanto enfrentamiento y amenazados por una más que probable muerte, comenzaron a rendirse en masa.

"No dudaban en entregarse a los Aliados, muchas veces en un ambiente casi festivo, en medio de risas y canciones porque para ellos la guerra había terminado", explica el historiador Jesús Hernández en su último libro, Grandes atrocidades de la Segunda Guerra Mundial (Almuzara). "Algunas unidades norteamericanas, viendo saturada su capacidad para hacerse cargo de ellos, llegarían a poner carteles en italiano avisando de que 'No se admiten prisioneros' o dirían a los soldados que querían entregarse que volvieran otro día. De hecho, durante la primera semana de la campaña de Sicilia, los estadounidenses harían tantos prisioneros como los que habían capturado durante la I Guerra Mundial".
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En Biscari, los nazis, para mantener el apoyo de sus aliados, propagaron falsos rumores sobre las atrocidades cometidas por los norteamericanos con los prisioneros. Eso permitió que el aeródromo de Biscari tardase más de lo esperado en caer: hasta la mañana del miércoles 14 de julio. 48 soldados de los ejércitos del Eje, casi todos italianos, cayeron prisioneros y fueron entregados al sargento Horace T. West.
Matanza a sangre fría

Conducían West y sus seis ayudantes a los capturados, que iban descalzos para impedir que se fugaran y a pecho descubierto, por un camino polvoriento y bajo un sol abrasador. Tras diez minutos de caminata y apenas recorrido un kilómetro y medio hacia la retaguardia, el sargento ordenó a la columna que se detuviese. Qué se le pasó entonces por la cabeza es una incógnita; tal vez las palabras del general Patton seguían retumbando en su cabeza.
Soldados italianos rindiéndose a los ante los Aliados.


De los 48 prisioneros, ordenó separar a nueve para que fuesen interrogados; luego se dirigió hacia el sargento primero de la compañía, Haskell Brown, y le cogió su subfusil Thompson. "Date la vuelta si no lo quieres ver", le aconsejó. A continuación, apretó el gatillo y las balas se introdujeron en los cuerpos de los prisioneros. Cuando todos estaban o bien muertos o retorciéndose en el suelo a causa de las heridas, West recargó el arma y, caminando entre sus víctimas, disparó al corazón a las que aún se movían. "Son órdenes", se limitó a decir. En total, 35 cadáveres quedaron allí tirados, dos de ellos alemanes.

Pero la matanza no se iba a terminar ahí. Unas horas más tarde, el capitán John Travers Compton ordenó fusilar a otros 36 italianos francotiradores que les habían tendido una emboscada durante la captura del aeródromo. A pesar de que los soldados capturados comenzaron a suplicar clemencia cuando adivinaron el destino que les aguardaba, Compton se mostró insensible: "¡Que no quede ninguno en pie!", fue lo único que le gritó a sus hombres que formaban el pelotón de fusilamiento.
Intentos de ocultar el crimen

William E. King, el capellán de la 45ª División, y un grupo de soldados que pasaba por la zona hallaron el terrorífico paisaje al día siguiente. "De inmediato captaron el horror que se desprendía de la atroz escena que tenían ante sus ojos" relata Hernández. "Incluso para ellos, que estaban luchando contra las tropas del Eje, contemplar los cuerpos de aquellos soldados indefensos, descalzos y sin camisa, asesinados a sangre fría, no podía dejar de conmoverlos, así como de indignarlos contra los compañeros que habían perpetrado aquel crimen. Uno de ellos dijo que habían venido a la guerra precisamente a luchar contra ese tipo de cosas".

La maquinaria para depurar responsabilidades se había puesto en marcha. A pesar de los intentos del general Patton por ocultar la matanza, diciendo que las muertes de los prisioneros italianos estaban "totalmente justificadas", se abrió una investigación para juzgar a los responsables: el sargento West y el capitán Compton fueron detenidos inmediatamente y examinados por un equipo de psiquiatras, que aseguraron que no tenían ningún problema de demencia.




El alegato de Compton, que sería puesto en libertad y moriría unos meses más tarde en combate, para declararse no culpable fue el siguiente: "Ordené que los fusilaran porque pensé que respondía directamente a las instrucciones del general, me lo tomé al pie de la letra". West, por su parte, aseguraría que en el momento de cometer las ejecuciones se encontraba en un estado de enajenación mental y que habían sido las arengas de Patton las causantes de que hubiese apretado el gatillo.

El tribunal, sin embargo, no se creyó su versión y lo condenó a cadena perpetua por haber actuado con "premeditación, de forma voluntaria y deliberada, y con alevosía". Pero en vez de ser enviado a una penitenciaría federal de Estados Unidos, West quedó confinado en una cárcel en el norte de África. Eisenhower y el Gobierno norteamericano no querían que el episodio de Biscari saliese a la luz.

Además, a West nunca se le llegó a expulsar del Ejército y siguió recibiendo su su paga de 101 dólares. Pero por si fuera poco, la cadena perpetua se iba a quedar en una condena de apenas un año. El 23 de noviembre de 1944, y tras las argucias de su mujer con un congresista que amenazó con pedir explicaciones sobre el suceso en el sur de Italia al Departamento de Guerra, el sargento quedó indultado aduciendo que cometió el crimen en un estado de locura transitoria y reingresó en el servicio en activo.

West nunca más tuvo que hacer frente en un juicio a la matanza de Biscari, un nombre que ni siquiera existe ya -fue cambiado por el de Acate-. Ni el paradero de los cuerpos de los prisioneros italianos ni sus identidades han sido jamás reveladas.
https://www.elespanol.com/cultura/histo ... 877_0.html

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