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Ocurrió hace ocho siglos, pero marca un hito fundacional en la historia de España. El Imperio almohade, dirigido por temibles emires guerreros, había sometido a sangre y fuego a los reinos taifas de al-Ándalus y, en su virulento y victorioso empuje, derrotó sin paliativos a Alfonso VIII de Castilla, quien salvó la vida por los pelos en la batalla de Alarcos de 1195. Los reinos cristianos de la Península Ibérica, habitualmente enfrentados entre sí, decidieron entonces unir fuerzas para hacer frente al moderno y versátil ejército del emir Muhammad al Nasir.

Aquel día de mediados de julio de 1212 la luz se reflejaba en los asfixiantes yelmos y las recalentadas armaduras de los miles de guerreros y caballeros. Unos imploraron a Alá, otros se encomendaron a Jesús y la virgen María. En la mentalidad de la época, aquel choque frontal en las Navas de Tolosa era una ordalía: de su resultado dependía el futuro de la Península Ibérica.

Gracias al infatigable arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada, el papa Inocencio III llamó a la cruzada. Miles de exaltados europeos atravesaron los Pirineos para unirse a las huestes cristianas. El emir almohade hizo otro tanto invocando la yihad, a la que acudieron miles de fanáticos que engrosaron las filas islámicas. Aquella mañana se libró una guerra santa para ambos contendientes.



La batalla fue encarnizada: cientos de flechas silbaron hiriendo y matando en ambos bandos. Los caballeros cristianos, montados en enormes caballos y forrados de hierro, se estamparon una y otra vez contra las líneas islámicas mientras la caballería de Al Nasir intentaba envolverlos. El polvo, la sangre y el calor asfixiaron a los guerreros que mataban y morían implorando al cielo en mil lenguas.


Finalmente, la caballería pesada cristiana, al límite de sus fuerzas, logró superar el mar de lanzas y espadas enemigas. Al deshacerse las líneas almohades se produjo una enorme y salvaje cacería que duró toda una noche. La victoria cristiana abrió las puertas de la actual Andalucía y la noticia recorrió toda Europa.

La épica historia hispana del siglo XIII y de los ejércitos que combatieron en las Navas de Tolosa se relata y recrea ahora con inmejorable rigor científico en 1212, un brillante documental producido por Volcanica Media que se estrena este viernes en decenas de salas de cine de toda la geografía española. La productora cuenta con experiencia en el ámbito del largometraje de no ficción y espera que este género siga "en su ADN", como confía desde el otro lado del teléfono el director del proyecto Santiago Mazarro.
Fotograma del documental '1212'


La historia de tan decisivo combate, recreado en la cinta por decenas de actores y recreadores históricos, llenó pergaminos enteros que relatan hechos épicos. La decisiva carga liderada por los tres reyes -Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón- que rompió al enemigo brilla con intensidad por su romanticismo. Otro momento arraigado en el imaginario colectivo tiene como protagonista al monarca navarro que, según la leyenda, rompió con su espada las cadenas de la Guardia Negra. Cadenas que se incorporaron al escudo del reino y que siguen formando parte de los símbolos de la actual comunidad foral.

Hoy, por primera vez en la historia, la arqueología pone las crónicas a prueba sobre el antiguo campo de batalla. Las investigaciones sobre el terreno han sido precisamente la percha idónea para abordar por primera vez la batalla de las Navas de Tolosa desde el punto de vista de un documental.

A pesar de lo ameno de la narración, el rigor científico del filme está garantizado por la colaboración y la intervención de destacadas figuras de la historia medieval: Manuel Retuerce, de la Universidad Complutense; Francisco García Fitz, de la Universidad de Extremadura; Irene Montilla y Juan Carlos Castillo, de la Universidad de Jaén, y la investigadora del CSIC Maribel Fierro. Al otro lado de la pantalla, este brillante equipo desgrana, paso a paso, la historia del combate, sus protagonistas y su tiempo.



La campaña arqueológica persigue, casi mil años después, el paso de los ejércitos cristianos y musulmanes hasta las Navas de Tolosa donde, como detectives, excavan el terreno en busca de la verdad de los hechos. "Estando ahí con el director de fotografía nos pusimos a reflexionar sobre la barbaridad que tuvo que ser aquel choque frontal. Debajo de nosotros, probablemente habían muerto miles de personas. Fue algo bastante impactante", confiesa Santiago Mazarro.

La historia y muerte de los reyes y nobles están recogidas en las crónicas, no así el de los miles de campesinos y peones que engrosaron sus ejércitos. Ellos también rieron, lucharon, vencieron o murieron en aquella jornada que marcó un hito en la llamada Reconquista. Gracias a la labor de los arqueólogos, en un futuro podremos conocer algunos de los microrrelatos de estos anónimos protagonistas que la historia ha olvidado durante siglos.

Mientras los arqueólogos se afanan en su labor, lo que sacan en claro es que la batalla tuvo que ser apoteósica y que participaron miles de hombres, aunque posiblemente fueran menos de los que afirman las fuentes. Estas últimas fueron adornadas y utilizadas con fines propagandísticos por sus vencedores. Esta otra batalla ideológica también se aborda en el documental que, gracias a sus investigadores, separa lo que fue realidad y lo que fue propaganda.

"En el mundo polarizado en el que vivimos va a haber gente que considere que hacer un documental de esta batalla va a ser anacrónico por este uso que se ha hecho de la victoria desde hace siglos. Las cosas no eran blancas o negras, las alianzas no siempre eran las mismas", explica su director, que cierra la charla con una importante reflexión frente a su estreno: "Hay que conocer y entender la complejidad del mundo medieval del siglo XIII dejando atrás los prejuicios actuales y poder reflexionar sobre lo que supuso esta enorme batalla y sus consecuencias".
https://www.elespanol.com/historia/2023 ... 714_0.html

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NotaPublicado: 14 May 2024 08:14 
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La guerra entre Ramón V, conde de Pallars y Jussà, y Aratau II, conde de Pallars Sobirà, ilustra las principales tácticas desarrolladas en la vieja Marca Hispánica de Carlomagno entre los siglos XI y XII. Un caballero podía ser asesinado por un grupo de incursores que se escondía en las sombras de los caminos. Se robaba ganado —sobre todo caballos— y se quemaban aldeas. Apenas se registraba algún golpe de mano en pequeñas fortificaciones.

También se talaban árboles frutales y destrozaban cosechas mientras insidiosos espías murmuraban en los pasillos de castillos incitando a la traición. Entre cristianos y musulmanes la estrategia era similar, pero a mayor escala. No hubo grandes cargas de caballería ni batallas campales, tan retratadas en la literatura y el cine y muy poco habituales, con excepciones como las Navas de Tolosa (1212). Cabalgadas fronterizas, cercos, guerra psicológica y alguna masacre para infundir pánico.

En lugar de dirigir huestes y mesnadas ante las capitales de las taifas enemigas y hacer prevalecer la cruz sobre la medialuna en una lucha por la fe, los reyes de Aragón, Navarra y los condes catalanes se centraron en pequeñas y lentas campañas de cerco, aislar medinas periféricas, mercados, núcleos de población, hacerse con minas de sal o minerales...
Guerreros medievales representados en el beato de las Huelgas. 1220.


"En no pocas ocasiones se vislumbra que lo que querían los príncipes cristianos de los musulmanes no era destruir su fe, aunque harto lo repitieran, sino apropiarse de sus tierras y sus rentas", explica Darío Español Solana, doctor en Historia Medieval, profesor en la Universidad de Zaragoza y autor de Yihad y Reconquista (Desperta Ferro), una obra centrada en la geopolítica, estrategia y táctica de los diferentes reinos y señoríos cristianos y musulmanes que combatieron en el nordeste de la antigua Hispania. Hasta hoy, apenas existían estudios sobre la historia militar analizando en conjunto este crisol de reinos, taifas, señoríos y baronías.
Mercenarios y espías

Los guerreros profesionales eran pocos y muy cotizados a ambos lados de la frontera. Los reinos taifas, inmersos en crisis fiscales y administrativas, solían recurrir al uso de mercenarios cristianos y señores de la guerra, como fue el caso de El Cid, al servicio de Al-Muqtadir de Zaragoza, tras su destierro de dominios castellanos. Más tarde los almorávides llamaron a la yihad en busca de voluntarios. Los cristianos hacían lo mismo con la cruzada. Además, los condes catalanes y aragoneses solían enrolar compañías de ballesteros y peones. Aunque, en un periodo confuso de alianzas esquivas y volubles, tener ojos y oídos en las cortes enemigas y aliadas era algo habitual.
Dirham de plata de la época de Abderramán III. Siglo IX.



Poco honorable pero necesarios, apenas se conocen acciones de estos informadores. El escritor granadino Ibn Hudayl dejó escritas unas pinceladas sobre cómo funcionaba el espionaje. Los elegidos "deben introducirse en el propio ejército enemigo; se buscará la información de sus capitanes, dice, de sus caudillos y de sus hombres de valía. Pero sus labores de inteligencia no se quedarían ahí, sino que consistirían en tratar de desestabilizar sus intenciones y acercarse a ellos mediante regalos, lisonjas y dádiva para conseguir que cometieran traición", explica el historiador.

Al Mutadid, rey de Sevilla, envió agentes a las cortes de Málaga. Para enviar informes se conoce que uno de sus hombres cosió cartas en unos ropajes y convenció a un campesino para llevarlos. Este tuvo que ir al mercado de Carmona con un haz de leña y venderla por 5 dírhams, un precio desorbitado. Al mercado acudió otro hombre que hizo el pago y descosió el mensaje. Luego devolvió la ropa con una respuesta y envió al pobre hombre de vuelta.



De las arenas del norte de África surgió un nuevo imperio islámico, el almorávide, que pronto se afianzó en las divididas taifas andalusíes a finales del siglo XI. La guerra que habían librado contra tribus y clanes bereberes y ejércitos islámicos apenas se parecía a la lucha ni al clima peninsular contra andalusíes y cristianos. El caballo comenzó a robar protagonismo al cada vez más molesto camello africano, usado para la logística y la guerra al menos hasta el siglo XIII.

Los almorávides fueron conocidos por su caballería ligera que envolvía y cansaba los flancos con lluvias de flechas. Ramón Berenguer III, conde de Barcelona y Gerona, advirtió a sus hombres que estos jinetes "tratarían de herirles como los partos, huyendo sobre la espalda". Por su lado, divididos en varias unidades que cargaban en oleadas, los cristianos preferían usar caballería pesada y romper las líneas enemigas. En el último tramo del asalto, las monturas cubiertas de hierro alcanzaban cerca de los 6 y 7 metros por segundo y eran prácticamente imparables.

Entre vecinos que llevaban décadas y siglos enfrentados las estrategias se conocía, se mezclaron y se entrelazaron. En el siglo VIII, Abderramán III se enfrentó a la gran rebelión de Umar ibn Hafsun en la región de Belda. Para aplastarla marchó con sus huestes antes de la recogida del grano, se hizo con las cosechas, levantó una fortaleza de asedio y bloqueo las rutas, "estrangulando a su población", según las crónicas.

Disuelto en califato de Córdoba, los cristianos adaptaron estas estrategias. En lugar de tomar la capital del reino taifa se prefería ir ciudad a ciudad, medina a medina. Ramón Berenguer III intentó hasta tres veces hacerse con Tortosa, a 35 kilómetros de la desembocadura del Ebro. Lo logró cuando levantó un castillo en Amposta y evitó que llegasen suministros a los sitiados desde barcas. Alfonso I el Batallador y su ejército de cruzados ultrapirenaicos tomaron Zaragoza en 1118 tras un meticuloso asedio en el que levantó varios castillos y fortines de madera y piedra.

Tras una razia, una cabalgada para explorar el terreno, robar ganado o quemar un par de casas, se escondía una estrategia de desgaste, de guerra psicológica. Con ejércitos pequeños, un asalto frontal a las murallas era suicida y una batalla campal una complicada apuesta, idealizada como toda una ordalía en la mentalidad caballeresca. La gran mayoría de tratados y escritos del momento que hablan de estrategia dan más importancia a la astucia que a golpear de forma demoledora.

"Hubo objetivos a corto y medio plazo que no tuvieron la conquista y rendición de los reyes taifas como prioritarios, sino el control del territorio que gobernaban, para, de este modo, alimentar las exigencias de la propia estructura feudal que hacía posible la realidad política y bélica", cierra Español Solana.
https://www.elespanol.com/historia/2024 ... 581_0.html

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NotaPublicado: 14 May 2024 08:17 
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Las huestes de Juan I de Castilla, hijo de Enrique II, llevaban días moviéndose a marchas forzadas en el interior de Portugal bajo el inclemente sol del verano del año 1385. Eran en total cerca de 30.000 castellanos, aragoneses, franceses y lusos, entre peones y caballeros. Estaban dispuestos a poner fin a aquella larga guerra intermitente que se eternizaba y que había empezado en 1369, cuando Enrique II puso fin a la contienda civil castellana al asesinar en Montiel a Pedro I, un rey al que unos llamaban "el Cruel" y otros "el Justo".

El 16 de agosto de 1385, en el cruce de caminos de Aljubarrota, les esperaban 6.600 peones, jinetes y arqueros portugueses e ingleses. El maestre João I de Avís había fortificado el lugar con fosos, empalizadas y covas de lobo, pequeños agujeros camuflados que escondían estacas para herir a las monturas, técnicas conocidas desde la época de Julio César. El desastre del monarca castellano fue total. En apenas un par de horas perdió 3.000 hombres. En su desbandada cayeron otros 4.000 y Juan I se vio obligado a regresar a su reino.

En Portugal tronaron las campanas de las iglesias proclamando la victoria que cambió la historia de la Península Ibérica. Corrieron ríos de tinta que llenaron pergaminos y volúmenes y João I se consolidó como rey. Hoy, casi tres siglos y medio después de la matanza y para desesperación de los investigadores de la Universidad de Castilla-La Mancha y sus compañeros lusos, los edificios privados y los campos de cultivo cubren gran parte del viejo campo de batalla, que fue saqueado a conciencia tras el combate.


Entre los años 2018 y 2020, los arqueólogos de la UCLM, en colaboración con el Centro de Interpretación de la Batalla de Aljubarrota (CIBA) y el Ministerio de Cultura portugués, peinaron el terreno con modernos georradares, una técnica no invasiva. Cuando comenzó la excavación encontraron un rico aplique decorado con motivos marítimos, restos de herraduras y clavos, parte de un foso y huecos de estacas. Entre los restos estudiados destacan media docena de covas de lobo que han podido ser datadas por primera vez en el siglo XIV gracias al carbono 14.

"Arqueológicamente es muy difícil hacer un estudio por lo efímero del combate, lo que contrasta con la grandísima cantidad de documentación escrita que hay sobre el mismo", explica Jesús Molero García, arqueólogo de la UCLM y codirector de las excavaciones españolas en Aljubarrota junto con David Gallego Valle. Además, toda la zona está casi completamente urbanizada con edificios o campos de cultivo que siguen en uso.
Reconstrucción 3D de las defensas usadas por el ejército portugués.



"La datación de las defensas en este marco cronológico es fundamental y lo fija el contexto de la batalla. El resto de materiales asociados a este conflicto es casi inexistente. Hay que tener mucha cautela porque las piezas suelen aparecer descontextualizadas. Muchas de las herraduras, clavos y apliques de vestimenta están cerca de una gran vía muy utilizada en toda la Edad Media, lo que no nos permite asegurar que pertenezcan a combatientes de la batalla", añade Maria Antonia de Castro, directora del CIBA.
La ambición de un rey

Tras años de guerras y cabalgadas fronterizas entre las dos coronas a consecuencia de la guerra civil castellana, el trono de Portugal quedó vacante en 1383. Juan I de Castilla lo quería, lo anhelaba, era su derecho, casado como estaba con Beatriz de Portugal. Lo intentó en 1384, pero sus huestes abandonaron el sitio de Lisboa, corroídas por las fiebres y los bubones de la temida peste negra. Una parte de la aristocracia obedecía a João I, que había sido proclamado soberano por las cortes de Coímbra.



En 1385 Juan I quiso poner fin a aquella situación e invadió Portugal desde la localidad extremeña de Ciudad Rodrigo acompañado por 30.000 hombres. "El ejército de Juan I de Castilla era una gran coalición de aragoneses, portugueses, castellanos y franceses. Era un ejército medieval en el sentido clásico del término, formado en gran parte por numerosa caballería pesada", detalla Molero García. Las tropas del de Avís las formaban 6.600 hombres entre caballeros, peones y temibles arqueros ingleses.

João I decidió plantarles cara en Aljubarrota, un lugar que había elegido a conciencia. Situó su campamento sobre una pequeña meseta flanqueada por dos arroyos, uno de los cuales está canalizado en la actualidad. Dichos riachuelos cerraban la meseta, rodeados por una densa maleza y una vegetación de ribera que hizo de muralla. Tanto el norte como el sur del campamento fue fortificado a conciencia con fosos, empalizadas y las temibles covas de lobo.


En lugar de una arrolladora y aplastante victoria, los castellanos encontraron la muerte. Bajo el silbido de las flechas quedaron atascados en un embudo mortal creado por el terreno y las fortificaciones. Desde atrás sus compañeros empujaban ansiosos por entrar en combate. En vanguardia morían asaetados como San Sebastián o rematados en el suelo a hachazos y a mazazos por lusos e ingleses. Las monturas de guerra relinchaban angustiadas atrapadas en las covas de lobo. Fue un desastre.


Según las crónicas, el propio Juan I de Castilla, que estaba enfermo durante la campaña, escapó de la escabechina gracias a que el caballero Pedro González de Mendoza le ofreció su caballo. Hoy se intenta averiguar cuál fue la ruta que siguieron los supervivientes, acosados por los portugueses.



"Fue una derrota castellana evidente. No fue decisiva en el sentido de que pusiera fin a las hostilidades: João I también se proclamó rey de Castilla y la guerra siguió en Galicia y las fronteras. No logró hacerse con el trono castellano, pero sí se consolidó como primer rey de la dinastía de Avís mientras que Juan I no volvió a pretender aquella corona", cierra Molero García sobre la importancia histórica de otra batalla más que la arqueología está sacando a la luz.
https://www.elespanol.com/historia/2024 ... 034_0.html

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