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 Asunto: CNI en irak
NotaPublicado: 29 Dic 2007 15:12 
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Registrado: 14 Feb 2007 22:46
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rescato para éste foro nuevo nuestro,ésta serie de articulos del anterior foro,hacen referencia al ataque sufrido por un grupo operativo del cni,están publicados por zaragoza,merecen estar también aquí,y tenerlos en nuestra memoria,no olvidamos.

zaragoza escribió:
HOLA:


Voy a copiar y pegar diferentes artículos que se escribieron sobre el asesinato de los 7 agentes del CNI en Lafitiya el sábado 29 de noviembre. Varios de los agentes habían superado el curso de mando de Operaciones Especiales. Son dos relatos estremecedores. Descansen en Paz.

Un beso en la mejilla salvó al espía.Un gesto de afecto de un notable iraquí al agente del CNI José Manuel Sánchez Riera le libró del ataque de una turba tras morir ametrallados sus siete compañeros.

Treinta minutos... condensan la más dura y dolorosa historia, y la más heroica seguramente, vivida jamás por agentes de los servicios de inteligencia españoles. En treinta interminables minutos siete servidores del Estado de los que trabajaban en Irak perdieron la vida en un fanático atentado terrorista, al sureste de Bagdad, en un poblado de nombre Latifiya. Uno más se salvó. Casi milagrosamente. En estas páginas hemos intentado reconstruir unos hechos que ponen de manifiesto, fundamentalmente, la profesionalidad y la heroica defensa que ocho hombres, ocho agentes del CNI español, realizaron de sus vidas y de las de sus compañeros. Hasta donde pudieron.

- Sábado 29 de noviembre. Bagdad. 14.30, hora local. 12.30 en España. Alberto, Carlos, José, José Carlos, Pepe, Alfonso, Luis Ignacio y José Manuel terminaron de almorzar antes, incluso, de lo previsto. No es que hubiera prisa, sino que en un oficio como el suyo, agentes de inteligencia, cualquier precaución es necesaria para evitar añadir riesgos. Han estado toda la mañana en Bagdad visitando organismos nacionales e internacionales y tienen que llegar a dormir a la zona de operaciones, en concreto hasta Diwaniya y Nayaf, donde está desplegada la Brigada Plus Ultra a la que asisten con su trabajo. Son apenas 200 kilómetros de distancia que van a recorrer en sus dos vehículos todoterreno. No están blindados porque ellos mismos tenían dudas, aunque desde Madrid ya se han dado las instrucciones necesarias para que lleguen a primeros de 2004. "Siempre nos decían que en Bagdad un blindado puede terminar siendo útil, pero para transitar por las carreteras iraquíes, donde ellos trabajaban, los kilos del blindaje sólo contribuyen a llamar la atención, destrozar los amortiguadores y a machacar los motores. Y pese a todo, decidimos imponérselos", dice uno de los compañeros del CNI con el que hablaban habitualmente. Cuatro de ellos están realizando un viaje de reconocimiento previo a su incorporación definitiva a la zona, prevista para enero de 2004, y los otros cuatro hacen las veces de cicerone, antes de volver a casa. "Los que han dicho que es absurdo que viajaran los ocho juntos, ponen de manifiesto su ignorancia", dice un agente en activo del Centro Nacional de Inteligencia. "Juntos aumentaban la capacidad de observación y la capacidad de protección recíproca y, lo que es más importante, de reacción inmediata de tres de los cuatro ocupantes por cada vehículo. Y es que, además, estaban trabajando en el máximo nivel de alerta, porque durante todo el mes del Ramadán el acoso a todo lo que oliera a coalición había sido muy duro, especialmente contra los norteamericanos. Por eso, cada paso que se daba había sido evaluado, planificado y ejecutado en coordinación y permanente contacto con el responsable de la operación en Madrid". Una nota oficial del Ministerio de Defensa y del propio CNI, publicada en sus respectivas páginas web, confirmaba el 11 de diciembre estos extremos.

La preparación que han realizado todos y cada uno de ellos, antes de llegar hasta la zona de operaciones, al margen de sus currículo, es espectacular. Son soldados profesionales, que ingresaron en el Centro Nacional de Inteligencia, por sus especiales características, y que han realizado un ciclo específico de enseñanza que incluye materias como normas generales de funcionamiento de los equipos; antecedentes del conflicto, aspectos generales de seguridad; autoprotección operativa; conducción evasiva; tiro, formación en fotografía e imagen, sistemas de orientación e información geográfica, perfeccionamiento del inglés y del árabe; artefactos explosivos, comunicaciones, seguridad de sistemas de información y aspectos sanitarios y económicos. Una específica e intensa preparación para la misión que están realizando.

El aspecto que ofrecen las ocho personas que acaban de comer en Bagdad no es en absoluto llamativo. Ni por su indumentaria, ni por su aspecto... La tarde cae sobre Bagdad, desde donde los dos todoterreno se introducen en la denominada ruta Jackson, una carretera que enlaza la capital iraquí con Diwaniya y Nayaf. Es una carretera con peores prestaciones que la autopista, atraviesa bastante poblaciones y aldeas, pero es la única viable en ese momento porque la otra está ya cortada.

Alberto, Carlos, José, José Carlos, Pepe, Alfonso, Luis Ignacio y José Manuel se reparten entre un Nissan Patrol blanco y un Chevrolet Tahoe azul. Llevan los depósitos de combustible al máximo, para evitar paradas innecesarias por arriesgadas, las armas de dotación a mano, aunque no sean visibles, y los chalecos antifragmentación muy cerca. "Llevar los chalecos puestos, debajo de la ropa, y más en este tipo de desplazamientos, es incómodo y peligroso, porque pueden terminar siendo vistos por alguien, lo que, precisamente, les daría una pista a los enemigos", apunta un experto en este tipo de misiones. Aún así, alguno de ellos lo llevaba.

Los dos equipos del CNI mantienen periódicamente una comunicación, de coche a coche, a través de sus teléfonos satélite Thuraya, para cerciorarse de que todo está en orden. Alberto, José, Pepe y Luis Ignacio van en el primero de los vehículos. Alfonso, Carlos, José Carlos y José Manuel en el segundo.

Latifiya. 15.22, hora local. 13.22 en España. Hace poco más de diez minutos que han dejado atrás Mahmudiya, muy cerca de donde está instalado el puesto de mando de la III Brigada del 505º Regimiento de la 82ª División Aerotransportada de Estados Unidos. Siempre que se cruza una población hay que reducir considerablemente la velocidad, pero en ese momento ya transitan por una larga recta que conduce hacia el sur, cruzando Latifiya. Llevan la velocidad de crucero: 120 kilómetros por hora. La carretera tiene un buen firme, es muy ancha y no hay demasiado tráfico. Hace 15 minutos que han hablado por última vez entre ellos. Sin novedades. Todo está, aparentemente, tranquilo. Un Cadillac blanco, al parecer con cinco ocupantes, se coloca detrás del segundo todoterreno. Y, de improvisto, comienza a disparar. Son disparos de AK-47. El segundo vehículo del convoy acelera y adelanta al coche de sus compañeros para avisarlos. Intenta situarse en posición de tiro lateral pero no lo consigue. Todo se desarrolla muy deprisa. A pesar de la intensa preparación para situaciones de emergencia, la realidad es infinitamente más cruda, más imprevisible y más cruel.

Latifiya. 15.23, hora local. 13.23 en España. No lo saben, pero han superado con éxito un punto donde dos trampas explosivas, accionadas por control remoto, esperaban el paso del convoy. La preparación y ejecución del atentado da una idea del grado de elaboración del diseño y del perfil de quienes lo cometen. "Es una operación militar en toda regla", comenta alguien que días después conoce con detalle cómo se desarrollaron los hechos.

El sedán blanco que persigue al convoy sigue tras la estela del segundo coche de los españoles, rebasando por la izquierda al que, hasta ese momento, era el que marchaba en cabeza. Lo conduce Alberto, que es alcanzado mortalmente por una de las ráfagas de Kaláshnikov. Los terroristas hieren en la cabeza, mortalmente, a otro de sus ocupantes y revientan las ruedas del flanco izquierdo del todoterreno, que se detiene en el arcén de la calzada.

El Cadillac sigue su marcha. Se coloca a la altura del segundo vehículo sin dejar de disparar y los terroristas alcanzan, mortalmente también, a Alfonso, que es quien lo conduce. El vehículo, sin control posible, se sale de la calzada por el arcén derecho y, tras bajar bruscamente un pequeño desnivel, queda atrapado en una zona enfangada.

Latifiya. 15.25, hora local. 13.25 en España. Apenas han transcurrido tres minutos desde que comenzó el atentado y las sombras del atardecer embargan el ánimo de los seis agentes de inteligencia españoles vivos, sumidos en la peor de las pesadillas. Dos muertos y dos heridos muy graves. Uno con un disparo en la cabeza y otro en el estómago. Ellos son la prioridad. El coche de los agresores se cruza en la carretera mientras sus ocupantes siguen disparando sin cesar. ¿Qué hacer? ¿Qué está pasando? ¿Cómo se sale de una situación como ésta? Es inevitable buscar una luz en el fondo de los conocimientos. Desde el primer vehículo, los ocupantes ilesos retiran a Alberto a la parte de atrás, donde se encuentra muy mal herido José Carlos.

Conduciendo sobre las ruedas pinchadas, José lo acerca hasta las proximidades del otro coche devolviendo el fuego y los agresores parece que huyen. El Cadillac blanco se va.

Latifiya. 15.27, hora local. 13.27 en España. Se produce una pequeña tregua. Si no hubiera heridos en condiciones tan graves, seguramente los cuatro que siguen ilesos no habrían tenido grandes problemas para escapar con vida de aquella ratonera, pero deciden luchar por ellos hasta donde sea posible.

Luis Ignacio baja del primer coche y se acerca rápidamente al que está en el fango. José se queda dentro, mientras sigue con la vista el Cadillac, que se aparta de la carretera, Carlos busca en su Thuraya el teléfono del coordinador del grupo en Madrid. La comunicación es angustiosa. Para quien la hace y, más si cabe, para quien la recibe. "¡M..., nos han atacado! Tenemos, por lo menos, dos muertos. Avisa a la Brigada. Que manden helicópteros". La comunicación se interrumpe porque vuelven los disparos. A la derecha de la carretera que atraviesa Latifiya, detrás del coche atrapado en el fango, hay dos edificios bajos desde donde se ha reanudado el ataque. Disparan con todo. Fusiles, fusiles ametralladores y granadas. Los cuatro ilesos se defienden como pueden con sus armas reglamentarias. La capacidad de reacción es, desgraciadamente, limitada, aunque excepcional, teniendo en cuenta la situación y el número de agresores que supera ampliamente los cinco iniciales. Sigue siendo prioritario mantenerse a salvo y a los dos heridos, cada uno en un vehículo distinto.

- 44º21'27" E, 32º58'07" N. 15.32, hora local. 13.32 en España. Carlos vuelve a marcar en el Thuraya el teléfono de Madrid. El tiroteo que reciben es muy intenso. La impotencia de quien recibe la llamada, con el impacto de las detonaciones al final de cada palabra, se revela en su gesto crispado. "M... ¡Hay cuatro muertos... o tres! Te doy nuestras coordenadas...". Se han oído nítidamente cuatro, cinco detonaciones, y bruscamente se ha cortado la comunicación sin que Carlos haya podido dar las coordenadas, leídas, entre tanta tensión, en el GPS. A tantos miles de kilómetros de distancia, la desesperación da paso a la desolación. No hay manera de ayudarlos. Sin saber dónde están exactamente, es prácticamente imposible hacer llegar a tiempo los helicópteros, salvo que se barra kilómetro a kilómetro la carretera. No queda otra opción. Los helicópteros de Base España se aprestan a partir.

Latifiya. 15.42, hora local, aproximadamente. Alberto, Alfonso y José Carlos han muerto. Hay dos grupos de terroristas disparando desde las casas. Luis Ignacio y José Manuel suben el pequeño talud desde el segundo vehículo hasta el que está más cerca de la carretera, donde se encuentra José.

Valoran la situación para buscar un sitio más seguro. El fuego arrecia. Carlos se ha parapetado en el suelo, cerca del segundo coche donde sigue malherido José Carlos, y está cubriendo a sus compañeros con el fuego de su pistola-ametralladora. Mide cada disparo. No sabe cuánto puede durar todavía la pesadilla. Deciden que José Manuel cruce la carretera en busca de ayuda.
El intenso tiroteo ha colapsado el tráfico. Los vehículos que circulaban por la carretera se han detenido. El fanático atentado se ha convertido en un espectáculo para quienes transitan la carretera. José Manuel cruza al otro lado y se acerca a unos matorrales, muy cerca de los primeros coches que se han detenido. Está solo. Escucha a su espalda las detonaciones. Su objetivo es conseguir como sea un coche con el que puedan salir del infierno los que queden con vida. Se da cuenta de que su pistola-ametralladora se ha encasquillado. Algunos de los que estaban observando el espectáculo se acercan a él. Lo rodean. Uno le arranca la medalla que lleva. Es una imagen de la Virgen. Es gente que acaba de salir del oficio religioso que se ha celebrado en una mezquita próxima. Recibe muchos golpes, mientras otras manos intentan atarlo y meterlo en el maletero de uno de los coches aparcado al borde de la carretera. Se da cuenta de que le quitan el arma, afortunadamente encasquillada, y observa cómo le apunta ahora desde la mirada intensa de un rostro anónimo. Está a punto de rendirse, de dejarse llevar. No oye nada más que los gritos de la gente que se ha arremolinado a su alrededor. Ya no hay disparos. O por lo menos nos los oye. Y, de repente, de entre toda la muchedumbre, ve a un hombre que se acerca y que aproxima la cara a la suya...

Algo que protege... No hubo ni una sola palabra que acompañara el gesto. Sólo un beso. En la mejilla. Un gesto de protección, procedente de un hombre delgado, bien vestido, elegante... Cuando José Manuel está a punto de rendirse ante aquella turba, comprueba asombrado cómo un hombre distinguido le besa en la cara y todos los que están a su alrededor se calman. No es un religioso de la mezquita próxima. No es un imam, aunque va muy bien vestido. Es un notable que, con ese gesto, transmite a los presentes la amistad hacia José Manuel. El beso entre los árabes es un gesto muy apreciado que indica compañerismo, afinidad. Inmediatamente después, como por encantamiento, las manos agresivas hasta entonces, se tornan complacientes. José Manuel está protegido y quienes le agredían, ahora le empujan con respeto hacia los coches aparcados. Y en ese momento de perplejidad, propia y ajena, se introduce, lo introducen en un taxi, que intenta salir de allí en dirección a Bagdad. Hay un tremendo lío de tráfico.

En el interior del taxi, mientras intenta despejar la cabeza y asimilar lo que ha ocurrido, José Manuel ve tres coches patrulla de la policía iraquí a los que pide auxilio y que le trasladan al puesto de policía de Latifiya. El día ha perdido prácticamente su luminosidad. Al cruzar por el lugar del atentado, ve los dos coches españoles ardiendo y dos de los cuerpos de sus compañeros tendidos en la carretera. Es el único superviviente. No lo sabe, pero se lo teme. Cuando mira el reloj, comprueba que, desde que comenzó el ataque, apenas han pasado treinta minutos.








Un año después de la muerte de siete agentes secretos españoles en Irak persisten muchas incógnitas sobre la emboscada que les tendieron

"Alguno de los nuestros puede estar muerto"



El jefe del servicio secreto, Jorge Dezcallar, contemplaba con su esposa una exposición sobre la cultura nubia cuando sonó el móvil. La llamada del oficial de guardia en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) no presagiaba nada bueno. El mensaje era muy confuso. Un agente había logrado contactar con el Thuraya (teléfono satélite) desde Irak. Al parecer, había un tiroteo. "Alguno de los nuestros puede estar muerto", le advirtió.

Dezcallar salió a la calle Serrano. Pasaban las 13.30 del sábado 29 de noviembre de 2003. Lo que más le impresionó fue el contraste entre la placidez de esa soleada mañana de invierno en pleno centro de Madrid y la tragedia que en ese momento se producía a 4.300 kilómetros. En una carretera al sur de Bagdad.

Ya en el coche oficial, camino de su despacho, se confirmaron sus temores. El comandante Baró ha comunicado de nuevo. Dice que hay tres o cuatro muertos. Tras su voz, se escuchan con claridad disparos de arma de fuego. La comunicación se ha cortado antes de que pueda dar las coordenadas de dónde se encuentran. Dezcallar se pone en contacto con el presidente José María Aznar. "Lo más tremendo", recuerda un año después, "fue vivirlo en directo y no poder hacer nada".




Monumento en la sede del Centro Nacional de Inteligencia en memoria de los agentes muertos el año pasado en Irak



Avisados desde Madrid, tres helicópteros Superpuma salen de Base España, en Diwaniya, 150 kilómetros al sur de la capital iraquí. Pero es buscar a ciegas. Cuando divisan los restos carbonizados de los dos vehículos ya es noche cerrada. Ni siquiera llegan a aterrizar.

Mucho más cerca, a sólo 10 kilómetros, está la base de la II Brigada del 505 Regimiento de la 82 División Aerotransportada de EE UU. Un policía iraquí informa al centinela de que hay una manifestación en la carretera. El teniente coronel Pete Johnson despacha una compañía militar. Cuando llega, no queda nada que hacer, salvo hacerse cargo de los siete cadáveres de los agentes secretos.

La manifestación es, en realidad, una turba enloquecida. Un cámara de Sky News, que casualmente cruza por allí, rueda escenas terribles: adolescentes pateando los cuerpos inermes de los españoles. El equipo de TV se detiene sólo unos minutos. Más que la columna polaca que llega a continuación. Pertenece a la División Centro-sur, igual que las tropas españolas. El tiroteo ya ha terminado, hay vehículos ardiendo y cuerpos por el suelo. Pero las víctimas no llevan uniforme y opta por pasar de largo.

Los militares polacos no saben que los muertos son los españoles con los que han coincidido esa mañana en Camp Victory, la sede del CJTF-7, cuartel general de las tropas de la coalición, junto al aeropuerto de Bagdad. Allí han acudido los comandantes Alberto Martínez y Carlos Baró y los suboficiales Luis Ignacio Zenón y Alfonso Vega, integrantes de los dos equipos del CNI que trabajan para la seguridad de las tropas españolas. También están sus sustitutos: los comandantes José Merino Olivera y José Carlos Rodríguez Pérez y los suboficiales José Lucas Egea y José Manuel Sánchez Riera.

El relevo no está previsto hasta enero, pero los nuevos, que sólo llevan dos días en Irak, realizan una "visita de reconocimiento" para completar su preparación. El programa incluye Camp Victory, donde se acreditan ante el servicio de inteligencia militar de EE UU, y la sede de la CPA, la Administración Provisional de la Coalición, en el antiguo complejo presidencial de Sadam Husein.

No es habitual que los agentes viajen juntos con quienes han de relevarles; ni que los destinados con las tropas se reúnan con los que trabajan en la embajada. Tampoco fue muy ortodoxo que José Antonio Bernal y Alberto Martínez, fichados por la Mujabarat, la policía secreta de Sadam, siguieran en Irak tras el derrocamiento del régimen.

En todo caso, el desplazamiento de los ocho agentes a Bagdad fue autorizado expresamente por sus superiores en Madrid. El argumento que se dio es que juntos tenían más posibilidad de defenderse que por separado. "Se hizo un análisis muy crítico de las circunstancias que rodearon su muerte, pero no se apreció ninguna ruptura grave de las normas de seguridad", alega Dezcallar.

Por precaución, se cambió la fecha del viaje (inicialmente, estaba previsto hacerlo el domingo) y se adelantó la hora de regreso a las bases españolas de Diwaniya y Nayaf. Probablemente, los todoterreno en los que viajaban fueron marcados cuando atravesaban el mercado de Mahmudiya, un cuello de botella que obliga a reducir la velocidad. Más adelante, junto a la aldea de Latifiya, 30 kilómetros al sur de Bagdad, un Cadillac blanco se les acercó desde atrás y empezó a disparar.

El Nissan Patrol blanco y el Chevrolet Tahoe azul de los españoles no estaban blindados. El CNI ya había adquirido vehículos con blindaje, pero aún no habían llegado a Irak. Los agentes tampoco llevaban puesto su chaleco antibalas, no sólo por comodidad, sino porque era un reclamo demasiado llamativo.

Los primeros disparos de Kalashnikov acaban con la vida de Alberto y Alfonso, los dos agentes que van al volante, y dejan malheridos a otros dos. Un todoterreno se detiene en el arcén, mientras el otro se sale de la carretera y queda atrapado en un barrizal. Desde unos edificios próximos, los atacan con fusiles y lanzagranadas RPG. Los supervivientes responden con sus pistolas-ametralladoras. El tiroteo dura casi media hora, hasta que agotan la munición. Pero la desigualdad es aplastante. Si no hubiera heridos, tal vez habrían podido huir. No quieren abandonarlos y caen abatidos uno a no.

José Manuel Sánchez Riera es el único que logra escapar de aquel infierno. Cruza la carretera en busca de ayuda y lo rodea la muchedumbre que en ese momento sale de una mezquita.

Algunas manos le golpean, otras le arrebatan la pistola e intentan meterlo a empujones en el maletero de un coche. En medio de la confusión, un notable local -emparentado con otro que trabaja para los españoles, aunque eso él no lo sabe- se acerca y, sin mediar palabra, le da un beso en la mejilla. Es el salvoconducto al que debe la vida. Al día siguiente, Sánchez Riera sale de Bagdad en un avión Hércules del Ejército del Aire cargado con los féretros de sus siete compañeros. "No tengo nada que reprocharle, al contrario. Si no fuera por él no sabría como fueron los últimos minutos de vida de mi hijo", explica Ana Ollero, madre del comandante Baró.

Desde el principio, el entonces ministro de Defensa, Federico Trillo-Figueroa, aseguró que los agentes eran un "objetivo elegido", fueron sometidos a un "seguimiento muy estricto" y cayeron víctimas de una "delación". El Gobierno recibió informes del MI6 británico que apuntaban en esta dirección, pero algunos de sus datos eran erróneos, como la afirmación de que los vehículos de los españoles fueron identificados esa mañana cuando estaban aparcados en la calle, lo que el CNI siempre negó.

En el mismo lugar donde se produjo la emboscada fue atacado pocos días antes un convoy de la empresa de seguridad Global Security. Un hecho que era ignorado por los españoles. "Había un gran desbarajuste. La CIA iba a su aire en Irak y la información no circulaba entre los diferentes servicios", reconoce un experto en inteligencia.

El 10 de diciembre, EE UU lanzó una gran redada en Latifiya, donde fueron detenidas 41 personas. Su objetivo no era tanto capturar a los asesinos de los españoles, aunque así se presentó en España, como erradicar los focos de la resistencia. El secuestro de dos periodistas franceses en la misma zona ocho meses después demuestra que sólo lo consiguió a medias.

La investigación dio un vuelco el pasado 22 de marzo, cuando las tropas españolas detuvieron al iraquí Flayeh Abdul Zarha Anyur Al Mayali. Después de cinco días de interrogatorio en la base española de Diwaniya, fue entregado a las autoridades militares de EE UU como "cooperador necesario" en la emboscada.

Los investigadores creen que Flayeh, profesor de español que trabajaba como traductor para los agentes del CNI, fue quien avisó a los atacantes. Según esta versión, Flayeh se habría jactado ante varias personas de su intervención en la muerte de los agentes y habría manejado grandes sumas de dinero de origen incierto. Pero las mismas fuentes admiten que nunca se reconoció culpable ni se encontraron pruebas materiales en su contra.

La mañana de la emboscada, Flayeh acudió a la base española de Nayaf a buscar a los agentes, por lo que supo que habían salido de viaje. Antes de abandonar Bagdad, uno de los fallecidos mantuvo una conversación telefónica con una persona a la que no se ha podido identificar. Estos indicios avalarían la sospecha de que el traductor pudo tener conocimiento del viaje de los miembros del CNI, pero sólo un juicio justo, impensable hoy en Irak, permitiría demostrar o no su culpabilidad.

Tras ser entregado a EE UU, Flayeh ingresó en la prisión de Abu Ghraib, tristemente famosa por la práctica de torturas y el trato vejatorio a los detenidos. Apenas dos meses después, las últimas tropas españolas abandonaban Irak. Con ellas desapareció cualquier interés por aclarar lo sucedido. Para las autoridades estadounidenses, con más de 1.200 muertos en sus propias filas, no constituye obviamente una prioridad.

El pasado 14 de julio, el ministro de Defensa, José Bono, inauguró en la sede del CNI un monumento creado por Alberto Corazón en memoria de los agentes muertos. Una llama de bronce, sobre una pared desnuda de acero, recuerda los caídos en la emboscada del 29 de noviembre y al sargento José Antonio Bernal, asesinado el 9 de octubre en Bagdad.

En el mismo acto, Bono entregó a las familias de los agentes la Gran Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo, que el Gobierno del PP se había resistido a conceder para no admitir que murieron en combate. "Hoy es un día de luto para todo el país", dijo Zapatero cuando murieron. Aunque se oponía frontalmente a la guerra de Irak, el líder del PSOE afirmó que los agentes muertos "son hijos de todos nosotros, hermanos de todos nosotros".


DESCANSEN EN PAZ


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NotaPublicado: 29 Dic 2007 16:02 
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Registrado: 06 Sep 2007 00:31
Mensajes: 460
Ya lo había leido antes pero no me he podido resistir otra vez, es tremendo lo que allí vivieron esos hombres mal equipados y traicionados.

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LAS MEDALLAS LAS RECIBEN QUIENES ESTÁN DONDE SE DAN (CERCA DEL MANDO) Y NO LOS QUE ESTÁN DONDE SE GANAN (LA CALLE)


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